Al futuro no se le engaña, ni haciendo trampas. Cuando la democracia deviene en desgobierno, nos espera un prolongado periodo de decadencia, porque la democracia deja de ser solución, para convertirse en parte del problema.
Vivimos el primer episodio de un periodo de glorificación de la estupidez, porque el criterio de una mínima racionalidad en el gobierno ha sido desplazado por la voluntad compartida de unos discapacitados para gobernar, aunque igual de valorados por los medios de comunicación -subvencionados estratégicamente desde el poder- que unen su supervivencia a la de los políticos que les procuran las noticias y no a la de los ciudadanos, consumidores de información, lectores de periódico, oyentes de radio y espectadores de televisión que las reciben; lo importante es que la rueda del destino no se detenga para no darle tiempo al ciudadano a tomar conciencia de la noria argumental en la que se halla secuestrada su conciencia, para que la máquina de desorganizar siga funcionando, es necesario mostrar que estamos en movimiento, aunque no vayamos hacia ningún sitio y en cada paso, se oculte, con más insidia, siquiera de dónde venimos.
Un viaje circular en una noria, para regresar siempre al mismo lugar de partida, posiblemente mareados y vomitando, es el viaje a ninguna parte que nos ofrecen los políticos españoles. No pidan más, porque no hay alternativa. Todos los políticos comparten el vampirismo, y mientras ellos se nutren, nosotros, los ciudadanos nos vamos desangrando cada día en desempleo, en impuestos, en el pago inicuo del festejo que disfrutan los políticos, sufriendo las consecuencias.
Las nubes de smog informativo asolan nuestra existencia, esa pútrida niebla conformada de poder y medios de comunicación, anticipan la tormenta tóxica que se desencadenará muy pronto y pondrá en peligro el viaje de nuestro pueblo a lo largo del tiempo. El primer síntoma de la crisis ha sido el fracaso de los sistemas financieros, que incluye el sistema político acaparador que parecía tener todo controlado, sin haber hecho los deberes -por los que reciben su sueldo que nosotros pagamos-, en esa estafa que supone arrebatarnos más impuestos para pagar los errores que han cometido, para costear el mantenimiento de su forma de vida, mientras hacen que gestionan o controlan, lo que no pueden controlar, ni gestionar, porque no saben. Pagando su trabajo a tarifa de genios, muy por encima de su valor real.
Fíjense ustedes en una foto, un presidente de Gobierno ofrece pleno empleo para ganar unas elecciones, y ha logrado que de cada 10 parados europeos, 9 sean españoles, pasando de los 4 millones en nuestro país, la cifra más elevada de su historia. Y todavía tiene la poca vergüenza de salir en la televisión y sonreír a su público.
La ejemplaridad política española
España, gracias al progresismo de los inefables, es uno de los países más avanzados en el desarrollo solemne de una estulta oligarquía disfémica, que sólo puede recibir parangón con alguna otra democracia latinoamericana.
Y no es una condena por nuestros pecados, sino el producto de una democracia exclusivamente formal, que estemos guiados por los menos capacitados, los pastores del rebaño, los que han convertido la responsabilidad en una exención y la negligencia en su bandera, porque los poderes absolutos son siempre autopoyéticos e indeterminables, como Dios; con estas mulas detentadoras se asegura el recorrido social por los caminos más extraños para no llegar a ningún sitio. Pónganse en lo peor, cuando vean hablar a un incompetente mendaz como si supiera, de lo que desconoce en plenitud. Hugo Chávez, Evo Morales y Rodríguez Zapatero se distinguen en el acento, no en el discurso.
Ahí tienen ustedes al presidente español disertando sobre la crisis económica, a Trinidad Jiménez hablando de la gripe A, a Rajoy divagando del futuro, a Corbacho especulando con el trabajo y su ausencia, vean como se ensimisman en el discurso, se escuchan a sí mismos lo que dicen para cerciorarse de que no han metido la pata de forma ostensible, que ha colado su flagrante desconocimiento, y que la mediocridad que atesoran ha pasado desapercibida; entonces respiran tranquilos, pueden seguir adelante, mintiéndonos vorazmente, mientras repiten como loros los mensajes que les han gritado al oído los que ellos mismos consideran como expertos, y en realidad, comparten su mendacidad, porque un negado no puede elegir a un sabio ni por error, siempre elegirá otro mendaz como asesor, para no sentirse menospreciado.
