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lunes, 2 de junio de 2014

Entre la oligarquía de la Casta y la oclocracia de Podemos



"Nada se ha visto más ridículo desde que Calígula nombró cónsul a su caballo" Anónimo

Tras las últimas elecciones europeas estamos asistiendo a un fenómeno singular en la política de este país, la lucha encarnizada entre una oligarquía de poder estatal que ha perdido más de cinco millones de votos, formada por el PSOE y el PP, que junto a los partidos nacionalistas afianzados en el poder en diversas autonomías PNV, CIU, CC, junto a la izquierda plural, que en sí conforma un antiguo régimen, una auténtica casta partidaria amparada en su manipulación de los recursos institucionales, mediáticos y judiciales, se enfrenta en su lucha por el poder, a una congregación de fuerzas políticas emergentes, con un discurso alternativo, que van desde la moderación de UPyD y Ciudadanos, hasta el radicalismo bolivariano de Podemos, y los nacionalismos de izquierda y extrema izquierda, de ERC, Bildu, Anova, CUP, BNG, Equo y otras formaciones, que aspiran a convertirse en un nuevo régimen.

A pesar del ruido mediático que nos ofrecen cada día estas formaciones políticas, en realidad sólo representan un 42 % del electorado, pues un 58 % de los convocados a urnas en las pasadas elecciones, se abstuvieron, votaron en blanco o nulo. Se puede decir, por tanto, que la mayoría de los españoles con derecho a voto, se agrupan en una mayoría silenciada y silenciosa, algo que olvidan cada día tanto los de la Casta, como los de Podemos, en esa dictadura que concede más peso mediático al votante partidario, que al ausente del escenario, independientemente de que todos contribuyen con sus impuestos a  mantener el espectáculo del que algunos viven y que otros sufragan, a pesar de no ser representados por ninguno.

Todavía no he visto en un medio de comunicación relevante de este país una entrevista a un abstencionista, votante en blanco o votante nulo, mientras que se han visto miles de entrevistas en todos los medios de comunicación a los representantes de todos los partidos, en particular los más novedosos, porque los habituales salen todos los días.

La ficción con la que nos hacen comulgar cada día tanto los miembros de la oligarquía de la casta, detentadora del poder durante las últimas décadas, como la de algunas fuerzas emergentes como Podemos, en su simulacro revolucionario, dispuesto a tomar el poder para imponer su totalitarismo como alternativa, es una consecuencia de la falta de respeto de los medios de comunicación de este país por la democracia, pues mostrar sin interrupción a los representantes de la minoría de los españoles que acudieron a las urnas, para ocultar a la mayoría  que no eligió ni casta, ni oclocracia y se quedó en casa, es deformar la realidad de manera burda y perniciosa.

Lo que está claro es que ni sumando la casta y la oclocracia se puede decir que esté representada la mayoría de los españoles, habiendo entrado nuestra democracia en una fórmula extravagante de sufragio censitario, en el que sólo obtienen representación los que comulgan con las ruedas de molino de una casta corrupta o la casta cómplice que aspira a sustituirla, y por otro lado, los que comulgan con el totalitarismo bolivariano y los nacionalismos radicales que aspiran a la secesión inconstitucional de diversas comunidades autonómicas de este país, que como ayer se mostró en este blog, van de la mano.

La supremacía del ridículo es el espectáculo que nos ofrecen, unos y otros, cuando en su conjunto no llegan a representar más que al 42 % de los españoles en unas Elecciones Europeas, que nada tienen que ver con el poder real, con la gobernabilidad estatal, autonómica o municipal en este país.

Hace cuatro años lancé la hipótesis de que la degeneración de la extravagante política de poder ejercida durante los gobiernos de Rodríguez Zapatero, desde el sectarismo más infame, el sometimiento institucional al poder político partidario y la irracionalidad más ignominiosa en la gestión de los asuntos públicos, fuente de todas las corrupciones, junto con la inexistente oposición de Mariano Rajoy que por aquel tiempo leía El Marca y paseaba a la niña, no sólo nos llevaría a la mayor crisis económica, política e institucional de la democracia, sino que traería como consecuencia una oclocracia cultivada con esmero por los usurpadores de la democracia que conformaban la casta por entonces, además de numerosos problemas constitucionales con los nacionalismos, que imponen su propia ley en una impunidad insólita, contra la Constitución vigente y el sentido común de un país que se viene desmoronando desde hace una década, desangrándose de legitimidad desde aquel atentado del 11-M que sirvió para imponer un régimen degenerado y degenerante, con un gobierno de alondras y una oposición de pingüinos.

Si un 58 % de los españoles no han votado por ningún partido, de los que dicen representarnos en el circo de poder que se han montado los partidos políticos, los viejos y los nuevos, soy de los que piensa que la democracia sigue a salvo en este país, y al mismo tiempo, que lo que acusan todos los partidos políticos que han obtenido representación en estas elecciones europeas, es una carencia de legitimidad absoluta, por ser una minoría, que tratan de ocultar haciendo mucho ruido, de forma histérica algunos y de forma ascética, otros.

A mí, personalmente, no me representan ni los romanos, ni los bárbaros, en esta caída del imperio todo a cien que se han montado, ni a mí, ni supongo que al 58 % de electores que les hemos dado la espalda en estas elecciones, que a lo que aspiramos es a que se juzgue a los corruptos de la casta y se impida la llegada de los totalitarios a cualquier cuota de poder, aunque esto no les guste, les recuerdo que somos mayoría los que no les hemos apoyado, y ninguno realmente nos representa.

Es hora de pasar página y dejar atrás a los que nos han defraudado y a los que nos quieren convertir en súbditos de la memoria de Hugo Chávez, a ver si empiezan a comportarse como demócratas, y dejan de atribuirse la representatividad que democráticamente no les corresponde y la legitimidad de la que carecen, con armar jaleo y dar la lata, van a seguir sin tener ni representatividad, ni legitimidad, para hacer algo diferente a lo que se encuentra establecido con claridad en la Constitución Española de 1978. 

Seguiremos esperando pacientemente que ambas facciones, la detentadora y la aspirante, recobren el sentido común que han perdido, a ver si así logramos tener en este país algo que recuerde a una democracia y no a un espectáculo circense, de  payasos, gladiadores,  fieras y sacrificios.


Enrique Suárez

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