Hace menos de un año, la formación que lidera Rosa Díez se convirtió en sus comienzos en la gran esperanza para las maltrechas expectativas políticas de los ciudadanos españoles. Con el logro de un escaño en las pasadas elecciones generales, se dio un paso de gigante hacia algún sitio que todavía no se sabe muy bien si es el principio del fin o el fin del principio.
Hoy se puede decir que UPyD ha defraudado la ilusión de los que esperaban algo nuevo, porque es más de lo mismo. Sirve al sistema político español, cumpliendo funciones nuevas, que otras formaciones habían abandonado, pero el resultado, tras un tiempo considerable es absolutamente insuficiente, porque esta formación política no ha sido capaz de congregar las dispersas voluntades regeneracionistas que pululan por el país y exclusivamente se mueve en el ámbito concreto de sus particulares expectativas (y obsesiones), y autolimitaciones.
Parece que el efecto político de UPyD tiene una pretensión balsámica para apaciguar las iras de los sectores menos informados, desinformados e intoxicados, de la población española, ahora que están a punto de comprobar que frágil es su bienestar, y cuanto puede llegar a mentir un político como Rodríguez Zapatero, para obtener su reelección.
Entre los ciudadanos españoles hay diversas categorías según la información política de la que disponen; los que se encuentran en posiciones más avanzadas, es decir, en las trincheras de la resistencia, y que siguen cotidianamente el descalabro del Estado, la debacle de nuestra economía (4,7 % de inflación), las usurpaciones de los nacionalismos, y la nimiedad repulsiva del Presidente del Gobierno y su corte, no parece que se sientan confortados con la denuncia de lo que ocurre en este país, porque realmente, Rosa Díez está manifestando en su discurso político las cosas que llevan años denunciándose, por parte de los sectores más beligerantes; pero lamentablemente, lo que ayer era imprescindible, hoy ya no sirve de nada.
Si bien el papel desarrollado por Rosa Díez en estos meses es disruptivo con la cadencia de la degeneración política, sólo alcanza el máximo reconocimiento de algún titular de periódico y algún comentario por parte del periodista de relumbre afín, pero sus intervenciones parlamentarias, desgraciadamente, formarán parte exclusivamente de la historia de la retórica del Congreso de los Diputados, y de las hemerotecas de la denuncia.
El problema de UPyD no es otro que la incapacidad de sus organizadores para establecer un gran frente transversal, en el que se mezclen ciudadanos y políticos, que defienda por tierra, mar y aire la continuidad de la nación española, como marco indispensable en la defensa de los derechos constitucionales de los ciudadanos.
Vuelven a repetirse los errores cometidos en Ciutadans, el debate de si debe primar la consolidación sobre la expansión es un recurso para el entretenimiento de las bases, mientras las élites organizan a su medida el partido, nada tiene que ver con anunciado en su ideario y programas, con sus propuestas públicas.
En realidad, lo que impide el funcionamiento de este partido y está sobre la mesa, es la configuración de UPyD, que debe esclarecerse entre dos alternativas: ser un partido convencional o ser un movimiento ciudadano transversal, al estilo del Movimiento Democrático francés dirigido por Bayrou, o los movimientos de regeneración antipolíticos italianos como los promovidos por Beppo Grillo y Antonio di Pietro.
Ejemplo de todas las arbitrariedades y sinrazones sigue siendo el caso de UPyD en Cataluña, por ejemplo, ¿cómo se puede hacer un discurso cotra el nacionalismo en España omitiendo iniciativas, discursos y denuncias de lo que está ocurriendo en el feudo del tripartit, donde se está aplastando cada día lo español?
El problema acontece porque la gente que está en la dirección de UPyD sólo conoce las barbaridades del nacionalismo vasco por su adscripción a Basta Ya, pero no tiene ni pajolera idea de la dramática situación que se vive en Cataluña si alguien pretende seguir siendo y sintiéndose español.
Y la dirección de UPyD, en vez de confiar en los grupos disidentes organizados que actúan en paralelo con sus vindicaciones, ha preferido delegar la defensa de su pabellón a quienes se han dedicado a boicotear la resistencia anticatalanista, concediéndole un balón de oxigeno a Ciutadans, para que resuelva sus incongruencias. Y por qué no decirlo, también a Montilla.
El coste político que supone este trato discriminatorio de los españoles que viven en Cataluña, es inmenso, porque cada día que pasa, el nacionalismo catalán se afianza más en el poder, sin resistencia alguna, ni de Ciutadans, ni de UPyD.
Es lamentable, pero parece que UPyD ya ha descontado Cataluña de sus objetivos políticos, asumiendo que el dictamen constitucional sobre el Estatut será irrevocable. En lo que ocurre en Cataluña, se puede contemplar la auténtica dimensión política de las aspiraciones del partido de Rosa Díez, radical en su lucha por la libertad en el País Vasco, y extrañamente renuente en su lucha por la igualdad y la libertad en Cataluña.
Para las pituitarias sensibles, esta forma de actuar huele a intereses no declarados y propósitos inconfesables, a la creación del instrumento político que no sirve para lo que se anuncia, como ocurrió en Ciutadans.
Erasmo de Salinas