En estos tiempos de crisis, los discursos políticos están contaminados de pesimismo. Muy pocos son conscientes de que estamos viviendo el final de una era, aunque de forma inconsciente son muchos los que perciben un próximo cambio en las relaciones de poder. Por primera vez en la historia de la humanidad el poder dejará de ser vertical, estático, jerárquico para convertirse en horizontal, dinámico y compartido.
Las representaciones del poder que conocemos, especialmente las del ámbito político, están condenadas a su extinción como los dinosaurios, porque el mundo se ha hecho demasiado próximo y diverso para ser gobernado exclusivamente en función de criterios ideológicos, religiosos o culturales. Estamos a un paso de superar el estado de creencia, para avanzar hacia el estado de creación. La vanguardia de la humanidad ha dejado de creer en las verdades reveladas por la política, la religión o la economía. Pronto abandonaremos el maniqueísmo y la contradicción dialéctica buscadora de síntesis y acuerdos, para dirigirnos a la auténtica complejidad de la realidad, que incluye la diversidad relativista de perspectivas en su análisis.
El conflicto al que nos enfrentamos no es nuevo, prácticamente es el mismo desde la declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 y la Revolución francesa de 1789. Su ámbito de desarrollo es el poder en todas sus formas. Estamos ante una auténtica encrucijada humana denominada globalización. El mundo ya nunca podrá ser de nadie, porque sólo podrá ser de todos. Al contrario de lo que indicaba Fukuyama hace unos años no estamos ante el final de la Historia, sino ante el final de la Historia del poder como dominación y servidumbre o el comienzo de la Historia de la era de la libertad.
La era de la libertad
La realidad es una, sus perspectivas múltiples, pero la mirada no transforma la realidad, solo lo que se interpreta de la realidad. Una huelga general, por ejemplo, como se ha visto recientemente, es un acto de liberación para algunos, mientras que es un acto de opresión para otros. La decisión de un Gobierno de conceder subvenciones a determinados grupos sociales, como ha ocurrido en España desde el criterio de Estado Providencia esgrimido por el poder gubernamental, al final se traduce en subida de impuestos y recortes sociales, que nos afectan a todos. La moralidad justiciera del igualitarismo es una de las injusticias más opresivas en la que se han instalado los gobiernos de Rodríguez Zapatero, pensando que iban a salvar el mundo con sus buenas intenciones. Craso error.
La administración del poder se ha urdido históricamente sobre tremendas falacias. Al contrario de lo que muchos piensan, el capitalismo no se fundamenta sobre la libertad, sino sobre la opresión, estas palabras pronunciadas por un declarado liberal como el que escribe, representan el anticipo de lo que viene. No hay libertad sin igualdad de condiciones de partida y en el mundo nunca ha existido tal cosa. Para que exista libertad tiene que darse una condición previa de equidad (no de igualdad como propone el socialismo, algo absolutamente imposible) en un escenario de justicia.
El capitalismo es un sistema opresor idéntico al socialismo, ambos están condenados a su cambio profundo, y de no hacerlo, a su desaparición. El capitalismo nos explota desde el mercado y el socialismo (al igual que las doctrinas conservadoras) desde el Estado. Un mundo de Libertad no puede admitir la explotación de los seres humanos, ni por el mercado, ni por el estado. Al igual que tampoco puede asumir los privilegios heredados o adquiridos fuera de la ley, desde la corrupción o el abuso de poder, como determinantes de la realidad.
De la igualdad a la equidad
No somos iguales, ni lo vamos a ser, por mucho que traten de uniformarnos en una homogeneidad ideal. Los seres humanos somos diversos desde que nos constituimos en especie y vamos a seguir siéndolo, esa es la auténtica realidad. La pregunta que se debe hacer es como conseguir la equidad con seres diversos, realmente solo veo una forma por medio de la cultura y el aprendizaje. La educación es la clave, pero no una educación homogénea, estándar, y estática sino una educación diferencial, plural, y dinámica que permita a los más jóvenes adquirir los conocimientos necesarios para alcanzar su plenitud como seres humanos. La educación debe dejar de fundamentarse exclusivamente en la transmisión pasiva de conocimientos para dirigirse a la exploración permanente de las circunstancias. Debe traspasar el ámbito de la memoria y la reiteración para aproximarse a la creatividad y la experiencia.
