A pesar de las advertencias de los escasos filósofos con pensamiento propio que existen en la actualidad, la política se ha convertido en elemento clave y fundamental de nuestra existencia. El poder está aprovechando la emergencia de las nuevas tecnologías que nos mantienen entretenidos para establecer su yugo de forma discreta sobre nuestro pasado (que se reescribe continuamente), presente (que se deteriora sin descanso), y futuro (que se promete cambiar sin interrupción).
Hay varios elementos básicos en el procedimiento ejercido por el poder para integrarnos en su dominio con engaños y enmascaramientos, por enésima vez a lo largo de la historia: desidentificación, razón democrática, desconocimiento e igualdad.
La desidentificación
Es el último proceso de alienación a que los seres humanos estamos siendo sometidos por una aplicación de diseño del “divide y vencerás a escala social”. Los seres humanos estamos perdiendo nuestra identidad y con ello nuestra libertad y derechos. El poder, en todas sus formas, nos fragmenta en relación a sus propósitos de explotación y expolio. Nos convierte en usuarios, clientes y consumidores desde el poder económico. En vasallos, contribuyentes y electores desde el poder político. En creyentes y fieles desde el poder religioso (en estos momentos ocupado por los partidos políticos, además de por otras creencias).
Con la desposesión de la identidad, el ser humano se ha convertido en una entidad anónima y alienada, sin identidad todos somos clones al servicio del poder. Quien no conoce su identidad, difícilmente puede reclamar lo que le han arrebatado, porque dudará sobre si le correspondía realmente. Las nuevas tecnologías están contribuyendo al propósito del poder de dos formas, una permitiéndonos multiplicar nuestras identidades con nicks y avatares en el espacio virtual y otra sustituyendo la identidad por una IP, como único referente, como el Estado nos identifica por el DNI, en la ampliación virtual de la realidad nos identifican con un número. A los ojos de todos los depredadores de nuestra identidad somos un número que permite nuestra clasificación por categorías organizadas que permiten mejor nuestra desposesión.
Sólo saldremos de esta crisis humana con una recuperación de nuestra identidad real, con una expresión correspondiente en nuestro lenguaje a esa identidad real, y con una vida pletórica de conductas que se correspondan con nuestra identidad real, y no con nuestra desidentificación, en identidades virtuales o clasificaciones espúreas.
Los motivos por los que se establece esta desidentificación no son otros que la eliminación de nuestra libertad individual en función de alcanzar el objetivo de una libertad reducida, parcial, diseñada, para integrarnos en la colectividad. Porque la libertad sólo se quiere entender en estos tiempos en función de un patrón colectivo, especialmente promovido por las ideologías totalitarias, tanto de izquierdas como conservadoras. La identidad propia y autodefinida sólo se puede establecer en el nivel individual. Sin identidad dejamos de ser individuos para convertirnos en amorfos elementos de una sociedad de masas.
Razón Democrática
El segundo elemento de nuestra deshumanización es el que permite organizar nuestra convivencia en función de una interpretación perversa de la democracia. Supongamos que tres personas se reúnen para resolver un problema, una de ellas sabe cómo se resuelve y las otras dos no lo saben, pero deciden someter a criterio democrático, es decir a votación, la solución que elegirán para resolver el problema, y los dos que no saben resolverlo votan por sus soluciones, mientras que el que si sabe resolverlo vota por la suya. De una forma tan sencilla y diáfana, podemos entender como la democracia puede servir como procedimiento para equivocarse sin fin: esto es un resumen de los efectos perniciosos de la razón democrática.
Como la política impregna nuestra existencia, el método de decisión democrático ha comenzado a utilizarse como el más justo de todos, porque permite que todo el mundo tenga la misma capacidad de decisión. Esto es lo que se denomina con acierto fundamentalismo democrático, la imposición del criterio de la mayoría aunque represente la más extravagante de las irracionalidades.
El fundamentalismo democrático es una perversión de la razón, una pérdida de tiempo, y una barbaridad, que permite que dos idiotas se pongan de acuerdo para arruinar las mejores ideas de un sabio y lo consigan, en aras de la democracia. Como en el mundo hay muchos más idiotas que sabios estamos condenados a la decadencia ininterrumpida y democrática.
