Dedicado a Janario
Hay dos tipos de terrorismo en esta España maltrecha, uno de ellos aparatoso, histriónico, trágico, espectacular, violento, destructivo, criminal que hace estallar cuarteles de la Guardia Civil con niños en su interior que jamás olvidarán que una noche se despertaron por el estallido de una bomba que unos hijos de puta habían colocado con la intención de enviarlos al otro mundo porque su padre o su madre trabajan en las fuerzas de seguridad del Estado, con un traje verde y que en las fiestas se ponen un sombrero muy raro al que llaman tricornio. Este terrorismo busca amedrentar con el ejercicio de la violencia a todos los españoles.
Pero hay otro terrorismo, silencioso, discreto, ladino, sinuoso, estratégico, organizado, institucional, político, que es el que se ejerce cada día desde el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña sobre los hijos de los españoles que allí residen, que asisten cada día al adoctrinamiento a que son sometidos sus hijos en una opresiva cultura nacionalista, que ha erradicado por completo el idioma de sus padres, con la única finalidad de distinguir y distanciar a las nuevas generaciones de catalanes del resto de los españoles, con el objetivo de promover en un futuro una posible independencia de Cataluña del resto de España. Los hijos de los españoles que residen en Cataluña tampoco olvidarán jamás que unos políticos nacionalistas a cara descubierta con el apoyo complaciente de unos socialistas que dicen en su ideario que su máximo objetivo es la búsqueda de la igualdad, les han convertido en diferentes, extraños, ajenos al resto de sus compatriotas, exclusivamente por sus intereses personales y los beneficios políticos y económicos que reciben en sus miserables existencias de capos de campo de concentración nazi, que legitiman la intolerancia y la opresión.
Hace treinta años aproximadamente, estos terroristas silenciosos pero tremendamente eficaces, paseaban por este país su victimismo irredento, culpando al resto de los españoles de la opresión que había sufrido su cultura, su lengua, sus tradiciones, durante el franquismo. Evidentemente, si esta falacia fuera verdad, tras cuarenta años de dictadura, no hubiera quedado prácticamente una comunidad que se ha comunicado en catalán durante todos estos años, no habría profesores de catalán, no habría libros en catalán, porque no hubiera sido posible recuperar esta lengua si el franquismo se hubiera marcado como prioridad su extinción.
Resulta paradójico que lo que no se atrevió a hacer un régimen dictatorial durante 40 años, se esté haciendo actualmente en sentido inverso con la erradicación del idioma español en Cataluña, por una legión de advenedizos que se consideran a si mismos demócratas, y estridente que esa arbitrariedad histórica que haría poner el grito en el cielo si fuera esgrimida por una dictadura africana, se permite, se consiente y se aplaude desde el Gobierno de España, con Rodríguez Zapatero como presidente, el “aliador” de civilizaciones alejadas, que no es capaz de mantener la coherencia cultural entre las culturas propias en el país que gobierna, en un Estado común, en una nación de todos. La Constitución Española vigente no habla de federalismo en ningún lugar, sin embargo, en la cabeza del ilustre cejado, Cataluña es un baluarte que el socialismo necesita para seguir en el poder, y por esa razón exclusivamente, concede a su compañero Montilla, un egregio catalán de primera generación, favores, dineros y aplausos.
El terrorismo autonómico (de Estado) que se está produciendo en Cataluña cada día desde la usurpación ilegítima de las instituciones del Estado que administran la Nación española, es una forma de violencia tan estúpida, abrasiva y contumaz que compite con las bombas que ETA se deja en las casas cuartel de la Guardia Civil con la intención de asesinar a los hijos de los trabajadores de la Benemérita.
El crimen cultural que se está cometiendo en Cataluña solo tiene parangón europeo con las barbaridades que el mariscal Tito ejecutó en la antigua Yugoeslavia, con el fin de establecer una dictadura serbia sobre los diversos pueblos mayoritarios que existían en su territorio, las barbaridades que Saddam Hussein hizo con los kurdos, o las masacres de los chinos en el Tibet y el pueblo uigur.
En ninguna democracia conocida se produce en estos momentos una política xenófoba, intolerante, opresiva, de exterminio cultural de una mayoría por una minoría cultural, con la excepción de Cataluña, ese vestigio infame de neofeudalismo arcaizante que convierte a la pujante Cataluña de otros tiempos en una comunidad autónoma que cada día va siendo más ajena a la libertad, la democracia y la justicia, que disfrutamos en otros territorios la mayoría de los españoles.
Cataluña está condenada a pagar muy caro los desmanes de sus políticos, la violencia institucional contra los ciudadanos que se sienten españoles, generará en el futuro brotes de violencia social, rechazo de lo catalán por sus compatriotas, y un declive económico proporcional al desencuentro con lo español. Con el tiempo se ha convertido en un survival tribal en el que prevalecen las formas sobre los contenidos, y en el que se pretende legitimar una oligarquía autóctona sobre una comunidad mezclada, en la que los 30 apellidos más frecuentes de los habitantes de las cuatro provincias catalanas, son de origen español (no catalán), su presidente es de origen cordobés, y sus principales clientes son sus compatriotas.
