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domingo, 13 de abril de 2008

Hay un "pazi" en La Moncloa

"La característica esencial de la Civilización Occidental que la distingue de las petrificadas y detenidas civilizaciones del Este ha sido y es su preocupación por la libertad con respecto al Estado. La historia de Occidente, desde la era de las polis griegas hasta la resistencia actual al socialismo, es esencialmente la historia de la lucha por la libertad contra los privilegios de los burócratas." Ludwig von Mises

Es hora de elevar el discurso, de nada sirve criticar los epifenómenos ministeriales y los alegatos a la frivolidad de la pedagogía social, si no se deja claro que es lo que está ocurriendo en nuestro país, no se estará en condiciones de iniciar reacción alguna en búsqueda de soluciones.

Tenemos un “pazi” en la Moncloa, quiere esto decir que el Gobierno de España está en manos de un “pacifista totalitario”. El totalitarismo es un movimiento político que hace del Estado un instrumento de sus pretensiones ideológicas y de sus acciones políticas en la búsqueda del monopolio del poder, del poder absoluto. Pero también busca el monopolio social y cultural en torno a un discurso organizado sobre determinados valores, que excluyen todos los demás. Hay unos valores buenos y los demás no interesan.

El “pazismo” o pacifismo totalitario, aprovecha su posición de poder para establecer los criterios de selección de la burocracia requerida para sus pretensiones desde planteamientos sectarios, los únicos puestos libres en la administración del Estado son los más bajos de la escala jerárquica, porque todos los demás se conceden a los que han demostrado su afinidad con el proyecto.

Requiere un aparato de propaganda a la medida de sus necesidades, controlando los medios de comunicación, por medio de subvenciones directas e indirectas. Incorpora a cualquier oposición posible a su jerarquía de poder, convirtiéndola en la “oposición necesaria” para seguir manteniéndose en el poder.

Como todo movimiento totalitario, se establece sobre la figura de un líder carismático que manifiesta sus acciones de poder por su voluntad omnímoda, lo que viene a incrementar su aureola. También requiere el control de los medios de comunicación, los poderes económicos (sobretodo en época de crisis que se hacen dependientes de las inversiones públicas), y por supuesto, el poder judicial.

Su concepción de la justicia es totalitaria, afirmando que solo existe un derecho positivo que el Estado otorga a las personas (concedido, no inherente). No existen derechos naturales en las personas, por el hechos de ser ciudadanos, además niega la existencia de dignidad en la persona humana de manera natural. Las personas solo importan en cuanto forman parte de determinados grupos, sectores o sectas, que son arbitrariamente recompensadas o sancionadas según su criterio particular, que coincide precisamente con la defensa de sus intereses.

El pacifismo totalitario se comporta como un movimiento democrático pero no lo es, no respeta la democracia, simplemente la utiliza, al igual que utiliza un arsenal de propuestas “deseables” como envoltorio de su acción política sectaria.

Un ministerio de igualdad, por ejemplo, sirve exclusivamente para profundizar en la desigualdad necesaria a sus propósitos. Un ministerio de innovación, sirve precisamente a la búsqueda de las alternativas que le permitan mantenerse bajo un halo de modernidad en el poder, que sin embargo cada día está más restringido a los temas que le permiten perpetuarse en el poder, solo recibe ayudas la ciencia que favorece al régimen.

Por otra parte el pacifismo totalitario de Rodríguez Zapatero, ahorma la oposición a su medida. Ha conseguido que lo que quedaba a su izquierda desaparezca, se ha hecho nacionalista, y ha excluido a la derecha de cualquier opción de gobierno, negándole hasta el criterio propio y por supuesto, la legitimidad de su discurso. Y todos se han quedado tan contentos.

El movimiento crea una cultura propia, un lenguaje propio, una fisonomía particular que se premia. El talante, el pensamiento políticamente correcto, el cordón sanitario, el diálogo con el agresor, el alarde de búsqueda del consenso desde la creación permanente del disenso, son algunos de los elementos característicos de su proselitismo.

Convierte en valores de todos, valores particulares, por ejemplo la memoria histórica, la lucha por el cambio climático, la erradicación de la “violencia de género”, el ensalzamiento de los menos capacitados añadido a la asfixia de los más capacitados, la negación del mérito, de la competición, del individuo.
También crea un sistema educativo a la medida de sus necesidades, por ejemplo con la exclusión de un idioma común facilita la incomunicación, con la educación para la ciudadanía destruye la tradición y establece nuevos códigos de valores a la medida de sus intereses.