Un mundo libre sólo puede ser un mundo justo, aquel en que los mejores, los que se esfuerzan, los que luchan por sí mismos, respetando las reglas del juego, progresan, mientras que los que se duermen en la eternidad de sus suspiros y sufrimientos decaen. Debemos superar los modelos fundamentados en la caridad , la piedad o la solidaridad, para avanzar hacia aquellos establecidos sobre la libertad y la responsabilidad. Todo el mundo es libre de hacer lo que le dé la gana, pero en justicia, la sociedad no debe pagar las equivocaciones voluntarias y libres de los que deciden disfrutar del dolce far niente, sin merecérselo.
La única diferencia que se puede admitir en un mundo libre es la que separa al que trabaja y se esfuerza del que no lo hace. La única función del Estado es equilibrar las circunstancias de partida, pero no exclusivamente dando oportunidades diferenciadas a los que menos tienen, sino adoptando un papel activo en su orientación hacia sí mismos y su libre desarrollo, corrigiendo los déficits originales en el ámbito cultural de sus familias. No se trata de dar becas, sino de proporcionar los recursos para utilizarlas de forma responsable cuando en el ámbito de origen no existen. Tampoco, en ningún caso, el Estado puede establecer igualdades de destino del que ha hecho todo lo que ha podido y el que no ha hecho nada pudiendo hacerlo. Eso es injusto y supone lastrar la sociedad con el privilegio de los parásitos.
Es necesario abandonar el ámbito mental de la dominación fundamentado en la posesión, que en su exceso es siempre un abuso del poder, que rebasa los límites de la justicia, para adentrarnos en el de la potestad fundamentado en el uso responsable del poder, que se ciñe a los límites de la realidad y las leyes. El filósofo que estudió el fenómeno del poder con más entusiasmo fue el heterodoxo Michel Foucault, que consideraba que el poder no debía restringirse exclusivamente al ámbito de dominación ejercido por una persona o un grupo de personas sobre otras, sino al entramado de relaciones existentes en la sociedad. También un filósofo español ha explorado con criterio propio las relaciones reales entre poder y sociedad, George Santayana, autor de "Dominaciones y Potestades".
Más allá del poder
La autoridad no puede seguir deviniendo del poder, sino de su superación. Nos dirigimos a un mundo de autoridad colectiva y democrática directamente representada, que eliminará la intermediación representativa de los políticos y sus fortalezas partidarias. Actualmente vivimos en una transición entre la representación política indirecta que nos ofrecen los políticos y la representación política directa de los ciudadanos. El poder debe abandonar su representación en el ámbito personal, para encaminarse hacia el ámbito de la decisión colectiva. La ejecución política de las decisiones será ejercida por los funcionarios públicos en el ámbito de la delegación o el mandato, sin llegar al imperativo. Debemos cambiar nuestros anticuados códigos legales y crear nuevas figuras delictivas encaminadas a erradicar la corrupción, la usurpación, el robo de bienes públicos, la propaganda y otras coerciones establecidas desde el poder en estos momentos.
La Era de la Libertad requerirá solo una condición, que todos los seres humanos en todas las demarcaciones en que el poder establece su dominio nos pongamos de acuerdo para que cambien las cosas. Nietzsche acabó con la teocracia occidental para que Marx propusiera su dictadura del proletariado y Ford su dictadura productiva deshumanizada, a lo largo del último siglo hemos comprobado que debemos alejarnos tanto del capitalismo deshumanizador como del totalitarismo estatalista, está muy claro que donde la presión de ambos se contiene por una sociedad civil que no vive en la ignorancia, que conoce sus derechos y ejerce sus libertades civiles, la inmensa mayoría de la gente vive mejor y las minorías son respetadas y protegidas.
Es hora de abandonar la demagogia maniquea en la que vivimos para dirigirnos a una democracia de seres humanos libres, o si se prefiere, es hora de pasar de la “mitocracia” convencional a una “logocracia” apartidaria, reflexiva y ecuánime. Es hora de que los seres humanos seamos lo que queramos y no lo que quieran los que detentan el poder. Estamos atravesando el largo camino que va desde la servidumbre a la libertad y la meta se distingue próxima en el horizonte.
