Durante las últimas semanas, asistimos impasibles a un singular estallido de barbarie, protagonizado por la turbamulta sectaria que se organiza al pairo de los nacionalismos vasco y catalán, en su versión extrema.
Como bien ha recordado Antonio Muñoz Molina, en un excelente artículo publicado hoy mismo en El País, “La patria gutural”, ha extrañan coincidencia, semejanza se puede decir, entre todos los fascismos; porque en realidad, son movimientos degenerados que no alcanzan siquiera el rango de condición política, y por supuesto, lo demuestran ofreciendo la transgresión como una prueba irrefutable razonable de su verdad particular.
Pero no sólo estamos presenciando un atentado contra la razón política, sino también, y esto resulta más peligroso aún, contra la razón pública, que se establece en los países democráticos en forma de Constitución, para convertirse por milagro de la democracia en razón colectiva de los ciudadanos, marco indispensable de las políticas posibles.
Sin ser un tema menor, la combustión provocada de los iconos monárquicos y las banderas de España, no tienen tanta importancia como la invitación a la sedición que hace en Cataluña Carod-Rovira, y en Euskadi, Ibarretxe; pero todavía se ve superada por el silencio cómplice del gobierno del señor Rodríguez Zapatero, y la sintética alusión de “espero que el gobierno sepa responder en esta ocasión” de su alternativa política, representada por el señor Rajoy y el partido popular.
La política española está alcanzando el mayor grado de incongruencia de su historia, gracias a la incompetencia y la impertinencia de sus representantes políticos, que pretenden asistir como testigos impasibles a la presunta segregación de nuestro país, porque no conciben otra posibilidad satisfactoria para todas las partes.
Y en estas penosas circunstancias, los ciudadanos no debemos, ni podemos permanecer callados y perplejos, sino que debemos exigir respeto a nuestra nación, que es precisamente la que asegura el rango de nuestros derechos, y también de nuestros deberes. Están jugando con lo nuestro sin recato alguno.
El regreso como progreso
Y todo lo que está ocurriendo, se debe fundamentalmente a la necesidad de destruir lo existente, para crear algo nuevo. La historia de España impide la involución, la Constitución es precisa en sus determinaciones, y la mayoría de los habitantes de este país nos consideramos españoles, antes que europeos o de alguna autonomía. Esa es la realidad que hay que romper.
Para la lucha se implementan los elementos necesarios, y el fundamental es la recreación de lo que pudo haber sido y no fue; hay que regresar a los tiempos prenacionales, no ya a la Segunda República, para eludir los cuarenta años de dictadura franquista, sino mucho más atrás.
Los nacionalismos extremos pretenden llevarnos a la Edad Media, exactamente a la época en que los territorios contaban más que las personas, y la violencia era la única ley. De paso, también nos conducen a los tiempos prerenacentistas, en los que la razón estaba sometida al poder divino, mucho más proclive a las creencias, porque la racionalidad impide su estrategia deconstructiva, y por lo tanto, hay que buscar el reclamo de la víscera para seguir adelante a cualquier precio.
Los nacionalismos moderados, el PSOE, y el silencio del PP, no son tan ambiciosos, se conforman con situarnos antes de 1812 y de la Constitución Liberal aprobada en Cádiz, y sancionada veinte años después por el rey, a instancias del general Riego, que se dejó su vida en la proclama.
¿Y por qué es necesario regresar?, pues exactamente porque las principales naciones surgen en la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX. Por eso hay que volver a La Bastilla, y simbólicamente guillotinar al rey, (en este caso quemar su efigie), para buscar los valores ciudadanos, resumen modernizado de los valores nacionales preexistentes, porque desde la sugerida nación de ciudadanos que algunos tienen en mente, es posible convertir este país en un Estado federal amorfo, en el que unos ciudadanos puedan tener unos derechos y sus vecinos de comunicad, otros muy diferentes.
El problema al que asistimos en estos momentos y en este país es grave, más que por la fuerza que puedan demostrar los secesionistas, por la incapacidad que demuestran los que deben hacer respetar el orden establecido constitucionalmente.
Cuando Ibarretxe y Carod-Rovira proponen un referéndum sobre la independencia de el País Vasco y Cataluña, respectivamente, es por que saben que pueden hacerlo en plena impunidad constitucional, de lo que se deriva que tienen bien tomada la medida de los principales partidos españoles, constitucinalistas, el PSOE y el PP.
No se está hablando de propaganda electoral, sino que se está proponiendo vulnerar nuestra Constitución desde instituciones que conforman el Estado español. No se están diciendo tonterías, se está vulnerando la ley, y si se transige con la sonata, ya podemos disponernos a abjurar del silencio, porque hasta que estos segregacionistas sectarios logren su propósito último no darán por concluida su obra.
Mientras tanto, los presupuestos del Estado, se desvían con significación estadística, hacia los gobiernos autonómicos amparados por el PSOE o por partidos nacionalistas, estableciendo una vez más el sectarismo económico como consecuencia del sectarismo político. Como si así se pudiera detener el chantaje nacionalista, y el de los políticos de partidos nacionales hacia su propio pueblo. El triunfo electoral no justifica la jugada, ni para el PSOE, ni para el PP.
Nuestros representantes políticos, nos condenan de esta forma a pagar el elevado precio de lo que somos, para asegurarse su futuro en el poder alternante, y a mí me recuerda todo ésto, a aquel entusiasta que para seguir viaje, vendió las ruedas del automóvil para comprar gasolina.
