Mucha gente se pregunta por el origen de la subida de
impuestos, los recortes y el vete tú a saber, si tendrá más relación la cosa
con el contador de nubes que dejó España como tierra quemada, con el fumador de
puros que es una auténtica calamidad o, tal vez, con la prima de riesgo, los
banqueros sin escrúpulos y las oportunidades de rescate que pastorea Ángela Merkel.
Pues lamento decir que todos se equivocan, todos nuestros
males correlacionan directamente con el incremento del valor social añadido,
ya, ya sé que será la primera vez que lo leen,
pero no es extraño en un país donde la censura y la intoxicación
sustituyen a la información.
El valor social añadido fue descubierto hace más de
doscientos años por un economista liberal francés, cosa rara, pero entre los
franceses jacobinos también hubo liberales, en otro tiempo, claro. No lo
denominó de esa forma, pero me he permitido actualizar la terminología a
nuestro tiempo.
El valor social añadido es como la gallina de los huevos de
oro de los gandules que viven de los demás, los “projimadores”, desde la
política, desde los sindicatos, desde la CEOE, desde un empleo público en el
que los han enchufado, desde el dolce far niente, pero cobrando. El bueno de
Bastiat, que también es célebre por diseñar el modelo de funcionamiento al que
se acoge la política española: la hipótesis del cristalero – cristalero que por
las noches se dedica, embozado, a cargarse los cristales de sus vecinos, para
tener trabajo al día siguiente y mostrar la necesidad de su presencia en el
barrio (se podría aplicar a cualquier sindicalista con el paro)-, nos relató en un pequeño opúsculo -40 páginas, les dejo enlace-
titulado lo que se ve y lo que no se ve, el origen de todos nuestros problemas.
Se lo explico de forma abreviada, quien quiera saber más que
lea el librito, imagínense que un comerciante con 1.000 euros quiere invertir
en hacer una acequia en un campo de su propiedad del que viven muchos campesinos de forma
miserable, si encarga directamente ese trabajo al contratista, le saldría por
900 euros, todavía le sobrarían 100 euros, sin embargo, como vive en un país civilizado,
se ve obligado a solicitar permisos,
paga tasas, impuestos, corrupciones, diseños, y cuando compra el material tiene
que pagar los impuestos y a su vez, los precios elevados de una economía de
estado (y empresarios apesebrados por el valor social añadido) que no resulta competitiva.
Resultado: el proyecto de acequia se queda sin hacer, porque la final le saldría por 10.000 euros y solo disponía de 1.000 euros y todos los demás se quedan sin los 1.000 euros que podrían haber aliviado, de hacerse productivos en la acequia, las miserias inveteradas de los campesinos e incrementado las ganancias del comerciante y en general de toda la sociedad. El diferencial entre los 900 euros que le costaría la acequia en una economía de mercado y los 10.000 euros que le costaría en una economía intervenida por el Estado, es, precisamente, el valor social añadido, del que vive mucha gente, haciendo que hace, aunque en realidad, nada productivo, más que para ellos, porque ellos sí se benefician, mientras el resto de la sociedad sale perjudicada.
Resultado: el proyecto de acequia se queda sin hacer, porque la final le saldría por 10.000 euros y solo disponía de 1.000 euros y todos los demás se quedan sin los 1.000 euros que podrían haber aliviado, de hacerse productivos en la acequia, las miserias inveteradas de los campesinos e incrementado las ganancias del comerciante y en general de toda la sociedad. El diferencial entre los 900 euros que le costaría la acequia en una economía de mercado y los 10.000 euros que le costaría en una economía intervenida por el Estado, es, precisamente, el valor social añadido, del que vive mucha gente, haciendo que hace, aunque en realidad, nada productivo, más que para ellos, porque ellos sí se benefician, mientras el resto de la sociedad sale perjudicada.
El problema al que nos enfrentamos es que ante la inflación
social –todos los parásitos públicos y privados que viven sin pegar palo al agua- la economía se
acaba deteniendo y el comerciante se guarda los 1.000 euros por si vienen mal
dadas, pero los campesinos siguen en la miseria, mientras que los trabajadores
públicos siguen viviendo magníficamente y además con menos trabajo cada día
porque ya no va quedando nada que hacer.
El valor social añadido es interesante, porque permite vivir
a muchos mangantes de los que no lo son, fíjense ustedes que de los 1.000 euros que no se invirtieron, si se
hubieran invertido en un sistema como el español, tendríamos que los ministros
podrían comer mejor, los sindicalistas seguir en la lucha, los empleados
públicos enchufados mantener su trabajo, los corruptos repartirse dividendos,
los políticos hacer cohechos y prevaricaciones, los periodistas comiendo del pesebre, los jueces de mirar a otro lado y los banqueros sacando tajada
con todos ellos, como el comerciante no mueve los mil euros todos corren el
riesgo de irse a la mierda, y así está bien, tanta avaricia acaba rompiendo el
saco.
El único valor social añadido que tenemos en es te país es el
de mantener a los miserables que viven de nosotros a cuerpo de rey, porque
aquellos que, supuestamente, eran los destinatarios de los beneficios sociales,
cada día están pasándolas peor, porque está claro, los que están en el poder
viviendo del momio son los últimos en abandonar el barco y en dejar recibir sus inmerecidos beneficios: hay que echarlos de lo público como
a las ratas.
Y ahora coges un carrito y lo paseas por alguna manifa de esas que tanto les gustan a los "projimadores" antes de que acaben con todo.
Y ahora coges un carrito y lo paseas por alguna manifa de esas que tanto les gustan a los "projimadores" antes de que acaben con todo.
Enrique Suárez