"Una nación es un resultado, nunca un propósito" Max Weber
Los problemas políticos que acucian el porvenir de la nación
española no provienen de realidades disgregadoras o sensibilidades confrontadas,
sino más bien de la ignorancia irredenta de los interlocutores que han
establecido el mapa cognitivo de la realidad en función de sus emociones e
intereses y no de la razón necesaria y suficiente, para alcanzar un lenguaje
compartido. El error, la confusión, la mentira y las ilusiones han contribuido
a crear un escenario imposible para el acuerdo y la superación de las
disquisiciones. El problema entre España y Cataluña o España y el País Vasco,
antes que cualquier motivación real, tiene un origen semántico.
Los nacionalismos catalán o vasco, tienen entre sus aspiraciones
crear en Cataluña o Euskadi nuevas naciones, cometen un grave error de partida:
para ser naciones, deben suprimir la existencia de la nación española y al
mismo tiempo, la pertenencia histórica
de sus comunidades a la nación española. Si la segunda es extremadamente difícil, la primera es imposible sin el concurso de todos los españoles en un referendum.
En el ideario nacionalista catalán o vasco, ser españoles es
una imposición obligada por la fuerza de una nación fuerte sobre naciones
débiles, sin duda un colonialismo. Difícil aventura la que se proponen, cuando
en la historia de España no hay espacio, ni tiempo desde hace muchos siglos en
que Cataluña o Euskadi hayan sido algo diferente a lo que España representa.
La pregunta que debemos hacernos los españoles es la siguiente, ¿si para catalanes y vascos ser españoles es una imposición, ¿qué sería entonces para los españoles dejar de serlo porque se les antojara a una minoría estridente formada por unos vendedores de humo y coacciones interesadas?. ¿Acaso ser vasco o catalán concede más derechos que a cualquier otro español para poder determinar lo que los españoles debemos ser para que los secesionistas se sientan felices?
Por la misma razón, los gitanos, los rumanos, los ecuatorianos, los marroquíes o los alemanes o ingleses que habitan en nuestro país, o cualquier comunidad del facebook, o los jugadores de petanca, o de mus, podrían declararse naciones independientes, posiblemente con muchos más motivos y crear un Estado plasmático implantado en ningún sitio, dentro de la confederación del País de Nunca Jamás que se quieren inventar los guionistas del futuro a la carta de sus privilegios. ¿O tienen acaso menos derecho cualquiera de ellos que los catalanes y vascos?
Enrique Suárez