Hace tiempo que sigo con estupor la trayectoria siniestra de uno de los más prestigiosos ideólogos que asesoran al PP de Mariano Rajoy, el señor Jose María Lasalle, diputado por Cantabria. Con motivo de la publicación de su libro: “Liberalismo. Compromiso cívico con la virtud”, me sospecho lo peor, tan solo leyendo sus declaraciones a la prensa sobre su obra, veo lo que se nos avecina en el PP, que a la larga coincidirá ideológicamente con el PSOE, como alguien no lo impida. El título del libro me recuerda una recensión entre “Liberalismo” del social-liberal John Rawls y “Tras la virtud” del comunitarista ético Alasdair MacIntyre, que en su transformación crítica del liberalismo, terminan aproximándose al socialismo, en su versión más socialdemócrata.
Desde hace varios años vengo denunciando el acoso a que se está sometiendo en nuestro país al liberalismo, tanto por los social-liberales dispersos como por los socialdemócratas organizados. Sin embargo, resulta extraño comprobar, como uno de los más prestigiosos y ponderados ideólogos del PP de Mariano Rajoy, deriva hacia la izquierda social y no hacia la izquierda liberal, como ha acontecido en los últimos tiempos con otros liberales tradicionales, como el señor Garrigues Walker y su intervención en aquello que íbamos a arreglar entre todos, se produce una deriva inadmisible de cesión de los principios y valores liberales, en aras de aproximarse a una transversalidad con los socialdemócratas progresistas del PSOE. Siempre me ha parecido ver en esta operación un “salvemos el socialismo haciéndolo liberal o haciéndo al liberalismo socialista”. No me gusta nada. Agua y aceite no mezclan.
Observo que hay una acomplejada perspectiva del liberalismo en sus propuestas y al mismo tiempo, una ignorancia irredenta de lo que es realmente la transversalidad política, que no consiste en otra cosa que un contrato equitativo y justo entre liberales y socialdemócratas, una convergencia de objetivos, pero no de principios, y un consenso en las acciones, para afrontar mejor en conjunto el futuro complejo que se nos avecina, pero sin renuncias, cesiones o apropiamientos indebidos, por ambas partes. No se trata de socialdemocratizar el liberalismo ni de liberalizar la socialdemocracia, sino de establecer un acuerdo fundamentado en un horizonte compartido en el ámbito de unas relaciones honestas.
Desde que Max Weber en compañía de Einstein y Thomas Mann, allá por la década de los años 20 del siglo pasado, iniciaronesa operación de convergencia, siempre ha fracasado hasta hoy por lo mismo, los socialdemócratas acaban retrayéndose, socializando el escenario y traicionando el respeto a la libertad individual, algo sagrado para los liberales. En nuestro país también ha ocurrido lo mismo en varias ocasiones, la más conocida fue la de UCD, a la que siguieron los intentos de CDS, Ciutadans y UPyD, que también fracasaron por lo mismo. Los liberales no podemos aceptar la socialización de la libertad de ninguna forma, no hay algo parecido a una libertad social, la libertad siempre debe ser concebida desde un rango individual.
La explicación es sencilla, sin libertad individual se puede establecer una dictadura de las mayorías en un sistema democrático, como ha denunciado recientemente Gustavo Bueno en su obra “Fundamentalismo Democrático”, les pongo un ejemplo práctico: se reunen tres ciudadanos, uno que es experto en una determinada cuestión, y otros dos que no tienen ni puñetera idea de la misma, pero si interés en que él que realmente sabe sobre la cuestión, no decida, pues a pesar de tener razón en su planteamiento, sus adversarios en su cerrilidad se la niegan, deciden votar sobre la cuestión y el que tenía razón sale derrotado porque los dos ineptos se han puesto de acuerdo en derrotar sus argumentos sin tener idea en el asunto. De esta forma, democráticamente, las decisiones se van separando de la razón y aproximándose a la sinrazón, algo de lo que tenemos experiencia reciente en España, asociando paulatinamente el poder a la ineptitud y no al conocimiento. Esto engendra graves consecuencias para la sociedad, porque aparta a los que realmente saben del poder para colocar en él a los más ineptos, a costa de sacrificar la libertad, imponiendo a la larga un sistema opresivo con todo aquello que sea libre, racional y experto, en una proyección hacia el totalitarismo.
