La singularidad de nuestro país es reconocida internacionalmente desde aquel eslogan pretérito del “Spain is diferent”. Y no resulta extraño, pues a comienzos del siglo XX, España era considerada por los ingleses, franceses y alemanes como un escenario social exótico y primitivo, y sus gentes fueron estudiadas con el mismo rigor que las tribus africanas.
Entre otras muchas cosas, nuestro país se distingue de otros en su entorno cultural, por contener a los intelectuales más antipatriotas de la Civilización Occidental. En España, un intelectual común siempre ha escrito diez veces más sobre lo que nos separa que sobre lo que realmente nos une, promoviendo lo que nos diferencia antes que lo que nos vincula, deconstruyendo lo que realmente existe de forma permanente, elevando a categoría taxonómica la maledicencia nacional.
Desde el desastre del 98, la intelectualidad española ha permanecido acomplejada con honrosas excepciones como Machado, Unamuno, Ortega y Gasset, Marañón, Giner de los Rios, o Gustavo Bueno. La Institución Libre de Enseñanza fue el baluarte que intentó dotar a nuestro país de sentido y dirección.
Pero la guerra civil, los cuarenta años de franquismo y los treinta años de democracia saboteada por los nacionalismos, han logrado impedir el propósito de aquel elenco de patriotas en la modernización y determinación última de la idiosincrasia de nuestro país, completando su representación semántica.
Hay demasiada desidia en la defensa de los valores nacionales por parte de los augustos cronistas del presente, posiblemente como reacción al nacional-catolicismo del franquismo cuartelero. En nuestro país, los intelectuales siempre han sido más antifranquistas que otra cosa, y todavía lo siguen siendo.
En la desequilibrada balanza que relaciona razón y poder, hay dos categorías de intelectuales en España: la cofradía del pesebre, que vive de las migajas del partido-gobierno correspondiente que subvenciona su arte, con un discurso mantenido en la defensa de los intereses de sus patrones respectivos; y la cofradía de la indeterminación, que vive en un transido nihilismo, legión sartriana postmoderna que niega cualquier realidad, para no afirmar más que su libertad de criticar todo lo existente, que además suele coincidir con un dogmatismo narcisista que pone los pelos de punta a cualquiera.
Entre ambas cofradías conforman la antiespaña de las ideas, una de las razones de que aquí no se pueda consolidar de una vez un modelo único de identificación nacional. Por eso, en circunstancias difíciles como las que está atravesando nuestro país, la anhelada luz de los intelectuales de oficio brilla por su ausencia.
Nuestra cohorte racional-nacional, más bien se dedica con ahínco a mostrarnos la inexorable complejidad de las sombras en el camino, las dificultades insoslayables en la reconstrucción de nuestra identidad nacional, para aconsejarnos a continuación la parálisis de cualquier acción que contribuya a acometer los problemas que realmente asedian la condición última de ser español
La legión de ilustres opinadores mediáticos recuerda al ejército de terracota del primer emperador Qin, bien organizado, majestuoso, solemne, y absolutamente inútil a la hora de salvaguardar el panteón cultural español, en su letárgica adinamia crespuscular.
Espada y Savater
De la cofradía nihilista destacaré dos ejemplos singulares: Arcadi Espada y Fernando Savater.
Que decir del ilustre profesor de periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, cronólogo, diletante columnista transversal, ora en El País, ora en El Mundo; cotidiano relator que nos ha deleitado durante los últimos años en su bitácora con una serie magistral de artículos gongorinos de gramática ineludible, elevando la pesquisa a categoría semiótica, y la sintaxis, a creencia y fe.
Fiel émulo de Gregory Bateson, ha contribuido con su gestión excelsa del "doble vínculo", mucho más que por su estertórea defensa del bilingüismo ,(que parece servirle exclusivamente de máscara), a incrementar la esquizofrenia de los españoles residentes en Cataluña, especialmente los adscritos a las formaciones políticas que ha auspiciado y trata de controlar en ese territorio: Ciutadans y UPyD.
Nada que ver con la ironía cabal de Albert Boadella, incontrovertible, contundente, inexorable, fundamentada en la experiencia y la sensibilidad del artista que ha vivido en carne propia la opresión del nacismo tridentino de la Generalitat. Cuanto recuerda a Quevedo en sus intervenciones públicas, el juglar indómito.
El otro ejemplo que quería destacar es el del ilustre profesor de ética en la Universidad del País Vasco, Fernando Savater, promotor intelectual de UPyD, escritor de best-seller filosóficos como la ética y la política para Amador que han contribuido posiblemente a la pedagogía racional de muchos adolescentes españoles.
