Discurso Preliminar a la Constitución de 1812. Agustín Argüelles (020)
En esta ocasión no quiero ser ecuánime, porque considero al
liberal asturiano D. Agustín Argüelles la figura más importante de la política
española en los últimos doscientos años, entre otras muchos motivos por haber
sido el principal artífice para que los españoles seamos hoy soberanos de la
nación española.
Cuentan que D. Agustín, hombre discreto, sobrio y templado,
de verbo inolvidable y ademanes exquisitos, salió extraordinariamente atribulado del Oratorio
de San Felipe Neri de Cádiz prorrumpiendo estas palabras para la historia: “españoles,
ya tenéis una nación”, estos hechos
acontecían un 19 de marzo de 1812. Los españoles teníamos una nación por
entonces, pero de España sólo quedaba Cádiz libre, estábamos en la vorágine de
la guerra de la independencia contra los franceses, las tropas napoleónicas que
habían invadido nuestro país, para iniciar la dinastía bonapartista en España.
No sin antes haber sido traicionados por Carlos IV, Fernando VII y Godoy firmando
el Estatuto de Bayona, con la felonía de que el sucesor legítimo, había pedido
la adopción de Napoleón para no perder sus privilegios.
Muchos son los que han reflexionado sobre las razones para no
haber propuesto un sistema de estado republicano en vez de monárquico, los conservadores
dijeron que para evitar la resistencia de los absolutistas moderados, la
nobleza y el clero, pero más bien la razón debió ser que los británicos, que a
la sazón eran nuestros aliados, no hubieran visto con buenos ojos otro
experimento republicano en la Europa de comienzos del siglo XIX. Por eso
nuestra primera Constitución nació con altar y trono, pero con una nación
soberana que residía en el pueblo español.
Y no fue hasta 1820, cuando otro asturiano, el general D.
Rafael del Riego tras pronunciar su proclama en Cabezas de San Juan, logró que
el felón Fernando VII sancionara la Constitución, único requisito para que
lograra plena vigencia. Sin embargo, tras el trienio liberal, el mismo general
que fue aclamado por someter al Rey y hacer definitivamente a los españoles
soberanos de su nación, fue vituperado por el gentío, llevado en un serón a la
horca en la Plaza de la Cebada, donde fue colgado el 7 de noviembre de 1823,
tras una campaña de difamación urdida por Fernando VII, poco antes de que una
alianza europea formada por los cien mil hijos de San Luis, derrocara al
gobierno liberal, permitiendo la llegada de la década ominosa donde los
liberales fueron perseguidos, vilipendiados, encarcelados, deportados y
ajusticiados.
D. Agustín se exilió en Londres, y no regreso a España hasta
la muerte del déspota Fernando VII en 1834. Fue elegido diputado por Asturias y
Baldomero Espartero, tras haberle derrotado en Las Cortes para acometer la
regencia de España, no tuvo mejor idea que elegirlo como preceptor de la hija
de Fernando VII, que posteriormente sería reina con el nombre de Isabel II,
dando lugar esta elección a las guerras carlistas por “la pragmática sanción” que anulaba la ley sálica
que daba preferencia a los varones vivos sobre las mujeres.
De este tiempo es la anécdota que, en mi criterio, mejor refleja y con
más donosura el talante de D. Agustín, varios meses después de haber sido
designado preceptor de Isabel II, escribió al Presidente del Gobierno para
recordarle que él no era de alta cuna y que nadie se había acordado de
asignarle un sueldo, a lo que su interlocutor, no recuerdo si Mendizabal o
Istúriz, respondió: “pero D. Agustín, ¿cómo no lo dijo usted antes?, le
asignamos 180.000 reales de pensión”, pocos días después, el Presidente del
Consejo de Ministros recibió una breve carta que decía: “muy agradecido por su
diligencia, pero tras hacer los cálculos pertinentes, creo que con 90.000
reales que es la mitad de su asignación podré arreglarme, dedique usted la
diferencia a alguna de las muchas causas que este país tiene pendientes”. Creo
que es el único caso en la historia de España en que un político decidió
bajarse por sí mismo el sueldo a la mitad de lo que le habían asignado.
El pueblo de Madrid quería a D. Agustín, tal vez por eso
asistieron a su funeral más madrileños que lo hicieron a las exequias de algún
monarca español un día de 1844. Como nos recuerda,
Jorge Vilches, en su obituario, Corradi insistió en que había muerto
"pobre, pobre, sin más riqueza que una conciencia intachable", aunque
terminó con estas líneas becquerianas: "Le veo, sí, le veo levantarse de
ese ataúd, y oigo una voz elocuente encomendar a nuestra custodia y defensa la
gran obra de la libertad y de la independencia española".
Los españoles no
le debemos a D. Agustín la libertad, siempre nos la deberemos a nosotros mismos, pero sí la soberanía del pueblo español
sobre reyes y repúblicas, y fundamentalmente sobre esos
políticos que nunca comprendieron que, como establece la ley, nadie puede estar
por encima del pueblo español, ningún poder, ninguna institución, ninguna ley,
podrá estar jamás por encima del pueblo
español, que es el auténtico soberano y legitimador, desde entonces, de todo lo que
acontece en el poder y la política de este país, doscientos años de soberanía siempre asediada por los poderosos.
Se adjuntan diversos enlaces al Discurso Preliminar a la Constitución de 1812 y algunas reseñas biográficas de Agustín Argüelles, sin duda el auténtico padre del constitucionalismo español.
Enrique Suárez