Los neologismos permiten describir una realidad desconocida hasta su creación, un régimen como el que José Luis Rodríguez Zapatero y sus seguidores han creado en este país se merece una nueva palabra de nuestro magnífico idioma. Hace tiempo que trataba de dar con ella, pero hoy, al fin, la he encontrado: cejalismo (pero con z queda mejor, a pesar del error ortográfico, zejalismo).
Zejalismo, suena bien, y permite definir el imperio totalitario que se ha creado dentro de nuestra democracia a lo largo de los cinco últimos años. Sugiero, por tanto, a los fijadores de nuestra lengua española, atención al respecto sobre el vocablo, para que lo tengan en cuenta, en concreto para la determinación lingüística de la creación discreta de un régimen no democrático dentro de una democracia.
Zejalismo, sí, reúne en una sola palabra la omnipresencia de la Z en la cultura española actual, más el componente de la ceja, por extensión ese gesto de complacencia y apoyo que notorios representantes del arte y la SGAE, han convenido en sectaria coalición de intereses, para proselitismo y difusión de la adhesión al pesebre estatal que les caracteriza.
Sería impropio definir como PSOE al zejalismo, porque no es socialismo lo que hace este gobierno que apoya a los bancos para que ganen más dinero, mientras concede limosnas a los más de cuatro millones de parados que se han quedado sin desempleo, en vez de procurar que los trabajadores dependan exclusivamente de sí mismos para que le deban el favor y se acuerden en las elecciones. Sería impropio definir como obrero el comportamiento de los dirigentes del zejalismo, que tienen como único interés el de distanciarse económicamente de sus electores de una forma miserable, gracias a los votos que estos les conceden. Sería impropio definir como español, a un régimen que se ha organizado para perpetuarse en el poder concediendo a los nacionalismos el tributo de desigualdad entre los españoles, para seguir gobernando. En fin, sería impropio denominar como partido a una secta, fundamentada en los intereses ambiciosos para sí mismos de unos cuantos aprovechados, incapaces, y bastante incultos, que se han afincado en el poder del gobierno nacional, para impartir su doctrina freak y postmodernista, de que hay que vivir lo mejor posible como sea, aunque sea a costa de que los demás vivan peor, y en nombre del socialismo.
El zejalismo se ha adueñado del país, de los poderes tradicionales, el ejecutivo, legislativo y judicial, pero también de la cultura, concediendo prebendas a los medios de comunicación favorables, a los artistas comprometidos con su causa, a la SGAE, al cine español que hay que salvar como sea, a los cargos funcionariales que han creado desde la libre designación, a los rentistas de las legislaciones políticas que criminalizan a ciudadanos por contravenir sus obsesiones particulares, a los sindicatos de clase que viven a costa del Estado, a los sindicados de clase que viven a costa del Gobierno, a los que no protestan porque reciben más que si protestaran.
El zejalismo permite que una secta determinada conformada por todos los que reciben del Estado lo que no les corresponde, nunca haya vivido mejor que ahora haciendo menos, haciendo mal, o deshaciendo las estructuras que han soportado históricamente nuestro país.
Los zejalistas son unos vividores, que mientras usted y yo trabajamos afortunadamente, nos dicen que tenemos que trabajar más para mantenerlos a ellos y a sus posibles electores sin dar golpe, en barbecho hasta que lleguen las próximas elecciones y además culpabilizándonos por tener trabajo, cuando hay tanto desafortunado. Y a esta explotación la denominan progreso; me gustaría saber como denominan los zejalistas a la sodomía.
Biante de Priena
Zejalismo, suena bien, y permite definir el imperio totalitario que se ha creado dentro de nuestra democracia a lo largo de los cinco últimos años. Sugiero, por tanto, a los fijadores de nuestra lengua española, atención al respecto sobre el vocablo, para que lo tengan en cuenta, en concreto para la determinación lingüística de la creación discreta de un régimen no democrático dentro de una democracia.
Zejalismo, sí, reúne en una sola palabra la omnipresencia de la Z en la cultura española actual, más el componente de la ceja, por extensión ese gesto de complacencia y apoyo que notorios representantes del arte y la SGAE, han convenido en sectaria coalición de intereses, para proselitismo y difusión de la adhesión al pesebre estatal que les caracteriza.
Sería impropio definir como PSOE al zejalismo, porque no es socialismo lo que hace este gobierno que apoya a los bancos para que ganen más dinero, mientras concede limosnas a los más de cuatro millones de parados que se han quedado sin desempleo, en vez de procurar que los trabajadores dependan exclusivamente de sí mismos para que le deban el favor y se acuerden en las elecciones. Sería impropio definir como obrero el comportamiento de los dirigentes del zejalismo, que tienen como único interés el de distanciarse económicamente de sus electores de una forma miserable, gracias a los votos que estos les conceden. Sería impropio definir como español, a un régimen que se ha organizado para perpetuarse en el poder concediendo a los nacionalismos el tributo de desigualdad entre los españoles, para seguir gobernando. En fin, sería impropio denominar como partido a una secta, fundamentada en los intereses ambiciosos para sí mismos de unos cuantos aprovechados, incapaces, y bastante incultos, que se han afincado en el poder del gobierno nacional, para impartir su doctrina freak y postmodernista, de que hay que vivir lo mejor posible como sea, aunque sea a costa de que los demás vivan peor, y en nombre del socialismo.
El zejalismo se ha adueñado del país, de los poderes tradicionales, el ejecutivo, legislativo y judicial, pero también de la cultura, concediendo prebendas a los medios de comunicación favorables, a los artistas comprometidos con su causa, a la SGAE, al cine español que hay que salvar como sea, a los cargos funcionariales que han creado desde la libre designación, a los rentistas de las legislaciones políticas que criminalizan a ciudadanos por contravenir sus obsesiones particulares, a los sindicatos de clase que viven a costa del Estado, a los sindicados de clase que viven a costa del Gobierno, a los que no protestan porque reciben más que si protestaran.
El zejalismo permite que una secta determinada conformada por todos los que reciben del Estado lo que no les corresponde, nunca haya vivido mejor que ahora haciendo menos, haciendo mal, o deshaciendo las estructuras que han soportado históricamente nuestro país.
Los zejalistas son unos vividores, que mientras usted y yo trabajamos afortunadamente, nos dicen que tenemos que trabajar más para mantenerlos a ellos y a sus posibles electores sin dar golpe, en barbecho hasta que lleguen las próximas elecciones y además culpabilizándonos por tener trabajo, cuando hay tanto desafortunado. Y a esta explotación la denominan progreso; me gustaría saber como denominan los zejalistas a la sodomía.
Biante de Priena