"Sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día". Goethe
Vivimos en tiempos de confusión, cambio y desasosiego. Es necesario reconocer el pasado, reflexionar con paciencia y prudencia para comprender lo que está ocurriendo, aquí y ahora, en este mundo en pleno siglo XXI, en nuestro país al igual que en todas partes, en nosotros mismos cada día. El futuro será tan impreciso e inefable como deseemos y permitamos, en función del abandono de nuestras responsabilidades como soberanos de la nación española y como ciudadanos españoles, y por ello europeos.
El problema más grave de nuestro tiempo es el abuso de poder, en todas sus formas, que nos está desposeyendo de la conquista de la realidad que se había conseguido con el esfuerzo de todos los que nos precedieron. No es la primera ocasión en que algo así ocurre, más bien ha ocurrido siempre, salvo en determinados periodos que han permitido que la humanidad avance, habitualmente coincidiendo con las revoluciones políticas y sus consecuencias.
Los seres humanos nos hemos enfrentado siempre a los abusos del poder desde los albores de la Civilización. Cuando se creó el Estado, también surgió la Sociedad, creándose una relación de dominio en la que el Estado ha ejercido siempre su poder sobre la Sociedad, con los periodos excepcionales en los que ciudadanos reunidos se han rebelado contra el poder. El Estado interpreta la Sociedad siempre desde su detentación del poder, no desde la Libertad de los ciudadanos, aún en los tiempos actuales los políticos siguen considerando súbditos a sus votantes y no soberanos a los que tienen que rendir cuentas.
Es necesario regresar al antiguo Egipto, Babilonia, Grecia o Roma para comprender lo que está ocurriendo. A lo largo de la historia se ha producido una confrontación permanente entre los seres humanos dominados y el poder dominante. El Estado, el Mercado, las Religiones (incluida la reverencia por las Nuevas Tecnologías -Nueva Cultura-), han impuesto su yugo sin descanso sobre los humanos, ayer esclavos, hoy ciudadanos libres. Siempre de la misma forma, promoviendo un recorte de la libertad y creando un cercado legislativo, encerrando a los ciudadanos dentro de la sociedad y así poder explotarlos sin fin.
La primera forma de dominación, todas las que la han sucedido han seguido el mismo patrón, se estableció desde la Mitología. Tales de Mileto (Siglo V a.C), el primer racionalista del que tenemos noticia, lo expuso con claridad cuando pronunció su conocido aforismo: “todo está lleno de dioses”, posiblemente con la intención de abandonar un mundo construido sobre las creencias (mythos) para aproximarse a un mundo construido sobre las explicaciones (logos). La humanidad con la intención de ser dueña de su propio destino en un momento determinado dejó de rezar a los dioses para que lloviera y se dedicó a construir presas para disponer de agua en tiempos de sequía. Pero el poder se afianzó en seguir manteniendo la prisión de las creencias que le permitíieran continuar ejerciendo su dominio. Se formó una alianza de poder, simbiosis entre los distintos poderes representados por la autoriadad que provenía de los dioses (religiosos, políticos, económicos, culturales) para autoperpetuarse en la dominación de los ciudadanos, que ha ido evolucionando hasta nuestros días atravesando distintas etapas.
Con Agustín de Hipona (Siglo IV d.C) y la implantación de la fe cristiana se pusieron nuevas puertas al campo, estableciendo un marco o fortaleza que definía la única realidad posible: el cristianismo. Y el poder del Estado derivado de Dios. La verdad conquistada por la razón y el esfuerzo de los que lo hicieron posible, pasó a ser una revelación, porque la verdad que debía hacernos libres según la propaganda cristiana, en realidad nos convirtió en fieles de su creencia, el mismo método utilizado por todas las creencias dogmáticas, que siempre exigen reverencia con intención fundamentalista de su percepción de la realidad.
