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domingo, 11 de enero de 2015

Amenazas a la libertad de expresión y la democracia





Millón y medio de europeos se han reunido hoy en París para protestar contra los crímenes cometidos por terroristas islámicos en la capital francesa, contra doce periodistas, cinco judíos (uno era periodista) y dos policías. Además, hay varios heridos de pronóstico diverso. Los países occidentales se han levantado para defender la libertad de expresión ante la acción de estos seguidores del Estado Islámico o Al Qaeda.

Parece que todo comenzó cuando los periodistas de Charlie Hebdó decidieron publicar viñetas con la efigie de Mahoma, algo inaceptable para un musulmán y digno de fatwa por parte de los más radicales. Ese es el origen que se atribuye al atentado, pero en realidad también puede tener relación con los bombardeos contra las fuerzas del califato islámico en Siria, o la ocupación de países como Afganistán o Irak por fuerzas occidentales.

En Occidente ha habido opiniones para todos los gustos en cuanto a la reacción que se merecía esta ofensa a los valores occidentales, reunidos en la libertad de expresión de unos periodistas a publicar lo que bien les venga en gana, mientras que los musulmanes más radicales, según los valores que defienden, consideran que esto es inadmisible y una afrenta tan enorme a su fe que merece la ejecución. Valores contra valores no es la cuestión a dirimir, sino más bien el derecho a decidir que algunos se atribuyen a eliminar a otros que no piensan como ellos

La cuestión no viene de ahora, esta acción contra la libertad comenzó públicamente –antes se hacía de forma velada- cuando los seguidores del ISIS comenzaron a filmar como degollaban a periodistas y otros ciudadanos occidentales, y hacerlo público en las televisiones. En aquella ocasión no había ofensas a Alá, simplemente que los sacrificados estaban allí y fueron ejecutados para mostrar a Occidente de lo que es capaz un talibán con una faca cuando tiene un ciudadano occidental arrodillado y maniatado ante una cámara, para escarmentar en los cuellos de las víctimas a todos los occidentales que se atrevan a cuestionar la fe musulmana.

Hace dos años escribí un artículo defendiendo el derecho a la libertad de expresión de los periodistas de Charlie Hebdó,  al mismo tiempo, que acusaba a Ban Ki-Mon, Secretario General de la ONU de no cumplir con la defensa y proclamación de la Carta de los Derechos Humanos de la organización que dirige, y cuestionando su invitación a la autocensura y a no abusar de la libertad de expresión.

En realidad estamos hablando de categorías diferentes, no es lo mismo mofarse de una creencia, que acabar con la vida de quien lo hace. Occidente viene superando desde hace siglos el axioma clásico de que las doctrinas están por encima de las vidas humanas. Nos costó muchos siglos lograrlo, para retroceder ahora, porque otros ciudadanos de este mundo prefieran vivir en cotas de civilización más propias del siglo XVI, que del siglo XXI.

En Occidente, sin embargo, al contrario de lo que parece que ocurre en los países musulmanes donde nadie se enfrenta a los matones extremistas y radicales, tenemos una legión de parásitos de la democracia, afincados en el totalitarismo, tanto por la izquierda como por la derecha, como por opciones nacionalistas, altermundistas, o ecologistas que comparten con los talibanes musulmanes que el progreso consiste en retroceder, eliminar el capitalismo, acabar con el Estado, romper con el Estado de Derecho, crear una justicia popular e imponer sus consignas y morales a todo bicho viviente. Lo más alarmante, es que estos enemigos de otra libertad de expresión que no sea la suya hoy se sientan en parlamentos y representan a numerosos ciudadanos.

Todas estas opciones políticas que nos invitan a abrazar el tercermundismo y abjurar de la libertad de expresión para aceptar como únicas verdades las que ellos nos ofrecen, no son menos talibanes que los del Estado Islámico o Al Qaeda, porque estarían dispuestos a exterminar cualquier opción que no fuera la suya con tal de alcanzar el poder e imponer a los que no piensen como ellos su sacrosanta voluntad, es decir, su creencia y su forma particular de ver las cosas, en este grupo tenemos desde opciones como Podemos o Syriza, hasta otras como ERC o Bildu.

