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lunes, 14 de enero de 2013

En busca de los orígenes de la democracia



"El mal que impregna la democracia es la tiranía de la mayoría o que un partido, no siempre la mayoría, consiga ganar las elecciones por fuerza o fraude" Lord Acton

El siglo VI a. de C. es, sin duda, el momento crucial para el origen de la democracia en Grecia, fundamentalmente en Atenas y el Ática. ¿Qué ocurrió en Grecia para que aconteciera semejante fenómeno?

Sin duda, las cosas no ocurren de repente, posiblemente para que pudiera emerger un concepto como Democracia debieron producirse previamente aproximaciones diversas.

Así pueden considerarse a los misterios órficos, que posteriormente derivaron en pitagóricos, se produjo una evolución religiosa hacia la humanización de los dioses; con Ferécides de Siros se crearon las primeras obras en prosa de la Grecia clásica (hasta entonces la escritura se utilizaba de forma meta-mágica en forma de poesía); con Tales, pronunciando en las puertas del mercado de Mileto (uno de los más importantes puertos comerciales de intercambio), la frase: “todo está lleno de dioses” se produjo definitivamente el paso del mythos al logos en el pensamiento griego, que dio lugar la larga evolución entre el pensamiento mítico y el presocrático; con Pitágoras, se nombró por primera vez la filosofía (también la armonía) y se estableció una concepción determinada del mundo, de la vida, del ser humano; y con Solón, se produjo la primera Constitución política en el año 594 a.de C. que transformó en timocracia lo que era una plutocracia, o gobierno de los más ricos. Una de sus más controvertidas propuestas fue la de amortizar las enormes deudas contraídas por las clases menos afortunadas del Ática. Pero lo más fascinante es que todos estos personajes se llegaron a conocer y posiblemente a dialogar entre ellos sobre los grandes cambios que iban a producirse a partir de entonces y de los que serían protagonistas.

Pero sin duda fue Clístenes (uno de los Alcmeónidas, sin esta estirpe no se podría entender la historia política de la Grecia clásica) quien dio forma a la incipiente democracia griega, aunque por entonces todavía era exclusivamente isonomia (igualdad ante la ley de todos los ciudadanos) superando la aristocracia propuesta por Solón. Surge la democracia con diversas instituciones, la boulé o consejo de los quinientos, con cincuenta miembros por cada tribu elegidos  por sorteo; la ekklesia o asamblea de ciudadanos a la que pertenecían todos los ciudadanos mayores de edad; el aerópago o consejo aristocrático, cuyas funciones eran consultivas y relacionadas con tribunales de honor. La ekklesia elegía la Helea o tribunales de justicia y también los arcontes mayores y menores. Así surgió la democracia griega en la que todos los ciudadanos tenían posibilidad de participación y también capacidad de decisión sobre la inmensa mayoría de decisiones políticas de la polis. Si bien es cierto que los metecos (inmigrantes), mujeres y esclavos no eran considerados ciudadanos. Por aquella época Atenas tendría aproximadamente  300.000 habitantes.

Los elementos fundamentales de la democracia griega clásica

Los griegos estaban excepcionalmente preocupados por la igualdad en su condición de ciudadanos, su concepto de libertad (eleutherios) se limitaba a ser libres ante los demás pueblos, libres ante los poderosos, su condición de libertad ante los demás estaba plenamente establecida,  los ciudadanos  de la polis griega se consideraban libres e iguales, pero evidentemente había diferencias entre ellos, que fueron corregidas con algunas estrategias ingeniosas, al menos en el ámbito político, y reducidas en el ámbito económico.

Los griegos se consideraron a sí mismos iguales ante la ley (isonomia), pero también portadores de una igualdad de derechos (isotemía). No había, por tanto, privilegios legales o jurídicos que distinguieran a los ciudadanos griegos, si los había para distinguirse de extranjeros, mujeres y esclavos.

Otro de los conceptos relevantes de la democracia griega era la isegoría (igualdad en la libre expresión ante la asamblea), en realidad integraba más conceptos, como la libertad de comunicación, reunión y expresión. Es interesante recordar que los griegos tenían tres niveles de libertad (eleutherios), ante el destino no tenían ninguna pues las moiras se encargaban de su biografía desde el nacimiento hasta la muerte, pero sí tenían una libertad pública, la de expresarse libre y directamente en la asamblea y también una libertad privada restringida al oikos, es decir, el hogar y también a las iniciativas mercantiles y comerciales.