Por eso sorprende leer una frase como la que ha pronunciado el señor Lasalle en la presentación de su libro: “El Estado debe proteger al mercado” que se explica de la siguiente forma: “hace falta un Estado que salvaguarde al mercado para que no pierda su neutralidad, y así genere prosperidad para todos y no sólo para unos pocos. El principal problema del mercado es que existan empresarios que conspiren contra él, y para impedirlo es necesario que intervenga el Estado”, pero además precedido de una enorme falacia que nada tiene que ver con los argumentos: “que es más necesario que nunca restablecer la tradición y principios originales del liberalismo.”
Señor Lasalle eso que usted ha dicho tiene que ver mucho más con el socialismo que con el liberalismo, porque el liberalismo considera que la relación entre Estado y Mercado debe ser ninguna, de independencia; y en todo caso desde el liberalismo debería ser exactamente al revés: que el mercado corrigiera los desmanes del Estado, sobre todo en su versión de Estado Providencia como acontece actualmente en España, que en realidad es lo que está ocurriendo con la crisis económica que vivimos: una correción del Estado por el mercado.
El Estado es una organización de poder y el Mercado una organización de libertad, son incompatibles, si bien el Estado, cuando se organiza realmente desde una democracia liberal, si debe proteger la libertad de los individuos con derechos, y a la sociedad de los desmanes del mercado, pero nunca de forma directa, sino por medio de la justicia, de las leyes, que deben ser equitativas para todos los individuos, sean pobres de misericordia o ricos de solemnidad, que la economía diferencia a los seres humanos ante la justicia es una falacia socialista.Somos los ciudadanos, tanto desde un rango individual, como desde una organización en sociedad civil, quienes por medio de la Constitución, los Códigos Legales y una Justicia Independiente , los que debemos regular desde la libertad tanto el mercado, como el Estado, pero en realidad lo que ocurre es lo contrario: que el mercado y el Estado controlan absolutamente desde el poder a los ciudadanos.
Si bien comparto con usted que Locke es el padre del liberalismo político y Adam Smith con su mano invisible, el padre del liberalismo económico, no puedo aceptar que Edmun Burke sea un ejemplo de liberalismo, aunque sea considerado el padre del liberal-conservadurismo británico, fundamentalmente en su última etapa, por su oposición a la Revolución Francesa en sus conocidas “reflexiones”, porque todo liberal sabe que ante la opresión de un régimen absolutista sólo queda una salida: derrocarlo, porque con la tiranía no se negocia, sea esta teocrática o socialista.
Los liberales siempre anteponemos la libertad a cualquier otro valor humano y la revolución es inherente a nuestra genética, tanto en las revoluciones liberales clásicas como la norteamericana y la española, como en las jacobinas que ayudan a derrocar un poder despótico, siempre que sea para dar paso a la libertad. Si bien nunca le agradeceré lo bastante al señor Burke sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa” porque dieron lugar a la réplica de mi admirado Thomas Paine, posiblemente la culminación del pensamiento liberal: “los derechos del hombre”, obra en que la virtud es causa y consecuencia en cada ser humano individual, no solo un desideratum para una sociedad de masas.
De Thomas Paine dijo otro eximio liberal, Bertrand Russell lo siguiente: “Para nuestros tatarabuelos era una especie de Satán terrenal, un infiel subversivo, rebelde contra su Dios y contra su rey. Se ganó la hostilidad de tres hombres a quienes no se suele relacionar: Pitt, Robespierre y Washington. De éstos, los dos primeros trataron de darle muerte, mientras el tercero se abstuvo cuidadosamente de tomar medidas para salvar su vida. Pitt y Washington lo odiaban porque era demócrata, Robespierre, porque se opuso a la ejecución del rey y al reinado del Terror. Su destino fue siempre ser honrado por la oposición y odiado por los gobiernos.”
Anhelo leer su libro; desde hace muchos años considero que la bondad de una obra sobre liberalismo se mide por las páginas que dedica a Thomas Paine, espero que sean muchas en el suyo, en caso contrario me sentiré defraudado y ratificaré que sus experimentos forman parte de esos periódicos asedios que el liberalismo sufre, por quienes como Rawls o MacIntyre, pretenden transformarlo en una ideología social.
Espero que usted no tenga las mismas tentaciones antiindividualistas que su homónimo de apellido Ferdinand Lasalle, que fundó con Karl Marx el Partido Obrero Socialista de Alemania en el Congreso de Gotha, para luego escindirse y fundar del Partido SocialDemócrata Alemán.
La transversalidad solo será posible con buena voluntad política en liberales y socialdemócratas, algo inexistente en la España actual, cualquier intento de aproximación al socialismo en estos tiempos de progresismo vácuo es realmente suicida, aunque sea diciendo cosas que suenen bien al electorado de izquierdas, no se puede engañar a la gente. Los liberales abjuramos del estatalismo, siempre, en cualquier circunstancia, eso es algo que debe quedar absolutamente claro para cualquier liberal.
