Los problemas de corrupción política siempre se resuelven peor
cuando se está en el poder, formando Gobierno, porque las sospechas de la gente
se incendian con el acceso al dinero
público, pero alcanzan proporciones de catástrofe cuando los hechos ocurren en
medio de una crisis económica, política e institucional galopante como la que
se está viviendo en España; cuando además,
el Gobierno ha subido los impuestos, ha hecho recortes, y además, ha tratado de
pasar página sobre la debacle organizada por su predecesor (la clemencia que ha
mostrado con el PSOE, ha sido una tiranía con los españoles, que han visto su
protección del rival político, a pesar de haber cometido inestimables tropelías,
como un acuerdo de no agresión espaldas
de los ciudadanos), o ha convertido al pueblo español en más endeudado por temas tan nefandos como los de las Cajas
de Ahorros.
Cierto es que el PP no es el único partido sospechoso de
corrupción en este país, sólo el caso de los ERE de Andalucía se eleva a los
mil millones de euros en sus imputaciones y recientemente hemos visto la
tragicomedia catalana en su máximo esplendor. Pero en esta ocasión, de poco importa lo que
han hecho los demás, porque al estar en el gobierno no puede quedarse sin hacer
nada y el problema fundamental es que todo lo que haga, tampoco va a devolver
la confianza de los ciudadanos en los partidos políticos.
Recientemente en una encuesta de El País, un 95 % de los
entrevistados decían que los partidos políticos en España trataban de ocultar
la corrupción política, en vez de perseguirla y un 92 % que la justicia no era
capaz de resolver los problemas de corrupción política, fundamentalmente por
falta de voluntad, y también por diversas injerencias del poder político en sus
tareas. Hoy mismo, el Fiscal General del Estado ha dicho que no tolerará
injerencia alguna del poder político en las funciones que le corresponden a su
ministerio, saliendo de pronto de la ceguera que había caracterizado su
andadura hasta ahora.
Pero sin duda, el mayor escollo que presenta Mariano Rajoy es
el de haber permanecido ajeno a lo acontecido en el PP después de haber estado
en la cúpula del partido desde 1990 hasta ahora, ininterrumpidamente. De 1990 a
2003 fue vicesecretario general; de 2003 a 2004, secretario general; de 2004
hasta hoy Presidente del PP, pero lo peor del caso es que tras ser presidente
mantuvo a Bárcenas de gerente del partido de 2004 hasta 2008, y en 2008 lo
nombró tesorero. Independientemente del origen de los fondos de Bárcenas, si
tuvieran alguna relación con el PP, Rajoy no puede ser ajeno a su gestión, pues
habría demostrado una incompetencia supina en la vigilancia y control de sus
subordinados, además, en una época en que no había tareas de Gobierno. En este
caso, como ha argüido, con toda la razón, con su predecesor Rodríguez Zapatero,
no podrá alegar que ha sido la herencia recibida, porque él ha sido
administrador principal de esa herencia.
En realidad todas las acciones que está acometiendo forzado
por la situación – ¿por qué no lo hizo antes?- son intentos desesperados de
salvar su propia situación personal, con auditorías internas y externas, con
propuestas de pactos a los demás partidos, con respuestas esquivas a los
periodistas, con búsqueda de chivos expiatorios, con interposición de otros
miembros de su partido, con amenazas a los medios de comunicación que informen sobre la corrupción en su partido. No creo que se haya dado cuenta de que una enorme
espada de Damocles cuelga sobre su cabeza, sujetada por sus más vapuleados
adversarios en el partido o fuera de él: Esperanza Aguirre, Álvarez Cascos,
Luis Bárcenas. Entre el “caiga quien caiga” de Aguirre y el “cada uno que
aguante su vela” de Cospedal –que según Estrella Digital habría tenido algo que ver con la filtración a El Mundo de determinados detalles sobre este asunto-
hay un ejército de amenazas rampantes que convergen en el Presidente del Gobierno.
Sin duda lo que acontece en el PP es una descarnada lucha por
el poder, pero también una venganza de los apartados y apestados por Mariano
Rajoy en su día dentro de su partido. Hace unos meses advertimos en este blog que si Mariano Rajoy no se daba prisa,
podría acabar en la cárcel. La suerte que ha tenido es que ha coincidido con
las horas más bajas del PSOE. También se dijo en su día en este blog tras la debacle del PSOE acontecería la del PP, por haber cometido el grave error de
aceptar lo que le dejaron sobre la mesa sus rivales del PSOE como un cúmulo de
errores y no como una depravada devastación de los recursos públicos y un
abismo de corrupción insondable, algo que se hubiera resuelto con una Auditoría
general del Estado y las instituciones autonómicas españolas. Y por último,
se propuso febrero de 2013, como un mes culminante para la política española,
en el que se produciría un cambio radical de gobierno e incluso, la dimisión de
Mariano Rajoy (que ya se había pedido en este blog antes de concluir 2011)
Ahora es ya demasiado tarde para las propuestas,
cualquier solución que se disponga desde el poder será rechazada por la opinión
pública. Los políticos de los principales partidos españoles todavía no se han
dado cuenta de que si ellos son el mayor problema de corrupción para los españoles, de ninguna
forma pueden convertirse en la solución, por muchas mutaciones, disfraces, promesas y
representaciones teatrales que nos ofrezcan. La gente ya no traga.
Enrique Suárez