Biante de Priena
Como bien ha recordado Antonio Muñoz Molina, en un excelente artículo publicado hoy mismo en El País, “La patria gutural”, ha extrañan coincidencia, semejanza se puede decir, entre todos los fascismos; porque en realidad, son movimientos degenerados que no alcanzan siquiera el rango de condición política, y por supuesto, lo demuestran ofreciendo la transgresión como una prueba irrefutable razonable de su verdad particular.
Pero no sólo estamos presenciando un atentado contra la razón política, sino también, y esto resulta más peligroso aún, contra la razón pública, que se establece en los países democráticos en forma de Constitución, para convertirse por milagro de la democracia en razón colectiva de los ciudadanos, marco indispensable de las políticas posibles.
Sin ser un tema menor, la combustión provocada de los iconos monárquicos y las banderas de España, no tienen tanta importancia como la invitación a la sedición que hace en Cataluña Carod-Rovira, y en Euskadi, Ibarretxe; pero todavía se ve superada por el silencio cómplice del gobierno del señor Rodríguez Zapatero, y la sintética alusión de “espero que el gobierno sepa responder en esta ocasión” de su alternativa política, representada por el señor Rajoy y el partido popular.
La política española está alcanzando el mayor grado de incongruencia de su historia, gracias a la incompetencia y la impertinencia de sus representantes políticos, que pretenden asistir como testigos impasibles a la presunta segregación de nuestro país, porque no conciben otra posibilidad satisfactoria para todas las partes.
Y en estas penosas circunstancias, los ciudadanos no debemos, ni podemos permanecer callados y perplejos, sino que debemos exigir respeto a nuestra nación, que es precisamente la que asegura el rango de nuestros derechos, y también de nuestros deberes. Están jugando con lo nuestro sin recato alguno.
El regreso como progreso
Y todo lo que está ocurriendo, se debe fundamentalmente a la necesidad de destruir lo existente, para crear algo nuevo. La historia de España impide la involución, la Constitución es precisa en sus determinaciones, y la mayoría de los habitantes de este país nos consideramos españoles, antes que europeos o de alguna autonomía. Esa es la realidad que hay que romper.
Para la lucha se implementan los elementos necesarios, y el fundamental es la recreación de lo que pudo haber sido y no fue; hay que regresar a los tiempos prenacionales, no ya a la Segunda República, para eludir los cuarenta años de dictadura franquista, sino mucho más atrás.
Los nacionalismos extremos pretenden llevarnos a la Edad Media, exactamente a la época en que los territorios contaban más que las personas, y la violencia era la única ley. De paso, también nos conducen a los tiempos prerenacentistas, en los que la razón estaba sometida al poder divino, mucho más proclive a las creencias, porque la racionalidad impide su estrategia deconstructiva, y por lo tanto, hay que buscar el reclamo de la víscera para seguir adelante a cualquier precio.
Los nacionalismos moderados, el PSOE, y el silencio del PP, no son tan ambiciosos, se conforman con situarnos antes de 1812 y de la Constitución Liberal aprobada en Cádiz, y sancionada veinte años después por el rey, a instancias del general Riego, que se dejó su vida en la proclama.
¿Y por qué es necesario regresar?, pues exactamente porque las principales naciones surgen en la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del siglo XIX. Por eso hay que volver a La Bastilla, y simbólicamente guillotinar al rey, (en este caso quemar su efigie), para buscar los valores ciudadanos, resumen modernizado de los valores nacionales preexistentes, porque desde la sugerida nación de ciudadanos que algunos tienen en mente, es posible convertir este país en un Estado federal amorfo, en el que unos ciudadanos puedan tener unos derechos y sus vecinos de comunicad, otros muy diferentes.
El problema al que asistimos en estos momentos y en este país es grave, más que por la fuerza que puedan demostrar los secesionistas, por la incapacidad que demuestran los que deben hacer respetar el orden establecido constitucionalmente.
Cuando Ibarretxe y Carod-Rovira proponen un referéndum sobre la independencia de el País Vasco y Cataluña, respectivamente, es por que saben que pueden hacerlo en plena impunidad constitucional, de lo que se deriva que tienen bien tomada la medida de los principales partidos españoles, constitucinalistas, el PSOE y el PP.
No se está hablando de propaganda electoral, sino que se está proponiendo vulnerar nuestra Constitución desde instituciones que conforman el Estado español. No se están diciendo tonterías, se está vulnerando la ley, y si se transige con la sonata, ya podemos disponernos a abjurar del silencio, porque hasta que estos segregacionistas sectarios logren su propósito último no darán por concluida su obra.
Mientras tanto, los presupuestos del Estado, se desvían con significación estadística, hacia los gobiernos autonómicos amparados por el PSOE o por partidos nacionalistas, estableciendo una vez más el sectarismo económico como consecuencia del sectarismo político. Como si así se pudiera detener el chantaje nacionalista, y el de los políticos de partidos nacionales hacia su propio pueblo. El triunfo electoral no justifica la jugada, ni para el PSOE, ni para el PP.
Nuestros representantes políticos, nos condenan de esta forma a pagar el elevado precio de lo que somos, para asegurarse su futuro en el poder alternante, y a mí me recuerda todo ésto, a aquel entusiasta que para seguir viaje, vendió las ruedas del automóvil para comprar gasolina.
Biante de Priena