Hoy he tomado un taxi para regresar a casa, a mitad del recorrido comencé a hablar con el conductor del tiempo: ha enfriado y esas cosas; poco después, casi atropella a unos chicos que atravesaban un paso de cebra con el semáforo en rojo. Frenazo, y los imprudentes muchachos se liaron a insultarle, encima. Para aplacar los ánimos del taxista le pregunté al rato si se notaba lo de la crisis, se calló un instante y prorrumpió: "y ese sinvergüenza que está en La Moncloa encima se ríe, claro como a él no le cuesta ganarlo". Silencio, llegamos al destino pagué y me fui.
Hay tensión en este país, demasiada para que no se note. La gente no deja de estar crispada, se nota el miedo a lo que pueda pasar, como con Franco en periodo de huelga, aunque todo el mundo trata de disimularlo. Y los ilusos piensan que con una asignatura de Educación para la ciudadanía, en la que relatarán una versión muy sesgada de la cultura y la historia, se va a arreglar el grave problema de la educación en los ciudadanos.
Hoy, ha habido una manifestación promovida por los sindicatos, que pasó ante las oficinas en las que trabajo. El motivo, la directiva europea de ampliación de las jornadas laborales. Los gritos eran diversos y estridentes. Pero en esta ocasión, nadie decía nada contra el gobierno, si contra el gran capital, los empresarios y no se cuantas cosas más.
Salí a tomar un café y fui a sacar tabaco a la máquina de la cafetería, y con sorpresa vi que la habían retirado. Más tarde me enteré que les habían metido una multa de más de mil euros por dejar fumar en su establecimiento, que tiene metros para crear un área de fumadores, pero mala manera de organizarlo.
Ayer entré a comprar en un comercio en el que me proveo de algunas cosas, el dueño me dijo que como siguieran las cosas así tendría que cerrar y que iba a despedir a los dos empleados que trabajaban con él desde hacía más de diez años. Estaba realmente compungido.
Hay una fuerte crisis de valores en nuestro país, y no me refiero exclusivamente a los bursátiles, sino a los relacionados con la convivencia entre semejantes, a los valores humanos. La política, ha arrasado con todo, primero contaminando las instituciones, luego aboliendo las estructuras relacionales, y por último, vaciando de formas, modos y principios la relación entre los ciudadanos, especialmente entre los funcionarios, representantes del Estado y los ciudadanos, representantes de la sociedad. Los funcionarios se quejan de los ciudadanos y los ciudadanos de los funcionarios. El Estado se queja de la sociedad y la sociedad del Estado. No lleva remedio.
La gente no se respeta, por qué está acostumbrada a contemplar la ausencia de respeto entre todos los que salen en la televisión, sean políticos, artistas, deportistas, o ciudadanos. Los programas en los que más se denigra al ser humano, suelen ser además los de más éxito.
No hay autoridad, porque quienes deberían marcar ejemplo, precisamente lo que muestran es la evidencia de su incapacidad para ocupar los cargos que detentan. La ética, que debería ser algo emergente de cada ciudadano, es un hallazgo arqueólogico en estos tiempos de trinque y descuido.
Posiblemente estemos viviendo en esa curiosa etapa de la historia en que los viejos valores no acaban de morir y los nuevos no acaban de nacer: el cero moral. Hay tanta falsedad a nuestro alrededor, tanta manipulación vejatoria de los seres humanos desde las estructuras de poder, tanta deshumanización compensada por un materialismo estúpido y soez que resulta complicado pasar el día sin que te ocurra algo que te sorprenda ingratamente.
Se necesitan líderes morales en nuestro país desmoralizado, ejemplos a seguir de trabajadores honestos que se dejen sus sudores para salir adelante. Hace falta esperanza, confianza, templanza, sinceridad, tranquilidad, pero eso resulta imposible, porque los que gobiernan no saben dirigir y los que se oponen, no saben reclamar. Los políticos son actores infames, que representan una obra de exaltación permanente del canibalismo.
Y en la educación es el lugar donde el problema resulta más grave, los educadores no saben si enseñar los valores que prevalecen en nuestra sociedad o los que más escasean, y los educandos, no saben si seguir lo que les dicen, tanto en sus hogares como en sus institutos o colegios, o hacer exactamente lo contrario. Cuando fallan los que mandan, no van a acertar los que obedecen.
Los medios de comunicación social, televisión, radio, prensa, destacan por su imprudencia temeraria, por su falta de profesionalidad, y por una veneración por la estridencia, el morbo, el despojamiento, y la frivolidad.
Y para alguien que se considera liberal, entonar el discurso del desastre civil en el que estamos viviendo resulta penoso, desagradable, forzado, por qué no es tan difícil enseñar que la libertad no tiene sentido sino se asocia a la responsabilidad, que la seguridad depende de la confianza en nosotros mismos y el respeto exhaustivo por los demás, que la tolerancia tiene que ver mucho con la prudencia, que la buena convivencia proviene siempre de la buena comunicación. Alguien debería recordar que el estudio y el trabajo no son condenas, sino formas de realizarse personalmente de forma apropiada, de alcanzar la independencia de criterio, y la libertad de pensamiento.
Pero claro, para enseñar valores colectivos primero hay que tenerlos personales, sino se dispone de los recursos precisos, no se puede hacer nada para cambiar las cosas, lo único posible es destruir lo existente, en un alarde de nihilismo y soberbia, en una borrachera de poder.
La sociedad en la que estamos viviendo, es un reflejo de la política con la que administran nuestra existencia. En realidad, la política es un reflejo propio de nosotros mismos, por qué somos nosotros los que elegimos a los políticos que nos representan, y los que ven un determinado canal de televisión, escuchan un programa concreto de radio, o leen un determinado periódico.
Quien siembra vientos, a menudo, recoge tempestades. Para saber ser libres, primero hay que saber lo que es la libertad, la nuestra y la de los demás, para después respetar a los otros, tanto como queramos ser respetados.
Cuando alguien escriba las crónicas de la época que vivimos dentro de unos años, posiblemente dirá que fue una etapa de conclusión de la transición. El problema será a que lugar nos habrá llevado. Los valores son la esencia cultural del ser humano, lo que nos hace personas, lo que nos concede la entrada en la sociedad civil con pleno derecho, quizás por eso hoy la sociedad civil sea tan escuálida.
No me cansará de decirlo, la política no puede hacer cultura, como tampoco puede hacerla la economía, por qué la política y la economía forman parte de la cultura, y la cultura no es su consecuencia, sino su causa.
Pero para saber estas cosas es necesario haberlas conocido antes de llegar al uso inane del poder sin más mérito que una sonrisa bobalicona y una petulancia propia del papanatismo exuberante y la soberbia mesiánica de aquellos que no distinguen con claridad entre los sueños propios y las pesadillas ajenas.
El valor humano de cada uno de nosotros se confunde con el valor político y el valor económico, que son sus consecuencias. Ahora vas y se lo explicas a José Blanco, y ya verás como la culpa la tiene Bush.
Biante de Priena