Biante de Priena
Las representaciones del poder que conocemos, especialmente las del ámbito político, están condenadas a su extinción como los dinosaurios, porque el mundo se ha hecho demasiado próximo y diverso para ser gobernado exclusivamente en función de criterios ideológicos, religiosos o culturales. Estamos a un paso de superar el estado de creencia, para avanzar hacia el estado de creación. La vanguardia de la humanidad ha dejado de creer en las verdades reveladas por la política, la religión o la economía. Pronto abandonaremos el maniqueísmo y la contradicción dialéctica buscadora de síntesis y acuerdos, para dirigirnos a la auténtica complejidad de la realidad, que incluye la diversidad relativista de perspectivas en su análisis.
El conflicto al que nos enfrentamos no es nuevo, prácticamente es el mismo desde la declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 y la Revolución francesa de 1789. Su ámbito de desarrollo es el poder en todas sus formas. Estamos ante una auténtica encrucijada humana denominada globalización. El mundo ya nunca podrá ser de nadie, porque sólo podrá ser de todos. Al contrario de lo que indicaba Fukuyama hace unos años no estamos ante el final de la Historia, sino ante el final de la Historia del poder como dominación y servidumbre o el comienzo de la Historia de la era de la libertad.
La era de la libertad
La realidad es una, sus perspectivas múltiples, pero la mirada no transforma la realidad, solo lo que se interpreta de la realidad. Una huelga general, por ejemplo, como se ha visto recientemente, es un acto de liberación para algunos, mientras que es un acto de opresión para otros. La decisión de un Gobierno de conceder subvenciones a determinados grupos sociales, como ha ocurrido en España desde el criterio de Estado Providencia esgrimido por el poder gubernamental, al final se traduce en subida de impuestos y recortes sociales, que nos afectan a todos. La moralidad justiciera del igualitarismo es una de las injusticias más opresivas en la que se han instalado los gobiernos de Rodríguez Zapatero, pensando que iban a salvar el mundo con sus buenas intenciones. Craso error.
La administración del poder se ha urdido históricamente sobre tremendas falacias. Al contrario de lo que muchos piensan, el capitalismo no se fundamenta sobre la libertad, sino sobre la opresión, estas palabras pronunciadas por un declarado liberal como el que escribe, representan el anticipo de lo que viene. No hay libertad sin igualdad de condiciones de partida y en el mundo nunca ha existido tal cosa. Para que exista libertad tiene que darse una condición previa de equidad (no de igualdad como propone el socialismo, algo absolutamente imposible) en un escenario de justicia.
El capitalismo es un sistema opresor idéntico al socialismo, ambos están condenados a su cambio profundo, y de no hacerlo, a su desaparición. El capitalismo nos explota desde el mercado y el socialismo (al igual que las doctrinas conservadoras) desde el Estado. Un mundo de Libertad no puede admitir la explotación de los seres humanos, ni por el mercado, ni por el estado. Al igual que tampoco puede asumir los privilegios heredados o adquiridos fuera de la ley, desde la corrupción o el abuso de poder, como determinantes de la realidad.
De la igualdad a la equidad
No somos iguales, ni lo vamos a ser, por mucho que traten de uniformarnos en una homogeneidad ideal. Los seres humanos somos diversos desde que nos constituimos en especie y vamos a seguir siéndolo, esa es la auténtica realidad. La pregunta que se debe hacer es como conseguir la equidad con seres diversos, realmente solo veo una forma por medio de la cultura y el aprendizaje. La educación es la clave, pero no una educación homogénea, estándar, y estática sino una educación diferencial, plural, y dinámica que permita a los más jóvenes adquirir los conocimientos necesarios para alcanzar su plenitud como seres humanos. La educación debe dejar de fundamentarse exclusivamente en la transmisión pasiva de conocimientos para dirigirse a la exploración permanente de las circunstancias. Debe traspasar el ámbito de la memoria y la reiteración para aproximarse a la creatividad y la experiencia.
