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jueves, 28 de junio de 2012

¿Cómo se resuelve la crisis económica de España en dos tardes?


"Hay dos clases distintas de personas en la nación, aquellos que pagan impuestos y aquellos que reciben y viven de los impuestos" Thomas Paine

Aunque los mercados internacionales nos sigan señalando la deuda pública como principal problema de este país, ni es el mayor, ni el prioritario al que nos enfrentamos. El mayor problema económico que tenemos los españoles es la falta de crecimiento de nuestro PIB, que ni está, ni se le espera en los próximos años, más bien todo lo contrario.

Superando la disquisición fundamental propuesta por Leire Pajín, que nos dijo que el mayor problema que tenía el PIB en España es que era masculino, en fin, sea PIB o PIBA, lo más atenazador para nuestra precaria evolución económica es que decrecemos, y con cada 0,1 % que desciende el volumen de nuestra economía se cierran 2.000 pequeñas empresas, se incrementa el paro en 25.000 personas y se recortan los ingresos del Estado en unos cuantos miles de millones de euros.

Los problemas económicos de España tienen difícil solución, fundamentalmente porque para resolverlos es necesario alcanzar en su definición un panorama de realidad, para lo que todavía creo que faltan varios años, contando con los boicots y palos en las ruedas que se impondrán por parte de todos los interesados en que España no salga de la crisis económica, que son precisamente los que nos hundieron en ella. Sin alcanzar un diagnóstico real de la situación es harto difícil pensar en soluciones para resolverla.

Otro problema importante es la devastación de las iniciativas privadas que se han realizado en este país bajo la égida del contador de nubes, en su afán de crear una economía intervenida por parte del Estado en todas sus dimensiones, que elevara lo público a la principal empresa improductiva de España y por cierto la más onerosa. No es que tengamos un Estado descomunal, que lo tenemos, sino que los precios sobre servicios públicos están inflados por numerosas variables sociales, laborales y catecumenales, hasta prescindir de cualquier objetivo de competitividad. No es normal que los españoles estemos en el puesto 50 del mundo en competitividad y aproximadamente en el 40 de productividad, estando como estamos integrados en el euro y formando parte de una economía avanzada, según dicen.

El problema de España no nos lo cuentan, para no herir nuestra sensibilidad, pero no es otro que la pobreza, somos pobres sin remedio posible, en muchos casos porque trabajar por sueldos basura no compensa y es más fácil vivir del momio del subsidio. La mayoría de los sueldos de este país no pasan de los 16.000 euros al año, cifra que no es difícil de superar cuando los subsidios proporcionan a los que no trabajan alrededor de 5.500 euros y sólo tienen que lograr 10.500 euros, unos 850 al mes, en la economía sumergida, sobre los que no existen IRPFs, ni impuestos, porque no se declaran, mientras que el asalariado convencional está sometido a retenciones y pagos de impuestos.

El problema de este país es la legitimación del fraude como algo natural, tanto en los pocos que estafan cientos de millones de euros, como de los millones que estafan cientos de euros. No es de extrañar, viendo la moral ejemplar de la casta política que guía el curso de nuestras vidas que en este país todo el que pueda estafar al fisco lo haga, además con una conciencia reflexiva de que para que se lo gasten en vivir bien los que mandan, mejor se lo gasta el que produce los ingresos, que para eso trabaja, mientras los parásitos políticos o sindicales se dedican a vivir del momio. ¿Si a quiénes roban millones de euros del erario público no les ocurre nada, qué va a pasarles a los pequeños defraudadores que sólo estafan unos cientos o miles de euros al Estado?

Este es el principal y prioritario problema que tenemos en la economía española, la ausencia de moral pública, tanto en los políticos como en los ciudadanos. Pero quizás el siguiente sea la ausencia total de iniciativas emprendedoras, fundamentalmente de riesgo, que son las que resultan más sensibles a los tiempos, pero también son las más dinamizadoras de la actividad económica de un país. En España nos hemos acostumbrado a vivir de la sopa boba, porque nos han educado en el gratis total que nos proporcionaba el Estado Providencia creado por Zapatero y sus ineptos acompañantes. Desengáñense, la justicia social no era otra cosa que los que tenían carnet de izquierdas pudieran vivir como los que tenían carnet de derechas, mientras el pueblo español pagaba la fiesta. Unos se aprovechan en nombre de la justicia social y otros en nombre de la justicia natural, y los ciudadanos estamos condenados a padecer todas las injusticias a que nos someten, en eso consiste el juego.

Este país no se pondrá en marcha, tal vez no lo haga nunca, hasta que no se erradique por completo la explotación y expolio a que nos someten los que conforman la casta política de todos los partidos y depongan su actitud inadmisible en una democracia. Su inmoralidad es tan bochornosa que, en comparación, todos los que pueden estafar al Estado español cometiendo fraude van camino de convertirse en los héroes de nuestra época, como los bandoleros del siglo XIX. Hasta que en este país los que mandan no se den cuenta de que ejerciendo su tiranía convencen a los ciudadanos de que defraudar al Estado es un grito de libertad contra la opresión y la molicie, las cosas de España no tendrán remedio.

Es hora de exigir responsabilidades y restitución de sus desmanes a todos aquellos que los han cometido, porque de otra forma creo que los impuestos de este país los va a terminar pagando Rita la Cantaora. No se puede consentir que los políticos vivan en la aristocracia del bienestar absoluto, inmunes a cualquier dificultad, mientras el pueblo español cada día las pasa más putas para llegar a fin de mes. O la relación políticos-ciudadanos cambia por las buenas, o lo terminará haciendo... por las peores.

Mariano Rajoy, no se ha enterado todavía de que está leyendo El Marca sobre un volcán que humea, mientras se escuchan extraños ruidos que no se sabe de donde provienen.


Enrique Suárez

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