Alguien ha dejado en los comentarios de un artículo publicado en Ciudadanos en la Red una gran verdad, felicito al anónimo autor que ha hecho la foto final del recuerdo de Ciutadans y la instantánea de UpyD, que aspira convertirse en su sustituto político.
El autor desconocido lo expresó de la siguiente forma: lo que supuso un gran triunfo para Ciutadans fue “la transversalidad entre la chusma y la élite”. Que gran razón, exactamente fue así, porque al calor de la rebeldía de Albert Boadella y su reconocida trayectoria política de independencia ante la estupidez, fuimos muchos los que nos congregamos sin preocuparnos de origen, color, cultura, lengua o ingresos económicos, nos hicimos colectivo igualitario.
Fuimos muchos los que nos unimos –“lo que nos une”, decía UPyD- en la defensa de los valores y criterios racionales contra la estupidez política que nos circunda, sin pedir nada y dispuestos a luchar por el objetivo de la regeneración democrática de este país.
El factor de cohesión fue la mezcla, la hibridación, la conjunción de objetivos compartidos y personas hartas, que habíamos comprobado como la ambición de los nacionalistas, el sectarismo del PSOE y la incompetencia del PP, se habían reunido para acabar con el Estado de Derecho, la Constitución y la nación española.
En ese sentido, Ciutadans fue un avance importante en la evolución política de este país, que malograron los dirigentes del partido, Albert Rivera defendiendo un elitismo inane y Robles-Domingo, un sectarismo impresentable. Con Carreras de muñidor, y la espantada de la mayoría de los intelectuales, el plato estuvo servido para el II Congreso de Ciutadans, donde este partido, herido de muerte, pasó a mejor vida en una agonía larga y dolorosa.
En UPyD vuelve a ocurrir prácticamente lo mismo, los dirigentes se han convertido en élite autoritaria y las bases del partido ni cuentan, ni cantan, condenadas a un mutismo -previamente establecido de antemano- hasta que se celebre un Congreso en el año 2009, que es algo como reconocer que cuando el partido esté hecho a la medida de las obsesiones de algún dirigente, entonces se podrá hablar; es decir, cuando el partido esté controlado, con todas las personas que se "autoricen" en toda España, entonces se hará un congreso para ratificar lo existente, y salga el sol por Antequera, y al que no le gusten los caracoles, que ayune.
Los dos partidos están condenados al fracaso, porque sus dirigentes no se han dado cuenta de que contra lo que están chocando es precisamente contra el hartazgo de los ciudadanos políticamente sensibles que se han agrupado en sus filas y que cuentan con la formación política suficiente para saber que este país está como está, y se necesita una alternativa diferente a lo que se ha conocido hasta ahora en las formaciones políticas de este país.
El factor humano de la transversalidad
Y vamos a dar un paso más en la construcción del partido que se necesita en este país.
Si la transversalidad es imprescindible como escenario de partida, en la que se mezclen todos los objetivos políticos con los elementos escénicos en una plataforma igualitaria para comenzar el viaje, renunciando a criterios de distinción como izquierda-derecha, socialista-liberal, élite-chusma, joven-viejo, hombre-mujer, idealistas-pragmáticos, reiteradores-creadores, etc; y aceptando la pluralidad y la no uniformidad de las personas que habitarán en el proyecto político que corresponde al siglo XXI, hace falta un elemento motivador, y ahí es donde se producirá la auténtica discrepancia, porque no todo el mundo piensa lo mismo.
El elemento motivador debe ser la persona, el individuo, que es sujeto de derechos y actor fundamental de cualquier obra política. El individuo libre que no quiere ser masa amorfa, que quiere seguir manteniendo su identidad y sus objetivos propios, pero al mismo tiempo quiere compartir con otros el camino, en condiciones de igualdad, de recuperar su plena libertad y hacer valer sus derechos de ciudadano de un país democrático como es España.
La diagonal humana es lo que completa el proyecto, regresar al ser humano que es el actor social fundamental de cualquier obra política, y lograr que el Estado se ponga al servicio de los ciudadanos. Los derechos de cualquier ciudadano, aunque no me incumban, son también mis derechos, y lucharé con él, a su lado, porque su lucha es parte de la mía, aunque no tenga nada que ver con sus circunstancias.
Esa diagonal humana debe cruzar la política desde las urnas hasta la Presidencia del Gobierno, en un acto de racionalidad. Debemos ser capaces de poner por delante a las personas que a las instituciones. Hay que desenmascarar la chistera de los magos de la política de la que ya no salen más que esqueletos de conejo, porque los depredadores los han devorado sin que nadie se haya enterado; por eso es necesaria la transparencia, la explicación de las decisiones políticas y los objetivos que se pretenden, para conocimiento de todos los que estén implicados, antes de que se lleven a la práctica.