Un mundo libre sólo puede ser un mundo justo, aquel en que los mejores, los que se esfuerzan, los que luchan por sí mismos, respetando las reglas del juego, progresan, mientras que los que se duermen en la eternidad de sus suspiros y sufrimientos decaen. Debemos superar los modelos fundamentados en la caridad , la piedad o la solidaridad, para avanzar hacia aquellos establecidos sobre la libertad y la responsabilidad. Todo el mundo es libre de hacer lo que le dé la gana, pero en justicia, la sociedad no debe pagar las equivocaciones voluntarias y libres de los que deciden disfrutar del dolce far niente, sin merecérselo.
La única diferencia que se puede admitir en un mundo libre es la que separa al que trabaja y se esfuerza del que no lo hace. La única función del Estado es equilibrar las circunstancias de partida, pero no exclusivamente dando oportunidades diferenciadas a los que menos tienen, sino adoptando un papel activo en su orientación hacia sí mismos y su libre desarrollo, corrigiendo los déficits originales en el ámbito cultural de sus familias. No se trata de dar becas, sino de proporcionar los recursos para utilizarlas de forma responsable cuando en el ámbito de origen no existen. Tampoco, en ningún caso, el Estado puede establecer igualdades de destino del que ha hecho todo lo que ha podido y el que no ha hecho nada pudiendo hacerlo. Eso es injusto y supone lastrar la sociedad con el privilegio de los parásitos.
Es necesario abandonar el ámbito mental de la dominación fundamentado en la posesión, que en su exceso es siempre un abuso del poder, que rebasa los límites de la justicia, para adentrarnos en el de la potestad fundamentado en el uso responsable del poder, que se ciñe a los límites de la realidad y las leyes. El filósofo que estudió el fenómeno del poder con más entusiasmo fue el heterodoxo Michel Foucault, que consideraba que el poder no debía restringirse exclusivamente al ámbito de dominación ejercido por una persona o un grupo de personas sobre otras, sino al entramado de relaciones existentes en la sociedad. También un filósofo español ha explorado con criterio propio las relaciones reales entre poder y sociedad, George Santayana, autor de "Dominaciones y Potestades".
Más allá del poder
La autoridad no puede seguir deviniendo del poder, sino de su superación. Nos dirigimos a un mundo de autoridad colectiva y democrática directamente representada, que eliminará la intermediación representativa de los políticos y sus fortalezas partidarias. Actualmente vivimos en una transición entre la representación política indirecta que nos ofrecen los políticos y la representación política directa de los ciudadanos. El poder debe abandonar su representación en el ámbito personal, para encaminarse hacia el ámbito de la decisión colectiva. La ejecución política de las decisiones será ejercida por los funcionarios públicos en el ámbito de la delegación o el mandato, sin llegar al imperativo. Debemos cambiar nuestros anticuados códigos legales y crear nuevas figuras delictivas encaminadas a erradicar la corrupción, la usurpación, el robo de bienes públicos, la propaganda y otras coerciones establecidas desde el poder en estos momentos.
La Era de la Libertad requerirá solo una condición, que todos los seres humanos en todas las demarcaciones en que el poder establece su dominio nos pongamos de acuerdo para que cambien las cosas. Nietzsche acabó con la teocracia occidental para que Marx propusiera su dictadura del proletariado y Ford su dictadura productiva deshumanizada, a lo largo del último siglo hemos comprobado que debemos alejarnos tanto del capitalismo deshumanizador como del totalitarismo estatalista, está muy claro que donde la presión de ambos se contiene por una sociedad civil que no vive en la ignorancia, que conoce sus derechos y ejerce sus libertades civiles, la inmensa mayoría de la gente vive mejor y las minorías son respetadas y protegidas.
Es hora de abandonar la demagogia maniquea en la que vivimos para dirigirnos a una democracia de seres humanos libres, o si se prefiere, es hora de pasar de la “mitocracia” convencional a una “logocracia” apartidaria, reflexiva y ecuánime. Es hora de que los seres humanos seamos lo que queramos y no lo que quieran los que detentan el poder. Estamos atravesando el largo camino que va desde la servidumbre a la libertad y la meta se distingue próxima en el horizonte.
Biante de Priena