Como si tuvieran el mínimo conocimiento de economía, sanidad o gestión política, estos oligarcas disfémicos, hablan desde el Gobierno de lo que sea necesario, desde la oposición el contrapunto nunca irá a negar la mayor, sino a complementar la estulticia. ¿A dónde podemos llegar con estos mequetrefes a los que una mayoría de ciudadanos dependientes de su generosidad ha coronado - a modo de venganza-,porque se sienten tan bien representados por ellos, como acomplejada es su existencia, gracias a ellos?.
Si es cierto que se vota por el semejante, si los políticos que representan a la mayoría de los españoles son los que se sientan en los escaños del Parlamento, y no es un error, o una broma macabra, estamos al borde del colapso definitivo, sin salvación alguna. Si estos políticos son una imagen proyectada de sus votantes, estamos perdidos, pero no lo creo. La gente se ha acomodado y hasta ahora votaba por motivos que hoy están absolutamente devaluados por la realidad. Han cambiado las circunstancias, y por lo tanto el criterio, hoy en día ningún ciudadano no descerebrado que no reciba una limosna del poder, festejará tanto derroche de inmundicia.
No es cierto que el pueblo nunca se equivoque, de hecho comete errores siempre que tiene ocasión para hacerlo, fundamentalmente a partir de la Revolución Francesa, cuando permitió que la negociación a sus espaldas, sustituyera al juicio público, ante sus ojos.
La democracia española ha sido suplantada por una oligarquía mendaz, que nos arrastrará a un funesto destino, como no detengamos a tiempo su destrucción de nuestro bienestar llegaremos al estado de precariedad política, que pondrá en riesgo la paz de este país.
No es un ultimátum, sino una simple advertencia, del precio que podemos acabar pagando cuanto más tardemos los ciudadanos en decir hasta aquí hemos llegado y hagamos algo para detener tanto despropósito.
Erasmo de Salinas
Vivimos el primer episodio de un periodo de glorificación de la estupidez, porque el criterio de una mínima racionalidad en el gobierno ha sido desplazado por la voluntad compartida de unos discapacitados para gobernar, aunque igual de valorados por los medios de comunicación -subvencionados estratégicamente desde el poder- que unen su supervivencia a la de los políticos que les procuran las noticias y no a la de los ciudadanos, consumidores de información, lectores de periódico, oyentes de radio y espectadores de televisión que las reciben; lo importante es que la rueda del destino no se detenga para no darle tiempo al ciudadano a tomar conciencia de la noria argumental en la que se halla secuestrada su conciencia, para que la máquina de desorganizar siga funcionando, es necesario mostrar que estamos en movimiento, aunque no vayamos hacia ningún sitio y en cada paso, se oculte, con más insidia, siquiera de dónde venimos.
Un viaje circular en una noria, para regresar siempre al mismo lugar de partida, posiblemente mareados y vomitando, es el viaje a ninguna parte que nos ofrecen los políticos españoles. No pidan más, porque no hay alternativa. Todos los políticos comparten el vampirismo, y mientras ellos se nutren, nosotros, los ciudadanos nos vamos desangrando cada día en desempleo, en impuestos, en el pago inicuo del festejo que disfrutan los políticos, sufriendo las consecuencias.
Las nubes de smog informativo asolan nuestra existencia, esa pútrida niebla conformada de poder y medios de comunicación, anticipan la tormenta tóxica que se desencadenará muy pronto y pondrá en peligro el viaje de nuestro pueblo a lo largo del tiempo. El primer síntoma de la crisis ha sido el fracaso de los sistemas financieros, que incluye el sistema político acaparador que parecía tener todo controlado, sin haber hecho los deberes -por los que reciben su sueldo que nosotros pagamos-, en esa estafa que supone arrebatarnos más impuestos para pagar los errores que han cometido, para costear el mantenimiento de su forma de vida, mientras hacen que gestionan o controlan, lo que no pueden controlar, ni gestionar, porque no saben. Pagando su trabajo a tarifa de genios, muy por encima de su valor real.