Lo dije en otra ocasión, un partido que no reparte poder solo puede alcanzar la cohesión desde la convicción de sus seguidores, desde la creencia que sus valores, su autenticidad, sus aportaciones nuevas y sus objetivos, son diferentes y mejores que las de sus competidores.
La diagonal humana es la democracia auténtica, en la que las personas no solo deciden conceder un voto a una opción determinada, sino que con su voto va añadida su implicación activa en un proyecto político, es convertirse en una parte más hecho con otros que piensan y hacen lo mismo, cada uno con sus proyectos personales, todos con un proyecto común, acordado y avalado.
Eso es lo que no comprendieron en Ciutadans y no están comprendiendo en UPyD, que los militantes no son una masa silenciosa que comparten una utopía anunciada por los dirigentes -eso más bien sería una secta o una religión-, sino que son parte activa y cotidiana del proyecto político, son los que HARÁN EL PROYECTO REAL, y por lo tanto necesitan participar en todo su desarrollo desde el principio hasta el final.
La diagonal humana supone en primer lugar renunciar a la transmutación de ciudadanos en políticos por el privilegio correspondiente, todos somos ciudadanos en igualdad de condiciones, y cada uno ocupará el lugar que le corresponda por sus propios méritos, no por lo que decida el sabio de turno que se inviste de autoridad por presunción divina.
En Ciutadans y UPyD se han cometido los mismos errores, porque los dirigentes no han estado a la altura de lo que traían entre sus manos: las decisiones –todas las decisiones- deben ser colectivas, compartidas por todos, no impuestas por la iluminación del “gran hombre” de turno.
Lo primero que se debe exigir a los dirigentes de un partido político es que sean demócratas, no que se aprovechen de la democracia o de su negación, para colocarse en los puestos de mando, porque ese cuento ya lo tenemos demasiado visto en los últimos dos mil quinientos años.
Insisto, debe ser la democracia la que decida quien tiene la autoridad, no la autoridad quien decida que rango de democracia necesita para sus propósitos personales. Eso es pura demagogia autoritaria y regreso de nuevo al absolutismo.
Si un dirigente tiene identidad propia, el último votante también. El respeto entre ambos depende de que el primero lo reconozca, y que el segundo se lo crea, sin esa magia de la relación entre seres humanos, ya se puede ir cerrando el círco.
Biante de Priena
El autor desconocido lo expresó de la siguiente forma: lo que supuso un gran triunfo para Ciutadans fue “la transversalidad entre la chusma y la élite”. Que gran razón, exactamente fue así, porque al calor de la rebeldía de Albert Boadella y su reconocida trayectoria política de independencia ante la estupidez, fuimos muchos los que nos congregamos sin preocuparnos de origen, color, cultura, lengua o ingresos económicos, nos hicimos colectivo igualitario.
Fuimos muchos los que nos unimos –“lo que nos une”, decía UPyD- en la defensa de los valores y criterios racionales contra la estupidez política que nos circunda, sin pedir nada y dispuestos a luchar por el objetivo de la regeneración democrática de este país.
El factor de cohesión fue la mezcla, la hibridación, la conjunción de objetivos compartidos y personas hartas, que habíamos comprobado como la ambición de los nacionalistas, el sectarismo del PSOE y la incompetencia del PP, se habían reunido para acabar con el Estado de Derecho, la Constitución y la nación española.
En ese sentido, Ciutadans fue un avance importante en la evolución política de este país, que malograron los dirigentes del partido, Albert Rivera defendiendo un elitismo inane y Robles-Domingo, un sectarismo impresentable. Con Carreras de muñidor, y la espantada de la mayoría de los intelectuales, el plato estuvo servido para el II Congreso de Ciutadans, donde este partido, herido de muerte, pasó a mejor vida en una agonía larga y dolorosa.
En UPyD vuelve a ocurrir prácticamente lo mismo, los dirigentes se han convertido en élite autoritaria y las bases del partido ni cuentan, ni cantan, condenadas a un mutismo -previamente establecido de antemano- hasta que se celebre un Congreso en el año 2009, que es algo como reconocer que cuando el partido esté hecho a la medida de las obsesiones de algún dirigente, entonces se podrá hablar; es decir, cuando el partido esté controlado, con todas las personas que se "autoricen" en toda España, entonces se hará un congreso para ratificar lo existente, y salga el sol por Antequera, y al que no le gusten los caracoles, que ayune.
