Es curioso, tratándose de un viaje inesperado e incomprensible.
Curioso porque ni siquiera Franco, siendo jefe de estado, había viajado a Ceuta y Melilla. El borbón que nos ha tocado tampoco, desde su coronación en 1975. De hecho, empezó su reinado con Franco moribundo y él de jefe militar en funciones, entregando el Sáhara sin pegar un tiro.
Inesperado porque se anunció tarde y de forma sorpresiva, sin venir a cuento. Se organiza un viaje de los reyes a las dos plazas reclamadas por Marruecos sabiendo que se iba a realizar unos días después del fallo sobre el 11M y coincidiendo con la celebración en Marruecos de la conquista pacífica del ex-Sahara español. Con el acuerdo (o a iniciativa) del gobierno, como no podría ser de otra forma; un gobierno que ha basado su política exterior en la alianza de civilizaciones, en la deserción precipitada de Iraq (antes, incluso, de la fecha anunciada por los socialistas durante la última campaña electoral) y en el acercamiento fraternal a Marruecos.
Incomprensible porque nada en la agenda a medio plazo de la inexistente política exterior de Moratinos y Rodríguez dejaba presagiar una iniciativa tan atrevida. Y que no me vengan con cuentos de soberanía y orgullo español los patriotas de pacotilla, tan dados a repetir que Ceuta y Melilla son españolas y que no hay que darle explicaciones a nadie. ¡Pero si siempre se ha manejado esta cuestión en clave de política exterior y de relación bilateral con Marruecos, incluso durante el franquismo!
El problema no es dicutir acerca de la legitimidad de este viaje. Es legítimo, pero si nunca se había organizado es porque siempre ha sido un tema de máxima sensibilidad. ¿Qué ha cambiado en estas semanas para poner al rey en primera fila, visitando dos ciudades-frontera disputadas por un vecino que invadió la isla del Perejil hace poco tiempo y que se dispone a organizar concentraciones (o marchas) en frente de nuestro territorio nacional? ¿Qué ha pasado para que un gobierno tan PAZífico, tan respetuoso con Marruecos y con los hermanos árabes, meta al rey en la crisis internacional más grave desde la vergonzosa salida de las tropas españolas de Iraq? ¿Cómo se explica que un rey tan dado al diálogo porque "hablando se entiende la gente", tan pasivo y silencioso ante los atropellos nacionalistas y socialistas contra la unidad constitucional de España, haya aceptado exponerse de esta manera, en el ocaso de su reinado y de su vida?
Todo esto ocurre, por añadidura, en un contexto hábilmente mediatizado de polémica en torno a la corona y a la figura del monarca, en una especie de comedia barata donde quienes desean volver al guerracivilismo, inventando una nueva transición basada en la recuperación de la filiación republicana, son precisamente aquellos que se presentan como adalides de la monarquía frente a las amenazas de "la radio de los obispos" y sus peligrosos extremistas conspiranoicos y bóricos.
Curioso, inesperado, incomprensible.
Dante Pombo de Alvear