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sábado, 21 de abril de 2007

El Spot de la Ciudadana Puta

Haz click sobre este enlace y verás el vídeo con el spot + la intervención completa de Esperanza García en la Presentación de las Candidaturas, esta mañana, en Barcelona.




Este es el discutido anuncio de Ciutadans - Ciudadanos para la campaña de las próximas elecciones municipales. La polémica se centra, esencialmente, en que aparece una prostituta diciendo -en catalán- yo soy tu candidata; cuando el Partido, de momento, no tiene una política definida hacia el problema de la prostitución; pero de igual manera que tampoco ha hecho nada por los niños inmersionados, y, al menos que se sepa, por absolutamente nadie, excepto por los amigos y familiares de sus dirigentes. En resumen: polémica facilona generada con la esperanza de arañar votos que tendrían que llegar a raudales si se trabajara bien. Lamentablemente, sólo se observa una absoluta parálisis, ninguna idea a desarrollar, y nula repercusión en la sociedad.

L´ Europe c´est moi

Francia se recrea mañana en la primera vuelta de las presidenciales y de los electores franceses dependerá, una vez más, el modelo posible de la Unión Europea.

Los electores franceses son extraordinariamente pragmáticos, aunque agradecen los esfuerzos que hacen sus políticos por apasionarlos. Lo demostraron en el referéndum de la Constitución Europea, elaborada por el Presidente de la Convención, Valerie Giscard d´ Estaing, que también había sido su máximo dignatario, y al que estamparon un no lapidario en su biografía, y de paso recordaron a los europeos que no hay que comprar todo lo que venden los políticos, no como en España.


Así son los franceses, temerosos del porvenir pero temerarios con su pasado, del que tratan de distanciarse para permanecer instalados en la modernidad política. A nuestros vecinos galos les aterroriza ser convencionales, como los belgas o los alemanes, pero también extravagantes como los italianos. Se miden con los ingleses por las definiciones de los conceptos políticos y su aplicación en la sociedad.

Los franceses se consideran más ciudadanos que todos los demás europeos, y consideran que la Revolución Francesa de 1789 ha sido la única existente en la defensa de los valores civiles. Se olvidan siempre de que Cromwell en 1648, ciento cincuenta años antes, consiguió ejecutar democráticamente a un rey en la Torre de Londres. Y también se olvidan que los Estados Unidos de América firmaron su declaración de Independencia en 1776, y los españoles, en su sempiterno amagar sin dar, no ejecutaron al Rey, pero le desposeyeron en 1812 en las Cortes de Cádiz de sus poderes soberanos.

Que nadie le diga a un francés algo sobre la libertad, la igualdad, o la independencia, porque siguen pensando que ellos han sido los inventores del orden político moderno en Occidente, y además se sienten imbuidos de la responsabilidad de preservar su criterio ecuánime y ecuménico como el más puro entre las democracias occidentales.

Es cierto que las aportaciones de algunos de sus más reconocidos politólogos, han sido aprovechadas por todos: el equilibrio de poderes de Montesquieu, la voluntad general expuesta en El Contrato Social de Rousseau, o el concepto de la tolerancia como elemento indispensable de la convivencia elaborado por Voltaire.

Sin embargo, y a pesar de sus producciones políticas, no se puede establecer sin pecar de chauvinismo, la ilusión en la que viven nuestros vecinos cuando piensan que la democracia como sistema de gobierno surge en Grecia, pero solo concluye su desarrollo y se consolida en Francia. Napoleón pensaba lo mismo sobre el orden, pero partiendo en esta ocasión del ancestro romano.

LAS ELECCIONES DE MAÑANA

En estos tiempos de remodelación cultural y opulencia aparente, los franceses están más divididos que en otras ocasiones, porque se han mezclado las ofertas políticas y los intereses sociales de forma transversal; las encuestas no acaban de determinar la dirección última de los votos, nadie se atreve a decir quien será el próximo presidente de Francia, pero mañana en la primera vuelta del proceso quedará sin duda determinado.

Solo hay una variable a discernir, que consiste en saber que hará la izquierda francesa. La derecha se agrupará en torno a Sarkozy, dejando claro que Le Pen existe, pero los votantes de la izquierda no se sabe realmente lo que harán.

Francia no es España, y la candidata Royal, recogerá votos de las mujeres, de los jóvenes, de los funcionarios, pero debido a su intrascendencia no serán demasiados, y eso que a los franceses les encanta la frivolidad, pero en los espectáculos, no en la política.

Las opciones más a la izquierda están como siempre muy fraccionadas, y recogerán ese porcentaje testimonial de votos que siempre impide a los socialistas estar seguros de que pasarán a la segunda vuelta.

