Tan solo tenía 15 años, era un chaval apuesto, espabilado, desgarbado, discreto, le gustaba mucho leer, se había aficionado a Gaceta Junior y la compraba todas las semanas. José Luis, estudiaba en el mejor centro escolar de su ciudad, un colegio de élite, el colegio leonés, jugaba al baloncesto y no lo hacía mal; por aquella época tenía muchos amigos y comenzaba a tener alguna amiga. León era una capital de provincias donde su padre, el prestigioso abogado Juan Rodríguez García-Lozano, se postulaba al decanato el Colegio Profesional, la familia era gente de pasta, su abuelo materno era pediatra en Valladolid. De su abuelo paterno se hablaba poco en casa porque había sido asesinado por los nacionales cuando la guerra y aquellas cosas no se contaban a los niños.
José Luis vivía feliz, era algo despistado, sus notas no eran de las mejores, cuentan sus compañeros, pero era divertido, se le ocurrían cosas interesantes aunque bastante peregrinas, eso le traía muchos problemas con los demás, que no tenían su sensibilidad, que ya por entonces encantaba a sus compañeras. En alguna ocasión se le vio llorando por los pasillos del cole, cuando un compañero le llamaba cagado o marica, en aquella época era habitual que los chavales se dijeran de todo menos bonito. José Luis no era violento, no le gustaba la violencia, procuraba alejarse de los líos, y aunque era alto, tampoco era un atleta, más bien era el típico adolescente larguirucho que trastabillaba con frecuencia y se daba golpes contra todo lo que sobresalía, esto provocaba las bromas y los chascarrillos de sus compañeros, que se mofaban de él un día sí, y otro también.
Aquel verano, José Luis se fue de vacaciones a Luanco, como todos los años, donde también tenía bastantes amigos, y fue allí, dando un paseo por la playa donde besó a su primera novia, la hija de un guardia civil, sonrojándose, porque con las chicas era bastante tímido. Más tarde se fueron a reunir con los demás chicos al atrio de la iglesia que era dónde habitualmente quedaban, para hablar de las cosas que harían y de las que no hicieron.
Aquel fue un verano tranquilo e inolvidable, a pesar de la novedosa influencia de las hormonas, la playa, los besos, y las sardinas en el puerto lo convirtieron en un verano plenamente azul, tanto porque José Luis conoció el amor, como porque al mismo tiempo descubrió el odio, algo que suele ocurrir con frecuencia.
El odio le llegó a José Luis de pronto, sin avisar, cuando un día al atardecer su padre hablaba con su madre sobre unas algaradas que se habían producido en Mieres, las Cuencas Mineras tenían fama de indómitas y cada poco tiempo se armaban jaleos, huelgas y manifestaciones, que a veces llegaban a convocarse en la capital, Oviedo. Aquel día, José Luis se enteró de que a su abuelo lo habían asesinado en la guerra los nacionales, los franquistas, fue el día en que José Luis descubrió el odio, e hizo responsable a Franco personalmente del crimen de su abuelo.
Nadie le contó a José Luis, que su abuelo había sido uno de los que en 1934 a las órdenes indirectas de su postrero asesino y directas del General López Ochoa, se había cargado a unos cuantos mineros, posiblemente padres, o familiares de aquellos que ahora protestaban, y que José Luis en su inocencia consideraba unos héroes, posiblemente si lo hubiera sabido, en su cabeza la historia se hubiera construido de otra forma, pero nadie se lo dijo.
Poco a poco José Luis, aquel chico rizoso de mirada tranquila, fue trazando un plan, sin decírselo a nadie, en absoluto secreto, con el que se proponía asesinar a Franco para vengar la muerte de su abuelo, una imaginación que acababa de salir de la infancia, era terreno abonado para la fantasía y todavía estéril a la razón.