¿Cómo se podría corregir esta perversión política en las decisiones humanas? Fundamentalmente con justicia, porque la democracia puede no ser justa, tanto como la justicia puede no ser democrática. Sin embargo como la justicia se ha convertido en últimos tiempos en su perversión de justicia social, tampoco sirve para resolver los problemas, porque la justicia que no sea justicia social será despreciada como no democrática, porque no permite participar a todo el mundo en las decisiones. Esto contribuye a devaluar a los que realmente tienen criterio racional y alzar a los que no lo tienen.
Otro factor que nos conduce a la involución, porque supongamos que un ciudadano tiene una magnífica idea para resolver nuestros problemas, debe presentarla ante otros ciudadanos que no tienen ni idea del asunto, al mismo tiempo que otro, que les promete mucho más. Se somete a votación y triunfará el que más promete, pero en realidad no sabe cómo se resuelven los problemas, por disonancia cognitiva, como los electores han elegido al inepto embaucador, no dirán nada sobre el desastre, porque además se considerarán responsables de la metedura de pata. El mundo al revés, pero muy democrático, eso sí.
Desconocimiento e igualdad
Hasta que no nos demos cuenta de que la política ha sido colonizada por la ineptitud, y que la democracia se ha convertido en el mecanismo que permite ejecutar la ineptitud en nuestras vidas, las cosas no tendrán remedio.
Ni todo el mundo tiene la misma capacidad de razonar, ni de experimentar, ni de esforzarse por alcanzar sus objetivos, ni de sentir, ni de creer, ni de soñar, ni de crear, ni de vivir, nos han convencido de la falacia de que todos debemos pensar que somos iguales y si no lo hacemos somos unos inmorales, cuando en realidad todos somos diferentes. La diferencia, al contrario de lo que muchos piensan, no es origen de la desigualdad, sino de la diversidad. Lo diverso no tiene por qué ser desigual, al contrario, es la expresión natural de la libertad humana, la igualdad es una aspiración de los seres humanos diversos y una tiranía para los seres homogeneizados artificialmente, que les impide su desarrollo. Si sustituimos igualdad por equidad, que es la igualdad de condiciones, tenemos el problema resuelto. No somos iguales, pero podemos ser equitativos, como anticipo de organizar una sociedad más justa.
La libertad humana está siendo asfixiada por el poder, algo que siempre ha ocurrido, pero en esta ocasión por medio de la política, utilizando como coartada la democracia, que se ha acabado convirtiendo en un territorio que favorece que los menos cualificados reciban los máximos privilegios sin mérito alguno para ello, desvirtuando cualquier principio de autoridad porque se fundamenta en la imposición de forma violenta de criterios inadecuados e inadaptados, propios de las delirantes pretensiones de los que desconocen más de lo que conocen, sobre las tareas para las que han sido elegidos o designados, democráticamente. ¿Qué autoridad puede tener un inepto aunque haya sido elegido muy democráticamente?. Pero como en esta sociedad, "todos somos iguales" según nos dicen, nos han llevado a la conclusión de que no hay ineptos, ni sabios, cuando en realidad esa es la estrategia de los ineptos para anular a los que no lo son.
Creo que los ciudadanos debemos avanzar hacia la recuperación de una autoridad que provenga del conocimiento y la experiencia, pero no por ello que se establezca desde un principio jerárquico y autoritario establecido en el dominio de la superioridad intelectual, económica, o política, sino en el principio racional de que nuestros intereses serán mejor representados y defendidos por los que saben lo que se debe hacer, antes que por los que han utilizado el poder, la política, la democracia y todas las trampas que han sido capaces de tenderle al destino, para ocupar los puestos de decisión, para los que no sólo no están cualificados, sino que con tal de mantenerse en ellos, serán capaces de impedir que todos los que sí lo están puedan desplazarlos de su posición de privilegio. No es cierto que todo sea relativo, no hay relatividad alguna en el pago de más impuestos y recepción de menos servicios. La política debe tener como prioridad el Estado del Bienestar, no el bienestar del Estado, es decir, de los políticos que lo administran y gestionan.
Mientras no entendamos todas estas cosas y actuemos en consecuencia, seguiremos soportando que la estupidez de unos desaprensivos, sigan dirigiendo nuestra existencia y destino hacia el malestar progresivo, es nuestro particular camino de servidumbre.