Aproximadamente pasaron mil años, hasta que en el Renacimiento y la Reforma Protestante (Siglo XV d.C) para que la humanidad comenzara a recobrar el dominio de su destino y la libertad de pensar, que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de los poderosos. La Inquisición desde el cristianismo, el Poder Absoluto desde el Estado, siguieron ejerciendo su dominio aniquilando a todo aquel que osaba a enfrentarse a sus designios. En la Ilustración (Siglo XVII d.C) surgieron las primeras voces discrepantes de la modernidad Locke, Hobbes, Voltaire, Rousseau y otros muchos que trataron de impulsar la liberación de la humanidad del dominio despótico del poder a que estaban sometidos. Un primer aviso de que los ciudadanos tenían algo que decir sobre su destino fue la Revolución Inglesa de Cromwell de 1648, que concluyó con la cabeza de Carlos I de Inglaterra en un cesto.
Las revoluciones de la Libertad
El siglo XVIII fue el de las grandes revoluciones y las conquistas de la identidad nacional, fundamentalmente dos: la norteamericana y la francesa, pero también la española de comienzos del siglo XIX, las de las colonias latinoamericanas, y la de la mayoría de las naciones europeas. Coinciden todas ellas en la declaración de independencia del poder absoluto ejercido por los monarcas de la época. La soberanía pasó del monarca al pueblo o a su representación en el Estado, la ciudadanía dotó de libertades y derechos a los ciudadanos.
En la Revolución Norteamericana, al igual que ocurrió posteriormente en la Revolución Española de 1808-1820, a instancias de los padres de la nación norteamericana, liberales en su inmensa mayoría, se produjeron dos fenómenos convergentes: la independencia y la construcción de la nación conocida como Estados Unidos de América. La declaración de Independencia se produjo en 1776 (previamente se había establecido la Declaración de Derechos en 1774). La Constitución Norteamericana se promulgó en 1787 en el Independence Hall de Filadelfia, dotando por primera vez a los ciudadanos norteamericanos de soberanía y ciudadanía.
La Revolución Francesa tiene características diferentes con respecto a la norteamericana, pero también comunes. En el caso francés la soberanía y la ciudadanía no se tuvieron que disputar con una potencia colonizadora o extranjera, sino con el poder absoluto de la monarquía. El 14 de julio de 1789 los ciudadanos de París incendiaron La Bastilla, símbolo de la opresión monárquica, del poder absoluto, dando comienzo a la revolución. La asamblea nacional constituyente impulsada por ilustrados franceses, muchos de ellos liberales, otros jacobinos, promulgaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en agosto de 1789. Un periodo de confusión y lucha por el poder concluyó con la vida de absolutistas (Luis XVI) y revolucionarios (Robespierre y todos los que el mismo decidió guillotinar en el régimen del Terror), hasta la llegada de Napoleón al poder, tras un golpe de Estado el 18 brumario de 1799 que le convirtió en Primer Cónsul de la nación francesa, el caos reinó en el país vecino, pero los franceses conquistaron su ciudadanía para siempre, aunque el poder trató de birlarles su soberanía al descuido en numerosas ocasiones.
La Revolución Española comienza con el levantamiento del pueblo español en 1808 contra el invasor francés y concluye en 1820 con la sanción por Fernando VII de la primera Constitución Española, a instancias de un liberal, el General Riego, que prefirió consolidar la nación española antes que lanzarse al apaciguamiento de las colonias americanas, esto permitió que la inmensa mayoría de las antiguas colonias españolas, guiadas también en por liberales, alcanzaran su independencia al mismo tiempo que la metrópolis. La Revolución Española tiene mucho más paralelismo con la Revolución Norteamericana que con la Revolución Francesa, fundamentalmente porque las primeras fueron impulsadas exclusivamente por liberales convirtiendo al pueblo en soberano, mientras que la Revolución Francesa fue promovida por liberales y jacobinos estatalistas (los antecesores del socialismo), que convirtieron en soberano al Estado (aunque no quieran reconocerlo) y no al Pueblo.
La nación española es la garantía de la soberanía del pueblo español, contra los que pretenden usurpársela desde el Estado. La soberanía no proviene de los deseos, como algunos pretenden, sino de la conquista de la libertad de un pueblo reunido, no de una facción minoritaria de ese pueblo que pretende representar a la mayoría de forma autoritaria y fanática, cuando en realidad lo único que busca es su acceso directo al pesebre público.
