Mientras la crisis sube, las cosas cambian, se va quebrando el cotidiano silencio. La ciudadanía recobra oído y vista como por milagro o prodigio, también recupera la voz y la palabra de forma inesperada. La crisis, como la marea, bajará cuando corresponda, y tendremos que reparar los destrozos que nos ha traído el naufragio de la sección más histérica del capitalismo.
El tsunami que vivimos no es pernicioso, más bien es depurativo, porque limpiará la costra parasitaria de lo superfluo e innecesario, esa colección de artífices del arrebato que desfilan entre la codicia y la soberbia, en auténtico esperpento.
La tiranía de la realidad acude a imponer su orden perentorio y su dicotomía maniquea. El mundo se divide en mejor adaptados y peor adaptados. La razón se hace darwinista e implanta su orden selectivo de forma natural. Lo útil seguirá siendo útil, mientras que lo inútil seguirá siendo inútil.
El criterio que definirá la supervivencia será la dependencia, quien más dependencia tenga de los demás y no de sí mismo, antes sucumbirá, aunque le acolchen la caída con subsidios y subvenciones.
Por el contrario, quien reciba sus recursos de forma independiente de lo que hagan o dejen de hacer los demás, podrá seguir haciendo surf sobre las olas de la existencia. Las tablas de plomo que se han creado desde el poder económico o político, y que los más espabilados han adquirido para traficar con ellas, se hundirán sin remedio.
Los ciudadanos hablarán de política y economía con la misma profusión que las azaleas y camelias anuncian la primavera próxima. El mundo se complacerá en el colorido, que rompe la inercia invernal, mientras esta crisis económica y política que recuerda en muchos aspectos al juicio final, hará masacre de los que han creado negocios a la sombra del poder y el amiguismo.
Liberarnos de una buena parte de la corrupción existente será un beneficio que deberemos agradecerle a la crisis, y esto incluye a sus redes mafiosas y sus contubernios políticos.
La crisis económica también ha expuesto a la luz el auténtico entramado de intereses y beneficios que se oculta tras la política, en consecuencia, los ciudadanos toman conciencia de que no pueden conceder representación a sus intereses comunes, a quienes no cumplan con determinados requisitos morales. El sufragio universal tiene los días contados, porque es un sistema injusto que beneficia a los representantes y perjudica a los interesados. La intermediación siempre produce plusvalías, que en política se convierten en monstruosas diferencias y privilegios, más propias del azar o la fortuna, que de la organización racional del poder.
No se puede conceder a la democracia confianza plena, porque como en cualquier actividad de la vida humana, puede ser utilizada en contra de los intereses comunes y convertirse en fuente de privilegios para unos pocos elegidos, como se ha podido comprobar.
La crisis económica anuncia la primavera de un mundo nuevo, en el que los ciudadanos tendremos que recobrar la soberanía retirándosela a los que poco a poco nos la han ido arrebatando para beneficiarse y perjudicarnos. El contrato social de la representación de la voluntad general no puede seguirse sosteniendo en el engaño, la estafa, y la estupidez de unos aprovechados.
Es hora de cerrar el paraíso que algunos se han montado a costa de estafar a los demás. Es hora de la restitución, antes de que la ira colectiva se transforme en venganza. Es hora de cerrar el parque de atracciones al que solo tenían acceso los que se han reído de nuestra inocencia. Ahora, hay que exigir responsabilidades y sancionar los desmanes que se han cometido.
Imagen: Juicio Final de El Bosco (se puede ampliar imagen)
Biante de Priena