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martes, 5 de octubre de 2010

País de Siervos

La condición hispana es un hecho singular anclado en la servidumbre. En España no hay libertad política, prácticamente a lo largo de la historia nunca la ha habido, tiene razón Bono cuando dice que como mucho dieciseis años en los últimos doscientos. Escuchar a un socialista hacer una elegía a la libertad, aunque sea el Presidente del Congreso de Diputados y la circunstancia haya sido la conmemoración de la apertura de Las Cortes constituyentes en 1810, resulta cuando menos insólito. Pero Bono es así, un personaje de contrastes, como el país en el que vivimos.

El ancilaje al poder es una condición peculiar de los españoles, capaces de enfrentarse con la opresión en situaciones extremas, pero absolutamente inútiles cuando se trata de corregir los errores de los distintos Gobiernos. Realmente el origen no está solo en los ciudadanos, sino también en los políticos, que han tratado siempre de acotar y limitar la libertad de los ciudadanos. En los últimos tiempos hemos comprobado como la injerencia extrema del gobierno socialista en la vida privada de los españoles ha cruzado el límite de lo soportable, más que por su nefasta gestión de la cuestión económica, el Presidente Rodríguez Zapatero ha perdido su carisma porque se ha convertido en un tirano discreto, que trata de corregir la realidad de forma imperativa, según su criterio, algo intolerable por los ciudadanos de este país. No le ha hecho caso a Franco que estuvo cuarenta años y que cuando le preguntaban que como podía mantenerse en el poder durante tanto tiempo sin grandes protestas, le gustaba recordar su condición de gallego para añadir: “es fácil, no metiéndome en política”.

Es cierto, la mejor forma de sobrevivir en el poder es no meterse en política, algo detestado por los españoles. Participar en la vida política es siempre una osadía, para el español medio, quien entra en la política es por ser un ambicioso o un acomplejado. Los españoles nos sentimos por encima de la participación política, muchos todavía se creen que en realidad los políticos son servidores públicos, y no los nuevos amos, disfrazados de servidores públicos. Hay mucha inocencia e ignorancia no redimidas en este país, porque al poder le gusta tener el país atado y bien atado.

Quejas y maldiciones de los más sesudos analistas de nuestra historia nos acompañan desde hace siglos. La leyenda negra en la época de Felipe II, los siglos de decadencia paulatina de los Austrias, la impotencia integradora de los Borbones, las felonías del nacimiento de la nación española, la deriva incierta del siglo XIX pletórico de levantamientos militares y Constituciones, el desastre del 98, la dictadura de Primo de Rivera, la República imposible, la guerra civil, la dictadura franquista, y desde hace casi cuatro décadas esta democracia con minúsculas, entrecomillada y con cursivas, de la que nos hemos dotado, insatisfactoria y agotada.

José María Blanco-White, un liberal hispano inglés lo expresaba con contundencia, no desde el odio a España, sino como un amante desdeñado por un amor imposible, porque el primer crítico consagrado de nuestra condición amaba una nación libre o prefería su muerte:
«Es imposible, que España produzca nunca ningún grande hombre. Y esta íntima convicción mía nace del conocimiento del país... La Iglesia y la Inquisición han consolidado un sistema de disimulo que echa a perder los mejores caracteres nacionales. No espero que llegue jamás el día en que España y sus antiguas colonias lleguen a curarse de su presente desprecio de los principios morales, de su incredulidad en cuanto a la existencia de la virtud.»
Ortega y Gasset atribuía lo penoso de nuestra condición a que los godos llegaron a España medio latinizados, sin fuerza ni brío y establecieron una organización de poder insuficiente, alejada del pueblo y próxima al poder. Pero en realidad atribuía al poder y a las fuerzas disgregadoras en su particularismo, el que la condición española nunca se hubiera cerrado de forma definitiva: “empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo”. Por último, atribuye a las fuerzas particularistas la perversión más profunda del alma de nuestro pueblo: el odio a los mejores, que ha llevado a la carencia de fuerzas directoras y al imperio de las masas.

George Santayana, hispano-norteamericano, que escribió su obra en inglés y que llegó a ser catedrático de filosofía en Harvard, quizás lo explicó con contundencia en su frase: “amo España porque no me gusta”, para añadir posterioremente: “mi españolismo podría consistir en mi individualismo, que no quiere atarse a ninguna nación determinada” , o reconocer que a medida de que avanzaba en edad se daba cuenta de su ineludible condición de español, a la que no renuncia en ninguna ocasión “España es un gran país para la imaginación con un gran poder sobre el espíritu”.

Fernando Díaz Plaja un analista de nuestras costumbres consideraba que la envidia, no sin razón, era el pecado capital de los españoles.

Josep Pla, entrevistado por Salvador Pániker (que también escribió una obra sobre nuestras contradicciones) sobre el futuro de España decía: España es un país que está todavía en formación. Probablemente nos encontramos en el comienzo de su historia. Cuando yo nací éramos 16 millones a comer diariamente de la olla; hoy somos 31 millones y como no hay más cera que la que se quema, la cosa ha cambiado. Por eso abrigo la esperanza de que las revoluciones que hemos visto en este siglo se hayan acabado ya, por aquello que decía Goethe, que de la cantidad sale la calidad.

Ángel Ganivet decía en su Idearium Español con contundencia lo que pensaba: “"en presencia de la ruina espiritual de España hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos".

Unamuno respondía a Ganivet: “Siempre he creído que la historia, que da razón de los cuatro que gritan y nada dice de los cuarenta mil que callan, ha hecho el papel de enorme lente de aumento en lo que se refiere al cruce de raza en el suelo español. Las crónicas nos hablan de la invasión de los iberos, de los celtas, de los fenicios, de los romanos, de los godos, de los árabes, etc, y esto nos hace creer que se ha formado aquí una mezcolanza de pueblos diversos, cuando estoy persuadido de que todos esos elementos advenedizos representan junto al fondo primitivo, prehistórico, una proporción mucho menor de lo que nos figuramos, débiles capas de aluvión sobre densa roca viva.”

Y al fondo de este retrato con distintos coloridos, un país con ciudadanos que aborrecían su condición de seres libres y que gritaron “vivan las caenas” para recibir al Rey felón en Madrid a su llegada del destierro en Francia en 1813 quitando de su carroza a los caballos para tirar de ella, celebrando su servidumbre con gran regocijo, por renunciar a sus derechos soberanos que habían conseguido con gran esfuerzo los liberales españoles.

Hoy hemos cambiado a Fernando VII por José Luis Rodríguez Zapatero, al que como una momia arrastran las muchedumbres que le apoyan desde la ignorancia y la irracionalidad como si fuera un faraón de otra época gritando de nuevo “vivan las caenas”. Hay una porción de españoles que no quieren ni saben ser libres. No hay libertad cuando se elige la esclavitud.

Mi pregunta es cruel e intencionada: ¿cómo se puede hacer una democracia con esclavos mentales?, y la respuesta clara: de ninguna forma, por que la democracia solo se puede hacer con seres humanos libres y en España no todos lo pueden ser, ni tampoco quieren serlo, y cada vez menos, porque desde el Estado se crean más y más dependencias.

Mala cosa, cuando el pueblo teme a la libertad no puede aspirar a la democracia, está condenado a la demagogia de sus gobernantes sin remedio. En España no hay una auténtica democracia, sino su degeneración entre la oclocracia, tiranía que se apoya en la muchedumbre contra el pueblo y la behetría, que es la libertad de poder escoger amo.

Biante de Priena

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