El socialismo contra la libertad
La historia occidental está plagada desde entonces de confrontaciones entre los pueblos que buscan su libertad y los Estados que buscan su opresión, utilizando la fantasía de la democracia como coartada. Las últimas revoluciones importantes ocurrieron en el siglo XX, comenzando por la rusa de 1917, han sido promovidas desde el socialismo, lo que ha producido un aplastamiento de la libertad y del pueblo allí donde han acontecido, y al mismo tiempo un triunfo hegemónico del Estado. Siguiendo la estela del jacobinismo francés, estas revoluciones no han buscado devolverle el poder al pueblo, sino al contrario, concentrarlo más en el Estado contra el pueblo. La trayectoria histórica de los países que han tenido la desgracia de padecer una revolución socialista se puede comprobar en la evolución de los sometidos por el poder soviético a lo largo del siglo XX, en Cuba, en China o en Corea del Norte. El socialismo es enemigo de la libertad de los ciudadanos, detentador de su soberanía, opresor y autoritario., estatalista, paradójicamente no gobierna para el pueblo, sino para su utopía social a la que debe someterse el pueblo. Nunca ha crecido la libertad en páramo socialista.
Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, el socialismo ha tratado de reinventarse y adaptarse al capitalismo de forma contradictoria con su ideología, para ello no ha dudado en acabar con la razón, a la que no puede vencer, infundiendo desde el relativismo la negación de cualquier verdad objetiva y racional, menos las que provienen de su propaganda, convirtiendo en totalitarismo encubierto todas las democracias que ha ocupado. El socialismo prescinde del pueblo transformando las democracias en oclocracias, una combinación de tiranía gubernamental y muchedumbres sectarias que se alían para erradicar la libertad de todos los que no pertenecen a su secta, para imponer su dominio sobre la realidad, legislando de forma sectaria, vulnerando las leyes fundamentales, obteniendo por ello pingües beneficios para sus asociados y afines que jamás obtendrían en una situación natural, no artefactada por argumentos que inducen a los ciudadanos a pensar que su creencia es la mejor y la única posible, al igual que una religión del pasado, que pretende el bienestar de la mayoría y no el privilegio de su intensa minoría.
Motivos para creer, promesas de pleno empleo para elevar el paro en nuestro país hasta los cinco millones, redistribuciones de la riqueza que les permite obtener a los repartidores más de lo que les corresponde, gestión catastrófica de la realidad desde una ideología dogmática, no desde la adaptación a las circunstancias, prohibiciones, censuras, intoxicaciones en la información, propaganda, coerciones, y muchos privilegios a los suyos exclusivamente por pertenecer a la secta, es lo que les debemos los españoles a los socialistas. Los socialistas tienen como único objetivo el dominio del pueblo por el Estado, para conseguirlo no dudan en cambiar la historia, el lenguaje, pisotear los derechos constitucionales, y erradicar cualquier fantasía de libertad a los pueblos que dominan.
Los españoles debemos reconquistar la realidad que nos han usurpado los socialistas desde su ocupación del poder. Podemos hacerlo hoy o mañana, pero mientras no erradiquemos de la política española al socialismo estaremos condenados a vivir en el ámbito social que nos impongan, enjaulados en su percepción de la realidad, que siempre será la que a ellos les conceda privilegios en perjuicio de todos los demás. La realidad no puede ser la que nos impongan los políticos de cualquier ideología, sino la que los españoles, decidamos, no la que nos construyan desde sus intereses orientados hacia su privilegio y beneficio, en esta ocasión por los socialistas, pero mañana podrán ser los conservadores o los nacionalistas. No podemos aceptar que en España esta política sea la única posible, por tanto es necesario acometer la defensa de nuestra libertad, derecho e intereses de forma directa y no intermediada.
