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miércoles, 20 de abril de 2011

Cien libros para el siglo XXI (015)


"La Democracia en América" (1835 y 1840) - Alexis de Tocqueville (1805-1859) - (015)

Cuando leí por primera vez “La Democracia en América”, de Alexis de Tocqueville, comprendí que en la concecpión de la política, el pueblo americano no tiene nada que ver con el europeo, pero sus políticos tampoco. Con el paso de los años, he constatado que el valor clásico que los ciudadanos norteamericanos conceden a su democracia, poco tiene que ver con el que le concedemos los europeos. La democracia para los americanos es, en esencia, una búsqueda del control del poder por el pueblo, para los europeos es una búsqueda del control del pueblo por el poder, posiblemente a pesar del pueblo.

En Europa el despotismo político no se ha erradicado del todo, el poder sigue fundamentado en la dominación del pueblo más que en las potestades concedidas por el pueblo. Esta situación ejerce una violencia inusitada sobre los ciudadanos. Con la excepción de las democracias anglosajonas y alguna nórdica, el jacobinisimo del Estado impera sobre la sociedad democrática y libre, ocurre fundamentalmente en las democracias latinas, en Francia, Italia, España, Portugal y algunas otras. El modelo napoleónico de gobierno se expandió por sur de Europa, es necesario recordar la veneración al despotismo del pequeño corso: “He de gobernar de acuerdo con el bien general, no de acuerdo con la voluntad general, que muchas veces no ve bien todos los problemas".

Alexis de Tocqueville (1805-1859), contemporáneo de Napoleón, lo expresa con maestría y de una forma singular, cuando nos recuerda que los americanos no esperan a que el Estado resuelva sus problemas, porque el país es suyo, no del Estado, no del Presidente, no de los políticos, y ellos, tienen que velar por su custodia, por su seguridad, para que funcionen bien las cosas, por la libertad, por la justicia, y la democracia.

En Estados Unidos, los ciudadanos son vigilantes permanentes de las acciones políticas, no tanto de las propuestas políticas, al contrario de lo que aquí, en Europa, acontece. Cuando no están de acuerdo con algo, forman una asociación y recurren a los tribunales hasta que su problema crece y termina llegando al Congreso o al Presidente. Y entonces, reciben respuesta argumentada por parte de los representantes públicos, ejercen sus derechos, porque consideran que es su libertad.

Cuando alguien pide algo se le dice que no o que sí, o que espere cinco días o dos años, pero siempre recibe respuesta de la administración; sea para una queja, sea para una solicitud de trabajo, o para su propuesta de invadir Irán, sea para lo que sea, la administración pública funciona, tanto para regular a los políticos como a los ciudadanos.

La sociedad norteamericana está organizada sobre la libertad, la quinta enmienda, una constitución de muy pocos artículos, una judicatura con máximo poder en la que pesa el criterio del juez incluso tanto o más que las leyes. Hay que recordar que son comunidades que eligen a sus jefes de seguridad, los famosos sherif del condado. Al elegir libremente los órganos que les representan, surge el respeto por sus elecciones.

Pero no se engañen ustedes, nada es perfecto. Se habla de que no hay seguridad social o sanidad universal, y es cierto. Por la sencilla razón de que a la gente no se le obliga a participar en la constitución de un sistema sanitario único, y en sus sueldos, al contrario que en Europa, no se les descuenta una parte para servicios sociales. El Estado no se ocupa de ellos, ellos deben ocuparse del Estado, libremente. También hay unas diferencias sociales mayores que las de Europa, unas regulaciones laborales muy simples, pero esto no quiere decir que no haya nada, los cheques sanitarios o los cheques de alimentos y otras alternativas, cubren buena parte de las necesidades de los americanos más desafortunados. El icono de una sociedad norteamericana, cainita y despiadada hacia sus semejantes, es un artificio de los propagandistas de la izquierda europea.

En Estados Unidos hay exactamente los mismo pobres que en Europa, a pesar de la propaganda extenuante de los partidos de izquierda. El 20 % de la población es pobre, igual que en España, y eso no cambia, gobierne quien gobierne.

Las grandes corporaciones y multinacionales ejercen su poder económico sobre la política en los aledaños de la presidencia, por medio de “lobbys” muy organizados. Aunque también hay otros que se ocupan de la justicia, las diferencias raciales, la paz, o la guerra. Se sigue la teoría de Hamilton, que considera que la mejor forma de preservar la democracia es la doctrina de contrarios, si una facción defiende la energía nuclear, otra surgirá que esté en su contra, al final se establecerán acuerdos que permitirán seguir adelante y en último extremo, el Presidente decidirá, aunque no suele intervenir demasiado en cuestiones ideológicas, al contrario de lo que ocurre en Europa. Un Republicano puede estar en contra de un Demócrata, pero nadie dirá en Estados Unidos, como aquí ocurre, que sus rivales políticos no son democráticos, o no respetan las reglas de juego.

Hay críticos reconocidos en la sociedad norteamericana, que han liderado o lideran los movimientos contra las políticas intervencionistas internacionales, o por la búsqueda de alternativas más justas, quizás el más activo sea Noam Chomsky, pero hay muchísimos más Jay Gould, Gore Vidal, entre los intelectuales, Sarandon, Pen, Robbins, entre los actores de cine; Oliver Stone, entre los directores cinematográficos.

Periódicos como el Washington Post, cadenas de televisión, iglesias evangelistas y congregaciones budistas, veteranos del Vietnam, movimientos ecologistas. El ejercicio de la crítica es libre, la sociedad civil está organizada y al contrario de lo que ocurre en Europa, los movimientos civiles se enfrentan al Estado cuando observan que el Estado se inmiscuye en la vida privada de los ciudadanos, cuando un Gobierno trata de imponer su voluntad, o cuando se observa que hay medios de comunicación que apoyan exclusivamente al Gobierno, la sociedad responde a los políticos. Una justicia independiente con unos criterios compartidos fundamentados, que esencialmente defiende el bien común, legitima definitivamente el sistema. El nivel de satisfacción con su sistema político es mucho más elevado en los Estados Unidos que en la mayoría de los países europeos.

La democracia en América, una obra singular, escrita por un preciso observador francés a comienzos del siglo XIX es posiblemente la mejor forma de comprender que cuando un norteamericano habla de libertad, lo hace sin añadirle condiciones, la libertad no admite apellidos.

Resumen

Almendrón

Obra Completa

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