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jueves, 9 de febrero de 2012

En nombre del Rey...

Piensa por ti mismo

Reflexiones sobre la inexistente democracia en los partidos políticos españoles


"La mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio junto a nosotros." Tom Paine

Quizás el elemento más pernicioso para resolver la crisis general (económica, política, institucional, cultural, moral) que atravesamos en nuestro país sea la deleznable formación y cualificación de buena parte de nuestros representantes políticos. No en vano, la utilización de la política como palanca social para acceder a órganos de poder que jamás hubieran alcanzado sin hacer trampas, sin buscar los atajos de los edecanes, sin haber demostrado mérito alguno más que “estar” y no ser, es, posiblemente, el germen de todos nuestros males.

Cuando un inepto alcanza una posición de poder, tiene, desde entonces, como objetivo máximo perpetuarse en él, por lo que a partir de entonces se convierte en un enemigo de la democracia, pero también de la libertad, de la competición justa, de la equidad. Alcanzado el privilegio, es difícil que se desprenda del mismo, siguiendo la estrategia de la garrapata, que consiste en aferrarse al ser que lo alimenta, en este caso el partido político que le permite el acceso al erario público y a sus privilegios y beneficios. Los “trepas” se caracterizarán a partir de ese momento por hacer cualquier cosa y utilizar cualquier medio para apartar a los que pudieran desplazarlos de su posición de poder.

La burocracia impide la democracia

Los partidos políticos son organizaciones burocráticas perfectamente estudiadas desde hace muchas décadas, que facilitan el parasitismo y la incrustación de auténticos comensales en la urdimbre del poder. En los partidos políticos españoles se produce una selección negativa para ascender en la jerarquía, siempre autoritaria, que confiere estructura a la organización. Así podemos observar en lo más alto de las cúpulas de los partidos políticos a gente que no reúne otra cualificación más que la lealtad inquebrantable al líder, su asentimiento acrítico a todo lo que se dice y hace ("verdad oficial"), que nunca ha dado muestras de su capacidad y que al contrario, si ha dado en muchas ocasiones ejemplo de lo que no debe ser un representante de los demás. No es extraño que en estas condiciones, algunos ejemplares de la especie presenten curricula inflados, que otros participen en casos de corrupción, que los aparatos conformen su falange particular orientada al control de las bases más que al desarrollo de la democracia.

Todos estas reglas implícitas de funcionamiento en los partidos políticos generan una élite, bien estudiada por Robert Michels en su “Ley de hierro de la oligarquía” que al final es la que guía, contra la democracia, su funcionamiento. Se antepone liderazgo a democracia, más que por el líder habitualmente por sus delegados; se incrementa la burocratización, lo que conduce a la creación de un “trust de oligarcas” que acceden a la información real sobre lo que ocurre en el seno del partido y que toman las decisiones, a su criterio, con dos fines inextricablemente unidos: incrementar el poder del partido y al mismo tiempo, su poder dentro del partido.

La estigmatización del rival

Se antepone artificialmente la eficiencia a la democracia interna, considerando que la democracia interna es un artefacto que impide la acción eficaz, en redundancia de un mayor y más poderoso liderazgo y logros de la organización (una ilusión urdida en su interés). Las masas, las bases, aceptan el liderazgo frente a la democracia, porque confían en el líder y sus decisiones, y van resolviendo las incongruencias con más dosis de fidelidad y lealtad, porque la oligarquía reinante siembra la especie de que todos los que cuestionan sus decisiones, en un prodigio de falacia, en realidad rechazan al líder, cuando lo que realmente están rechazando es la disonancia existente entre los mensajes de líder y su usurpación por aquellos que le rodean, en su propio beneficio, y a pesar del perjuicio que eso pueda organizar a su formación política.