El prestigioso antropólogo Roy A. Rappaport consideraba que la cultura trataba de ofrecer significado a un mundo que no lo tiene, lo que se está haciendo en Cataluña es imponer un significado político a una cultura que carece de tal cualidad. Una auténtica ucronía descerebrada, tratar de crear una nación por puro interés económico, en un mundo el que las naciones europeas se van aproximando a una fusión estratégica, política y económica.
El chantaje catalanista a los españoles solo se distingue del etarra en que la violencia se dosifica contra lo español, mientras que los terroristas vascos la ejercen brutalmente. El objetivo que persiguen es el mismo, imponer a los demás su voluntad, unos agrediendo a las instituciones y otros, aprovechándose de ellas.
El día que los ciudadanos de este país se despierten de la hipnosis se van a enterar de que la legitimación la concede el sedimento de la historia y la voluntad democrática de los ciudadanos, no la estupidez de los enajenados que piensan que el acceso al poder les concede legitimidad sobre el dominio. Todo lo que se fundamenta en el autoritarismo está condenado a desaparecer durante este siglo, sólo permanecerá lo que se establezca sobre el respeto entre los seres humanos. Nadie va a respetar lo que se intente conseguir con violencia, ni en el patio de un colegio, ni en una pareja, ni en una comunidad de vecinos, ni en un pueblo, ni en un país.
No pasará mucho tiempo en que los españoles pasaremos la factura y exigiremos la restitución de los derechos fundamentales que han sido esquilmados a nuestros compatriotas en las comunidades que amagan con la sedición. Luego se quejarán, pero nunca más volveremos a hacerles caso, a los criminales debe exigírseles respeto a la ley común, no puede permitírseles que cambien las leyes con amenazas, coacciones y chantajes. Los matones, tienen sus días contados, y los consentidores de sus andanzas, también.
Al final, es igual el que mata, que el que estira de la pata. Ha llegado la hora de la restitución que impedira que los crímenes contra los seres humanos queden impunes, sean ejecutados por terroristas o por nacionalistas advenedizos, que viven muy bien de crear miseria humana entre los ciudadanos para obtener beneficios personales inmerecidos.
Erasmo de Salinas
Hay dos tipos de terrorismo en esta España maltrecha, uno de ellos aparatoso, histriónico, trágico, espectacular, violento, destructivo, criminal que hace estallar cuarteles de la Guardia Civil con niños en su interior que jamás olvidarán que una noche se despertaron por el estallido de una bomba que unos hijos de puta habían colocado con la intención de enviarlos al otro mundo porque su padre o su madre trabajan en las fuerzas de seguridad del Estado, con un traje verde y que en las fiestas se ponen un sombrero muy raro al que llaman tricornio. Este terrorismo busca amedrentar con el ejercicio de la violencia a todos los españoles.
Pero hay otro terrorismo, silencioso, discreto, ladino, sinuoso, estratégico, organizado, institucional, político, que es el que se ejerce cada día desde el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña sobre los hijos de los españoles que allí residen, que asisten cada día al adoctrinamiento a que son sometidos sus hijos en una opresiva cultura nacionalista, que ha erradicado por completo el idioma de sus padres, con la única finalidad de distinguir y distanciar a las nuevas generaciones de catalanes del resto de los españoles, con el objetivo de promover en un futuro una posible independencia de Cataluña del resto de España. Los hijos de los españoles que residen en Cataluña tampoco olvidarán jamás que unos políticos nacionalistas a cara descubierta con el apoyo complaciente de unos socialistas que dicen en su ideario que su máximo objetivo es la búsqueda de la igualdad, les han convertido en diferentes, extraños, ajenos al resto de sus compatriotas, exclusivamente por sus intereses personales y los beneficios políticos y económicos que reciben en sus miserables existencias de capos de campo de concentración nazi, que legitiman la intolerancia y la opresión.
Hace treinta años aproximadamente, estos terroristas silenciosos pero tremendamente eficaces, paseaban por este país su victimismo irredento, culpando al resto de los españoles de la opresión que había sufrido su cultura, su lengua, sus tradiciones, durante el franquismo. Evidentemente, si esta falacia fuera verdad, tras cuarenta años de dictadura, no hubiera quedado prácticamente una comunidad que se ha comunicado en catalán durante todos estos años, no habría profesores de catalán, no habría libros en catalán, porque no hubiera sido posible recuperar esta lengua si el franquismo se hubiera marcado como prioridad su extinción.