Cuando regresó a León siguió elaborando el estratégico plan para acabar con la vida del dictador fascista, comenzó por informarse de sus costumbres, le gustaba pescar, salía poco, y por entonces se decía que estaba enfermo. Las cosas fueron encajando poco a poco, la fecha sería en noviembre, cuando con sus compañeros realizaría un viaje de estudios para visitar El Escorial y Madrid, pensó en El Pardo, lugar donde residía el generalísimo, pero supuso que sería muy difícil por las extraordinarias condiciones de seguridad. Lo que sí fue elaborando fue la forma de acabar con el tirano, debería ser de una forma discreta, sin llamar demasiado la atención, sin levantar sospechas. Si algo inesperado ocurría, como su padre era abogado sabría resolverlo. Pero en el fondo soñaba con convertirse en el héroe de todas las víctimas del dictador, de vengar la muerte de su abuelo y todos los que como él, habían caído por defender sus ideas.
Se apreciaba el nerviosismo en José Luis el día que con sus compañeros tomó el autobús que le conduciría al lugar del crimen. Visitando el Escorial fue urdiendo su plan hasta los últimos detalles, aquel 20 de noviembre casi era de noche cuando se acercaban a la gran urbe que el ya conocía de un viaje anterior con su familia. Entonces, los acontecimientos comenzaron a sucederse con celeridad inusitada, el profesor acompañante les dijo que iban a pasar delante de la Residencia La Paz, donde Franco estaba ingresado, muy grave, y que iban a rezar una oración por su curación.
En ese momento José Luis aprovechó para poner en marcha su malvado plan, cerciorándose de que nadie le miraba, cerró fuertemente los ojos, y pronunció con voz queda las palabras mágicas: “muérete asesino”.
Al día siguiente, la televisión en blanco y negro no dejaba de repetir las imágenes de un compungido Arias Navarro, diciendo aquello de: “Españoles....Franco ha muerto”. Nadie se enteró jamás de que José Luis había asesinado a Franco, ni siquiera Sonsoles. Es su secreto mejor guardado, desde entonces sabe que es un ser especial, con poderes, capaz de cambiar el rumbo de la realidad con solo desearlo. Sólo él sabe que fue el héroe que acabó con la dictadura del tirano y nadie lo sabrá jamás.
Debemos estar tranquilos, aunque las cosas parezca que van mal en nuestro país, contamos con un elemento sorpresa, es verdad que últimamente se le ven los párpados hinchados y los ojos irritados a José Luis, incluso Sonsoles anda un poco mosqueada porque a veces se lo encuentra ante el espejo con los ojos fuertemente cerrados diciendo: “se acabó la crisis”, “se acabó el paro”, "se acabó el déficit". Ella sabe que está muy preocupado y alterado con las cosas que están ocurriendo, que duerme mal por las noches, pero como no se mete en política no le dice nada, ya se le pasará.
Biante de Priena
José Luis vivía feliz, era algo despistado, sus notas no eran de las mejores, cuentan sus compañeros, pero era divertido, se le ocurrían cosas interesantes aunque bastante peregrinas, eso le traía muchos problemas con los demás, que no tenían su sensibilidad, que ya por entonces encantaba a sus compañeras. En alguna ocasión se le vio llorando por los pasillos del cole, cuando un compañero le llamaba cagado o marica, en aquella época era habitual que los chavales se dijeran de todo menos bonito. José Luis no era violento, no le gustaba la violencia, procuraba alejarse de los líos, y aunque era alto, tampoco era un atleta, más bien era el típico adolescente larguirucho que trastabillaba con frecuencia y se daba golpes contra todo lo que sobresalía, esto provocaba las bromas y los chascarrillos de sus compañeros, que se mofaban de él un día sí, y otro también.
Aquel verano, José Luis se fue de vacaciones a Luanco, como todos los años, donde también tenía bastantes amigos, y fue allí, dando un paseo por la playa donde besó a su primera novia, la hija de un guardia civil, sonrojándose, porque con las chicas era bastante tímido. Más tarde se fueron a reunir con los demás chicos al atrio de la iglesia que era dónde habitualmente quedaban, para hablar de las cosas que harían y de las que no hicieron.
Aquel fue un verano tranquilo e inolvidable, a pesar de la novedosa influencia de las hormonas, la playa, los besos, y las sardinas en el puerto lo convirtieron en un verano plenamente azul, tanto porque José Luis conoció el amor, como porque al mismo tiempo descubrió el odio, algo que suele ocurrir con frecuencia.