Sobre el siguiente concepto hay discrepancias, nos referimos a la isomoiría, que algunos interpretan como una forma de igualdad económica o de las condiciones económicas de partida, aunque más bien se refiere a una cuestión de equilibro y proporción (de origen pitagórico), que tiene más relación con la equidad o igualdad de oportunidades. Los griegos estaban extraordinariamente preocupados por evitar la corrupción política y los abusos de poder, establecieron una condición para definir los excesos de los poderosos, la hibrys, una forma de considerar la desmesura y la soberbia. La hibrys se relaciona directamente con el concepto de moira, que en griego significa “destino”, “parte”, “lote” y  “porción”. El destino es la parte de felicidad o desgracia, de fortuna o infortunio, de vida o muerte, que corresponde a cada uno en función de sus condiciones y cualidades, transgredir el destino aprovechándose de los demás, tenía como sanción la némesis o venganza, el castigo de toda desmesura por los mismos dioses. Junto a la asebeia o impiedad, que era el adoctrinamiento de los más jóvenes contra los dioses (y los intereses) de la ciudad – delito del que fue acusado Sócrates y por ello condenado a suicidarse- la hibrys y la traición, eran las afrentas más importantes a la polis. Si bien en el oráculo de Delfos, templo común de los griegos, a su entrada se leía la frase: “conócete a ti mismo”, a la salida, según Platón, estaba escrita una frase contra la desmesura: “nada en exceso”.

La preocupación de los griegos por la igualdad se manifiesta también en un último término, la isocracia, que es la igualdad de poder y ante el poder, por la que todos los griegos podían ser electores y elegidos en cualquier forma de representación, se complementa con el término isogonía, que es la igualdad de participación en los asuntos públicos y administrativos. Los ciudadanos griegos tenían igualdad de derechos pero también igualdad de deberes, no podían declararse ajenos a los asuntos de la polis y tenían la obligación de participar en los mismos.

La configuración de la democracia griega se completa con la justicia (Diké), que debía ser independiente de los demás poderes y autónoma en sus decisiones. En la mitología griega, Diké es la justicia. Hija de Zeus y Temis, tiene como hermanas a Irene (la paz) y Eunomía (la legalidad o el orden). Son conocidas como las Horas, representan los valores que sostienen la convivencia entre los hombres y crean el bienestar. Su función es la búsqueda del equilibrio y la armonía, siendo las encargadas de abrir y cerrar las puertas del Olimpo, presidir las bodas de los dioses, regir las vidas de los hombres por el camino justo.

Diké es una implacable enemiga de la violencia. Como diosa de la justicia divina le corresponde examinar todas las sentencias de su padre Zeus, proteger las empresas nobles de los hombres y perseguir a los transgresores de la ley para imponer su castigo. Como personificación de la justicia humana, era la encargada de brindar sabiduría a aquellos que impartían justicia, no sólo a los jueces, sino también a la boulé y la ekklesia.

Los griegos consideraban que la convivencia armónica entre los ciudadanos de la polis era indispensable para el buen funcionamiento de la vida pública. Sus preocupaciones y temores se fundamentaban prácticamente en las mismas que tenemos los ciudadanos del siglo XXI, temían los excesos y abusos  de poder, la ausencia de libertad, la desmesura en los poderosos, la corrupción, el sectarismo, la impunidad, la injusticia. 

Temían al poder, temían a los poderosos,  temían a los enemigos de otras ciudades, temían al destino, temían a la opresión y a la desigualdad, temían al hambre y la miseria, por eso establecieron un sistema que les permitiera defenderse de todos los males que les acechaban. La democracia es, sin duda, la forma más acabada de protección de los ciudadanos ante el poder, quizás la forma más eximia de armonía en la convivencia cívica; sin embargo, cuando los ciudadanos abandonan sus funciones y obligaciones, permiten que pisoteen sus derechos, consienten la corrupción y la injusticia, toleran la desigualdad y la desmesura, y no hacen nada cuando les oprimen, son víctimas de todos aquellos que pueden imponerles su voluntad de forma ilegítima. 

Deberíamos recordar todos los días que cuando la democracia deja de funcionar, no es por la habilidad de los poderosos en ocultar sus transgresiones y desmanes, sino por el abandono de los demócratas en sus obligaciones. La última responsabilidad no es de los políticos, sino de los ciudadanos.

Enrique Suárez

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