Siempre recordaré una de las escenas finales de la mejor película de Robert Mulligan, y la mejor interpretación de Gregory Peck: "Matar a un Ruiseñor". El argumento es una historia emocional, cuya sinopsis es la de un prestigioso abogado de raza blanca, Atticus Finch, que defiende a un violador negro, acusado por una mujer blanca en el sur de los Estados Unidos, en los años cincuenta.
La inocencia del violador es evidente desde el comienzo del largometraje, y el juicio al agresor, se transforma en un proceso a la misma inequidad de la justicia xenófoba de los estados sudistas en aquella época.
La escena invita a la reflexión, Atticus Finch abandona la sala por el pasillo de la corte, mientras le acompaña el respeto de las miradas de los miembros de la comunidad negra puestos en pie. Entonces, una niña le pregunta a su madre que si pueden irse, y la madre le dice: "No, aún no; el señor Finch todavía está en la sala".
El fin de semana pasado se celebró el II Congreso de Ciutadans, las cosas que en el ocurrieron han sido narradas por numerosas voces, con lo que procuraré eludir mi juicio al respecto, me interesa más el análisis de lo ocurrido en esas 48 horas apasionantes y determinantes para el futuro de nuestro partido político.
En el Congreso de Ciutadans, se dirimía el fundamento de la existencia de esta formación política, es decir, la posibilidad de que los ciudadanos pudieran participar en la política sin convertirse en políticos.
La cuestión era extraordinariamente complicada, por numerosas razones, la más importante de todas es que era algo que se intentaba hacer por primera vez en la historia de este país cada día más abstencionista contra los políticos.
Cerca de 500 delegados, como en aquel consejo de los quinientos de la antigua Atenas que dictaminó la muerte de Sócrates, tenían en su compromiso elegir lo que sería Ciutadans. Eligieron la candidatura de Albert Rivera de forma hegemónica, y al mismo tiempo, decidieron que el partido se vaciara de sus contenidos ideológicos menos pragmáticos, para aproximarse a una oferta electoral más convencional, y menos radical en sus planteamientos.
Eligieron que Ciutadans evolucionara hacia las características diferenciadas de una formación política convencional. El tiempo dirá si la asamblea acertó o se equivocó en su decisión. Realmente no era fácil determinarse, y los delegados ante el miedo a la disolución eligieron lo conocido, antes que lo desconocido.
Sin embargo, en el instante que Albert Rivera salió elegido presidente, el espíritu del Tívoli desapareció de Ciutadans, el boadellismo dejo de insuflar vida al proyecto, la formación de Pérez Romera, la izquierda coherente de Alternativa Ciudadana se salió del partido, los liberales de Regeneración Democrática se constituyeron en plataforma para decidir el futuro con Basta Ya, no se sabe si dentro o fuera del partido, y muchos militantes se fueron a sus casas para pensarse si continuaban militando en la joven formación política.
Quizás no hubiera solución, porque los errores cometidos hasta entonces habían sido numerosos, pero hasta el final, los asistentes mantuvieron la ilusión de que era posible hacer un partido de ciudadanos que disputaran el espacio de poder a los políticos profesionales. No pudo ser, y todos salieron derrotados, los que vencieron y los que perdieron.
De lo ocurrido, solo se han podido alegrar los más inconscientes y los más ambiciosos, algunos sectarios, algunos despistados, y los políticos de otros partidos; la democracia permitió que se decidiera lo mejor para Ciutadans, lo mejor de lo posible, porque lo mejor, era imposible.
Atticus Finch, tampoco lograría salvar a Sócrates en el juicio en el que resultó sentenciado a muerte, tras haberlo acusado Anito, Melito y Licón de asebeia, de corromper a la juventud, por inducirles a reflexionar, a pensar por sí mismos, y que fueran capaces de criticar y cuestionar la política de la Ciudad-Estado.
Sócrates quería ciudadanos libres de pensamiento y por esa causa entregó su vida a la polis; cualquier otra alternativa, como la huida que le ofrecieron, no le interesaba. Sócrates era un ciudadano orgulloso, y supo elegir entre su propio fin, y la renuncia a los principios y valores que sostenían su vida.
Sócrates sabía que no podría continuar su vida en plenitud, si renunciaba a sus principios, valores e ideas, por eso eligió morir, antes que vender su alma ciudadana a los políticos que le juzgaban. En Ciutadans, el pasado fin de semana se pudo comprobar que Sócrates cada día va ganando más adeptos en los últimos 2500 años, no fueron mayoría, pero cada día parece que vamos siendo más, en alguna ocasión lo lograremos o facilitaremos que nuestros hijos puedan conseguirlo.
