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jueves, 20 de noviembre de 2008

Constitución Española de 1978 (10): Artículo 10

TÍTULO I

De los derechos y deberes fundamentales

Artículo 10

1. La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.

2. Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las materias ratificados por España.

Perlas del Bobo Solemne y su Troupe.004

"Heducación" para la Ciudadanía



Crisis y Ahorro de Energía

La rebelión de los contribuyentes

En esta lenta evolución de España hacia no se sabe dónde, ahora que Zapatero ya se ha sacado una foto con Bush en una silla prestada por Sarkozy, y que ha conseguido el apoyo de Lula para que la próxima vez le dejen poner las 17 banderas autónómicas y las de las dos ciudades africanas en el frontal de su ubicación, eso sí, con mucho talante, pues ahora va y nos despierta del sueño de que España no estaba en crisis, y a bombo y platillo nos descubre que está a favor del capitalismo, que es partidario del consenso general, y que hay pobres en el mundo.

Menos mal que esa lumbrera gallega, José Blanco, ha conseguido que Obama sea presidente de los Estados Unidos con su apoyo discreto, y que el bachiller mejor pagado de Europa, José Montilla, después de cerrar las emisoras de la COPE en el norte de Cataluña -que buena ocasión para abrir una emisora en Andorra, como aquella Radio Pirenaica-, va a viajar hasta Japón para convencer a los nipones de que Cataluña es más que un club, al fin, todo vuelve a su sitio. Estas cosas que hacen nuestros representantes públicos ayudan, porque permiten recuperar la tranquilidad sabiendo que nuestros motivos para creer están en buenas manos y bolsillos.


Ahora que hemos descubierto que la independencia de Cataluña no existirá, pero el señor Madero ha mostrado que es independiente del PP y quiere exorcizar a un periodista con un abanico de colores como la visión de Bermejo y la cúpula de Barceló. Ahora que en el PP no se sabe si son y no están, o no son y están, todo vuelve a la normalidad.

Este señor, que se representa a sí mismo en el CAC, gracias al PP, y que lleva cobrando del erario público desde el año 2000, y seguirá cobrando hasta el 2010, para luego pasar, posiblemente, a dirigir alguna de las emisoras que se han concedido, tiene la desfachatez de unir en sus quejas a las malas artes de Luis del Olmo y los demonios de Federico y se queda tan ancho y feliz, oteando su prometedor futuro patriótico en Cataluña.

Y ni tendremos homenaje a sor Maravillas en el Congreso, ni juicio a Franco tras la instrucción de Garzón, pero si hemos visto a Bono llamar hijos de puta a los de su propio partido, con toda discreción, eso sí. Y para colmo, van los de The Economist, y ponen a parir a Solbes considerándolo el peor ministro de economía de Europa. Si es que no ganamos para disgustos.

Estoy es lo que hay, señoras y señores, el mundo atravesando la mayor crisis económica de su historia, y aquí, los políticos, los partidarios, haciéndole caso a Zapatero y negando cualquier tipo de crisis -ellos no la tienen, es cierto-, mientras vemos que todo se hunde a su alrededor.

Vivir sin partidarios es posible

Resulta que en este país hay, al menos, dos categorías humanas bien definidas y diferenciadas: partidarios y tributarios.

Los partidarios son los que pertenecen a un partido político, defienden los intereses sectarios de su grupo, y se enfrentan con otros que defienden otro partido político diferente y que también defienden sus intereses sectarios. Luego está la corte que vive a la sombra de unos y otros, también los proveedores de sus necesidades, los que han recibido algo o esperan recibirlo y deben el favor, los que defienden la memoria histórica de sus abuelos, los que apoyan algo que les pueda dar de comer si ganan unos u otros, los que han obtenido algún beneficio correlacionado con su voto, una inmensidad de parásitos que viven a costa de los demás. Son los intermediarios prescindibles.

