Nuestro país, se ha hecho contra los partidos políticos mayoritarios. Contra los de izquierdas, que defendieron con denuedo las ventajas del socialismo real de la Unión Soviética, hasta su decadencia y descarrilamiento, y todavía simpatizan con aberraciones políticas como las existentes en Cuba y Venezuela, y los de la derecha, que defendieron el autoritarismo, la ley del mas fuerte, y la costumbre, teniendo en los nazis alemanes, y posteriormente en los norteamericanos imperialistas, sus principales referencias, evidentemente aderezados con el respeto a la tradición que proviene del Vaticano.
Ideológicamente, España es un concepto liberal, creado políticamente y jurídicamente por los liberales y aceptado por los demás a regañadientes. El concepto liberal de España se fundamenta en la cultura, que no en la tradición, y en el patrimonio de lo común y compartido como eje de fuerza. España es un concepto ilustrado, además de una nación o un Estado de Derecho, pero no es un nacionalismo como se empeñan en recrear los interesados en secesiones e independencias.
No puede ser un nacionalismo por la sencilla razón de que es un concepto liberal, y en la tradición liberal no hay cabida para los nacionalismos, por eso resulta extraño ver a partidos políticos como el PNV y Convergencia i Unió (sección Convergencia) incluidos en el Grupo Parlamentario Europeo de Liberales y Demócratas (ALDE).
En la tradición liberal la nación no se considera como último objetivo, sino la primera etapa para la conquista de la libertad. Ningún liberal pondrá jamás la nación por delante de la libertad, pero todos hablarán de nación como principio de libertad, como comienzo del Estado de Derecho.
Hay una gran contradicción entre el concepto de nación de los liberales y el concepto de nación de los nacionalistas, para los primeros la nación es un punto de partida para la construcción de un mundo mejor, para los nacionalistas es un punto de llegada y a partir de su consecución se abre el abismo de todas las posibilidades.
Un liberal no sacrifica la libertad, la igualdad o la justicia a la nación, un nacionalista sacrifica todo lo que sea necesario, e impone las reglas más inicuas para lograr su propósito, desde la opresión a la violencia, desde el sectarismo a la exclusión de los discrepantes.
Los liberales queremos una España fuerte, un marco común definido, porque sólo así consideramos posible el logro de mayores cotas de libertad, igualdad y justicia. Los liberales queremos que se respete la Constitución, porque sólo así nos libraremos de los que pretenden arrimar el áscua a sus respectivas sardinas. Los liberales sabemos que el bienestar se reparte mejor desde criterios comunes, que desde consideraciones particulares.
En épocas confusas como la actual, disponer de un marco definido de movimientos y unas reglas de comportamiento establecidas, es lo único que nos puede salvar de la catástrofe que se avecina para los que no tengan las cosas claras y no sepan en que equipo están jugando.
Por eso los principios liberales siempre han tenido buena aceptación entre los ciudadanos, porque es la única ideología no sectaria, la única que amenaza a la corrupción política y económica, y la única que está comprometida en la defensa de todos los españoles, y no exclusivamente de los que apoyan a una determinada formación política. No hay pesebres liberales, y eso tiene mucho que ver con la escasa defensa que se hace de los principios liberales desde los medios de comunicación, tan acostumbrados a la subvención. Tampoco hay injusticias liberales, ni opresiones liberales, ni privilegios liberales.
Los españoles siempre hemos sabido distinguir el trigo de la paja cuando ha llegado el momento. En los comienzos de la transición confiamos en Adolfo Suárez y aquella UCD imposible, más tarde, cuando el tren estaba en marcha, dejamos de confiar en la ideología liberal, que fue la única que logró algo prácticamente imposible desde entonces: poner a los españoles de acuerdo.
Hoy, en su enfermedad, Adolfo Suárez hace tiempo que ya no está entre nosotros, pero su espíritu liberal, el de un auténtico padre de la patria, también es el paradigma de un español de bien, y la memoria que él ha perdido es la memoria que atesoramos todos sus compatriotas; desde entonces, todos los que le continuaron en la representación colectiva, se han dedicado a barrer para su casa y crecer sus patrimonios personales y los de sus amigos.
Tal vez ahora, después de los años, los españoles estemos preparados para saber lo que realmente nos conviene, tras haber contemplado que es lo que hacen los no liberales cuando tienen el poder en sus manos; no se puede seguir esperando, ha llegado la hora de defender lo común ante todos los sectarismos, porque lo común es de todos y no admite fragmentación. La defensa de lo común es una cuestión liberal, porque se fundamenta en la justicia y no en el despotismo.
Biante de Priena