Atticus Finch y Sócrates, son ejemplos que debemos seguir para que realmente cambien las cosas de forma definitiva en la política. La política emula en muchos aspectos al teatro, en el que la salida de la escena final, supone el momento culminante de todos los dramas y la invitación a la última carcajada en las comedias, estoy seguro de que Boadella sabe de lo que estoy hablando.
La inocencia del violador es evidente desde el comienzo del largometraje, y el juicio al agresor, se transforma en un proceso a la misma inequidad de la justicia xenófoba de los estados sudistas en aquella época.
La escena invita a la reflexión, Atticus Finch abandona la sala por el pasillo de la corte, mientras le acompaña el respeto de las miradas de los miembros de la comunidad negra puestos en pie. Entonces, una niña le pregunta a su madre que si pueden irse, y la madre le dice: "No, aún no; el señor Finch todavía está en la sala".
El fin de semana pasado se celebró el II Congreso de Ciutadans, las cosas que en el ocurrieron han sido narradas por numerosas voces, con lo que procuraré eludir mi juicio al respecto, me interesa más el análisis de lo ocurrido en esas 48 horas apasionantes y determinantes para el futuro de nuestro partido político.
En el Congreso de Ciutadans, se dirimía el fundamento de la existencia de esta formación política, es decir, la posibilidad de que los ciudadanos pudieran participar en la política sin convertirse en políticos.
La cuestión era extraordinariamente complicada, por numerosas razones, la más importante de todas es que era algo que se intentaba hacer por primera vez en la historia de este país cada día más abstencionista contra los políticos.
Cerca de 500 delegados, como en aquel consejo de los quinientos de la antigua Atenas que dictaminó la muerte de Sócrates, tenían en su compromiso elegir lo que sería Ciutadans. Eligieron la candidatura de Albert Rivera de forma hegemónica, y al mismo tiempo, decidieron que el partido se vaciara de sus contenidos ideológicos menos pragmáticos, para aproximarse a una oferta electoral más convencional, y menos radical en sus planteamientos.
Eligieron que Ciutadans evolucionara hacia las características diferenciadas de una formación política convencional. El tiempo dirá si la asamblea acertó o se equivocó en su decisión. Realmente no era fácil determinarse, y los delegados ante el miedo a la disolución eligieron lo conocido, antes que lo desconocido.
Sin embargo, en el instante que Albert Rivera salió elegido presidente, el espíritu del Tívoli desapareció de Ciutadans, el boadellismo dejo de insuflar vida al proyecto, la formación de Pérez Romera, la izquierda coherente de Alternativa Ciudadana se salió del partido, los liberales de Regeneración Democrática se constituyeron en plataforma para decidir el futuro con Basta Ya, no se sabe si dentro o fuera del partido, y muchos militantes se fueron a sus casas para pensarse si continuaban militando en la joven formación política.
Quizás no hubiera solución, porque los errores cometidos hasta entonces habían sido numerosos, pero hasta el final, los asistentes mantuvieron la ilusión de que era posible hacer un partido de ciudadanos que disputaran el espacio de poder a los políticos profesionales. No pudo ser, y todos salieron derrotados, los que vencieron y los que perdieron.
De lo ocurrido, solo se han podido alegrar los más inconscientes y los más ambiciosos, algunos sectarios, algunos despistados, y los políticos de otros partidos; la democracia permitió que se decidiera lo mejor para Ciutadans, lo mejor de lo posible, porque lo mejor, era imposible.
Atticus Finch, tampoco lograría salvar a Sócrates en el juicio en el que resultó sentenciado a muerte, tras haberlo acusado Anito, Melito y Licón de asebeia, de corromper a la juventud, por inducirles a reflexionar, a pensar por sí mismos, y que fueran capaces de criticar y cuestionar la política de la Ciudad-Estado.
Sócrates quería ciudadanos libres de pensamiento y por esa causa entregó su vida a la polis; cualquier otra alternativa, como la huida que le ofrecieron, no le interesaba. Sócrates era un ciudadano orgulloso, y supo elegir entre su propio fin, y la renuncia a los principios y valores que sostenían su vida.
Sócrates sabía que no podría continuar su vida en plenitud, si renunciaba a sus principios, valores e ideas, por eso eligió morir, antes que vender su alma ciudadana a los políticos que le juzgaban. En Ciutadans, el pasado fin de semana se pudo comprobar que Sócrates cada día va ganando más adeptos en los últimos 2500 años, no fueron mayoría, pero cada día parece que vamos siendo más, en alguna ocasión lo lograremos o facilitaremos que nuestros hijos puedan conseguirlo.
Atticus Finch y Sócrates, son ejemplos que debemos seguir para que realmente cambien las cosas de forma definitiva en la política. La política emula en muchos aspectos al teatro, en el que la salida de la escena final, supone el momento culminante de todos los dramas y la invitación a la última carcajada en las comedias, estoy seguro de que Boadella sabe de lo que estoy hablando.
Jean Le Non