Y tenemos a Bayrou, y su transversalismo rústico-elitista, que representa los valores de la Francia tradicional, y la necesidad de un cambio fundamental de las formas de hacer política. Sus propuestas se podrían resumir en algo que les encanta a los franceses: vamos a hacer cambios, pero con la cabeza, no con los pies, con los pies se juega al futbol. Eso le proporcionará muchos votos, y posiblemente haya gente de izquierdas que viendo las inconsecuencias de la candidata socialista, desplacen su voto hacia el centrismo transversal y abierto del único candidato que sabe ordeñar una vaca, y le puede dar una bofetada en público a un mozalbete tostado que le hurga en los bolsillos, sin siquiera sonrojarse.

Este es el escenario en el que mañana se debatirá el futuro de Francia y el de Europa. Resulta evidente que mis simpatías recaen sobre Bayrou, y creo que va a derrotar este domingo a la candidata socialista. Sin embargo, también estoy seguro de que si así sucede, la socialdemocracia europea va a recibir el mayor varapalo de su historia, y quizás sea lo mejor para Europa y su futuro, porque esta orientación política tras la caida del muro se ha perdido en la rosa de los vientos.

En la primera vuelta, los franceses menos conservadores elegirán entre Bayrou y Royal, por el criterio de quien de los dos podrá representar mejor el aserto de La France c´est moi, y Bayrou le saca cabeza y cuerpo a la Royal, en esta carrera.

Pero en la segunda vuelta, triunfará Sarkozy, porque los franceses cambiarán su criterio de elección, en la pretensión de que su país lidere la Europa del mañana inmediato. Y en estas circunstancias, Sarkozy le lleva mucha ventaja a Bayrou que es demasiado francés, o a la Royal, que es demasiado de ningún sitio. El candidato de la UPM es hijo de la nueva Europa, la de la inmigración, pero también la de "Francia tierra de acogida"; con orígenes húngaros, griegos, sefardíes, y un pasado familiar anticomunista y antiislamista, casado con una española y sabiendo mantener el tipo.

Vivimos en la actualidad un progreso regresivo, que recupera algunas cosas del pasado, y con el fenómeno de la inmigración, es mucho más importante alguien que lo conozca, que alguien que lo tema. Las antiguas monarquías europeas buscaban con los enlaces matrimoniales de sus miembros una paz duradera. A Sarkozy nadie le podrá negar su origen diverso, y su orgullo por ser francés, al mismo tiempo, esto halaga los sentimientos patrióticos de sus electores. Le grandeur siempre se hizo a expensas de legiones extranjeras.

Le Pen, un hombre inteligente, se ha encargado de hacerle la campaña electoral a Sarkozy, diciendo que si él presidiera Francia, el candidato de la derecha no podría presentarse a las elecciones. Eso no le ha quitado ni un voto a Le Pen, tampoco le ha dado ninguno, pero a Sarkozy posiblemente le haya procurado millones. Le Pen lo ha hecho con toda la intención. Tampoco Édith Piaf era francesa de rancia raigambre.

En la segunda vuelta, los franceses votarán al compatriota que mejor pueda representar la frase con la que se inicia y concluye este artículo: l´Europe c´est moi, o lo que es casi lo mismo en estos tiempos: La nouvelle Europe, est Sarkozy.


Erasmo de Salinas

Jornada de reflexión para franceses perplejos


Hoy “reflexionan” más de 40 millones de electores franceses, antes de votar mañana en lo que será el principio de una maratón electoral que sólo terminará en junio, pues Francia es el único país del mundo que elige a su gobierno votando cuatro veces (presidencial y legislativas a dos vueltas).

Para ser más exactos, reflexión para unos y acción para otros. Copiando lo peor de la izquierda española, el partido socialista francés, afín según parece a la jurisprudencia Rubalcaba, ha decidido en efecto transgredir las reglas del juego, pero al estilo Psoe, aparentando legalidad. Durante todo el día, miles de militantes perfectamente organizados inundarán (a título personal, obviamente, no más faltaba) buzones electrónicos, blogs y celulares con sms, consignas, eslóganes, seudoopiniones, en fin, toda esa basura entre telemática y estalinista que los españoles bien conocen desde Iraq y el 13-M.

Hace unos días, Zelig Zapatero acompañó a Segolena Zapatejá en el último mitin de campaña de la candidata socialista francesa. Fue en Toulouse, ciudad emblemática del republicanismo exiliado español. Ella es como él, atípica, con ejercicio personalizado del poder, algo iluminada, ignorante en muchos aspectos de lo que debiera ser su campo de conocimiento, advenediza y con esa estilo postmodernista repleto de radicalidad urbanosocietal, como dicen ahora.

Queriendo complacer a su compa español, instaló en el estrado una inmensa bandera española, idéntica a la que nunca usan Moncloa ni Ferraz, y todo terminó con la Marsellesa, que Segolena no canta (unos dicen que porque no se la sabe, otros que porque se las da de Marianne, en un impulso místico que la autocoloca como una semidiosa reinante sobre los pobres y vulgares mortales de la république).

