"El poder sin límites, es un frenesí que arruina su propia autoridad." Fenelón
El público español cada
día está más abrumado con la farsa que representa el elenco político de este
país, no hay aplausos, no puede haberlos; los actores mediocres, la trama
desoladora, el guión burdo, anuncian que el desenlace no puede ser amable. No
habrá aplausos, ni votos, ni sonrisas. No habrá fotos, ni más triunfos de la
demagogia que presume de democracia.
Los españoles tenemos un
grave problema con la casta de este país, que sólo se resolverá si la casta de
este país tiene un problema aún más grave con los españoles. Cuestión de
soberanía. No se puede permitir que el poder del Estado del que somos
ciudadanos, triunfe sobre el poder del pueblo, de los españoles, es decir, la
nación. Será como españoles, y no como ciudadanos, como acabaremos resolviendo
este desmadre, esta pantomima, este esperpento.
Hay pocos españoles que se
hayan dado cuenta de lo que ocurre, una lucha despiadada del poder, no por el
poder entre los partidos, sino de la casta de todos los partidos contra sus
súbditos que ayer se creyeron ciudadanos, una guerra encubierta y discreta que
consiste en debilitar al adversario con impuestos, recortes, leyes impropias de
un Estado de derecho, e incumplimiento de numerosos derechos fundamentales,
hasta someterlo a la tiranía en nombre de la democracia inexistente.
A la casta se les está
cayendo el disfraz, esto permite a los españoles ver su ampuloso vestuario
avejentado de Antiguo Régimen, adornado por la gracia de Dios de todos los
despotismos. La opresión del poderoso, la ley del más fuerte, la violencia
extrema de los mezquinos contra aquellos que les alzaron a donde están.
La casta se desnuda,
españoles, está en pelotas ante el pueblo y ya no puede ocultar por más tiempo
su desmesura, su hibrys, su desfalco, su apropiación indebida de recursos
públicos, privados, instituciones, poderes, leyes e intermediarios de la
intoxicación, tras haber utilizado la Constitución Española como retrete.
No es el reparto del CGPJ,
ni la excarcelación de los etarras, ni los seis millones de parados, ni el
billón de euros de deuda, ni el déficit público del 10 %, ni las ayudas a las
Cajas de Ahorros para que no se descubriera su vaciamiento por partidos
políticos o sindicatos, ni tampoco lo es la independencia de Cataluña o la
ópera bufa de Gibraltar o Melilla. No es que Zapatero fuera peor que Rajoy o
Rajoy peor que Zapatero. Tampoco que nadie desde el poder haya pedido disculpas
a los españoles, no es que el PSOE haya iniciado la agonía por incapacidad
manifiesta de presentar una propuesta creíble, ni que el PP viva en el
enfrentamiento permanente entre sus miembros a pesar de tener una mayoría
absoluta. No es que los sindicatos de clase estén al borde de la disolución por
descubrirse que eran bandas mafiosas. No es que los españoles hayamos perdido
en los últimos diez años un 50 % de nuestra capacidad adquisitiva, mientras nos
fríen a impuestos y las compañías eléctricas nos cobran más que a los franceses
por lo mismo, gracias a la política de las energías renovables y su codicia
consentida por el Estado. Ni tampoco es que haya españoles que ya estén pasando
hambre cada día.
Aunque parezca mentira
nada de eso puede acabar con la casta, que soporta todo mientras usurpa el
poder en su interés, prueba de ello es que con miles de casos de corrupción
manifiesta apenas haya una docena de políticos en la cárcel.
Con la casta acabará lo
que siempre acaba con las castas, la falta de fe y credibilidad, los políticos de
este país ya no tienen capacidad para devolverle a los ciudadanos españoles la
confianza en la política, de ahí se deriva que cada día se le vean más las
vergüenzas a la casta afortunadamente, porque el velo que ocultaba sus miserias
estaba hecho del mismo tejido que la venda con la que habían impedido que los
españoles supieran la verdad.
Sólo queda esperar el
desenlace, posiblemente será una pequeña chispa la que comience un incendio,
una injusticia más cometida con un ciudadano que se haya enfrentado a un
político de la casta, una violación de un derecho más por parte de algún poderoso,
o simplemente el último de los errores de la tiranía, tratando de someter a los
españoles a una nueva ley injusta, será suficiente para que se inicie el
apogeo del destronamiento de la casta.
Roma no cayó porque
Odoacro la invadiera, eso ocurrió después de que el último emperador, Rómulo
Augústulo, fuera abandonado a su infausta suerte por los romanos.
Enrique Suárez