Millón y medio de europeos se han reunido hoy en
París para protestar contra los crímenes cometidos por terroristas islámicos en
la capital francesa, contra doce periodistas, cinco judíos (uno era periodista)
y dos policías. Además, hay varios heridos de pronóstico diverso. Los países
occidentales se han levantado para defender la libertad de expresión ante la
acción de estos seguidores del Estado Islámico o Al Qaeda.
Parece que todo comenzó cuando los periodistas de
Charlie Hebdó decidieron publicar viñetas con la efigie de Mahoma, algo
inaceptable para un musulmán y digno de fatwa por parte de los más radicales.
Ese es el origen que se atribuye al atentado, pero en realidad también puede
tener relación con los bombardeos contra las fuerzas del califato islámico en
Siria, o la ocupación de países como Afganistán o Irak por fuerzas
occidentales.
En Occidente ha habido opiniones para todos los
gustos en cuanto a la reacción que se merecía esta ofensa a los valores
occidentales, reunidos en la libertad de expresión de unos periodistas a
publicar lo que bien les venga en gana, mientras que los musulmanes más
radicales, según los valores que defienden, consideran que esto es inadmisible
y una afrenta tan enorme a su fe que merece la ejecución. Valores contra
valores no es la cuestión a dirimir, sino más bien el derecho a decidir que
algunos se atribuyen a eliminar a otros que no piensan como ellos
La cuestión no viene de ahora, esta acción contra la
libertad comenzó públicamente –antes se hacía de forma velada- cuando los
seguidores del ISIS comenzaron a filmar como degollaban a periodistas y otros
ciudadanos occidentales, y hacerlo público en las televisiones. En aquella
ocasión no había ofensas a Alá, simplemente que los sacrificados estaban allí y
fueron ejecutados para mostrar a Occidente de lo que es capaz un talibán con
una faca cuando tiene un ciudadano occidental arrodillado y maniatado ante una
cámara, para escarmentar en los cuellos de las víctimas a todos los
occidentales que se atrevan a cuestionar la fe musulmana.
Hace
dos años escribí un artículo defendiendo
el derecho a la libertad de expresión de los periodistas de Charlie Hebdó, al mismo tiempo, que acusaba a Ban Ki-Mon,
Secretario General de la ONU de no cumplir con la defensa y proclamación de la
Carta de los Derechos Humanos de la organización que dirige, y cuestionando su
invitación a la autocensura y a no abusar de la libertad de expresión.
En realidad estamos hablando de categorías
diferentes, no es lo mismo mofarse de una creencia, que acabar con la vida de
quien lo hace. Occidente viene superando desde hace siglos el axioma clásico de
que las doctrinas están por encima de
las vidas humanas. Nos costó muchos siglos lograrlo, para retroceder ahora,
porque otros ciudadanos de este mundo prefieran vivir en cotas de civilización
más propias del siglo XVI, que del siglo XXI.
En Occidente, sin embargo, al contrario de lo que
parece que ocurre en los países musulmanes donde nadie se enfrenta a los
matones extremistas y radicales, tenemos una legión de parásitos de la
democracia, afincados en el totalitarismo, tanto por la izquierda como por la
derecha, como por opciones nacionalistas, altermundistas, o ecologistas que
comparten con los talibanes musulmanes que el
progreso consiste en retroceder, eliminar el capitalismo, acabar con el
Estado, romper con el Estado de Derecho, crear una justicia popular e imponer
sus consignas y morales a todo bicho viviente. Lo más alarmante, es que estos
enemigos de otra libertad de expresión que no sea la suya hoy se sientan en
parlamentos y representan a numerosos ciudadanos.
Todas estas opciones políticas que nos invitan a
abrazar el tercermundismo y abjurar de la libertad de expresión para aceptar
como únicas verdades las que ellos nos ofrecen, no son menos talibanes que los
del Estado Islámico o Al Qaeda, porque estarían dispuestos a exterminar
cualquier opción que no fuera la suya con tal de alcanzar el poder e imponer a
los que no piensen como ellos su sacrosanta voluntad, es decir, su creencia y
su forma particular de ver las cosas, en este grupo tenemos desde opciones como
Podemos o Syriza, hasta otras como ERC o Bildu.
