Atrapados, sin salida, desmoralizados, con unos políticos que practican el arte del disimulo y la hipocresía y unos ciudadanos diezmados por su funesta obra; el porvenir del Principado de Asturias no es halagüeño, precisamente. La urgencia de la situación que atravesamos 1.090.000 asturianos no permite iniciar una reflexión profunda con juicio ulterior sobre lo acontecido, los hechos no necesitan interprétes. Asturias concluye todas las estadísticas españolas: sociales, económicas, políticas, institucionales y culturales.
Evidentemente, hay responsabilidades y responsables políticos de lo acontecido, pero señalarlos no va a resolver nuestros problemas, contemplar los destrozos es pasado, hay que pensar en el futuro y ponerse manos a la obra, a pico y pala, y hacerlo de forma inmediata o el agujero negro de la ineptitud y la incompetencia se nos acabará tragando.
La situación a la que nos enfrentamos los asturianos se puede representar como un extraordinario laberinto: unos gobernantes que se sustentan en la propaganda, el desastre (y el enmascaramiento de la corrupción subyacente), una oposición que reclama ahora lo que no ha reclamado en doce años, una estructura económica subsidiada y dependiente de las ayudas estatales y europeas, la población más envejecida de España, una fuga de capital humano –jóvenes- sin precedentes, una repulsión a los inmigrantes por falta de oportunidades (reducidos a la tercera parte de la media del país), una población dependiente insostenible de forma autónoma. Ni capital financiero, ni capital humano, ni honestidad, ni inteligencia, ni garantías, ni audacia para obtenerlo, ni nada de nada. No obstante, la población funcionarial no ha dejado de crecer para mantener unas instituciones decadentes, ni por supuesto sus emolumentos, lo que nos cuesta a los asturianos el Estado es cada día más para recibir cada día menos, algo que ocurre en toda España, pero en Asturias de forma exagerada y grotesca.
Sin embargo, hay esperanza, queridos paisanos, queridas paisanas, evidentemente fuera de lo existente hasta ahora, que en cadencia y parsimonia, ha ido acumulando problemas y fracasos durante las últimas décadas. La solución pasa por dos acciones concomitantes: erradicar de las instituciones, el poder y la oposición, a los autores del desastre, sustituyendo la cofradía del “no se puede hacer más” por la del “juntos, entre todos, lo lograremos”.
El principal problema al que nos enfrentamos los asturianos no es económico, político, social o cultural, sino psicológico: una tremenda desmoralización, una apatía sin precedentes, una abulia inusitada. Estamos abducidos por la desidia, la crisis fundamental se acantona en nuestro estado de ánimo, en nuestra desidentificación, en nuestro olvido de lo que realmente somos los asturianos, de lo que hemos sido.
Nuestras cárceles son mentales, el pensamiento cautivo que denunciara el Premio Nóbel Czeslaw Milosz en la Polonia devastada por los nazis y ocupada por las tropas soviéticas, el camino de servidumbre descrito por Friedrich A. Hayek, el totalitarismo rampante expuesto por Hannah Arendt, una sociedad cerrada condenada al feudalismo como las que denunciara Karl Popper. Las oligarquías del poder aplastando la libertad y el bienestar de los ciudadanos. Estridente decadencia.
Más adelante nos preguntaremos como ha podido ocurrir, pero ahora es necesario ponerse manos a la obra para salir del desastre, para iniciar la reconstrucción política, para comenzar el resurgimiento. Todo lo que tenemos es un desastre y toneladas de propaganda y manipulación informativa encubriéndolo, la política en Asturias se ha convertido en una representación teatral del Infierno de Dante con todos los asturianos encadenados a sus butacas asistiendo al espectáculo político que nos brindan los de siempre.
La esperanza sólo tiene un camino: romper con el pasado, aprovechar lo poco que han dejado sin destrozar y comenzar de nuevo. Los asturianos tenemos la maldita costumbre de rebelarnos contra los opresores, a veces lo hacemos contra los invasores y otras contra los usurpadores, pero no esperamos que nadie venga a sacarnos las castañas del fuego: sabemos decidir.
Decisión, esa es la palabra mágica para abandonar las galerías del abismo en que nos encontramos. Coraje para romper la inercia, para destruir el nudo gordiano del más de lo mismo y no tratar de resolverlo. Unión, para agregar todas las fuerzas en un mismo objetivo que es superar lo existente. Para ello, necesitamos liderazgo, y lo vamos a tener. La fortuna nos ha sonreído en esta ocasión, porque las miserias de la política han traido hasta casa a uno de los nuestros, quizás el mejor organizador y gestor de los asuntos estatales que haya tenido España en su historia democrática: Francisco Álvarez Cascos, hechos contrastados.
Pero Cascos, nuestro Cascos, no podrá hacerlo solo, no sin la ayuda de todos los asturianos, no podemos ser ingénuos ni pancistas, y esperar que por tener un gran político entre nosotros todo vaya a cambiar de repente. Nada podrá cambiar si no cambiamos nosotros, si no somos capaces de entregar lo mejor de nosotros mismos, si no nos ponemos de sextaferia permanente para recobrar la armonía perdida entre seres humanos y la tierra que los acoge.
Mis queridos compatriotas, antes de salvar Asturias de los demás, debemos salvarla de nosotros mismos, hay que ponerse en pie, coger el pico y la pala, el ratón y el móvil y comenzar a abrir una galería hacia el futuro por el que podamos pasar todos los asturianos como hormigas abandonando el hormiguero virtual en el que nos han convertido en esclavos de las circunstancias, antes que la inundación de despropósitos nos acabe asfixiando. Es la hora de la libertad, todos tras la espalda de Cascos, porque sólo él tiene capacidad de guiarnos hasta el mañana, hay que salir de la caverna y respirar al aire libre, en esta tierra que es nuestro paraiso. Somos un pueblo que ama la libertad, que no sabe rendirse, juntos lo lograremos.