El caso de Savater es más complejo; su propósito, posiblemente, sea el de pretender elevar la dialéctica política de nuestro país, superando etapas anteriores, y renunciando a la defensa de lo que hay para imbuirnos de la bondad de un estado laico, progresista y pacifista, en el que los malos dejarán de ser malos, por arte de la magia colectiva de sus desdén. Cuanto me recuerda a Zapatero en sus instrucciones.
A su favor tiene su plante ante ETA, lo que le hace ir acompañado de escolta desde hace años por ser objetivo principal de la banda terrorista, pero realmente molesta esa actitud suya tan a lo Lyotard, tan francesa, de quitarle aspereza a la realidad, para terminar informándonos de que si no vivimos en el mejor de los mundos posibles, poco nos falta, y lo que nos falta depende exclusivamente de nosotros.
Savater y Espada son dos ejemplos de la postmodernidad intelectual española, pero no de la genuina y creativa, sino de la adquirida en el sueño de la razón de otros, en ese marco de la verdad reconvertida que completa el pensamiento políticamente correcto.
Es su relativismo proselitista el que determina para muchos la hundida línea de flotación de las esperanzas de configurar una nación española sólida e inexpugnable, como fortaleza de nuestros derechos civiles, como defensa del Estado, y de esa categoría inacabada que se determina en lo español. Tengo la certeza de que si de ellos dependiera el porvenir de España nuestra nación habría dejado ya de existir, y eso realmente me preocupa, y por qué no decirlo, también me incomoda.
Y no quiero concluir sin recordar las palabras inveteradas de aquel controvertido general carlista, Ramón Cabrera y Griñó, con las que concluye su carta "A la Nación", que fueron escritas en 1875.
"Rechacemos de una vez para siempre la injuria que hacen á nuestra dignidad los que nos califican de ingobernables, y nosotros, conquistadores por tradicion y por carácter, realicemos la mayor conquista que un pueblo pueda hacer, que es triunfar de sus propias flaquezas".
Arcadi, Fernando, si no quereis contribuir a que España siga siendo lo que es, y no lo que han provocado las argucias de Zapatero y los intereses de los nacionalistas, al menos procurad ser discretos en vuestros flagrantes deslices nacionales, o declaraos siquiera cosmopolitas o patafísicos, para que se sepa realmente que vuestros objetivos forman parte de otra realidad.
Y apelo a la humildad que caracteriza vuestras intervenciones públicas para recomendaros que leais a otros que han cogido la lanza en astillero y la adarga antigua para hacer camino al andar, mientras vosotros seguís imbuídos en la disquisición metafísica del hecho circunstancial.
Biante de Priena
Entre otras muchas cosas, nuestro país se distingue de otros en su entorno cultural, por contener a los intelectuales más antipatriotas de la Civilización Occidental. En España, un intelectual común siempre ha escrito diez veces más sobre lo que nos separa que sobre lo que realmente nos une, promoviendo lo que nos diferencia antes que lo que nos vincula, deconstruyendo lo que realmente existe de forma permanente, elevando a categoría taxonómica la maledicencia nacional.
Desde el desastre del 98, la intelectualidad española ha permanecido acomplejada con honrosas excepciones como Machado, Unamuno, Ortega y Gasset, Marañón, Giner de los Rios, o Gustavo Bueno. La Institución Libre de Enseñanza fue el baluarte que intentó dotar a nuestro país de sentido y dirección.
Pero la guerra civil, los cuarenta años de franquismo y los treinta años de democracia saboteada por los nacionalismos, han logrado impedir el propósito de aquel elenco de patriotas en la modernización y determinación última de la idiosincrasia de nuestro país, completando su representación semántica.
Hay demasiada desidia en la defensa de los valores nacionales por parte de los augustos cronistas del presente, posiblemente como reacción al nacional-catolicismo del franquismo cuartelero. En nuestro país, los intelectuales siempre han sido más antifranquistas que otra cosa, y todavía lo siguen siendo.
En la desequilibrada balanza que relaciona razón y poder, hay dos categorías de intelectuales en España: la cofradía del pesebre, que vive de las migajas del partido-gobierno correspondiente que subvenciona su arte, con un discurso mantenido en la defensa de los intereses de sus patrones respectivos; y la cofradía de la indeterminación, que vive en un transido nihilismo, legión sartriana postmoderna que niega cualquier realidad, para no afirmar más que su libertad de criticar todo lo existente, que además suele coincidir con un dogmatismo narcisista que pone los pelos de punta a cualquiera.
Entre ambas cofradías conforman la antiespaña de las ideas, una de las razones de que aquí no se pueda consolidar de una vez un modelo único de identificación nacional. Por eso, en circunstancias difíciles como las que está atravesando nuestro país, la anhelada luz de los intelectuales de oficio brilla por su ausencia.