Resulta paradójico que lo que no se atrevió a hacer un régimen dictatorial durante 40 años, se esté haciendo actualmente en sentido inverso con la erradicación del idioma español en Cataluña, por una legión de advenedizos que se consideran a si mismos demócratas, y estridente que esa arbitrariedad histórica que haría poner el grito en el cielo si fuera esgrimida por una dictadura africana, se permite, se consiente y se aplaude desde el Gobierno de España, con Rodríguez Zapatero como presidente, el “aliador” de civilizaciones alejadas, que no es capaz de mantener la coherencia cultural entre las culturas propias en el país que gobierna, en un Estado común, en una nación de todos. La Constitución Española vigente no habla de federalismo en ningún lugar, sin embargo, en la cabeza del ilustre cejado, Cataluña es un baluarte que el socialismo necesita para seguir en el poder, y por esa razón exclusivamente, concede a su compañero Montilla, un egregio catalán de primera generación, favores, dineros y aplausos.
El terrorismo autonómico (de Estado) que se está produciendo en Cataluña cada día desde la usurpación ilegítima de las instituciones del Estado que administran la Nación española, es una forma de violencia tan estúpida, abrasiva y contumaz que compite con las bombas que ETA se deja en las casas cuartel de la Guardia Civil con la intención de asesinar a los hijos de los trabajadores de la Benemérita.
El crimen cultural que se está cometiendo en Cataluña solo tiene parangón europeo con las barbaridades que el mariscal Tito ejecutó en la antigua Yugoeslavia, con el fin de establecer una dictadura serbia sobre los diversos pueblos mayoritarios que existían en su territorio, las barbaridades que Saddam Hussein hizo con los kurdos, o las masacres de los chinos en el Tibet y el pueblo uigur.
En ninguna democracia conocida se produce en estos momentos una política xenófoba, intolerante, opresiva, de exterminio cultural de una mayoría por una minoría cultural, con la excepción de Cataluña, ese vestigio infame de neofeudalismo arcaizante que convierte a la pujante Cataluña de otros tiempos en una comunidad autónoma que cada día va siendo más ajena a la libertad, la democracia y la justicia, que disfrutamos en otros territorios la mayoría de los españoles.
Cataluña está condenada a pagar muy caro los desmanes de sus políticos, la violencia institucional contra los ciudadanos que se sienten españoles, generará en el futuro brotes de violencia social, rechazo de lo catalán por sus compatriotas, y un declive económico proporcional al desencuentro con lo español. Con el tiempo se ha convertido en un survival tribal en el que prevalecen las formas sobre los contenidos, y en el que se pretende legitimar una oligarquía autóctona sobre una comunidad mezclada, en la que los 30 apellidos más frecuentes de los habitantes de las cuatro provincias catalanas, son de origen español (no catalán), su presidente es de origen cordobés, y sus principales clientes son sus compatriotas.
El prestigioso antropólogo Roy A. Rappaport consideraba que la cultura trataba de ofrecer significado a un mundo que no lo tiene, lo que se está haciendo en Cataluña es imponer un significado político a una cultura que carece de tal cualidad. Una auténtica ucronía descerebrada, tratar de crear una nación por puro interés económico, en un mundo el que las naciones europeas se van aproximando a una fusión estratégica, política y económica.
El chantaje catalanista a los españoles solo se distingue del etarra en que la violencia se dosifica contra lo español, mientras que los terroristas vascos la ejercen brutalmente. El objetivo que persiguen es el mismo, imponer a los demás su voluntad, unos agrediendo a las instituciones y otros, aprovechándose de ellas.
El día que los ciudadanos de este país se despierten de la hipnosis se van a enterar de que la legitimación la concede el sedimento de la historia y la voluntad democrática de los ciudadanos, no la estupidez de los enajenados que piensan que el acceso al poder les concede legitimidad sobre el dominio. Todo lo que se fundamenta en el autoritarismo está condenado a desaparecer durante este siglo, sólo permanecerá lo que se establezca sobre el respeto entre los seres humanos. Nadie va a respetar lo que se intente conseguir con violencia, ni en el patio de un colegio, ni en una pareja, ni en una comunidad de vecinos, ni en un pueblo, ni en un país.
No pasará mucho tiempo en que los españoles pasaremos la factura y exigiremos la restitución de los derechos fundamentales que han sido esquilmados a nuestros compatriotas en las comunidades que amagan con la sedición. Luego se quejarán, pero nunca más volveremos a hacerles caso, a los criminales debe exigírseles respeto a la ley común, no puede permitírseles que cambien las leyes con amenazas, coacciones y chantajes. Los matones, tienen sus días contados, y los consentidores de sus andanzas, también.
Al final, es igual el que mata, que el que estira de la pata. Ha llegado la hora de la restitución que impedira que los crímenes contra los seres humanos queden impunes, sean ejecutados por terroristas o por nacionalistas advenedizos, que viven muy bien de crear miseria humana entre los ciudadanos para obtener beneficios personales inmerecidos.
Erasmo de Salinas