Los tributarios somos los otros, los no partidarios, los antipartidarios, los contrapartidarios, los extrapartidarios, y demás gente de más trabajar y peor vivir. Los que dedicamos nuestras vidas a producir y consumir, para que los partidarios vivan mucho mejor de lo que se podía esperar viendo su trayectoria vital y sus méritos de origen, que no podemos quejarnos, que no podemos decir basta, que no podemos impedir que se gasten el dinero que les entregamos en lo que les salga de las narices, para mejorar su situación a nuestra costa, llamándonos reaccionarios si nos oponemos, o directamente idiotas a la cara, cada día, en cada intervención pública.

Somos los protagonistas necesarios de la obra, y sin embargo nos convierten en espectadores del bochornoso espectáculo que nos ofrecen obligatoriamente, y en el que nos recuerdan que los buenos ciudadanos son los que acuden a votar cada cuatro años para mantener la democracia -oiga, un respeto, que esto de democracia tiene lo que servidor de extraterrestre- y el bienestar general -se supone que se referirán exclusivamente all suyo-.

Y luego nos quejamos de un fontanero que no arregla una avería y nos causa una mayor, de un pintor que ha dejado una mancha en el suelo, de un taxista que va demasiado deprisa, de un policía que nos advierte que vamos sin el cinturón de seguridad, de un camarero que tarda en servirnos, de una frutera que nos da una manzana con gusanos en un kilo, de un funcionario que nos dice que no puede ayudarnos, de una enfermera que nos hace daño al ponernos una inyección, de una maestra que no comprende que nuestro hijo es diferente, de un albañil que nos ha dejado cemento en un azulejo, de un dependiente que no sabe lo que le estamos preguntando, de un empleado de banco que nos da cincuenta céntimos de menos, en fin.

La rebelión de los tributarios tiene que cambiar las cosas en este país -también en el mundo-, porque no podemos seguir quejándonos del que nos molesta discretamente -otros tributarios- y no decir nada de los que nos asfixian sistemáticamente con intención y alevosía -los partidarios-. No se puede ser tan intolerante con las pijadas como condescendiente con los abominables crímenes públicos.

Es hora de cambiar las cosas, los tributarios somos los que producimos la riqueza que se gastan los partidarios como bien les parece y además nos dicen como tenemos que vivir, a que tenemos derecho y a que no, cual es el rango de libertad permitido, y además lo que tenemos que pensar según la dictadura del pensamiento políticamente correcto -que les interesa y beneficia- si queremos ser considerados buenos ciudadanos.

El conflicto de clases ha derivado en la confrontación de cotizaciones, porque no se puede seguir soportando que unos millones de aprovechados -los partidarios- vivan sin dar golpe a costa de que los tributarios cada día tengamos que trabajar más para recibir menos, y encima nos exijan resignación, silencio, más productividad y "respeto" a la democracia.

Sabemos que la crisis económica y política que estamos viviendo es precisamente una herramienta -arma- para debilitarnos y disgregar la agrupación de los perdedores agudos y los crónicos -que somos todos, porque los partidarios siempre resultan triunfadores-, que nos van a sacar aún más de lo que nos sacan, para seguir ocupando el poder los mismos de siempre -ahora unos y luego los otros-, mientras en las cadenas de televisión se repiten mensajes hipnóticos que diluyen la crispación hasta la agonía de las reivindicaciones y de las esperanzas, al tiempo que contemplamos como nuestros representantes públicos se pegan la gran vida y encima nos siguen considerando imbéciles.

Algunos contribuyentes estamos en pie de guerra y jamás aceptaremos un acuerdo con los partidarios parasitarios; seguiremos esperando hasta que vayan llegando tributarios suficientes -que llegarán- para enfrentarnos a los partidarios y derrotarlos hasta su extinción final;, no hay acuerdo, ni pacto, ni leches, posibles. Ellos nos necesitan a nosotros y nosotros no los necesitamos a ellos. Todos los pactos entre los ciudadanos y los políticos, siempre perjudican a los ciudadanos y siempre benefician a los políticos, y encima quieren que nos creamos que eso es la justicia en un sistema democrático.


Biante de Priena

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