El odio le llegó a José Luis de pronto, sin avisar, cuando un día al atardecer su padre hablaba con su madre sobre unas algaradas que se habían producido en Mieres, las Cuencas Mineras tenían fama de indómitas y cada poco tiempo se armaban jaleos, huelgas y manifestaciones, que a veces llegaban a convocarse en la capital, Oviedo. Aquel día, José Luis se enteró de que a su abuelo lo habían asesinado en la guerra los nacionales, los franquistas, fue el día en que José Luis descubrió el odio, e hizo responsable a Franco personalmente del crimen de su abuelo.
Nadie le contó a José Luis, que su abuelo había sido uno de los que en 1934 a las órdenes indirectas de su postrero asesino y directas del General López Ochoa, se había cargado a unos cuantos mineros, posiblemente padres, o familiares de aquellos que ahora protestaban, y que José Luis en su inocencia consideraba unos héroes, posiblemente si lo hubiera sabido, en su cabeza la historia se hubiera construido de otra forma, pero nadie se lo dijo.
Poco a poco José Luis, aquel chico rizoso de mirada tranquila, fue trazando un plan, sin decírselo a nadie, en absoluto secreto, con el que se proponía asesinar a Franco para vengar la muerte de su abuelo, una imaginación que acababa de salir de la infancia, era terreno abonado para la fantasía y todavía estéril a la razón.
Cuando regresó a León siguió elaborando el estratégico plan para acabar con la vida del dictador fascista, comenzó por informarse de sus costumbres, le gustaba pescar, salía poco, y por entonces se decía que estaba enfermo. Las cosas fueron encajando poco a poco, la fecha sería en noviembre, cuando con sus compañeros realizaría un viaje de estudios para visitar El Escorial y Madrid, pensó en El Pardo, lugar donde residía el generalísimo, pero supuso que sería muy difícil por las extraordinarias condiciones de seguridad. Lo que sí fue elaborando fue la forma de acabar con el tirano, debería ser de una forma discreta, sin llamar demasiado la atención, sin levantar sospechas. Si algo inesperado ocurría, como su padre era abogado sabría resolverlo. Pero en el fondo soñaba con convertirse en el héroe de todas las víctimas del dictador, de vengar la muerte de su abuelo y todos los que como él, habían caído por defender sus ideas.
Se apreciaba el nerviosismo en José Luis el día que con sus compañeros tomó el autobús que le conduciría al lugar del crimen. Visitando el Escorial fue urdiendo su plan hasta los últimos detalles, aquel 20 de noviembre casi era de noche cuando se acercaban a la gran urbe que el ya conocía de un viaje anterior con su familia. Entonces, los acontecimientos comenzaron a sucederse con celeridad inusitada, el profesor acompañante les dijo que iban a pasar delante de la Residencia La Paz, donde Franco estaba ingresado, muy grave, y que iban a rezar una oración por su curación.
En ese momento José Luis aprovechó para poner en marcha su malvado plan, cerciorándose de que nadie le miraba, cerró fuertemente los ojos, y pronunció con voz queda las palabras mágicas: “muérete asesino”.
Al día siguiente, la televisión en blanco y negro no dejaba de repetir las imágenes de un compungido Arias Navarro, diciendo aquello de: “Españoles....Franco ha muerto”. Nadie se enteró jamás de que José Luis había asesinado a Franco, ni siquiera Sonsoles. Es su secreto mejor guardado, desde entonces sabe que es un ser especial, con poderes, capaz de cambiar el rumbo de la realidad con solo desearlo. Sólo él sabe que fue el héroe que acabó con la dictadura del tirano y nadie lo sabrá jamás.
Debemos estar tranquilos, aunque las cosas parezca que van mal en nuestro país, contamos con un elemento sorpresa, es verdad que últimamente se le ven los párpados hinchados y los ojos irritados a José Luis, incluso Sonsoles anda un poco mosqueada porque a veces se lo encuentra ante el espejo con los ojos fuertemente cerrados diciendo: “se acabó la crisis”, “se acabó el paro”, "se acabó el déficit". Ella sabe que está muy preocupado y alterado con las cosas que están ocurriendo, que duerme mal por las noches, pero como no se mete en política no le dice nada, ya se le pasará.
Biante de Priena