Cuando Isabel Pérez-Espinosa, candidata del PP a la Presidencia del Principado de Asturias pronunció aquella memorable frase el 2 de enero de este año, un día después de que el exvicepresidente Alvarez Cascos hubiera abandonado el que fue su partido durante 34 años: “sin las siglas de mi partido no soy nada y Cascos tampoco”, comprendí que si alguien no decía nada para corregir esta digresión, era que el PP se había convertido en una marca más de las qué, en nuestro país, funcionan con cerebro colectivo, y consideran que el bien de la sociedad es prioritario sobre el del individuo y que la justicia social del Estado debe imperar sobre el Estado de Derecho. La renuncia a la defensa de la libertad, en aras de aproximarse al poder, con una posición afable al electorado, a un país que sale de la hecatombe socialista, es más que un síntoma, una enfermedad perniciosa del partido de Mariano Rajoy.
Poco después, la candidata acusaba a su exsecretario general de deslealtad a su partido. Francisco Alvarez Cascos, que tendrá defectos pero también enormes virtudes, ni respondió, cuando podría haber dicho que si su partido abandona la lealtad a los principios y valores que ha defendido a lo largo de su historia, quien se comporta de forma desleal es el PP, y no el afiliado que lo denuncia y decide abandonar lo que ya no puede representarle.
Durante la égida de Mariano Rajoy por los caminos que le permitió Rodríguez Zapatero, nunca por otros, ni siquiera en intento fallido; el PP ha derivado en una trayectoria sinuosa por los derroteros de la realidad, por no decir siniestra. Asumiendo como correctas, propuestas del PSOE que resultan mutantes en su genética. El abandono de la defensa de una España en la que las diferencias nunca sobrepasen la igualdad de todos los españoles, la actitud denigrante en la defensa de las maltrechas libertades civiles y los derechos individuales, ante el acoso y violencia de las legislaciones socialistas; la aceptación de la socialización cultural en valores que no son los suyos, alejados de todo humanismo, cristiano o no cristiano,;los compadreos en cuestiones fundamentales sobre nuestra nación, soberanía, Constitución, independencia de la justicia, y libertades, y por último, la anuencia y ausencia en la oposición política activa, en una suerte de tancredismo con ambiciones electorales, que ha permitido que el PSOE deje España como un campo de patatas tras la cosecha.
¿Se ha contagiado el PP de socialismo?, ¿se ha convertido en una marca paralela del PSOE?, ¿por acceder al poder se pueden abandonar los valores, principios e ideología que sostienen un partido politico y convertirlo exclusivamente en una empresa electoral?. Estas preguntas deben ser respondidas por los electores, antes de depositar su voto en las urnas.
Lo que está claro es que en el PP actual, la ideología que prevalece es el social-liberalismo del señor Lasalle, una ideología que promueve de forma extravagante la claudicación del principio sagrado del liberalismo, que no hay más sujeto que el individuo, el ser humano individual como ámbito y límite de cualquier política que respete la libertad, algo que no se respeta desde las doctrinas colectivas socializantes. También hay políticas de gran endeudamiento como la establecida por el alcalde de Madrid o las Comunidades Valencianas, que tratan de funcionar en código de Estado Providencia, algo válido para las políticas socialistas de Andalucía o Castilla-La Mancha, pero impropio de programas liberales y conservadores, que intentan habitualmente el control del gasto y la eficiencia en el uso de los recursos públicos. Desde el Congreso de Valencia, el PP ha perdido su norte ideológico y se ha convertido en un partido acaparador, un cath-all-party que fundamenta en el populismo y el desgaste del rival su supervivencia, no en sus propios méritos, logros y esfuerzos.
También está claro que en el PP, hay liberales sin complejos, como Esperanza Aguirre por poner un ejemplo, que no aceptan las componendas consensuadas por los cerebros colectivos, y determinan desde su buen o mal criterio, sus reflexiones sobre la realidad.
Algunos dirán que el PP actúa con pragmatismo electoralista, no mostrando si es carne o pescado, por qué le interesa, pero no lo tengo tan claro. Cuando un partido político vende su alma al mismo diablo político que dirige los pasos de sus rivales, por un puñado de votos, es el momento de plantearse si se puede confiar en quien ante las políticas contra el terrorismo del Gobierno da la callada por respuesta, se olvida de las víctimas de ETA o cuando el Tribunal Constitucional aprueba que las listas organizadas por terroristas de ETA según sentencia del Tribunal Supremo se presente a las elecciones, gracias a los magistrados impuestos por el PSOE en el Constitucional, mira a otro lado.
Cuando durante siete años de descomposición y podredumbre política en España, organizada por la debacle el PSOE se ha quedado a verlas venir, sin intervenir prácticamente en la vida pública, en una oposición acomodada, es necesario preguntarse si el PP está en condiciones de presentar una alternativa al PSOE o sencillamente de ofrecernos una solución de continuidad. Es malo en esta vida heredar el poder político por los errores de los demás y no haberlo logrado por méritos propios, eso es una práctica artera que caracteriza a los que abjuran del mérito y los valores, y no de aquellos que los defienden a ultranza, a cualquier precio. Lo que está claro es que la valoración por los ciudadanos, de Zapatero en sus momentos más bajos, apenas se distingue de la de Mariano Rajoy en sus momentos más altos. Si del primero abjura la gente por haber hecho lo que ha hecho, destrozar nuestro país, habrá que preguntarse por qué abjura del segundo, si ni siquiera ha llegado a gobernar y sólo ha hecho oposición.