Es la hora de la libertad o su definitiva muerte en el socialismo o mañana en otra doctrina que trate de convertir al ser humano en lo que no es ni quiere ser, con el fin de explotarlo y expoliarlo. La Revolución Liberal contra el abuso de poder en todas sus formas continúa hoy como en siglos pasados. Únete a ella y volverás a ser libre y soberano, no lo hagas y serás un esclavo de los políticos para siempre, al igual que tus descendientes. Tu eliges tu destino, mientras puedas seguir siendo libre, aunque sea en las condiciones que se imponen desde el poder, que cada día serán más, en proporción a la libertad que nos usurpen.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano liberal español que no renuncia a su soberanía
El problema más grave de nuestro tiempo es el abuso de poder, en todas sus formas, que nos está desposeyendo de la conquista de la realidad que se había conseguido con el esfuerzo de todos los que nos precedieron. No es la primera ocasión en que algo así ocurre, más bien ha ocurrido siempre, salvo en determinados periodos que han permitido que la humanidad avance, habitualmente coincidiendo con las revoluciones políticas y sus consecuencias.
Los seres humanos nos hemos enfrentado siempre a los abusos del poder desde los albores de la Civilización. Cuando se creó el Estado, también surgió la Sociedad, creándose una relación de dominio en la que el Estado ha ejercido siempre su poder sobre la Sociedad, con los periodos excepcionales en los que ciudadanos reunidos se han rebelado contra el poder. El Estado interpreta la Sociedad siempre desde su detentación del poder, no desde la Libertad de los ciudadanos, aún en los tiempos actuales los políticos siguen considerando súbditos a sus votantes y no soberanos a los que tienen que rendir cuentas.
Es necesario regresar al antiguo Egipto, Babilonia, Grecia o Roma para comprender lo que está ocurriendo. A lo largo de la historia se ha producido una confrontación permanente entre los seres humanos dominados y el poder dominante. El Estado, el Mercado, las Religiones (incluida la reverencia por las Nuevas Tecnologías -Nueva Cultura-), han impuesto su yugo sin descanso sobre los humanos, ayer esclavos, hoy ciudadanos libres. Siempre de la misma forma, promoviendo un recorte de la libertad y creando un cercado legislativo, encerrando a los ciudadanos dentro de la sociedad y así poder explotarlos sin fin.
La primera forma de dominación, todas las que la han sucedido han seguido el mismo patrón, se estableció desde la Mitología. Tales de Mileto (Siglo V a.C), el primer racionalista del que tenemos noticia, lo expuso con claridad cuando pronunció su conocido aforismo: “todo está lleno de dioses”, posiblemente con la intención de abandonar un mundo construido sobre las creencias (mythos) para aproximarse a un mundo construido sobre las explicaciones (logos). La humanidad con la intención de ser dueña de su propio destino en un momento determinado dejó de rezar a los dioses para que lloviera y se dedicó a construir presas para disponer de agua en tiempos de sequía. Pero el poder se afianzó en seguir manteniendo la prisión de las creencias que le permitíieran continuar ejerciendo su dominio. Se formó una alianza de poder, simbiosis entre los distintos poderes representados por la autoriadad que provenía de los dioses (religiosos, políticos, económicos, culturales) para autoperpetuarse en la dominación de los ciudadanos, que ha ido evolucionando hasta nuestros días atravesando distintas etapas.
Con Agustín de Hipona (Siglo IV d.C) y la implantación de la fe cristiana se pusieron nuevas puertas al campo, estableciendo un marco o fortaleza que definía la única realidad posible: el cristianismo. Y el poder del Estado derivado de Dios. La verdad conquistada por la razón y el esfuerzo de los que lo hicieron posible, pasó a ser una revelación, porque la verdad que debía hacernos libres según la propaganda cristiana, en realidad nos convirtió en fieles de su creencia, el mismo método utilizado por todas las creencias dogmáticas, que siempre exigen reverencia con intención fundamentalista de su percepción de la realidad.
Aproximadamente pasaron mil años, hasta que en el Renacimiento y la Reforma Protestante (Siglo XV d.C) para que la humanidad comenzara a recobrar el dominio de su destino y la libertad de pensar, que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de los poderosos. La Inquisición desde el cristianismo, el Poder Absoluto desde el Estado, siguieron ejerciendo su dominio aniquilando a todo aquel que osaba a enfrentarse a sus designios. En la Ilustración (Siglo XVII d.C) surgieron las primeras voces discrepantes de la modernidad Locke, Hobbes, Voltaire, Rousseau y otros muchos que trataron de impulsar la liberación de la humanidad del dominio despótico del poder a que estaban sometidos. Un primer aviso de que los ciudadanos tenían algo que decir sobre su destino fue la Revolución Inglesa de Cromwell de 1648, que concluyó con la cabeza de Carlos I de Inglaterra en un cesto.