Nuestra cohorte racional-nacional, más bien se dedica con ahínco a mostrarnos la inexorable complejidad de las sombras en el camino, las dificultades insoslayables en la reconstrucción de nuestra identidad nacional, para aconsejarnos a continuación la parálisis de cualquier acción que contribuya a acometer los problemas que realmente asedian la condición última de ser español
La legión de ilustres opinadores mediáticos recuerda al ejército de terracota del primer emperador Qin, bien organizado, majestuoso, solemne, y absolutamente inútil a la hora de salvaguardar el panteón cultural español, en su letárgica adinamia crespuscular.
Espada y Savater
De la cofradía nihilista destacaré dos ejemplos singulares: Arcadi Espada y Fernando Savater.
Que decir del ilustre profesor de periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, cronólogo, diletante columnista transversal, ora en El País, ora en El Mundo; cotidiano relator que nos ha deleitado durante los últimos años en su bitácora con una serie magistral de artículos gongorinos de gramática ineludible, elevando la pesquisa a categoría semiótica, y la sintaxis, a creencia y fe.
Fiel émulo de Gregory Bateson, ha contribuido con su gestión excelsa del "doble vínculo", mucho más que por su estertórea defensa del bilingüismo ,(que parece servirle exclusivamente de máscara), a incrementar la esquizofrenia de los españoles residentes en Cataluña, especialmente los adscritos a las formaciones políticas que ha auspiciado y trata de controlar en ese territorio: Ciutadans y UPyD.
Nada que ver con la ironía cabal de Albert Boadella, incontrovertible, contundente, inexorable, fundamentada en la experiencia y la sensibilidad del artista que ha vivido en carne propia la opresión del nacismo tridentino de la Generalitat. Cuanto recuerda a Quevedo en sus intervenciones públicas, el juglar indómito.
El otro ejemplo que quería destacar es el del ilustre profesor de ética en la Universidad del País Vasco, Fernando Savater, promotor intelectual de UPyD, escritor de best-seller filosóficos como la ética y la política para Amador que han contribuido posiblemente a la pedagogía racional de muchos adolescentes españoles.
El caso de Savater es más complejo; su propósito, posiblemente, sea el de pretender elevar la dialéctica política de nuestro país, superando etapas anteriores, y renunciando a la defensa de lo que hay para imbuirnos de la bondad de un estado laico, progresista y pacifista, en el que los malos dejarán de ser malos, por arte de la magia colectiva de sus desdén. Cuanto me recuerda a Zapatero en sus instrucciones.
A su favor tiene su plante ante ETA, lo que le hace ir acompañado de escolta desde hace años por ser objetivo principal de la banda terrorista, pero realmente molesta esa actitud suya tan a lo Lyotard, tan francesa, de quitarle aspereza a la realidad, para terminar informándonos de que si no vivimos en el mejor de los mundos posibles, poco nos falta, y lo que nos falta depende exclusivamente de nosotros.
Savater y Espada son dos ejemplos de la postmodernidad intelectual española, pero no de la genuina y creativa, sino de la adquirida en el sueño de la razón de otros, en ese marco de la verdad reconvertida que completa el pensamiento políticamente correcto.
Es su relativismo proselitista el que determina para muchos la hundida línea de flotación de las esperanzas de configurar una nación española sólida e inexpugnable, como fortaleza de nuestros derechos civiles, como defensa del Estado, y de esa categoría inacabada que se determina en lo español. Tengo la certeza de que si de ellos dependiera el porvenir de España nuestra nación habría dejado ya de existir, y eso realmente me preocupa, y por qué no decirlo, también me incomoda.
Y no quiero concluir sin recordar las palabras inveteradas de aquel controvertido general carlista, Ramón Cabrera y Griñó, con las que concluye su carta "A la Nación", que fueron escritas en 1875.
"Rechacemos de una vez para siempre la injuria que hacen á nuestra dignidad los que nos califican de ingobernables, y nosotros, conquistadores por tradicion y por carácter, realicemos la mayor conquista que un pueblo pueda hacer, que es triunfar de sus propias flaquezas".
Arcadi, Fernando, si no quereis contribuir a que España siga siendo lo que es, y no lo que han provocado las argucias de Zapatero y los intereses de los nacionalistas, al menos procurad ser discretos en vuestros flagrantes deslices nacionales, o declaraos siquiera cosmopolitas o patafísicos, para que se sepa realmente que vuestros objetivos forman parte de otra realidad.
Y apelo a la humildad que caracteriza vuestras intervenciones públicas para recomendaros que leais a otros que han cogido la lanza en astillero y la adarga antigua para hacer camino al andar, mientras vosotros seguís imbuídos en la disquisición metafísica del hecho circunstancial.
Biante de Priena