Por otra parte, tenemos en España unos
representantes políticos que han abusado de su poder durante los cuarenta años
que lo han detentado en nombre de la democracia y a su pesar, auténticas
tiranías partidarias y electorales, intransigentes, excluyentes y aberrantes,
que han convertido el caciquismo, el nepotismo, el expolio de los recursos
generales en interés particular, la falta de respeto a la democracia en su
hábito y han colonizado las administraciones públicas con una casta indecente
de empleados públicos a su servicio, formados por familiares, amigos, vecinos y gente de sus respectivas sectas.
En este grupo de privilegiados, al que se ha
bautizado hace años como Casta, se encuentran todos los que han vivido a costa
del poder y la representación pública en la democracia española, unas veces
gobernando y otras en la oposición, desde el PP al PSOE, desde CIU al PNV, con
IU, C´s, UPyD y otros partidos, para hacer de comparsa, cobrando lo mismo. Su
forma de tratar a los ciudadanos como idiotas, estableciendo un sufragio censitario encubierto en el que sólo pueden ser
representantes públicos aquellos que imponen las cúpulas de los partidos para
que la gente decida entre los que otros han elegido, también es una invitación al tercermundismo, a la
farsa democrática y a la más deleznable de las imposturas. Con esta gente no se
puede avanzar, porque siempre nos mantendrán en el espacio demagógico que les
conviene a ellos, en la libertad de expresión que nos concedan, en el mundo que
les benericie, apoyados por los medios de comunicación que patrocinan y por la
justicia que organizan a su servicio, que junto con los dos millones de colocados en administraciones públicas y empresas
públicas, forman una singular casta de poder, que trata a los ciudadanos como
si fuéramos auténticos parias.
Los
españoles nos enfrentaremos en las próximas convocatorias electorales a toda
esta gente empeñada en mantenernos en la oscuridad democrática y llevarnos al
tercermundismo, por la vía rápida de los primeros, o por la sutil de los
segundos. La pregunta que cabe
hacerse es quien está atentando contra la libertad de expresión realmente en
los países occidentales, y en particular en España, ¿unos talibanes que
amenazan a todos por no compartir sus creencias y asesinan a algunos para
hacerse notar, u otros talibanes, que amenazan a todos por no compartir las
suyas, intoxicándonos sin cesar y expoliándonos sin interrupción, tanto desde
el gobierno, como desde la calle, como desde los medios, como desde las redes
sociales?
Decía mi admirado Tom
Paine, que: “La mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que
abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio
junto a nosotros”, y estoy de
acuerdo con él, la democracia no está más amenazada por los que un día asesinan
a unos periodistas para demostrar su capacidad de atentar contra ella, sino por aquellos que utilizan las
instituciones públicas, los medios de comunicación y todos los recursos que
pagamos los ciudadanos, para imponernos su extorsión democrática, su impunidad
inadmisible y su abuso de poder.
Los
talibanes del Islam atentan un día contra nuestra libertad de expresión, en
realidad, fortalecen nuestra democracia tras su agresión, porque todos nos
unimos contra la barbaria; mientras que los que nos representan o aspiran a
hacerlo, conculcando nuestros derechos y libertades para imponernos su creencia
falsa de que el sistema en el que vivimos es una democracia, lo hacen todos los
días, sin interrupción y además nos dividen para que no podamos enfrentarnos a
todos ellos.
Si
realmente ésto fuera una democracia, ellos
no podrían seguir en la representación pública, ni en el poder, después de lo
que han hecho. Cuando las cosas son un simulacro, termina pagándolo siempre el
más débil, con los talibanes islámicos, los ciudadanos que deciden expresarse
libremente; con los talibanes hispánicos, todos los españoles, menos ellos, los
que utilizan el poder para abusar de los demás.
Enrique
Suárez