Las revoluciones de la Libertad
El siglo XVIII fue el de las grandes revoluciones y las conquistas de la identidad nacional, fundamentalmente dos: la norteamericana y la francesa, pero también la española de comienzos del siglo XIX, las de las colonias latinoamericanas, y la de la mayoría de las naciones europeas. Coinciden todas ellas en la declaración de independencia del poder absoluto ejercido por los monarcas de la época. La soberanía pasó del monarca al pueblo o a su representación en el Estado, la ciudadanía dotó de libertades y derechos a los ciudadanos.
En la Revolución Norteamericana, al igual que ocurrió posteriormente en la Revolución Española de 1808-1820, a instancias de los padres de la nación norteamericana, liberales en su inmensa mayoría, se produjeron dos fenómenos convergentes: la independencia y la construcción de la nación conocida como Estados Unidos de América. La declaración de Independencia se produjo en 1776 (previamente se había establecido la Declaración de Derechos en 1774). La Constitución Norteamericana se promulgó en 1787 en el Independence Hall de Filadelfia, dotando por primera vez a los ciudadanos norteamericanos de soberanía y ciudadanía.
La Revolución Francesa tiene características diferentes con respecto a la norteamericana, pero también comunes. En el caso francés la soberanía y la ciudadanía no se tuvieron que disputar con una potencia colonizadora o extranjera, sino con el poder absoluto de la monarquía. El 14 de julio de 1789 los ciudadanos de París incendiaron La Bastilla, símbolo de la opresión monárquica, del poder absoluto, dando comienzo a la revolución. La asamblea nacional constituyente impulsada por ilustrados franceses, muchos de ellos liberales, otros jacobinos, promulgaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en agosto de 1789. Un periodo de confusión y lucha por el poder concluyó con la vida de absolutistas (Luis XVI) y revolucionarios (Robespierre y todos los que el mismo decidió guillotinar en el régimen del Terror), hasta la llegada de Napoleón al poder, tras un golpe de Estado el 18 brumario de 1799 que le convirtió en Primer Cónsul de la nación francesa, el caos reinó en el país vecino, pero los franceses conquistaron su ciudadanía para siempre, aunque el poder trató de birlarles su soberanía al descuido en numerosas ocasiones.
La Revolución Española comienza con el levantamiento del pueblo español en 1808 contra el invasor francés y concluye en 1820 con la sanción por Fernando VII de la primera Constitución Española, a instancias de un liberal, el General Riego, que prefirió consolidar la nación española antes que lanzarse al apaciguamiento de las colonias americanas, esto permitió que la inmensa mayoría de las antiguas colonias españolas, guiadas también en por liberales, alcanzaran su independencia al mismo tiempo que la metrópolis. La Revolución Española tiene mucho más paralelismo con la Revolución Norteamericana que con la Revolución Francesa, fundamentalmente porque las primeras fueron impulsadas exclusivamente por liberales convirtiendo al pueblo en soberano, mientras que la Revolución Francesa fue promovida por liberales y jacobinos estatalistas (los antecesores del socialismo), que convirtieron en soberano al Estado (aunque no quieran reconocerlo) y no al Pueblo.
La nación española es la garantía de la soberanía del pueblo español, contra los que pretenden usurpársela desde el Estado. La soberanía no proviene de los deseos, como algunos pretenden, sino de la conquista de la libertad de un pueblo reunido, no de una facción minoritaria de ese pueblo que pretende representar a la mayoría de forma autoritaria y fanática, cuando en realidad lo único que busca es su acceso directo al pesebre público.
