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domingo, 16 de diciembre de 2007

Los 70 de Federico

Mi intención era evocar mi lectura de La Ciudad que fue, Barcelona Años 70, de Federico Jiménez Losantos. Pero como siempre con los best-sellers, terminan imponiéndose sobre la obra misma comentarios y reflexiones de gente más o menos cercana al autor o al objeto de su libro-recuerdo.

En Ciudadanos en la Prensa encontrará el lector una interesante ilustración del interés despertado por esta autobiografía, pues de eso se trata en realidad, mal que lo niegue FJL. Recomiendo particularmente el lúcido y equilibrado artículo de Pepe García Domínguez.
Probablemente después de esta cita poco quede por añadir, sólo leer la obra, muy bien escrita desde la sinceridad y el sentimiento, y disfrutar de las fotografías:

"Pero lo más probable es que aquella Barcelona que se aferra al recuerdo del autor y esta otra que lo quiere olvidar porque que no se atreve a reconocerse en sus memorias sean, en realidad, la misma. Lo que distingue a un verdadero escritor de, por ejemplo, un periodista es esa capacidad para fijar en el tiempo y absolver del olvido los instantes efímeros que nacen indefectiblemente condenados a desaparecer. Y la Barcelona generosa, alucinógena y libertaria de los 70, si alguna vez existió, estaba llamada a ser flor de un día, de un bella mañana de primavera que duraría justo los diez años que Losantos cree haber vivido en ella; gozoso y fugaz paréntesis en que sería tierra de nadie, cuando el viejo poder franquista ya se había extinguido y el clon nacionalista que lo habría de heredar en formas y fondo aún estaba por llegar."

Algo no tan diferente ha expresado Arcadi Espada, quien lleva escribiendo varios días sobre Jiménez Losantos, sobre ese libro y, de forma bastante enigmática, sobre implícitos para mí imposibles de descifrar. Pero hay algo más. En una mezcla falsamente distanciada, y en realidad convulsiva, de halagos y de puyas a veces mezquinas contra el autor, más que contra lo que escribe, Espada nos expone sin querer su angustia propia e irresuelta frente a los años setenta, a "su" Barcelona de entonces y probablemente al recuerdo de lo que era, pensaba y decía.

Abro aquí un inciso para deshacerme de una vez de lo que yo opino acerca de La Ciudad que fue. A quienes son reacios a reflexiones entre psicológicas y literarias sobre la función del recuerdo de sí, les recomiendo que obvien los próximos cinco párrafos y vayan directamente a la parte final de este artículo, donde volveré a interesarme por la sorprendente flaqueza de un Espada amargado y a la defensiva.

La trayectoria de FJL no puede entenderse sin su formación intelectual en torno a la literatura española y al psicoanálisis . Lo primero le instaló en un mundo estético y conceptual por el que siente una profunda y coherente admiración, salvándole así del desengaño y de la infelicidad. Lo segundo le llevó a fundar Diwan, a crear y participar en tertulias de intelectuales y artistas, a adentrarse en el arte contemporáneo (la pintura abstracta en particular) y, naturalmente, a meterse en política, como todos los jóvenes de su circunstancia. Meterse en política sólo podía tomar dos formas: ser un franquista sincero o cínico, como Gallardón o Cebrián, o pasar por el Pecé, el único partido, la única organización disponible para canalizar, en aquellos años, los afanes de resistencia, de civismo, de regeneración de una generación ilusionada y ávida de conocimientos y de cambio.

La experiencia de diez años en Barcelona se interrumpió para el Señor Jiménez Losantos de forma abrupta y violenta, aunque no sorpresiva. Se cumplieron las amenazas que se habían ido cerniendo sobre él, y en circunstancias que el relato sigue a mi juicio sin aclarar del todo (pero es una cuestión que no trataré hoy), los terroristas de Terra Lliure le mutilaron y estuvieron a punto de matarle. Experiencia, para él (no para los suyos, felizmente) bastante peor que la muerte misma, pues pasó en unas horas por el miedo a que le asesinaran, a que liquidaran a una amiga que andaba por allí (¿por casualidad?), por el ritual del terror frío y protocolario, y por el dolor insoportable de una herida precisamente no mortal.

Esta invitación bárbara al destierro fue fielmente obedecida por FJL. Empezó para él, probablemente, un largo túnel lacaniano de reconstrucción de sí, facilitado quizás por un conocimiento técnico y agudo de las herramientas de la introspección freudiana, lo que de forma paradójica le habrá llevado, intuyo, por una trayectoria laberíntica de recuperación de sí más compleja todavía, más ardua y más dolorosa.