Los problemas sociales dejan de adherirse a personas, para transformarse en problemas de grupos; la negación del individuo supone la negación de ideas, creencias, valores, creaciones, principios, y otras características diferenciales. Se establece la igualdad de todos como destino y no como punto de partida. Solo hay un avance colectivo para la mayoría, y el único avance individual aceptado es el de los favorecidos por el régimen.

Recientemente, Antonio García Trevijano ha dicho que
no hay diferencia entre el franquismo y el zapaterismo. Creo que tiene mucha razón, muchos españoles nos hemos dejado media vida para luchar por traer la igualdad, la democracia y la libertad a nuestro país, y volvemos a estar en el punto de partida.

Ayer luchamos contra el franquismo y hoy luchamos contra su imagen simétrica, el zapaterismo, que va a resultar tan pernicioso para el futuro de nuestro país como lo fue en su día la dictadura, lo único que hemos logrado es cambiarle el nombre, ahora se denomina democracia, pero resulta inútil, no sirve y no es capaz de sacarnos del pozo en que nos encontramos, porque una democracia necesita demócratas que la materialicen, y en este país solo quedan masas amorfas de ciudadanos absortos ante el esplendor de la miseria.

Erasmo de Salinas

El congreso del PP

A estas alturas de la historia de España que Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz-Gallardón piloten la nave de la derecha española poco importa, más bien nada.

Por eso resulta ridículo contemplar el sonido de los sables en Génova, al ser desenfundados de sus vainas para amagar y no dar. La derecha española se tiene miedo a sí misma antes que a ninguna otra cosa. Tiene miedo a ser diferente de lo que es y así van las cosas en este país, a la medida de la condición intelectual de los políticos que nos representan. Nadie del PP dirá nada sobre el gobierno que nos ha colocado el PSOE, para mostrar el esplendor y brillo de su poder absoluto.

La derecha española no ha evolucionado, ha seguido siendo más de lo mismo, con un arrebato en los tiempos de Aznar, que no salió bien cuando se quiso poner a España a la altura de sus circunstancias, cambiando el juego de alianzas tradicionales. Pero salió mal, gracias al atentado del 11-M, y la decisión mal explicada y un poco chulesca de enviar tropas a Irak antes de tiempo. El pecado va en la penitencia.

El próximo congreso del PP que se celebrará a últimos de junio nada cambiará, por varias razones, pero la fundamental es el “conformismo” de los barones del PP, que se encuentran muy a gusto en sus feudos particulares, viendo la que les está cayendo a los que viven en territorio enemigo. Hay que conservar, dicen los conservadores.

En realidad, el problema de la derecha española es intelectual, es un partido de bajo rango estratégico y logístico, con un juego dependiente de las cosas que hace el gobierno correspondiente, sin discurso propio, más allá de defender los sacros valores patrios, y decir que el contrario se equivoca sin demostrarlo con claridad.

El problema del Partido Popular es de personas, no entre personas, ninguno de los conocidos líderes y lideresas son capaces de articular un discurso pleno y contundente, como el que han establecido Merkel en Alemania, Sarkozy en Francia y Berlusconi en Italia.

Les falta valor para decir que lo que está encima de la mesa es la la lucha de la civilización contra la barbarie, de lo que nos ha traído hasta aquí contra lo que no se sabe a donde nos llevará, de lo conocido contra lo desconocido, de lo contrastado contra los experimentos, de lo coherente contra lo incongruente.

Eso es lo que no se logrará en el congreso del PP de junio, porque no hay absolutamente nadie con capacidad para ponerlo siquiera encima de la mesa. Los militantes del PP están tan sensibilizados con el fracaso y la frustración que son capaces de aplaudir un silencio, como si fuera un gran discurso.

Y el problema de los españoles, es que con una oposición tan extraordinariamente desvencijada, asistiremos sin remedio a la destrucción de todo lo que somos gracias a la genialidad de Zapatero y su gente, exhaustos en la opulencia del no ser, de estar a cualquier precio, construyendo el país a la medida de sus delirios.

Biante de Priena

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