En España se han comentado estas elecciones en la prensa, con mayor interés, indudablemente y como siempre, que el que demuestran los medios franceses hacia nosotros. Se han cometido errores y hasta contrasentidos donde menos los esperaba. Particular consternación ha causado en mí un artículo del Profesor Francesc de Carreras, aludiendo al final del gaullismo, con más de veinte años de retraso. Ignorando así que el gaullismo empezó a desaparecer de Francia en 1969, con la dimisión del General y el advenimiento del filotecnócrata Pompidou; el desmantelamiento se aceleró con la llegada al poder del politécnico Giscard d'Estaing en 1974, y murió definitivamente recibiendo clandestina sepultura en el aciago 1986, cuando, contraviniendo la regla de oro de la 5ª República, el delincuente Mitterrand y el amoral Chirac firmaron el infame pacto de la cohabitación.

Carreras, a continuación, comete otro error garrafal, al presentar a Bayrou como la alternativa regeneradora, en un símil implícito e indefendible con Ciutadans. Es desconocer que Bayrou es un “vieux de la vieille”, un político profesional representativo de la clase política más convencional, diputado desde hace décadas, jefe del partido UDF y ministro en varias oportunidades. Ha estado metido, objetivamente, en todas las financiaciones ocultas de los años anteriores a la reglamentación del funcionamiento de los partidos, ha estado en cohabitaciones, se ha presentado y ha votado siempre con la mayoría de centro derecha... Su deriva populista es reciente y táctica, en pos del espacio imposible del centro perdido, como Lecanuet en 1965 y Poher en 1969; quiere evitar el fracaso de sus antecesores mediante la estratagema del “que se vayan todos”, olvidando que Francia no es la Argentina, con tufillo de petainismo-lepenismo (decente) incluído: ha querido, por ejemplo, disimular que una de sus abuelas era irlandesa, pues se enorgullece de la pureza de sus orígenes bearneses y cita veinte veces al día alguna diatriba de d’Artagnan. Estos franceses de souche (Bayrou, Royal, el trotskista Besancenot), es decir de raíz, son quienes tratan un día sí y otro también al inmigrante Sarkozy (hijo de húngaro y de judía, nieto de griego, sin ninguna ascendencia francesa y casado con una biznieta española de Albéniz) de xenófobo, coincidiendo en una diagonal perversa con el fascista Le Pen, cuando éste menciona que si se hubieran cerrado las fronteras, como él pide, Sarkozy se presentaría a las elecciones en Budapest...

No se trata del fin del gaullismo, pues ninguno de los últimos cuatro presidentes lo era. Se trata, desde los acuerdos de Schengen, la adopción del euro y el NO a la constitución europea, de una encrucijada más sobre el tema identitario de los países del viejo continente, cuya resolución determinará en gran parte el devenir de nuestras sociedades.
Y como siempre, Francia enfrenta esta cuestión decisiva a su manera, fiel a su idiosincrasia histórica, a su sentido de la excepción, tan insoportable para los ingleses, desconcertante para los alemanes e incomprensible para los estudiosos españoles de hoy.

Lo peor y lo más inquietante no es lo que han dicho los candidatos mayoritarios, pues al fin y al cabo las opciones económicas y de seguridad no están tan alejadas, ya que si la izquierda gana terminará aplicando en buena parte las recetas de la derecha, más eficaces (después de un par de años de demagogia y confusión, como Mitterrand en 1981-83), y si gana la derecha colbertista de Sarkozy, la praxis será como siempre, neocentrista y estatalista.

Es mucho más significativo lo que no han dicho: su incapacidad para tratar la cuestión de la inmigración y de las tensiones socioétnicas, que crean exasperación, abstencionsimo y voto extremista en los segmentos de la población más expuestos a la inseguridad y a la precariedad. La ausencia casi absoluta de los temas internacionales en la campaña. La imposibilidad de enfrentar con valor y lucidez el desafío de la globalización.

Ni siquiera el mejor de los candidatos con posibilidades de ganar, el más voluntarioso, el mejor preparado, el más realista, es decir Nicolas Sarkozy, se ha atrevido a decirles toda la verdad a los franceses. Esa verdad que Churchill sí pronunció en 1940 ante el pueblo británico: vienen horas de sufrimiento, dolor y lágrimas.

Y es que el General y Sir Winston, precursores geniales y lúcidos atrevidos, no han dejado prole política, de forma que navegamos entre ineptos peligrosos y sin escrúpulos (Zapatero y Royal) y políticos preparados pero previsibles (Blair, Merkel, Sarkozy), cuando lo que Europa necesita es una clase política que admita su incapacidad para enfrentar lo que nos espera desde los esquemas del pasado.

Dante Pombo de Alvear, Crónicas de Calypso

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