Biante de Priena
Poco después, la candidata acusaba a su exsecretario general de deslealtad a su partido. Francisco Alvarez Cascos, que tendrá defectos pero también enormes virtudes, ni respondió, cuando podría haber dicho que si su partido abandona la lealtad a los principios y valores que ha defendido a lo largo de su historia, quien se comporta de forma desleal es el PP, y no el afiliado que lo denuncia y decide abandonar lo que ya no puede representarle.
Durante la égida de Mariano Rajoy por los caminos que le permitió Rodríguez Zapatero, nunca por otros, ni siquiera en intento fallido; el PP ha derivado en una trayectoria sinuosa por los derroteros de la realidad, por no decir siniestra. Asumiendo como correctas, propuestas del PSOE que resultan mutantes en su genética. El abandono de la defensa de una España en la que las diferencias nunca sobrepasen la igualdad de todos los españoles, la actitud denigrante en la defensa de las maltrechas libertades civiles y los derechos individuales, ante el acoso y violencia de las legislaciones socialistas; la aceptación de la socialización cultural en valores que no son los suyos, alejados de todo humanismo, cristiano o no cristiano,;los compadreos en cuestiones fundamentales sobre nuestra nación, soberanía, Constitución, independencia de la justicia, y libertades, y por último, la anuencia y ausencia en la oposición política activa, en una suerte de tancredismo con ambiciones electorales, que ha permitido que el PSOE deje España como un campo de patatas tras la cosecha.
¿Se ha contagiado el PP de socialismo?, ¿se ha convertido en una marca paralela del PSOE?, ¿por acceder al poder se pueden abandonar los valores, principios e ideología que sostienen un partido politico y convertirlo exclusivamente en una empresa electoral?. Estas preguntas deben ser respondidas por los electores, antes de depositar su voto en las urnas.
Lo que está claro es que en el PP actual, la ideología que prevalece es el social-liberalismo del señor Lasalle, una ideología que promueve de forma extravagante la claudicación del principio sagrado del liberalismo, que no hay más sujeto que el individuo, el ser humano individual como ámbito y límite de cualquier política que respete la libertad, algo que no se respeta desde las doctrinas colectivas socializantes. También hay políticas de gran endeudamiento como la establecida por el alcalde de Madrid o las Comunidades Valencianas, que tratan de funcionar en código de Estado Providencia, algo válido para las políticas socialistas de Andalucía o Castilla-La Mancha, pero impropio de programas liberales y conservadores, que intentan habitualmente el control del gasto y la eficiencia en el uso de los recursos públicos. Desde el Congreso de Valencia, el PP ha perdido su norte ideológico y se ha convertido en un partido acaparador, un cath-all-party que fundamenta en el populismo y el desgaste del rival su supervivencia, no en sus propios méritos, logros y esfuerzos.
También está claro que en el PP, hay liberales sin complejos, como Esperanza Aguirre por poner un ejemplo, que no aceptan las componendas consensuadas por los cerebros colectivos, y determinan desde su buen o mal criterio, sus reflexiones sobre la realidad.
Algunos dirán que el PP actúa con pragmatismo electoralista, no mostrando si es carne o pescado, por qué le interesa, pero no lo tengo tan claro. Cuando un partido político vende su alma al mismo diablo político que dirige los pasos de sus rivales, por un puñado de votos, es el momento de plantearse si se puede confiar en quien ante las políticas contra el terrorismo del Gobierno da la callada por respuesta, se olvida de las víctimas de ETA o cuando el Tribunal Constitucional aprueba que las listas organizadas por terroristas de ETA según sentencia del Tribunal Supremo se presente a las elecciones, gracias a los magistrados impuestos por el PSOE en el Constitucional, mira a otro lado.
Cuando durante siete años de descomposición y podredumbre política en España, organizada por la debacle el PSOE se ha quedado a verlas venir, sin intervenir prácticamente en la vida pública, en una oposición acomodada, es necesario preguntarse si el PP está en condiciones de presentar una alternativa al PSOE o sencillamente de ofrecernos una solución de continuidad. Es malo en esta vida heredar el poder político por los errores de los demás y no haberlo logrado por méritos propios, eso es una práctica artera que caracteriza a los que abjuran del mérito y los valores, y no de aquellos que los defienden a ultranza, a cualquier precio. Lo que está claro es que la valoración por los ciudadanos, de Zapatero en sus momentos más bajos, apenas se distingue de la de Mariano Rajoy en sus momentos más altos. Si del primero abjura la gente por haber hecho lo que ha hecho, destrozar nuestro país, habrá que preguntarse por qué abjura del segundo, si ni siquiera ha llegado a gobernar y sólo ha hecho oposición.
Biante de Priena