Esta legislatura agonizante habrá sido la de
las Víctimas del terrorismo.
Jamás fue su memoria tan ultrajada desde el poder político. Jamás fueron tan despreciadas desde el gobierno las otras víctimas, las vivas, particularmente los familiares, en su deseo y vocación de darle sentido a la muerte y al sacrificio, de mantener el recuerdo como referencia de dignidad, de subrayar la deuda contraída -por quienes seguimos aquí- con quienes fueron asesinados, lesionados, secuestrados y doloridos.
Pero jamás fue tan grande, sincero, emotivo y espontáneo el apoyo de los españoles a las víctimas y a sus familiares. Y a las instituciones que muchas de ellas representan, motivo por el cual fueron asesinadas o maltratadas: la Guardia Civil, la Policía, el Ejército, el cuerpo de Funcionarios de Prisiones, la Justicia. Sin olvidar a quienes, desde hace 40 años, han sucumbido o sufrido por informar acerca de lo que ocurre en nuestro país; o por haberse comprometido con ideas políticas contrarias a los intereses nacionalistas; o por haberse encontrado, fruto de la casualidad, en el peor momento y en el peor sitio.
Este apoyo se ha canalizado esencialmente a través de AVT, y también de Foro de Ermua y Basta Ya. Sin olvidar otras fundaciones y asociaciones cívicas y religiosas, o colectivos de cuerpos y fuerzas de seguridad. Pero sobre todo, quienes se han manifestado han sido hombres y mujeres anónimos, desfilando en silencio o gritando, crecientemente indignados y obligados por las circunstancias a salir de su casa, de su oficina, de su vida serena y tranquila para irrumpir en la vida pública con el único deseo de decirle a las víctimas que están con ellas, y al gobierno que lo que hace es una infamia.
Las seis o siete manifestaciones, entre gigantescas y multitudinarias, han reunido a millones de personas. Han vuelto las banderas de España, hemos recuperado el himno nacional, aunque mudo todavía, y se han llenado las calles de gente indignada pero digna, a diferencia de los asesinos potenciales, con miradas de rencor y de odio, que asaltaron la calle en la anterior legislatura a gritos de “Aznar Asesino” y “PP Fascistas”. La gente común y corriente ha devuelto a las víctimas la legitimidad y el protagonismo moral y político que les corresponde. Cada uno de esos individuos, por su participación en todas y cada una de las manifestaciones por la Libertad, la Memoria y la Justicia, han desagraviado a las víctimas, limpiándolas del oprobio gubernamental, ofreciéndose como escudos simbólicos por quienes en su momento se interpusieron como escudos humanos, muriendo para que no nos mataran.
Sin embargo, la emoción y los buenos sentimientos, por muy nobles y fundados que sean, no son suficientes para enfrentar el futuro inmediato.
Los partidos políticos tampoco, incluídos los dos más decentes, PP y UPD, pues no sirven para tomar la delantera en la rebelión cívica que ha nacido y crece como una ola. Es hora de rogarles a Rosa Díez y a Rajoy que se coloquen detrás, cerrando filas, con discreción y humildad, y que se pongan a la disposición de la gente, tratando de no equivocarse tan gravemente como lo ha hecho el presidente popular, quien andaba de mítin electoral por Almería cuando se le esperaba con AVT el 24N, y sin embargo estuvo con los partidarios de la negociación con Eta en la esperpéntica, efímera y minúscula concentración-trampa del martes pasado.
La herramienta de la articulación entre la reacción ciudadana y la defensa cívica de nuestras libertades es hoy, más que nunca, la Asociación de Víctimas del Terrorismo, arropada por el Foro de Ermua. Ambos colectivos representan genuinamente a las víctimas, y las víctimas, con su sacrificio, representan lo mejor de nosotros mismos. Defenderlas y apoyarlas significa luchar por aquello que les ha costado la vida: libertad, justicia, España.
Me vienen dos imágenes a la memoria: unos cárteles con nombres y fotografías de víctimas argentinas del terrorismo (en este caso, terrorismo de estado durante las dictaduras militares) bajo el título”CONÓCELOS”; y los “Monuments aux Morts pour la France”, construidos después de la primera guerra mundial en TODOS los pueblos del país vecino, con los nombres de todos y cada uno de los Caídos.
Son dos maneras de recordar permanentemente a quienes han muerto y han sido perseguidos por defendernos; de acogerlos en el mundo de los vivos, de devolverlos al lugar de donde jamás debieron partir; de transformar su muerte y el dolor de sus familias en nuestras armas cargadas de un futuro en libertad.
Nosotros podemos hacer algo parecido, a nuestra manera. Mil vidas robadas son mil recuerdos, mil rostros, mil héroes, mil mártires. Y pueden ser mil calles con mil nombres en mil pueblos de nuestra España, para recordarnos por las esquinas que la Libertad tiene un precio. Brindemos a nuestras Víctimas ese homenaje permanente. Es una deuda que hemos contraído, no pagarla sería perder nuestro Honor.
Dante Pombo de Alvear