"La riqueza es un poder usurpado por la minoría para obligar a la mayoría a trabajar en su provecho."Percy B. Shelley
Los ricos, los más afortunados, no han sido vistos tradicionalmente
con buenos ojos en España. Se ha especulado que esta cuestión está relacionada
con la tradicional envidia de los españoles, el principal pecado capital que
nos caracterizaba según Fernando Díaz Plaja, allá por los años setenta. También con la pereza del envidioso o la
soberbia del envidiado. Y por supuesto entre las teorías más novedosas están
las que apelan al igualitarismo como dogma en la raíz de la inquina a los que
acumulan riqueza.
Aunque no estoy de acuerdo con las opciones anteriores, creo
que el odio a los ricos en España no proviene tanto de una pasión desaforada
por el deseo de las posesiones de los demás, como estableció Séneca en su día,
sino de algo más prosaico: la forma de obtener esas riquezas. En un país en el
que todos los días nos despertamos con casos de corrupción de la casta política
y por destacar uno en particular, los treinta años de Jordi Pujol y su estirpe
en el latrocinio de los bienes públicos, no es extraño que se tenga especial
animadversión a los ricos.
Creo que deberíamos adaptar el estereotipo de la inquina a
los más afortunados a las circunstancias que vivimos en este país, cuando el
segundo problema que preocupa a los españoles es la corrupción y el fraude y el
cuarto, los partidos políticos. No creo que los españoles odien más que en
otros países a los que se hacen ricos, pero sí odian más, porque se dan, a los
que se hacen ricos haciendo a los demás pobres.
Protegerse de los depredadores que viven en la impunidad
En este caso el odio a los ricos en España es una actitud
defensiva, más que agresiva, cuando en este país hay miles de casos de
corrupción política, sindical, empresarial, que tradicionalmente son juzgados
con guante de seda y resultan impunes en numerosas ocasiones; odiar a los ricos
se ha convertido en un deporte nacional, tras los Gürtell, los Pujol y los
EREs, sin importarles a los políticos de todos los partidos el daño que están
haciendo a este país con sus corrupciones y fraudes, al igual que con sus
engaños.
En cierta ocasión entrevisté en una emisora de radio a un
compañero de Gregorio Marañón, psicoanalista, del que no recuerdo el nombre,
que había dedicado su vida a estudiar la envidia y que me contó una anécdota
singular comparando a los americanos con los españoles. En las tierras del Tio
Sam un director de una empresa sale de su fábrica de Detroit y dos trabajadores
en la puerta mantienen la siguiente conversación, uno le dice al otro:
- Ves a Mr. Smith, pues dentro de veinte años, yo estaré como élEntre risas, su interlocutor le responde:- ¡Que así sea!La misma situación se produce en Barcelona, por la misma época, los años setenta, y dos trabajadores en la puerta mantienen la siguiente conversación:- Ves al hijo puta de Pérez, pues dentro de veinte años, estará como nosotros.A lo que su compañero responde entre risas:- ¡Que así sea!
Literariamente resulta atractiva la hipótesis, pero creo que
se aleja de la realidad, al menos en los tiempos actuales. Los españoles no
odian a los ricos por envidia, aunque algún caso habrá , sino por su desmesura, por su
expropiación y su expolio, habitualmente de la cosa pública, que al fin y al cabo si es de los que pierden sus servicios públicos, derechos e infraestructuras, para que otros incrementen sus beneficios y privilegios.
Pluto, el dios de la riqueza griego, fue cegado por Zeus para
que no favoreciera selectivamente a la gente, y así lograra numerosos
admiradores y adeptos que hicieran peligrar su primacía olímpica, como nos
relata Aristófanes en su tragedia. En este país, unos cuantos aprovechados han secuestrado los recursos públicos en su propio interés, convirtiendo a Pluto en su mascota. Es interesante recurrir a los griegos
cuando se habla de costumbres, porque los griegos fueron los alemanes de hace
2.500 años que conceptualizaron las cosas de la política para que la democracia
pudiera salir adelante.
Pocos saben que el origen de la democracia se forjó precisamente para limitar el poder a los poderosos y la riqueza a los afortunados, allá por la época de Clístenes, para que no existiera desigualdad de partida entre los ciudadanos de Atenas. Los griegos, que desconocían el concepto de pecado, sí tenían una falta incívica que para ellos era execrable: la hibris o desmesura de los ambiciosos, que hoy haría estragos en la política española si se recobrara para nuestra maltrecha democracia. Creso, a la sazón, un Jordi Pujol de la época, fue despojado de todas sus riquezas por Némesis quedando en la más infausta de las miserias.
Pocos saben que el origen de la democracia se forjó precisamente para limitar el poder a los poderosos y la riqueza a los afortunados, allá por la época de Clístenes, para que no existiera desigualdad de partida entre los ciudadanos de Atenas. Los griegos, que desconocían el concepto de pecado, sí tenían una falta incívica que para ellos era execrable: la hibris o desmesura de los ambiciosos, que hoy haría estragos en la política española si se recobrara para nuestra maltrecha democracia. Creso, a la sazón, un Jordi Pujol de la época, fue despojado de todas sus riquezas por Némesis quedando en la más infausta de las miserias.
Abandonemos las
pasiones y vayamos a los hechos
Pero abandonando la lírica de las emociones la explicación
del odio a los ricos en nuestro país resulta mucho más prosaica cuando se
consultan las estadísticas de Eurostat y se comprueba que en España sólo un 20
% consideran que los ricos se merecen su riqueza, siendo nuestro país el cuarto que
más odio muestra por los plutócratas que se sirven de nuestra democracia para
cubrir sus ambiciones y avaricias. Sólo hay tres países de la OCDE que los odian más que nosotros, en los que todavía hay más corrupción posiblemente:
Rusia, Turquía y Grecia.
Algún día tendremos que darnos cuenta de que en España hay un
auténtico “tapón” de afortunados adherido de forma parasitaria a la cosa
pública, que están recogiendo las iras de los despojados, somos el país con más
empleados públicos no funcionarios de la OCDE, y este estamento de corruptibles
no ha dejado de crecer durante los últimos diez años, mientras todos los
sectores laborales crecían en paro. Sin embargo en número de funcionarios somos
el cuarto país de la Unión Europea por la cola. Lo que quiere decir que en
España el enchufe sigue siendo la forma más fácil de alcanzar un trabajo.
Evidentemente esa actitud por parte del poder político con 5,5 millones de
parados, y un 55 % de jóvenes en paro –la segunda tasa más elevada de Europa 28
tras Grecia- explica mucho mejor que otra variable el odio ancestral a los
ricos que existe en este país.
No es por tanto la envidia de los desposeídos la razón que
mejor explica el odio a los más afortunados, sino la injusticia en la
consecución de su riqueza, la patente política que limita los que viven con todas
las comodidades y los que sufren todas las incomodidades, para que los primeros
puedan seguir manteniendo e incrementando sus privilegios.
Y es que la riqueza
en este país se ha reducido tanto para la inmensa mayoría, que hoy por hoy se
pueden considerar ricos a los que tienen un trabajo estable, fundamentalmente
en la cosa pública, cuando otros más jóvenes y posiblemente mejor cualificados,
tienen que hacer las maletas para ganarse la vida fuera de su país.
Esa inequidad paleta de
restringir el bienestar en función de la adscripción política, familiar o
sectaria, es posiblemente el mayor cáncer de nuestra economía y la mayor
afrenta a la paz social que existe en este país. No es la envidia de los
despojados la que explica el odio a los ricos en España, sino la insidia de los
despojadores que han sido bendecidos por el dedo de alguien.
Enrique Suárez