Fíjense ustedes en una foto, un presidente de Gobierno ofrece pleno empleo para ganar unas elecciones, y ha logrado que de cada 10 parados europeos, 9 sean españoles, pasando de los 4 millones en nuestro país, la cifra más elevada de su historia. Y todavía tiene la poca vergüenza de salir en la televisión y sonreír a su público.
La ejemplaridad política española
España, gracias al progresismo de los inefables, es uno de los países más avanzados en el desarrollo solemne de una estulta oligarquía disfémica, que sólo puede recibir parangón con alguna otra democracia latinoamericana.
Y no es una condena por nuestros pecados, sino el producto de una democracia exclusivamente formal, que estemos guiados por los menos capacitados, los pastores del rebaño, los que han convertido la responsabilidad en una exención y la negligencia en su bandera, porque los poderes absolutos son siempre autopoyéticos e indeterminables, como Dios; con estas mulas detentadoras se asegura el recorrido social por los caminos más extraños para no llegar a ningún sitio. Pónganse en lo peor, cuando vean hablar a un incompetente mendaz como si supiera, de lo que desconoce en plenitud. Hugo Chávez, Evo Morales y Rodríguez Zapatero se distinguen en el acento, no en el discurso.
Ahí tienen ustedes al presidente español disertando sobre la crisis económica, a Trinidad Jiménez hablando de la gripe A, a Rajoy divagando del futuro, a Corbacho especulando con el trabajo y su ausencia, vean como se ensimisman en el discurso, se escuchan a sí mismos lo que dicen para cerciorarse de que no han metido la pata de forma ostensible, que ha colado su flagrante desconocimiento, y que la mediocridad que atesoran ha pasado desapercibida; entonces respiran tranquilos, pueden seguir adelante, mintiéndonos vorazmente, mientras repiten como loros los mensajes que les han gritado al oído los que ellos mismos consideran como expertos, y en realidad, comparten su mendacidad, porque un negado no puede elegir a un sabio ni por error, siempre elegirá otro mendaz como asesor, para no sentirse menospreciado.
Como si tuvieran el mínimo conocimiento de economía, sanidad o gestión política, estos oligarcas disfémicos, hablan desde el Gobierno de lo que sea necesario, desde la oposición el contrapunto nunca irá a negar la mayor, sino a complementar la estulticia. ¿A dónde podemos llegar con estos mequetrefes a los que una mayoría de ciudadanos dependientes de su generosidad ha coronado - a modo de venganza-,porque se sienten tan bien representados por ellos, como acomplejada es su existencia, gracias a ellos?.
Si es cierto que se vota por el semejante, si los políticos que representan a la mayoría de los españoles son los que se sientan en los escaños del Parlamento, y no es un error, o una broma macabra, estamos al borde del colapso definitivo, sin salvación alguna. Si estos políticos son una imagen proyectada de sus votantes, estamos perdidos, pero no lo creo. La gente se ha acomodado y hasta ahora votaba por motivos que hoy están absolutamente devaluados por la realidad. Han cambiado las circunstancias, y por lo tanto el criterio, hoy en día ningún ciudadano no descerebrado que no reciba una limosna del poder, festejará tanto derroche de inmundicia.
No es cierto que el pueblo nunca se equivoque, de hecho comete errores siempre que tiene ocasión para hacerlo, fundamentalmente a partir de la Revolución Francesa, cuando permitió que la negociación a sus espaldas, sustituyera al juicio público, ante sus ojos.
La democracia española ha sido suplantada por una oligarquía mendaz, que nos arrastrará a un funesto destino, como no detengamos a tiempo su destrucción de nuestro bienestar llegaremos al estado de precariedad política, que pondrá en riesgo la paz de este país.
No es un ultimátum, sino una simple advertencia, del precio que podemos acabar pagando cuanto más tardemos los ciudadanos en decir hasta aquí hemos llegado y hagamos algo para detener tanto despropósito.
Erasmo de Salinas