Nos vamos acercando a la hora de la verdad. Se masca la ruptura del desorden establecido. Como aquel 2 de mayo de hace 200 años, el llanto de un infante “mal interpretado”, será suficiente chispa para encender la mecha de la rebelión ciudadana.
Dicen los incrédulos: "¿a quién le importa España?", pues a los mismos que les importaba la monarquía borbónica en Madrid hace dos siglos, porque el pueblo no se levantó contra Napoleón por defender a la familia de Carlos IV, que va, se levantó contra el “invasor”. ¿Y quién es el invasor actual?.
¡Ah!, el invasor es un híbrido mezcla de Carod-Rovira e Ibarretxe, de Mas y ANV, de los “rentistas” y los “pasteleros”. De Zp y Rajoy, de Rosa Díez y Albert Rivera. De Llamazares y la nada. Del poder judicial afín al poder gubernamental afín al poder económico afín al poder mediático. Ese “Todo en uno” que delimita el marco de convivencia de las gentes de este país y que enfrenta a los que quieren beber con los que quieren regar, y con los que quieren seguir mirando a la luna de Valencia.
El invasor es el que pone sus intereses particulares por encima de los derechos del común; el que para lograr sus objetivos, no escatima en generar los conflictos que sean necesarios, inventar problemas irresolubles, y crear naciones al gusto del consumidor de privilegios de turno.
El invasor es el que cambia las costumbres, el que se opone a la incivilidad secular de los españoles, el que impone su criterio sobre el de los demás en su conjunto. Es todo éso, junto y revuelto, arrimando la pasta a sus cuentas, el poder a su sombra, el futuro a sus sectas.
España es el único país occidental de tamaño medio gobernado por socialistas, porque los conservadores están entregados y los liberales no acaban de despuntar, como siempre. Los españoles estamos secuestrados por los políticos, tras haber pagado el precio de seguir en la celda con vistas a la esperanza, en las últimas elecciones generales. El cautiverio es confortable desde la época en que Franco inauguraba pantanos y dictaba sentencias de muerte de los que no aceptaban las reglas de juego establecidas.
Pero en algún lugar de este país, en este momento hay alguien que está organizando el cambio, y no es la niña de Rajoy, precisamente, ni tampoco la de Zapatero.Se siente en el silencio cómplice de todos los implicados en esta tragicomedia que se vive en España. Nadie dice nada, de nada, ni de nadie. Y eso es peligroso, pero todo el mundo comenta “sotto voce” el desaguisado.
Es el rumor que corre como riego de pólvora, no sobre lo que ocurre en Las Cortes, sino sobre lo que pasa al lado de nuestras casas: Que Pedro se ha quedado en paro tras diez años en la empresa, que la vecina del sexto tiene que vender su vivienda porque no puede pagar la hipoteca, que a los ancianos del segundo les han llevado a una residencia, que al hijo de la Trini le han partido la cara unos chulillos; que a Juan, el panadero, le han robado mientras repartía el pan y le han dado una paliza que le ha mandado al hospital.
Estamos a tres o cuatro meses de que el “beppogrillismo” estalle en España. La reacción contra la opresión política de los ciudadanos está a punto de brotar, será en otoño, y hasta entonces se apertrecharán los rebeldes de razones e instrumental.
Pronto volverán a brillar las hojas de las navajas, que este país es de arma corta y descuidera, y las tripas de las monturas de los mamelucos y dragones se desparramarán por el escenario, antes de que el Mesías-Napoleón que habita en La Moncloa se dé ni cuenta de que Godoy, “el príncipe de la paz”, ha salido huyendo, presa del pánico.
Goya, para concentrarse mejor, se volverá a quedar sordo, nada como acompañarse de silencio, para legar a la historia la catástrofe sobre un lienzo.
Biante de Priena
Dicen los incrédulos: "¿a quién le importa España?", pues a los mismos que les importaba la monarquía borbónica en Madrid hace dos siglos, porque el pueblo no se levantó contra Napoleón por defender a la familia de Carlos IV, que va, se levantó contra el “invasor”. ¿Y quién es el invasor actual?.
¡Ah!, el invasor es un híbrido mezcla de Carod-Rovira e Ibarretxe, de Mas y ANV, de los “rentistas” y los “pasteleros”. De Zp y Rajoy, de Rosa Díez y Albert Rivera. De Llamazares y la nada. Del poder judicial afín al poder gubernamental afín al poder económico afín al poder mediático. Ese “Todo en uno” que delimita el marco de convivencia de las gentes de este país y que enfrenta a los que quieren beber con los que quieren regar, y con los que quieren seguir mirando a la luna de Valencia.
El invasor es el que pone sus intereses particulares por encima de los derechos del común; el que para lograr sus objetivos, no escatima en generar los conflictos que sean necesarios, inventar problemas irresolubles, y crear naciones al gusto del consumidor de privilegios de turno.
El invasor es el que cambia las costumbres, el que se opone a la incivilidad secular de los españoles, el que impone su criterio sobre el de los demás en su conjunto. Es todo éso, junto y revuelto, arrimando la pasta a sus cuentas, el poder a su sombra, el futuro a sus sectas.
España es el único país occidental de tamaño medio gobernado por socialistas, porque los conservadores están entregados y los liberales no acaban de despuntar, como siempre. Los españoles estamos secuestrados por los políticos, tras haber pagado el precio de seguir en la celda con vistas a la esperanza, en las últimas elecciones generales. El cautiverio es confortable desde la época en que Franco inauguraba pantanos y dictaba sentencias de muerte de los que no aceptaban las reglas de juego establecidas.
Pero en algún lugar de este país, en este momento hay alguien que está organizando el cambio, y no es la niña de Rajoy, precisamente, ni tampoco la de Zapatero.Se siente en el silencio cómplice de todos los implicados en esta tragicomedia que se vive en España. Nadie dice nada, de nada, ni de nadie. Y eso es peligroso, pero todo el mundo comenta “sotto voce” el desaguisado.
Es el rumor que corre como riego de pólvora, no sobre lo que ocurre en Las Cortes, sino sobre lo que pasa al lado de nuestras casas: Que Pedro se ha quedado en paro tras diez años en la empresa, que la vecina del sexto tiene que vender su vivienda porque no puede pagar la hipoteca, que a los ancianos del segundo les han llevado a una residencia, que al hijo de la Trini le han partido la cara unos chulillos; que a Juan, el panadero, le han robado mientras repartía el pan y le han dado una paliza que le ha mandado al hospital.
Estamos a tres o cuatro meses de que el “beppogrillismo” estalle en España. La reacción contra la opresión política de los ciudadanos está a punto de brotar, será en otoño, y hasta entonces se apertrecharán los rebeldes de razones e instrumental.
Pronto volverán a brillar las hojas de las navajas, que este país es de arma corta y descuidera, y las tripas de las monturas de los mamelucos y dragones se desparramarán por el escenario, antes de que el Mesías-Napoleón que habita en La Moncloa se dé ni cuenta de que Godoy, “el príncipe de la paz”, ha salido huyendo, presa del pánico.
Goya, para concentrarse mejor, se volverá a quedar sordo, nada como acompañarse de silencio, para legar a la historia la catástrofe sobre un lienzo.
Biante de Priena