Los dos partidos están condenados al fracaso, porque sus dirigentes no se han dado cuenta de que contra lo que están chocando es precisamente contra el hartazgo de los ciudadanos políticamente sensibles que se han agrupado en sus filas y que cuentan con la formación política suficiente para saber que este país está como está, y se necesita una alternativa diferente a lo que se ha conocido hasta ahora en las formaciones políticas de este país.
El factor humano de la transversalidad
Y vamos a dar un paso más en la construcción del partido que se necesita en este país.
Si la transversalidad es imprescindible como escenario de partida, en la que se mezclen todos los objetivos políticos con los elementos escénicos en una plataforma igualitaria para comenzar el viaje, renunciando a criterios de distinción como izquierda-derecha, socialista-liberal, élite-chusma, joven-viejo, hombre-mujer, idealistas-pragmáticos, reiteradores-creadores, etc; y aceptando la pluralidad y la no uniformidad de las personas que habitarán en el proyecto político que corresponde al siglo XXI, hace falta un elemento motivador, y ahí es donde se producirá la auténtica discrepancia, porque no todo el mundo piensa lo mismo.
El elemento motivador debe ser la persona, el individuo, que es sujeto de derechos y actor fundamental de cualquier obra política. El individuo libre que no quiere ser masa amorfa, que quiere seguir manteniendo su identidad y sus objetivos propios, pero al mismo tiempo quiere compartir con otros el camino, en condiciones de igualdad, de recuperar su plena libertad y hacer valer sus derechos de ciudadano de un país democrático como es España.
La diagonal humana es lo que completa el proyecto, regresar al ser humano que es el actor social fundamental de cualquier obra política, y lograr que el Estado se ponga al servicio de los ciudadanos. Los derechos de cualquier ciudadano, aunque no me incumban, son también mis derechos, y lucharé con él, a su lado, porque su lucha es parte de la mía, aunque no tenga nada que ver con sus circunstancias.
Esa diagonal humana debe cruzar la política desde las urnas hasta la Presidencia del Gobierno, en un acto de racionalidad. Debemos ser capaces de poner por delante a las personas que a las instituciones. Hay que desenmascarar la chistera de los magos de la política de la que ya no salen más que esqueletos de conejo, porque los depredadores los han devorado sin que nadie se haya enterado; por eso es necesaria la transparencia, la explicación de las decisiones políticas y los objetivos que se pretenden, para conocimiento de todos los que estén implicados, antes de que se lleven a la práctica.
Lo dije en otra ocasión, un partido que no reparte poder solo puede alcanzar la cohesión desde la convicción de sus seguidores, desde la creencia que sus valores, su autenticidad, sus aportaciones nuevas y sus objetivos, son diferentes y mejores que las de sus competidores.
La diagonal humana es la democracia auténtica, en la que las personas no solo deciden conceder un voto a una opción determinada, sino que con su voto va añadida su implicación activa en un proyecto político, es convertirse en una parte más hecho con otros que piensan y hacen lo mismo, cada uno con sus proyectos personales, todos con un proyecto común, acordado y avalado.
Eso es lo que no comprendieron en Ciutadans y no están comprendiendo en UPyD, que los militantes no son una masa silenciosa que comparten una utopía anunciada por los dirigentes -eso más bien sería una secta o una religión-, sino que son parte activa y cotidiana del proyecto político, son los que HARÁN EL PROYECTO REAL, y por lo tanto necesitan participar en todo su desarrollo desde el principio hasta el final.
La diagonal humana supone en primer lugar renunciar a la transmutación de ciudadanos en políticos por el privilegio correspondiente, todos somos ciudadanos en igualdad de condiciones, y cada uno ocupará el lugar que le corresponda por sus propios méritos, no por lo que decida el sabio de turno que se inviste de autoridad por presunción divina.
En Ciutadans y UPyD se han cometido los mismos errores, porque los dirigentes no han estado a la altura de lo que traían entre sus manos: las decisiones –todas las decisiones- deben ser colectivas, compartidas por todos, no impuestas por la iluminación del “gran hombre” de turno.
Lo primero que se debe exigir a los dirigentes de un partido político es que sean demócratas, no que se aprovechen de la democracia o de su negación, para colocarse en los puestos de mando, porque ese cuento ya lo tenemos demasiado visto en los últimos dos mil quinientos años.
Insisto, debe ser la democracia la que decida quien tiene la autoridad, no la autoridad quien decida que rango de democracia necesita para sus propósitos personales. Eso es pura demagogia autoritaria y regreso de nuevo al absolutismo.
Si un dirigente tiene identidad propia, el último votante también. El respeto entre ambos depende de que el primero lo reconozca, y que el segundo se lo crea, sin esa magia de la relación entre seres humanos, ya se puede ir cerrando el círco.
Biante de Priena