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lunes, 22 de febrero de 2010

La decadencia del Imperio Social de Zapatero

De las inexplicables similitudes entre Felipe II de España y Rodriguez Zapatero de anti-España, para sarcasmo y burla de la progresía que nos acontece y sufrimos

Siempre acaba ocurriendo lo mismo en esta vieja piel de toro donde los políticos nos venden los guisantes como si fuesen melones. Si el de las cejas supiera que quien no conoce la historia está condenado a repetirla no estaríamos como estamos; quien iba a decir que el paladín del progreso nos iba a conducir a una regresión sin precedentes. Es cierto que esto ya había ocurrido en España, es tan español que me da la risa cuando contemplo al de la cara de “yo no he sido” hacer torpes aspavientos para desembarazarse de lo español que es, más español que un botijo con cascos en una Conferencia Internacional.

Mira que este chico de las cejas, con su talante y buenas maneras de pijo de izquierdas, parecía que iba a modernizar este país, denostando la patria, arrojando jornaleros contra los bancos, feministas contra el sentido común, homosexuales contra la Iglesia católica, nacionalistas contra la Historia, pero nada, no se ha logrado. Hemos regresado a la Leyenda Negra de sopetón, porque todo lo que ha hecho el ínclito es más español que las mantillas de tul negro en la Semana Santa de Sevilla, que la montera de un diestro dorado sobre el albero de Las Ventas a la sombra de un Victorino. Por enésima vez volvemos a tropezar los españoles contra el pedrusco del destino, por enésima vez aterrizamos en la realidad tras levitación efímera e inconsecuente de un peregrino de sus ideas.

Y Zapatero nos salió como Felipe II

Aquí y ahora, el émulo de "el prudente" –y de Felipe González- nos ha vuelto a estrellar contra los banqueros de Flandes y la onerosa corrupción interior, otra vez la deuda nos asfixia para que abandonemos toda esperanza de imponer en el mundo del G-20 la pandereta y el fandango social de marchamo hispano. Otra vez la Armada Invencible se ha perdido ante las costas de la pérfida Albión y las borrascas del Financial Times en la City, da igual que se vuelva a casar con María Tudor, que visite a Gordon Brown, los británicos siempre nos verán como exóticos.

Otra vez, la defensa imperial de la Fe, en esta ocasión en la doctrina social universal, la ecoteología sostenible, nos ha llevado a enarbolar el pabellón de la bondad y la Alianza de Civilizaciones, y el tiro nos ha salido por la culata. Esa nueva Cruzada que se ha urdido desde La Moncloa – por ser más papistas y progresistas que el Papa Obama- , la realidad nos ha arrojado de nuevo al vertedero del porvenir. Otra vez, la riqueza que proviene de la esquilmada América, en forma de inmigración, de beneficios de las multinacionales y participaciones en cogestión con las hermanas repúblicas bolivarianas, se va por el sumidero de la derrota.

Otra vez tenemos a los tercios en lucha contra el infiel en Afganistán, Líbano y aledaños (tras el “no a la guerra” de Irak, que conste); otra vez - tras la batalla de Lepanto nos ocurrió lo mismo-, tendremos que pagar rescates por los secuestrados del Magreb. Otra vez, los piratas bajo el pabellón de la media la luna nos atrapan los galeones que van de pesca, y los corsarios financieros se hacen con la riqueza de nuestras empresas y apuestan contra nosotros en ese océano del capital atlántico que es Wall Street.

Otra vez nos advierten desde Europa de los excesos cometidos y otra vez se empeña medio país en que la razón de un iluminado es más importante que la realidad de todos los alumbradores, mientras que el otro medio se acuerda de sus antepasados. Otra vez perderemos la posición de privilegio, para convertirnos en líderes incuestionables de los países del Tercer Mundo, que es la singular penitencia de este país de conejos por nuestros pecados serviles, al concedernos dirigentes alienados por su narcisismo y soberbia.

Otra vez la misma dilapidación de lo heredado. Otra vez, Pérez Reverte vomitando El Quijote de nuestro tiempo por fascículos. Otra vez la Santa Inquisición de la SGAE campa en los páramos de la cultura hispana. Otra vez Sonsoles no está ni se la espera, y otra vez, las niñas se nos visten de desdén para visitar a los amigos importantes. Si vivieran Velázquez o Goya, habrían inmortalizado para la historia aquella inolvidable escena de Los Rodríguez en visita a la Casa Blanca, para colgar después el óleo en El Prado, entre “Las Meninas” y “La Familia de Carlos IV”.