El primer resultado visible por los demás es este libro, veinticinco años después. Como sabemos quienes nos hemos metido, con mayor o menor fe, desencanto o escepticismo, en los meandros de la exploración psicoanalítica, el uso de conceptos heurísticos en el relato de (su) vida indica que la autobiografía asumida o disimulada no es más que un relato-pantalla destinado a sustituir otro, anterior y sin aceptar. La función protectora de la escritura sólo es eficaz mediante la desnudez, y su dilación más real e imponente cuando se supone, como en este caso, que por fin se ha dicho todo.
El problema es el de siempre, sin resolver por Dalí, Buñuel, Breton o Eluard, a pesar de unas vidas completamente dedicadas a ello: la distancia insalvable entre el sueño transformado en imágenes y el sueño plasmado en las palabras, o, dicho de otra forma, entre el sueño y el dolor. La llave que no encontró ni siquiera Saura (en Elisa vida mía o en Cría Cuervos): salir de la incompetencia del lenguaje para significar algo más que los impedimentos de la palabra.

En los estereotipos y las objetivaciones del discurso, y eso es, ni más ni menos, "La ciudad que fue", se plasman de forma codificada, sólo para iniciados, las líneas de división y de ruptura de quien se expresa. Lacan entendía que el psicoanálisis, finalmente, es la asunción por el sujeto de su historia, construida por la palabra dirigida a un tercero. De esa forma, el que habla, o en este caso escribe, es desposeído de esa parte de sí mismo, convenciéndose por fin de que esa parte de sí sólo ha sido creada e imaginada, contraria a la certidumbre deseada. Buscarse significa en última instancia reconstruirse para los demás, y enfrentarse, después del largo recorrido, a una nueva identidad efímera, ya alejada de sí y perteneciente, inevitablemente, a otros.

En las torpes elucubraciones que preceden no hay nada que Arcadi Espada pueda ignorar. Su respuesta es reincidente, no consigue cerrar comillas y vuelve día tras día, en su blog, sobre La ciudad que fue, introduciendo incluso consideraciones indignas de él, como alusiones al dinero que le aportará este libro a su autor, o indirectas sin remate final acerca de Losantos, muy alejadas del litigio. En un discurso propio de un hermano envidioso o frustrado, con ecos de Caín víctima del resplandor de Abel, intenta torpemente afear el embellecido recuerdo de la Barcelona que compartieron. A una reconstrucción ficticia, sentimental e idealizada, la de FJL, opone la alternativa en negativo, el lado oscuro, tan ficticio y reinventado como el de su rival, pues eso es Losantos para Espada: un rival que le roba su Barcelona dormida y se adelanta a él, tal vez, despertando dolores secretos, guardados y hasta olvidados.

Dante Pombo de Alvear

El Estado de Bienestar en peligro

El declive económico que se anuncia es una carga de profundidad para los niveles alcanzados en la prestación de servicios públicos por el Estado. La coyuntura internacional determinará en buena medida el futuro, pero también hay errores de omisión e intervenciones intempestivas del Gobierno de Rodríguez Zapatero que ponen en peligro la viabilidad de nuestro bienestar.


Es el caso de la educación, se ha logrado prácticamente la universalidad de acceso, pero a costa del deterioro permanente de su calidad. La llegada masiva de inmigrantes ha trastocado la precaria estabilidad del sistema educativo español, atormentado por la permanente instrumentalización por parte de los nacionalismos, más ocupados en impartir su doctrina patriótica que en la formación óptima del alumnado.

Pero además la implantación de la asignatura Educación para la Ciudadanía, sin el consenso necesario, también ocasiona graves conflictos y diferencias entre los escolares españoles, el profesorado y los padres responsables que quieren lo mejor para su hijos.

En estas circunstancias, la educación pública en España ha dejado de ser igualitaria, la privada ya no lo era. Esto supone que haya comunidades más interesadas en que se aprendan contenidos relacionados con su autonomía en suplantación de los contenidos comunes que debe proporcionar un Estado democrático como el español. En educación, no todos los caminos conducen a Roma. Es necesario hacer un ámbito común para todas las comunidades españolas, y regular desde el Estado el rango de las diferencias, para que nos produzcan graves desequilibrios.

En la sanidad ocurre otro tanto de lo mismo, además de la ausencia de previsión en la formación de personal sanitario que se ha corregido por fin este año, se ha producido un fuerte incremento de la demanda sanitaria, con la incorporación de cinco millones de personas, y un demanda cada vez más exigente, pero con una oferta similar. Los sobrecargados servicios asistenciales, se han sobrecargado un poco más.

Los sistemas de contratación de personal sanitario varían en cada comunidad, por lo que se están produciendo diferencias laborales y económicas de más de un 25 % entre las distintas comunidades españolas. Las leyes del mercado están dirigiendo al personal sanitario hacia las comunidades donde se reconocen mejor sus prestaciones, y al mismo tiempo, hace que en algunas comunidades se esté contratando médicos y enfermeras de otros lugares, en los que su formación no es la misma que reciben los que reciben sus conocimientos en nuestro país.