Por mi parte, prefiero adherirme a los claros principios liberales fundamentados en el humanismo, que a los experimentos que pretenden despojar al liberalismo de su auténtico sentido: la libertad individual del ser humano.
Enrique Suárez
Desde hace varios años vengo denunciando el acoso a que se está sometiendo en nuestro país al liberalismo, tanto por los social-liberales dispersos como por los socialdemócratas organizados. Sin embargo, resulta extraño comprobar, como uno de los más prestigiosos y ponderados ideólogos del PP de Mariano Rajoy, deriva hacia la izquierda social y no hacia la izquierda liberal, como ha acontecido en los últimos tiempos con otros liberales tradicionales, como el señor Garrigues Walker y su intervención en aquello que íbamos a arreglar entre todos, se produce una deriva inadmisible de cesión de los principios y valores liberales, en aras de aproximarse a una transversalidad con los socialdemócratas progresistas del PSOE. Siempre me ha parecido ver en esta operación un “salvemos el socialismo haciéndolo liberal o haciéndo al liberalismo socialista”. No me gusta nada. Agua y aceite no mezclan.
Observo que hay una acomplejada perspectiva del liberalismo en sus propuestas y al mismo tiempo, una ignorancia irredenta de lo que es realmente la transversalidad política, que no consiste en otra cosa que un contrato equitativo y justo entre liberales y socialdemócratas, una convergencia de objetivos, pero no de principios, y un consenso en las acciones, para afrontar mejor en conjunto el futuro complejo que se nos avecina, pero sin renuncias, cesiones o apropiamientos indebidos, por ambas partes. No se trata de socialdemocratizar el liberalismo ni de liberalizar la socialdemocracia, sino de establecer un acuerdo fundamentado en un horizonte compartido en el ámbito de unas relaciones honestas.
Desde que Max Weber en compañía de Einstein y Thomas Mann, allá por la década de los años 20 del siglo pasado, iniciaronesa operación de convergencia, siempre ha fracasado hasta hoy por lo mismo, los socialdemócratas acaban retrayéndose, socializando el escenario y traicionando el respeto a la libertad individual, algo sagrado para los liberales. En nuestro país también ha ocurrido lo mismo en varias ocasiones, la más conocida fue la de UCD, a la que siguieron los intentos de CDS, Ciutadans y UPyD, que también fracasaron por lo mismo. Los liberales no podemos aceptar la socialización de la libertad de ninguna forma, no hay algo parecido a una libertad social, la libertad siempre debe ser concebida desde un rango individual.
La explicación es sencilla, sin libertad individual se puede establecer una dictadura de las mayorías en un sistema democrático, como ha denunciado recientemente Gustavo Bueno en su obra “Fundamentalismo Democrático”, les pongo un ejemplo práctico: se reunen tres ciudadanos, uno que es experto en una determinada cuestión, y otros dos que no tienen ni puñetera idea de la misma, pero si interés en que él que realmente sabe sobre la cuestión, no decida, pues a pesar de tener razón en su planteamiento, sus adversarios en su cerrilidad se la niegan, deciden votar sobre la cuestión y el que tenía razón sale derrotado porque los dos ineptos se han puesto de acuerdo en derrotar sus argumentos sin tener idea en el asunto. De esta forma, democráticamente, las decisiones se van separando de la razón y aproximándose a la sinrazón, algo de lo que tenemos experiencia reciente en España, asociando paulatinamente el poder a la ineptitud y no al conocimiento. Esto engendra graves consecuencias para la sociedad, porque aparta a los que realmente saben del poder para colocar en él a los más ineptos, a costa de sacrificar la libertad, imponiendo a la larga un sistema opresivo con todo aquello que sea libre, racional y experto, en una proyección hacia el totalitarismo.
Por eso sorprende leer una frase como la que ha pronunciado el señor Lasalle en la presentación de su libro: “El Estado debe proteger al mercado” que se explica de la siguiente forma: “hace falta un Estado que salvaguarde al mercado para que no pierda su neutralidad, y así genere prosperidad para todos y no sólo para unos pocos. El principal problema del mercado es que existan empresarios que conspiren contra él, y para impedirlo es necesario que intervenga el Estado”, pero además precedido de una enorme falacia que nada tiene que ver con los argumentos: “que es más necesario que nunca restablecer la tradición y principios originales del liberalismo.”