Por otra parte, tenemos en España unos representantes políticos que han abusado de su poder durante los cuarenta años que lo han detentado en nombre de la democracia y a su pesar, auténticas tiranías partidarias y electorales, intransigentes, excluyentes y aberrantes, que han convertido el caciquismo, el nepotismo, el expolio de los recursos generales en interés particular, la falta de respeto a la democracia en su hábito y han colonizado las administraciones públicas con una casta indecente de empleados públicos a su servicio, formados por familiares, amigos,  vecinos y gente de sus respectivas sectas.

En este grupo de privilegiados, al que se ha bautizado hace años como Casta, se encuentran todos los que han vivido a costa del poder y la representación pública en la democracia española, unas veces gobernando y otras en la oposición, desde el PP al PSOE, desde CIU al PNV, con IU, C´s, UPyD y otros partidos, para hacer de comparsa, cobrando lo mismo. Su forma de tratar a los ciudadanos como idiotas, estableciendo un sufragio censitario encubierto en el que sólo pueden ser representantes públicos aquellos que imponen las cúpulas de los partidos para que la gente decida entre los que otros han elegido, también es una invitación al tercermundismo, a la farsa democrática y a la más deleznable de las imposturas. Con esta gente no se puede avanzar, porque siempre nos mantendrán en el espacio demagógico que les conviene a ellos, en la libertad de expresión que nos concedan, en el mundo que les benericie, apoyados por los medios de comunicación que patrocinan y por la justicia que organizan a su servicio, que junto con los dos millones de colocados en administraciones públicas y empresas públicas, forman una singular casta de poder, que trata a los ciudadanos como si fuéramos auténticos parias.

Los españoles nos enfrentaremos en las próximas convocatorias electorales a toda esta gente empeñada en mantenernos en la oscuridad democrática y llevarnos al tercermundismo, por la vía rápida de los primeros, o por la sutil de los segundos. La pregunta que cabe hacerse es quien está atentando contra la libertad de expresión realmente en los países occidentales, y en particular en España, ¿unos talibanes que amenazan a todos por no compartir sus creencias y asesinan a algunos para hacerse notar, u otros talibanes, que amenazan a todos por no compartir las suyas, intoxicándonos sin cesar y expoliándonos sin interrupción, tanto desde el gobierno, como desde la calle, como desde los medios, como desde las redes sociales? 

Decía mi admirado Tom Paine, que: La mayor amenaza a nuestra democracia no viene de aquellos que abiertamente se oponen a nosotros, sino de aquellos que lo hacen en silencio junto a nosotros”, y estoy de acuerdo con él, la democracia no está más amenazada por los que un día asesinan a unos periodistas para demostrar su capacidad de atentar contra ella, sino por  aquellos que utilizan las instituciones públicas, los medios de comunicación y todos los recursos que pagamos los ciudadanos, para imponernos su extorsión democrática, su impunidad inadmisible y su abuso de poder. 

Los talibanes del Islam atentan un día contra nuestra libertad de expresión, en realidad, fortalecen nuestra democracia tras su agresión, porque todos nos unimos contra la barbaria; mientras que los que nos representan o aspiran a hacerlo, conculcando nuestros derechos y libertades para imponernos su creencia falsa de que el sistema en el que vivimos es una democracia, lo hacen todos los días, sin interrupción y además nos dividen para que no podamos enfrentarnos a todos ellos.

Si realmente ésto fuera una democracia,  ellos no podrían seguir en la representación pública, ni en el poder, después de lo que han hecho. Cuando las cosas son un simulacro, termina pagándolo siempre el más débil, con los talibanes islámicos, los ciudadanos que deciden expresarse libremente; con los talibanes hispánicos, todos los españoles, menos ellos, los que utilizan el poder para abusar de los demás.



Enrique Suárez

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