Por otra parte, se ha producido un frenazo en la evolución de actividades, cerrándose las carteras de servicios en la cobertura de mínimos, produciéndose una desviación de las prestaciones de alto nivel a los sistemas asistenciales privados, además de una privatización progresiva de la mayoría de servicios que antes se integraban en el INSALUD hasta el año 2000.

Hoy se puede decir que hay grandes diferencias, que ya se comienzan a observar estadísticamente, entre la asistencia que recibe el mismo problema de salud en las distintas comunidades del Estado, evidentemente con resultados finales muy alejados.

En justicia, servicios sociales, estructuración de la ley de dependencia, vivienda, transporte, infraestructuras, seguridad, y sistema de pensiones, está ocurriendo lo mismo: una creciente desigualdad en la oferta pública de servicios relacionados con el bienestar de los ciudadanos.

Ante estas circunstancias es imprescindible que el Estado recupere la delegación de competencias, porque a las diferencias naturales, históricas, y propias de los distintos territorios que conforman nuestro país, se están sumando ahora las diferencias políticas, que en el caso de los nacionalismos están más orientadas por la generación de grandes diferencias con respecto al resto de comunidades, a veces absolutamente baladíes, con un enmascaramiento de avance, cuando en realidad se está retrocediendo en los niveles alcanzados con anterioridad, y esa es la realidad que se oculta de forma permanente a los ciudadanos.

Dicen que a un tonto cuando se le señala la luna con el dedo, mira el dedo y no la luna, pues a los españoles nos está ocurriendo lo mismo, todos los indicadores nos están señalando como están las coas, y scontinuamos mirando el dedo señalador y no el caos señalado. El Estado de Bienestar español está en peligro y seguimos mirando si va a haber debate entre Rajoy y Zapatero, mientras imaginamos que House es nuestro médico. En estas circunstancias, podemos considerarnos felices, a pesar de todo lo que ocurra en nuestras vidas. Parece que tomar decisiones en cuestiones políticas fuera para los españoles una condena, cuando en realidad, es el mayor exponente de nuestra libertad.




Erasmo de Salinas

Y ahora, los debates-trampa

Bien, ya encontraron los medios el hilo conductor de la campaña electoral. Sólo se hablará de eso hasta el 9 de marzo. ¿la negociación con Eta, vigente a pesar de cinco asesinados en un año? Eso no importa ahora. ¿Los referéndums previstos para la próxima legislatura en País Vasco y Cataluña, en un contexto internacional ambiguo y disgregador, tanto en Kosovo como en Bélgica? A nadie le interesa, lo importante es el hambre en el mundo y las galas en las que se les pide a los españolitos con menos de mil euros mensuales que manden dinero al Sudán.

Me refiero, evidentemente, a los debates-trampa entre Z y Rajoy, Rajoy y Z. Se anuncian, desde hace tres días, como la panacea, la garantía absoluta de la calidad democrática en las sociedades avanzadas. Todo eso es mentira:

Los debates televisivos entre candidatos a presidencias de estado o de gobierno son, desde hace años, insípidos, vacíos de contenido y sin consecuencias en la decisión de los electores. Está demostrado y nadie lo discute.

Es cierto desde hace décadas en los Estados Unidos, por ejemplo, con encuentros entre postulantes de pie, detrás de un atril, recitando falsas improvisaciones sin mirarse a la cara e intentando convencer a un tribunal imaginario, del otro lado de la cámara, en una pésima imitación de los enlatados de temática judicial que inundan la telebasura norteamericana. Nos cuentan que se transmiten en todos los canales de TV. Es verdad, pero casi nadie los mira. Quiero decir que sí, varios millones se dan por enterados porque, zapeando (sin juego de palabras), han escuchado durante 1 minuto y 35 segundos a Bush, y unos instantes al candidato preferido por Rodríguez, de cuyo nombre ni me acuerdo. El programa completo lo suele mirar una franja muy minoritaria de la población, la que va a votar (un 50 % del censo electoral) y sabe a favor de quién desde hace meses o años.

Hubo una excepción, según nos cuentan los mayores: el primero, el de los albores de la televisión como instrumento de comunicación para las masas, el inolvidable Kennedy-Nixon, con la apabullante victoria de un joven YASP con retórica de vendedor de lavadoras (algo muy respetable a principios de los 60) contra un señor sin afeitar y lento en su elocución. Pero era otra época, el neolítico anterior a la deriva de la política marqueting basada en la opinión (no la del elector, a quién le importa, sino de los medios afines a unos y a otros).

