Durante los últimos siete años he seguido la deriva de la
política en España, de partidos y partidarios, de todos los partidos que
conforman el elenco representativo español en las instituciones públicas. Ha sido una
tarea cotidiana que he añadido a las que me corresponden como ciudadano de este
país que paga sus impuestos y recibe a cambio una pequeña parte de lo que
procura, porque lo demás se queda por el camino en la cuenta de algún
sinvergüenza.
Durante estos largos años, he constatado que la política en
este país no es otra cosa que una forma acabada y singular de estafar a los
ciudadanos con falsas promesas, demagogia, y propaganda, con el único objetivo
de crear una casta de impresentables que viven en el privilegio inmerecido,
algo que han logrado, con la inestimable contribución de la justicia española
que les ha servido de cómplice, lo que les ha permitido convertir este país en una casa de putas en la
que ejercen su proxenetismo, de forma inmune e impune.
Para alcanzar su propósito, no han dudado en hundir la
economía de este país con despilfarros, robos y miserias, insoportables para
cualquiera que no pertenezca a la casta, pero asumidas por todos los que
pertenecen como una condición de pertenencia: su complicidad en todo lo que
ocurre. Ni les ha impedido dejar en el paro y al borde de la supervivencia a millones de españoles. Ni cargarse todo lo que haya sido necesario para imponer su despotismo.
En nombre de la democracia, y a su pesar, hemos ido
comprobando que no hay nadie que se salve de la quema, en todas las
organizaciones de representación pública hay motivos suficientes para encerrar
en la cárcel a sus ejecutivas de inmediato. Sin embargo, no ocurre nada, porque
el poder está en sus manos, exclusivamente en sus manos, ellos han nombrado al
policía que debería detenerlos y al juez que debería juzgarlos –con honrosas
excepciones-, también han comprado a los medios de comunicación que deberían
denunciarlos –con honrosas excepciones- y por supuesto, se han encargado de
ocupar también los espacios de protesta, para dirigir estas según les convenga,
los de opinión pública en la red con sicarios a sueldo para que confundan a la
gente, y por si fuera poco, ahora están creando leyes inconstitucionales para
acotar más su poder de cualquier protesta, que no fuera controlada por los de
siempre.
En estas circunstancias la única solución pasa por el
abandono definitivo de toda confianza en los representantes públicos que utilizan el poder conferido por los ciudadanos en su propio beneficio,
como ocurrió recientemente cuando en una manifestación de estudiantes de Madrid
contra la LOMCE, los estudiantes se volvieron contra los organizadores políticos
y sindicales del acto de protesta.
Sólo nos puede salvar de la opresión infame que se avecina el
sentido común, pero no como una mínima expresión de racionalidad compartida,
sino como agregado de voluntades en unión contra los adversarios que detentan
el poder, la unión libre del pueblo español, sin manipulaciones de nadie, sin
partidos políticos que dirijan la protesta para defender sus propios intereses
contra sus adversarios políticos, que dejemos de ser carne de cañón de todos
ellos. Al fin y al cabo, ellos son sólo un 1 % que ejercen la tiranía contra el
99 % restante, sin cumplir la Constitución, ni las leyes, ni siquiera las
mínimas normas de convivencia.
Hasta que los españoles, en ejercicio de nuestra soberanía,
no nos demos cuenta de que debemos abandonar la representación política que nos
convierte en ganado electoral para volver a ser ciudadanos que exijan respeto a
quienes les representan, contra sus propios intereses y necesidades, no habrá
nada que hacer.
La batalla que está por venir está definida, los condenados a
obedecer y a callar, contra aquellos que les mandan por la Gracia de Dios, o sus
antípodas, el motivo al igual que la ideología, es lo que menos importa, porque no hay motivo, ni ideología que permita asumir este régimen de corrupción como una democracia.
Enrique Suárez