El socialismo contra la libertad
La historia occidental está plagada desde entonces de confrontaciones entre los pueblos que buscan su libertad y los Estados que buscan su opresión, utilizando la fantasía de la democracia como coartada. Las últimas revoluciones importantes ocurrieron en el siglo XX, comenzando por la rusa de 1917, han sido promovidas desde el socialismo, lo que ha producido un aplastamiento de la libertad y del pueblo allí donde han acontecido, y al mismo tiempo un triunfo hegemónico del Estado. Siguiendo la estela del jacobinismo francés, estas revoluciones no han buscado devolverle el poder al pueblo, sino al contrario, concentrarlo más en el Estado contra el pueblo. La trayectoria histórica de los países que han tenido la desgracia de padecer una revolución socialista se puede comprobar en la evolución de los sometidos por el poder soviético a lo largo del siglo XX, en Cuba, en China o en Corea del Norte. El socialismo es enemigo de la libertad de los ciudadanos, detentador de su soberanía, opresor y autoritario., estatalista, paradójicamente no gobierna para el pueblo, sino para su utopía social a la que debe someterse el pueblo. Nunca ha crecido la libertad en páramo socialista.
Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, el socialismo ha tratado de reinventarse y adaptarse al capitalismo de forma contradictoria con su ideología, para ello no ha dudado en acabar con la razón, a la que no puede vencer, infundiendo desde el relativismo la negación de cualquier verdad objetiva y racional, menos las que provienen de su propaganda, convirtiendo en totalitarismo encubierto todas las democracias que ha ocupado. El socialismo prescinde del pueblo transformando las democracias en oclocracias, una combinación de tiranía gubernamental y muchedumbres sectarias que se alían para erradicar la libertad de todos los que no pertenecen a su secta, para imponer su dominio sobre la realidad, legislando de forma sectaria, vulnerando las leyes fundamentales, obteniendo por ello pingües beneficios para sus asociados y afines que jamás obtendrían en una situación natural, no artefactada por argumentos que inducen a los ciudadanos a pensar que su creencia es la mejor y la única posible, al igual que una religión del pasado, que pretende el bienestar de la mayoría y no el privilegio de su intensa minoría.
Motivos para creer, promesas de pleno empleo para elevar el paro en nuestro país hasta los cinco millones, redistribuciones de la riqueza que les permite obtener a los repartidores más de lo que les corresponde, gestión catastrófica de la realidad desde una ideología dogmática, no desde la adaptación a las circunstancias, prohibiciones, censuras, intoxicaciones en la información, propaganda, coerciones, y muchos privilegios a los suyos exclusivamente por pertenecer a la secta, es lo que les debemos los españoles a los socialistas. Los socialistas tienen como único objetivo el dominio del pueblo por el Estado, para conseguirlo no dudan en cambiar la historia, el lenguaje, pisotear los derechos constitucionales, y erradicar cualquier fantasía de libertad a los pueblos que dominan.
Los españoles debemos reconquistar la realidad que nos han usurpado los socialistas desde su ocupación del poder. Podemos hacerlo hoy o mañana, pero mientras no erradiquemos de la política española al socialismo estaremos condenados a vivir en el ámbito social que nos impongan, enjaulados en su percepción de la realidad, que siempre será la que a ellos les conceda privilegios en perjuicio de todos los demás. La realidad no puede ser la que nos impongan los políticos de cualquier ideología, sino la que los españoles, decidamos, no la que nos construyan desde sus intereses orientados hacia su privilegio y beneficio, en esta ocasión por los socialistas, pero mañana podrán ser los conservadores o los nacionalistas. No podemos aceptar que en España esta política sea la única posible, por tanto es necesario acometer la defensa de nuestra libertad, derecho e intereses de forma directa y no intermediada.
Es la hora de la libertad o su definitiva muerte en el socialismo o mañana en otra doctrina que trate de convertir al ser humano en lo que no es ni quiere ser, con el fin de explotarlo y expoliarlo. La Revolución Liberal contra el abuso de poder en todas sus formas continúa hoy como en siglos pasados. Únete a ella y volverás a ser libre y soberano, no lo hagas y serás un esclavo de los políticos para siempre, al igual que tus descendientes. Tu eliges tu destino, mientras puedas seguir siendo libre, aunque sea en las condiciones que se imponen desde el poder, que cada día serán más, en proporción a la libertad que nos usurpen.
Enrique Suárez Retuerta
Un ciudadano liberal español que no renuncia a su soberanía