¡Hasta el final! ¡A pico y pala!
Enrique Suárez
Evidentemente, hay responsabilidades y responsables políticos de lo acontecido, pero señalarlos no va a resolver nuestros problemas, contemplar los destrozos es pasado, hay que pensar en el futuro y ponerse manos a la obra, a pico y pala, y hacerlo de forma inmediata o el agujero negro de la ineptitud y la incompetencia se nos acabará tragando.
La situación a la que nos enfrentamos los asturianos se puede representar como un extraordinario laberinto: unos gobernantes que se sustentan en la propaganda, el desastre (y el enmascaramiento de la corrupción subyacente), una oposición que reclama ahora lo que no ha reclamado en doce años, una estructura económica subsidiada y dependiente de las ayudas estatales y europeas, la población más envejecida de España, una fuga de capital humano –jóvenes- sin precedentes, una repulsión a los inmigrantes por falta de oportunidades (reducidos a la tercera parte de la media del país), una población dependiente insostenible de forma autónoma. Ni capital financiero, ni capital humano, ni honestidad, ni inteligencia, ni garantías, ni audacia para obtenerlo, ni nada de nada. No obstante, la población funcionarial no ha dejado de crecer para mantener unas instituciones decadentes, ni por supuesto sus emolumentos, lo que nos cuesta a los asturianos el Estado es cada día más para recibir cada día menos, algo que ocurre en toda España, pero en Asturias de forma exagerada y grotesca.
Sin embargo, hay esperanza, queridos paisanos, queridas paisanas, evidentemente fuera de lo existente hasta ahora, que en cadencia y parsimonia, ha ido acumulando problemas y fracasos durante las últimas décadas. La solución pasa por dos acciones concomitantes: erradicar de las instituciones, el poder y la oposición, a los autores del desastre, sustituyendo la cofradía del “no se puede hacer más” por la del “juntos, entre todos, lo lograremos”.
El principal problema al que nos enfrentamos los asturianos no es económico, político, social o cultural, sino psicológico: una tremenda desmoralización, una apatía sin precedentes, una abulia inusitada. Estamos abducidos por la desidia, la crisis fundamental se acantona en nuestro estado de ánimo, en nuestra desidentificación, en nuestro olvido de lo que realmente somos los asturianos, de lo que hemos sido.
Nuestras cárceles son mentales, el pensamiento cautivo que denunciara el Premio Nóbel Czeslaw Milosz en la Polonia devastada por los nazis y ocupada por las tropas soviéticas, el camino de servidumbre descrito por Friedrich A. Hayek, el totalitarismo rampante expuesto por Hannah Arendt, una sociedad cerrada condenada al feudalismo como las que denunciara Karl Popper. Las oligarquías del poder aplastando la libertad y el bienestar de los ciudadanos. Estridente decadencia.
Más adelante nos preguntaremos como ha podido ocurrir, pero ahora es necesario ponerse manos a la obra para salir del desastre, para iniciar la reconstrucción política, para comenzar el resurgimiento. Todo lo que tenemos es un desastre y toneladas de propaganda y manipulación informativa encubriéndolo, la política en Asturias se ha convertido en una representación teatral del Infierno de Dante con todos los asturianos encadenados a sus butacas asistiendo al espectáculo político que nos brindan los de siempre.
La esperanza sólo tiene un camino: romper con el pasado, aprovechar lo poco que han dejado sin destrozar y comenzar de nuevo. Los asturianos tenemos la maldita costumbre de rebelarnos contra los opresores, a veces lo hacemos contra los invasores y otras contra los usurpadores, pero no esperamos que nadie venga a sacarnos las castañas del fuego: sabemos decidir.
Decisión, esa es la palabra mágica para abandonar las galerías del abismo en que nos encontramos. Coraje para romper la inercia, para destruir el nudo gordiano del más de lo mismo y no tratar de resolverlo. Unión, para agregar todas las fuerzas en un mismo objetivo que es superar lo existente. Para ello, necesitamos liderazgo, y lo vamos a tener. La fortuna nos ha sonreído en esta ocasión, porque las miserias de la política han traido hasta casa a uno de los nuestros, quizás el mejor organizador y gestor de los asuntos estatales que haya tenido España en su historia democrática: Francisco Álvarez Cascos, hechos contrastados.
Pero Cascos, nuestro Cascos, no podrá hacerlo solo, no sin la ayuda de todos los asturianos, no podemos ser ingénuos ni pancistas, y esperar que por tener un gran político entre nosotros todo vaya a cambiar de repente. Nada podrá cambiar si no cambiamos nosotros, si no somos capaces de entregar lo mejor de nosotros mismos, si no nos ponemos de sextaferia permanente para recobrar la armonía perdida entre seres humanos y la tierra que los acoge.
Mis queridos compatriotas, antes de salvar Asturias de los demás, debemos salvarla de nosotros mismos, hay que ponerse en pie, coger el pico y la pala, el ratón y el móvil y comenzar a abrir una galería hacia el futuro por el que podamos pasar todos los asturianos como hormigas abandonando el hormiguero virtual en el que nos han convertido en esclavos de las circunstancias, antes que la inundación de despropósitos nos acabe asfixiando. Es la hora de la libertad, todos tras la espalda de Cascos, porque sólo él tiene capacidad de guiarnos hasta el mañana, hay que salir de la caverna y respirar al aire libre, en esta tierra que es nuestro paraiso. Somos un pueblo que ama la libertad, que no sabe rendirse, juntos lo lograremos.
¡Hasta el final! ¡A pico y pala!
Enrique Suárez