Durante este proceso de eliminación de competidores, surge la “estigmatización” de aquellos que osan rebelarse contra el discurrir de los acontecimientos decididos por la oligarquía. Cualquier crítica, se convierte en una amenaza a la unidad y la supervivencia de la formación política, cualquier crítico en un enemigo, cualquier discrepancia en una agresión, cualquier disensión en una insidia. Se niega todo lo que pueda poner en duda el "status quo" establecido. La dicotomía que se establece entre los que se benefician y los que discrepan, termina generando un ambiente de crispación, que se cultiva con la censura de toda voz discrepante y la eliminación de toda crítica. Establecidos dos bandos de forma artificial, es fácil desde entonces enfrentarlos para distraer a ambos de la auténtica distorsión que proviene de los que los han creado.

Una de las formas más dramáticas de engaño es la que transmite de una forma subrepticia que todo lo que se hace es una orden directa, jamás pronunciada, ni constatada, del líder. De tal forma que se logra lo que necesita la élite para “concienciar” a las bases de su legitimación. Creado el fantasmagórico enfrentamiento entre las bases, con dos grupos "ad hoc", los que asienten a todo y los que discrepan con todo, sólo queda incrementar la presión para lograr la fractura, y de esa forma crear con la sección no discrepante, una numantina resistencia para defender la organización, al líder y el futuro de la formación política (en realidad, la posición de privilegio de la oligarquía). No en vano, una magnífica representación de la oclocracia descrita por Polibio como degeneración de la democracia, que consiste en una muchedumbre engañada (ambiciosa o ingénua) que defiende una tiranía, pudiendo creer que está protegiendo la democracia, la continuidad de su líder o la fortaleza de su formación política.

El mensaje es claro: hay que unirse frente a los discrepantes, que al fin y al cabo, de lo que discrepan no es del líder, ni de la formación, sino de la manipulación a que están siendo sometidos por la oligarquía. Así toda organización política termina siendo dirigida por una élite, que más que funcionar por criterios democráticos, lo hace convirtiéndose en una nueva aristocracia distinguida, que divide la formación política entre los de arriba, que dan órdenes y los de abajo, que las obedecen

¿Michels o Max Weber?

Hace tiempo que Max Weber dejó escrito que las formaciones políticas no se pueden hacer fuera del hombre, recordando a Protágoras y su homo mensura. Toda formación política, remeda las características de quienes la forman. Son las ideas, valores, intereses, y creencias de los hombres las variables sobre las que se construye la política, no la política la que conforma las ideas de los hombres, en todo caso, las deforma.

Max Weber, sin duda, es el investigador que más ha estudiado el desarrollo de las organizaciones burocráticas, como los partidos políticos, y al contrario que Michels que atribuye a los intereses personales de la élite la distorsión de la democracia, considera que es en la propia organización donde radica el origen de las distorsiones.

El filósofo que fue compañero de Einstein en el primer partido transversal creado en Alemania, prefiere atribuir al propio proceso de organización el desarrollo de sus perversiones, al respecto merece reseñarse la frase en la que mejor describe “la deshumanización” de los que participan en la organización partidaria: “cualquiera que desee intervenir en la política en este mundo, ha de estar por encima de todo desprovisto de ilusiones”. Entre estas ilusiones figura, según Weber, la de pensar que la política es una actividad moral: “quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca lo bueno, y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario”.

Recientemente se ha celebrado en Sevilla el 38º Congreso del PSOE, en el que se ha podido observar el proceso señalado en su plenitud, no muy distinto del acontecido en el Congreso de Valencia del PP que convirtió a Rajoy en líder supremo e incuestionable de su partido. Ejemplos de la eliminación de rivales por parte de la élite con el beneplácito del líder fue la no integración del equipo de Carmen Chacón en el comité ejecutivo del PSOE o la no designación de Francisco Álvarez Cascos como candidato por el PP de Asturias, a pesar del apoyo mayoritario recibido por las bases del PP de esta comunidad.

Mientras en nuestro país no se realice una selección rigurosa de los que detentan el poder en los partidos políticos, difícilmente se podrá alcanzar el criterio que permita que los comportamientos democráticos sobresalgan sobre la parafernalia demagógica realmente existente.

Enrique Suárez

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