Hay que dejar bien claro que la inmensa mayoría de los que hoy se dedican a la política, no lo hacen por una vocación de servicio público o finalidad altruista, sino porque en ningún otro escenario obtendrían tantos privilegios como les concede el abuso de poder en relación a sus condiciones y aptitudes.
Biante de Priena
Hay varios elementos básicos en el procedimiento ejercido por el poder para integrarnos en su dominio con engaños y enmascaramientos, por enésima vez a lo largo de la historia: desidentificación, razón democrática, desconocimiento e igualdad.
La desidentificación
Es el último proceso de alienación a que los seres humanos estamos siendo sometidos por una aplicación de diseño del “divide y vencerás a escala social”. Los seres humanos estamos perdiendo nuestra identidad y con ello nuestra libertad y derechos. El poder, en todas sus formas, nos fragmenta en relación a sus propósitos de explotación y expolio. Nos convierte en usuarios, clientes y consumidores desde el poder económico. En vasallos, contribuyentes y electores desde el poder político. En creyentes y fieles desde el poder religioso (en estos momentos ocupado por los partidos políticos, además de por otras creencias).
Con la desposesión de la identidad, el ser humano se ha convertido en una entidad anónima y alienada, sin identidad todos somos clones al servicio del poder. Quien no conoce su identidad, difícilmente puede reclamar lo que le han arrebatado, porque dudará sobre si le correspondía realmente. Las nuevas tecnologías están contribuyendo al propósito del poder de dos formas, una permitiéndonos multiplicar nuestras identidades con nicks y avatares en el espacio virtual y otra sustituyendo la identidad por una IP, como único referente, como el Estado nos identifica por el DNI, en la ampliación virtual de la realidad nos identifican con un número. A los ojos de todos los depredadores de nuestra identidad somos un número que permite nuestra clasificación por categorías organizadas que permiten mejor nuestra desposesión.
Sólo saldremos de esta crisis humana con una recuperación de nuestra identidad real, con una expresión correspondiente en nuestro lenguaje a esa identidad real, y con una vida pletórica de conductas que se correspondan con nuestra identidad real, y no con nuestra desidentificación, en identidades virtuales o clasificaciones espúreas.
Los motivos por los que se establece esta desidentificación no son otros que la eliminación de nuestra libertad individual en función de alcanzar el objetivo de una libertad reducida, parcial, diseñada, para integrarnos en la colectividad. Porque la libertad sólo se quiere entender en estos tiempos en función de un patrón colectivo, especialmente promovido por las ideologías totalitarias, tanto de izquierdas como conservadoras. La identidad propia y autodefinida sólo se puede establecer en el nivel individual. Sin identidad dejamos de ser individuos para convertirnos en amorfos elementos de una sociedad de masas.
Razón Democrática
El segundo elemento de nuestra deshumanización es el que permite organizar nuestra convivencia en función de una interpretación perversa de la democracia. Supongamos que tres personas se reúnen para resolver un problema, una de ellas sabe cómo se resuelve y las otras dos no lo saben, pero deciden someter a criterio democrático, es decir a votación, la solución que elegirán para resolver el problema, y los dos que no saben resolverlo votan por sus soluciones, mientras que el que si sabe resolverlo vota por la suya. De una forma tan sencilla y diáfana, podemos entender como la democracia puede servir como procedimiento para equivocarse sin fin: esto es un resumen de los efectos perniciosos de la razón democrática.
Como la política impregna nuestra existencia, el método de decisión democrático ha comenzado a utilizarse como el más justo de todos, porque permite que todo el mundo tenga la misma capacidad de decisión. Esto es lo que se denomina con acierto fundamentalismo democrático, la imposición del criterio de la mayoría aunque represente la más extravagante de las irracionalidades.
El fundamentalismo democrático es una perversión de la razón, una pérdida de tiempo, y una barbaridad, que permite que dos idiotas se pongan de acuerdo para arruinar las mejores ideas de un sabio y lo consigan, en aras de la democracia. Como en el mundo hay muchos más idiotas que sabios estamos condenados a la decadencia ininterrumpida y democrática.
¿Cómo se podría corregir esta perversión política en las decisiones humanas? Fundamentalmente con justicia, porque la democracia puede no ser justa, tanto como la justicia puede no ser democrática. Sin embargo como la justicia se ha convertido en últimos tiempos en su perversión de justicia social, tampoco sirve para resolver los problemas, porque la justicia que no sea justicia social será despreciada como no democrática, porque no permite participar a todo el mundo en las decisiones. Esto contribuye a devaluar a los que realmente tienen criterio racional y alzar a los que no lo tienen.
