Quizás el origen de la baja calidad de nuestra libertad provenga de la política, pero sin duda las leyes del mercado también determinan la cuestión.
No hay libertad de producción, porque al gran mercado llegan exclusivamente los productos estandarizados, que no han de ser los mejores. La tía de una vecina mía de vez en cuando le envía huevos del pueblo, y nada tienen que ver con los mejores que se pueden encontrar en el supermercado más suntuoso, y es cierto que cada uno puede producir lo que quiera, pero para autoconsumo, porque si trata de introducir sus productos en los canales del mercado, surgirán numerosos problemas que lo impedirán.
Y si no ha libertad de producción apta para el mercado, tampoco hay libertad de consumo, porque estamos condenados a utilizar los productos que nos ofrecen, y no los que demandamos. Es difícil encontrar café de Colombia en un supermercado, pero se pueden encontrar dieciséis marcas de “café” que realmente no se sabe ni lo que llevan dentro. Lo mismo ocurre con la mantequilla, los huevos, los panes, las galletas, y una larga colección de productos de primera necesidad.
Sin embargo, al encender nuestro televisor y cruzar por cualquier canal, descubrimos que estamos en la tierra de la abundancia porque parece que hay de todo. Hay buenos coches para uso de un 5 % de la población y envidia del 95 % restante. Ese 5 % de población es el que puede consumir todo lo que quiera, mientras que el 95 % restante lo que sencillamente puede. Sin embargo, la publicidad que siempre nos ofrece lo mejor, se hace prácticamente para la escasa élite de los que viven sin problemas de libertad en sus adquisiciones.
En la política ocurre lo mismo, se puede votar por mil opciones, pero como realmente conocidas son menos de diez, estas son las que se llevan el 99 % de los votos. No porque sean mejores, sino porque son las que no nos resultan extrañas y llevan inculcándonos miedo durante toda la vida a lo desconocido. Hay otras cuestiones, como las fórmulas proporcionales de asignación de escaños, que se incluyen en ese apartado denominado ingeniería electoral, que también conculcan nuestras decisiones a la hora de elegir representantes políticos.
Lo de la política tiene mucho que ver con los medios de comunicación, los distintos grandes partidos establecen formas de simbiosis con las grandes cadenas informativas, fundamentalmente por medio de la dedicación de fondos públicos para sufragar su propaganda de forma encubierta. Por lo tanto, lo que conocemos es lo que nos presentan, no lo que existe.
Esto recuerda cada día más a lo ocurrido con la religión cristiana, a la que esta nueva religión del beneficio está sustituyendo. Antes se presentaba la existencia de un solo dios verdadero, hoy se presenta la existencia de un solo sistema verdadero. Y consumimos sistema, como antes veneramos al dios verdadero.
En estas condiciones, la libertad se resiente, pero algunos pueden decir, bueno, nos queda internet que “todavía” sigue siendo libre. Parece que no va a ser así, la retirada de un vídeo de Youtube, las cosas que ocurren en el menéame, la presencia de páginas organizadas con fondos públicos para hacer propaganda de determinadas opciones políticas concretas, los sesgos que se introducen en los grandes motores de búsqueda como Google, Yahoo, o Altavista, influyen poderosamente en lo que acabamos encontrándonos a nivel informativo.
Nos deslumbra ver cosas que antes no veíamos, como ejecuciones grabadas, asesinatos, una pareja follando en un concierto, o como lapidan a alguien aplicando la sharia, esto nos hace tener una percepción errónea de que la libertad crece, pero en realidad, las cosas que no veíamos, seguimos sin verlas: cuanto cobra el consejero de tal empresa pública, que ingresos reales tienen los políticos, porque una oferta mejor de una obra pública sale desplazada por una peor en un concurso, o porque nuestro vecino del quinto ha entrado en la administración pública sin dar golpe por ser un luchador social desde una determinada formación política.
La represión es la misma, sólo cambian sus métodos. En Francia hace doscientos años guillotinaban a los reyes, hoy en Cataluña queman sus imágenes. Lo decía Freud cuando se enteró de que los nazis estaban quemando sus libros en Alemania, mientras vivía exiliado en Londres: realmente hemos avanzado, hace trescientos años me hubieran quemado a mí.
Una pregunta estúpida, ¿qué ocurriría si los pirómanos sectarios en vez de la efigie del rey quemaran nuestra Constitución?. Quisiera equivocarme, pero creo que nada, y como alguien dijo, quien no sabe luchar por sus derechos, está condenándose a perderlos.
O detenemos a los bárbaros como sea, o como sea, nos llevarán a la barbarie. Hay que dejarse de pamplinas con las cosas importantes, o lo que hemos conseguido entre todos se irá al carajo para alegría de unos cuantos sinvergüenzas, que seguramente están en ese 5 % de privilegiados, sin haber hecho más mérito que el de tomarnos el pelo.
Biante de Priena