En Francia, más de lo mismo: el debate Sarkozy-Royal, aun a cara de perro y con una verdulera interrumpiendo a un señor bien vestido y con tranquilidad de lexomil, no modificó en una décima la intención de voto, fijada definitivamente desde hacía semanas, gracias a otros actores menos visibles del debate de opinión. Cinco años antes, ni hubo debate, puesto que Chirac, el ex-comunista chic reconvertido a conservador y finalmente converso al progresismo del cambio climático no se rebajó a debatir con el "fascista" Le Pen. Éste hubiera sido un encuentro interesante, pues por una vez un político atípico, el último mohicano desde la muerte de De Gaulle, extraordinario polemista y virtuoso de la palabra, le hubiera pegado una paliza descomunal, dialécticamente hablando, al lento y burdo presidente saliente. ¿Hubiera cambiado algo ese debate que no fue? Nada, absolutamente nada, el lepenismo alcanzó su techo en votos y porcentaje, un 18%, tanto en la primera como en la segunda vuelta.

Los anteriores, en 1995 con Jospin-Chirac, en 1988 con Mitterrand-Chirac o en 1981 con Giscard-Mitterrand, fueron largos, insípidos y sin alterar en lo más mínimo la tendencia estabilizada en los meses anteriores.

Como en los EE.UU., la excepción fue el primero, en 1974: el joven Giscard, sorpresa de la primera vuelta al superar al mítico resistente Chaban-Delmas, gaullista de toda la vida, se enfrentaba al entonces marxista, o algo así, Mitterrand y su programa común con los estalinistas del poderoso PCF. Con un inmenso reloj digital (¡toda una novedad!) en el centro, y sin intervención de los moderadores, salvo para controlar férreamente los tiempos respectivos de intervención, Mitterrand llegó sin afeitar (no veía televisión e ignoraba lo de Nixon) y con un traje inadecuado para el blanco y negro de la época, mientras Giscard encarnaba la tecnocracia seductora en unos años (los últimos) de crecimiento y optimismo industrial. Giscard trituró a Mitterrand hablando poco pero interrumpiendo constantemente a su adversario (algo insólito entonces, aunque a los más jóvenes y a los seguidores de Salsa Rosa les parezca increíble). Y sacó un as de la manga, respondiendo al catecismo compasivo y de izquierdas de Mitterrand con esa frase ahora legendaria, clavándole al Burt Lancaster del socialo-comunismo una mirada digna de Duelo al sol: "vous n'avez pas le monopole du coeur..." : "usted no tiene el monopolio del corazón, yo también tengo un corazón, yo también siento y lamento las dificultades de nuestros compatriotas..."

Claro que acabo de narrar la versión oficial de este famoso episodio, en el que yo también creía hasta que el INA (Instituto Nacional Audiovisual) puso a disposición de los internautas los antiguos programas de la televisión francesa. Recientemente volví a ver ese debate, que había observado en directo a mis catorce años, decepcionado e imparcial tras la eliminación de mi admirado Chaban: otro mito se derrumbó; todo lo escrito sobre la importancia de aquel programa, supuestamente decisivo para evitar que la izquierda unida y rupturista llegara al poder, también era mentira. La confrontación fue, en realidad, bastante equilibrada, Mitterrand no estuvo nada mal, su traje no era tan feo ni tan vistosa su barba de doce horas. En cuanto a Giscard, era incisivo, sí, pero antipático y casi insolente. Su victoria, por un puñado de votos, se debió sin duda a otros parámetros, resueltos antes del programa. O peor todavía: quizás fuera consecuencia, no tanto del debate, sino de lo que se comentó al respecto en los días siguientes, por la cadena pública y única de televisión.

No comentaré el Aznar-González del 93, cuando un hombre de bigotillo negro y cara de pocos amigos apabulló al sevillano sin gracia, pero perdió la elección. Su venganza sería terrible, con el "váyase Señor González" de cada día durante tres interminables años, probable pesadilla que Mister X debe de seguir arrastrando hasta nuestros días.

En resumidas cuentas: los debates entre candidatos son un espejismo más, tardíamente sobrevenido en una campaña electoral donde lo importante no va a ser lo que se diga, sino lo que Z y Rajoy silencien: el primero no dirá que necesita ganar para rematar la faena, legitimar definitivamente la opción de Eta en la política española y marginar la oposición constitucionalista; el segundo no reconocerá que si gana, sólo intentará que las cosas no empeoren, sin atreverse a enfrentarse con los enemigos de España, cómodamente instalados en las moquetas de San Jaime y de Ajuria Enea, o en las lujosas cloacas de Rubalcaba.

No se puede descartar, sin embargo, que sea la enésima trampa tendida al gallego más parecido a los chistes argentinos en toda la historia del humor étnico. El ingenuo incorregible irá, probablemente lo hará un poquito mejor que el iluminado de la Moncloa, pero será masacrado sin piedad por los medios y por los sondeos antes de la votación.
A pesar de todo eso, hasta es posible que gane el PP. ¿Y qué?

Dante Pombo de Alvear

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