España nunca supo mantenerse en su grandeza, la anti-España, tampoco. La misma soberbia, la misma vanidad, la misma egolatría, la misma estupidez; tras quinientos años, no hemos aprendido nada, nuestros dirigentes no pueden evitar ese orgullo acomplejado de dar lecciones a los demás de cómo se hacen las cosas, porque somos incapaces de comprender que la realidad no es la que surge de la ocurrencia tras nuestro ensueño de siesta, sino la que nos corresponde por lo que determinan los demás.

Un pacto por el amor de Dios

Y ahora, tras el cordón sanitario contra la razón, el Felipe II de nuestro tiempo quiere abrazarse a alguien para no derrumbarse solo, con pactos y prebendas. Y su antecesor, retirado en Yuste, tras sus azarosas alianzas y su propia cruzada contra infieles, anda con el dedo enhiesto por los telediarios, porque no hay nada como levantar algo, aunque sea el dedo, cuando todo se hunde alrededor. De no ponerse el sol en lo que abarcan los satélites, vamos a pasarnos las próximas décadas pagando el experimento y mirándonos el ombligo, porque el mundo está lleno de demonios y pecados y no deja que desde la Reserva Espiritual de Occidente se le adoctrine en “paz y amor”, ni con Avatar en las carteleras, y eso que esta vez íbamos de anticlericales –al otro extremo de Felipe II-, pero ni con esas.

Quizás sea nuestro destino y de una santísima vez tengamos que asumirlo, porque mal que le pese al cejado: “España es diferente”, parece que en un instante vamos a ser civilizados como los demás occidentales, pero de repente, algo se tuerce y volvemos a empezar de nuevo; quizás sea pánico escénico, quizás una sumisión al poder que aún consideramos depositario del designio de los cielos, quizás esa mezcla entre un carácter indómito y una desidia ante los acontecimientos que reconocemos siempre imponderables, quizás que la talla entre nosotros no tenga nada que ver con la talla entre los demás, o quizás la nacional improvisación, realmente no lo sé, pero algo hay que nos descarrila de los raíles de la historia cuando vamos a toda marcha hacia el futuro. Nos ocurre siempre cuando tratamos de salir al mundo, nos estrellamos contra nosotros mismos. A ver lo que hace La Roja en Sudáfrica, si al menos nos queda algo para recordar de esta época y contárselo a nuestros nietos, que de su triunfo nos alegraremos todos, hasta los cachorros de ETA, como se ha visto en el facebook.

La anti-España imperial y social se ha ido a la mierda, pero de esta salimos, no tengan la menor duda mis queridos compatriotas - españoles y antiespañoles-, siempre lo hemos hecho. En esta tierra del viento y los molinos, estamos acostumbrados a transitar con dignidad entre el hundimiento definitivo y el glorioso milagro, toda la vida llevamos así, a hostias hemos aprendido que lo único que se puede hacer cuando nuestros gobernantes nos tumban en el presente, es volver a levantarnos en el futuro.

España es lo que queda – ¡que va a ser discutida y discutible! -, un espacio público para debatir acaloradamente sobre el futuro, mientras somos incapaces de resolver el presente. Ese enfrentamiento eterno entre dos formas maniqueas de ver las cosas es la nación española. Entre el yunque y el martillo, se forja la espada, y esa espada es España.

Como me gustaría decirle cuatro cosas en privado al próximo Presidente del Gobierno, que cuando se les sube el poder a la cabeza a todos les ocurre lo mismo, por mostrarle al mundo el imperio de la Ley Suprema de su ideología personal– hoy yunque, mañana martillo, nunca martillo y yunque al mismo tiempo-, su singularidad histórica, su diferencia sublime, su reverenciado papanatismo, para terminar dejando siempre divididos y vencidos a los españoles, el precio de su osadía lo acabamos pagando todos.

Al final, siempre ocurre lo mismo, la ambición de gloria de los poderosos siempre se termina costeando por los sufridos súbditos. A ver si se enteran de una puñetera vez que la pólvora nunca ha sido del Rey –“el dinero público no es de nadie”-, porque es el Pueblo quien la acaba pagando siempre, hasta la que usan contra el Pueblo. Que mendaces son estos políticos de ahora.

Enrique Suárez Retuerta

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