Otro factor que nos conduce a la involución, porque supongamos que un ciudadano tiene una magnífica idea para resolver nuestros problemas, debe presentarla ante otros ciudadanos que no tienen ni idea del asunto, al mismo tiempo que otro, que les promete mucho más. Se somete a votación y triunfará el que más promete, pero en realidad no sabe cómo se resuelven los problemas, por disonancia cognitiva, como los electores han elegido al inepto embaucador, no dirán nada sobre el desastre, porque además se considerarán responsables de la metedura de pata. El mundo al revés, pero muy democrático, eso sí.
Desconocimiento e igualdad
Hasta que no nos demos cuenta de que la política ha sido colonizada por la ineptitud, y que la democracia se ha convertido en el mecanismo que permite ejecutar la ineptitud en nuestras vidas, las cosas no tendrán remedio.
Ni todo el mundo tiene la misma capacidad de razonar, ni de experimentar, ni de esforzarse por alcanzar sus objetivos, ni de sentir, ni de creer, ni de soñar, ni de crear, ni de vivir, nos han convencido de la falacia de que todos debemos pensar que somos iguales y si no lo hacemos somos unos inmorales, cuando en realidad todos somos diferentes. La diferencia, al contrario de lo que muchos piensan, no es origen de la desigualdad, sino de la diversidad. Lo diverso no tiene por qué ser desigual, al contrario, es la expresión natural de la libertad humana, la igualdad es una aspiración de los seres humanos diversos y una tiranía para los seres homogeneizados artificialmente, que les impide su desarrollo. Si sustituimos igualdad por equidad, que es la igualdad de condiciones, tenemos el problema resuelto. No somos iguales, pero podemos ser equitativos, como anticipo de organizar una sociedad más justa.
La libertad humana está siendo asfixiada por el poder, algo que siempre ha ocurrido, pero en esta ocasión por medio de la política, utilizando como coartada la democracia, que se ha acabado convirtiendo en un territorio que favorece que los menos cualificados reciban los máximos privilegios sin mérito alguno para ello, desvirtuando cualquier principio de autoridad porque se fundamenta en la imposición de forma violenta de criterios inadecuados e inadaptados, propios de las delirantes pretensiones de los que desconocen más de lo que conocen, sobre las tareas para las que han sido elegidos o designados, democráticamente. ¿Qué autoridad puede tener un inepto aunque haya sido elegido muy democráticamente?. Pero como en esta sociedad, "todos somos iguales" según nos dicen, nos han llevado a la conclusión de que no hay ineptos, ni sabios, cuando en realidad esa es la estrategia de los ineptos para anular a los que no lo son.
Creo que los ciudadanos debemos avanzar hacia la recuperación de una autoridad que provenga del conocimiento y la experiencia, pero no por ello que se establezca desde un principio jerárquico y autoritario establecido en el dominio de la superioridad intelectual, económica, o política, sino en el principio racional de que nuestros intereses serán mejor representados y defendidos por los que saben lo que se debe hacer, antes que por los que han utilizado el poder, la política, la democracia y todas las trampas que han sido capaces de tenderle al destino, para ocupar los puestos de decisión, para los que no sólo no están cualificados, sino que con tal de mantenerse en ellos, serán capaces de impedir que todos los que sí lo están puedan desplazarlos de su posición de privilegio. No es cierto que todo sea relativo, no hay relatividad alguna en el pago de más impuestos y recepción de menos servicios. La política debe tener como prioridad el Estado del Bienestar, no el bienestar del Estado, es decir, de los políticos que lo administran y gestionan.
Mientras no entendamos todas estas cosas y actuemos en consecuencia, seguiremos soportando que la estupidez de unos desaprensivos, sigan dirigiendo nuestra existencia y destino hacia el malestar progresivo, es nuestro particular camino de servidumbre.
Hay que dejar bien claro que la inmensa mayoría de los que hoy se dedican a la política, no lo hacen por una vocación de servicio público o finalidad altruista, sino porque en ningún otro escenario obtendrían tantos privilegios como les concede el abuso de poder en relación a sus condiciones y aptitudes.
Biante de Priena