Señor Lasalle eso que usted ha dicho tiene que ver mucho más con el socialismo que con el liberalismo, porque el liberalismo considera que la relación entre Estado y Mercado debe ser ninguna, de independencia; y en todo caso desde el liberalismo debería ser exactamente al revés: que el mercado corrigiera los desmanes del Estado, sobre todo en su versión de Estado Providencia como acontece actualmente en España, que en realidad es lo que está ocurriendo con la crisis económica que vivimos: una correción del Estado por el mercado.
El Estado es una organización de poder y el Mercado una organización de libertad, son incompatibles, si bien el Estado, cuando se organiza realmente desde una democracia liberal, si debe proteger la libertad de los individuos con derechos, y a la sociedad de los desmanes del mercado, pero nunca de forma directa, sino por medio de la justicia, de las leyes, que deben ser equitativas para todos los individuos, sean pobres de misericordia o ricos de solemnidad, que la economía diferencia a los seres humanos ante la justicia es una falacia socialista.Somos los ciudadanos, tanto desde un rango individual, como desde una organización en sociedad civil, quienes por medio de la Constitución, los Códigos Legales y una Justicia Independiente , los que debemos regular desde la libertad tanto el mercado, como el Estado, pero en realidad lo que ocurre es lo contrario: que el mercado y el Estado controlan absolutamente desde el poder a los ciudadanos.
Si bien comparto con usted que Locke es el padre del liberalismo político y Adam Smith con su mano invisible, el padre del liberalismo económico, no puedo aceptar que Edmun Burke sea un ejemplo de liberalismo, aunque sea considerado el padre del liberal-conservadurismo británico, fundamentalmente en su última etapa, por su oposición a la Revolución Francesa en sus conocidas “reflexiones”, porque todo liberal sabe que ante la opresión de un régimen absolutista sólo queda una salida: derrocarlo, porque con la tiranía no se negocia, sea esta teocrática o socialista.
Los liberales siempre anteponemos la libertad a cualquier otro valor humano y la revolución es inherente a nuestra genética, tanto en las revoluciones liberales clásicas como la norteamericana y la española, como en las jacobinas que ayudan a derrocar un poder despótico, siempre que sea para dar paso a la libertad. Si bien nunca le agradeceré lo bastante al señor Burke sus “Reflexiones sobre la Revolución Francesa” porque dieron lugar a la réplica de mi admirado Thomas Paine, posiblemente la culminación del pensamiento liberal: “los derechos del hombre”, obra en que la virtud es causa y consecuencia en cada ser humano individual, no solo un desideratum para una sociedad de masas.
De Thomas Paine dijo otro eximio liberal, Bertrand Russell lo siguiente: “Para nuestros tatarabuelos era una especie de Satán terrenal, un infiel subversivo, rebelde contra su Dios y contra su rey. Se ganó la hostilidad de tres hombres a quienes no se suele relacionar: Pitt, Robespierre y Washington. De éstos, los dos primeros trataron de darle muerte, mientras el tercero se abstuvo cuidadosamente de tomar medidas para salvar su vida. Pitt y Washington lo odiaban porque era demócrata, Robespierre, porque se opuso a la ejecución del rey y al reinado del Terror. Su destino fue siempre ser honrado por la oposición y odiado por los gobiernos.”
Anhelo leer su libro; desde hace muchos años considero que la bondad de una obra sobre liberalismo se mide por las páginas que dedica a Thomas Paine, espero que sean muchas en el suyo, en caso contrario me sentiré defraudado y ratificaré que sus experimentos forman parte de esos periódicos asedios que el liberalismo sufre, por quienes como Rawls o MacIntyre, pretenden transformarlo en una ideología social.
Espero que usted no tenga las mismas tentaciones antiindividualistas que su homónimo de apellido Ferdinand Lasalle, que fundó con Karl Marx el Partido Obrero Socialista de Alemania en el Congreso de Gotha, para luego escindirse y fundar del Partido SocialDemócrata Alemán.
La transversalidad solo será posible con buena voluntad política en liberales y socialdemócratas, algo inexistente en la España actual, cualquier intento de aproximación al socialismo en estos tiempos de progresismo vácuo es realmente suicida, aunque sea diciendo cosas que suenen bien al electorado de izquierdas, no se puede engañar a la gente. Los liberales abjuramos del estatalismo, siempre, en cualquier circunstancia, eso es algo que debe quedar absolutamente claro para cualquier liberal.
Por mi parte, prefiero adherirme a los claros principios liberales fundamentados en el humanismo, que a los experimentos que pretenden despojar al liberalismo de su auténtico sentido: la libertad individual del ser humano.
Enrique Suárez