desde 2.006 en Internet

sábado, 17 de noviembre de 2007

Memorias totalitarias (1): Louis XVII, niño, rey y mártir


Recientemente se resolvió uno de los enigmas más apasionantes de la historia de Francia : ¿Murió realmente el hijo de Louis XVI y de Marie-Antoinette en la prisión del Temple después de haber sido encarcelado durante cuatro años en condiciones horrendas por los « héroes » de la Revolución francesa ?

Una larga y tozuda tradición literaria ha pretendido, durante dos siglos, que Louis XVII no habría muerto en cautiverio, pues habría sido sustituido por otro niño. Hubo incluso quien pretendió ser el heredero del trono de Francia, años más tarde, por ejemplo Naundorff, un relojero berlinés, quien llegara a París en 1833 y fuera reconocido por varios ex sirvientes de la familia real. Se trataba en realidad de un genial falsario, cuya vida había dedicado a la disimulación y al engaño. Lo expulsaron del país, y murió en los Países Bajos, no sin antes haber inventado un modelo de explosivo que utilizó el ejército holandés hasta 1918, bajo el nombre de “bomba borbón”.

Para bien o para mal, la ciencia está acabando con muchos mitos del pasado : el historiador Philippe Delorme ha demostrado que el niño de diez años martirizado que murió en su habitación-cárcel, el 8 de junio de 1795, exhausto, enfermo, irreconocible, era el hijo del rey guillotinado, gracias a unos análisis de ADN del corazón del Delfín, conservado en el “Escorial” francés de Saint-Denis, comparados con el código genético de unos cabellos de Marie-Antoinette.

De cierta forma, Louis XVII ha sido rey, sin haber reinado jamás: en efecto, su tío y futuro rey Louis XVIII (con la restauración de la monarquía, en 1814) lo proclamó desde el exilio titular de la Corona.

De hecho, la convergencia entre el deseo irracional de devolverle la vida al Infante por parte de los exiliados y la discreción avergonzada de los herederos de la Revolución acerca de ese crimen atroz desembocó en un halo de misterio que llegó hasta nuestros días.

Antes de dejarle morir, al pequeño Louis-Charles se le robó la infancia : le encerraron en una celda húmeda, sin contacto con el exterior, cuando sólo tenía seis años, pues había cometido el peor de los pecados: ser hijo del rey.
Un padre y rey bueno, según nos recuerda Albert Camus en L’Homme Révolté (1951), quien por aquellos años acumulaba los agravios contra la progresía: se negaba a ser comunista cuando todos los intelectuales franceses lo eran, con la excepción de Raymond Aron, y además denunciaba el sesgo totalitario y criminal de la segunda fase de la Revolución francesa, cuando las palabras de Clémenceau sonaban aun como el undécimo mandamiento: “La Révolution française est un BLOC” , lema y convicción recogidos por los historiadores marxistas de la cátedra de La Sorbona (Aulard, Mathiez, Lefebvre, Soboul) hasta que François Furet, a finales de los años 70, devolviera el terror revolucionario de 1793 a la historia, liberándolo de ataduras ideológicas y militantes.

Camus escribió esto, en un mundo y en una época donde sonaba como a blasfemia, a injuria, a reacción (“facha”, le hubieran gritado de haber nacido los iletrados neo-estalinistas de nuestra época):

“Es un escándalo repugnante el haber presentado como un gran momento de la historia el asesinato público de un hombre sano y bueno” (refiriéndose a Louis XVI).

Volviendo al hijo, al niño Louis XVII también se le robó el amor hacia sus padres: antes de dejarle morir, se le inculcó el odio contra los suyos, y se le convenció de que su madre le odiaba. Testificó contra ella, de buena fe y víctima, probablemente, del primer lavado de cerebro de la historia moderna, acusándola de incesto, auténtico motivo a la postre, de cara al pueblo, de la ejecución de Marie-Antoinette, inculpada oficialmente por alta traición.

Lo importante, y así lo entiende Camus cuando todavía era tabú criticar cualquier aspecto de la Revolución francesa en el ámbito universitario e intelectual francés, era matar al rey y a su familia como concepto: no por lo que hubiesen hecho, sino por lo que eran.
Saint-Just y Robespierre lo dejaron grabado en una cita sepulcral, que anunciaba otras masacres más contemporáneas, hijas legítimas de la madre de todas las revoluciones:
“Es necesario que el rey muera para que la Patria viva”.

Este anuncio de los crímenes contra la humanidad cometidos en el siglo veinte, en nombre del Bien, no era el producto de la ingestión de substancias que alterasen los sentidos, al contrario, los protagonistas de la “Terreur” eran más bien unos ascetas convencidos de llevar a cabo una misión filantrópica: Robespierre pensaba sinceramente que la propia existencia del rey, de su familia, de los aristócratas era un crimen.

Más cerca de nosotros, y acerca de los crímenes de la tiranía soviética, Vassili Grossman expresa en Vida y Destino, a través de uno de sus personajes, Ivanikov, su preocupación por “la fuerza implacable del bien social”.
De su experiencia en la Urss conserva una alergia por el Bien, por “el partido del Bien”, al cual opone la tenue luz de la viejecita que le da un pedazo de pan a un reo fugado, o el agua con la que el soldado alivia a su enemigo en el campo de batalla. A eso le llama bondad, enemiga del Bien.

Con esta mirada retrospectiva, hoy más que nunca, Louis XVII aparece como el niño mártir, el primero de la historia moderna, el jesús de los niños, el niño rey y primera víctima del totalitarismo que se gestó hace dos siglos, cuando la Revolución francesa se transformó, al cabo de unos meses, en una máquina de asesinar a los hombres en nombre de la Humanidad.

Quien así lo entendió en el siglo diecinueve fue quien por otra parte le diera identidad y protagonismo al niño en la literatura. En una de sus primeras composiciones, una oda, escribía esto acerca del Infante supliciado :

“Era un hermoso niño que huía de la Tierra
Su mirada azul traía del infortunio el signo austero
Sus rubios cabellos flotaban sobre sus pálidas mejillas
Y las vírgenes del Cielo, con sus cánticos de fiesta,
Con las palmas del mártir uncieron sobre su frente
La corona de los inocentes.”


El autor es… Victor Hugo, creador de Cosette y del magnífico Gavroche, niño de la calle en Los Miserables, muerto en las barricadas con una sonrisa en los labios.

Gavroche es, por esos vértigos que nos ofrecen los encuentros insólitos de la historia y la literatura, el Luís 17 del pueblo, y con ambos irrumpe la inocencia del individuo indefenso frente a la maquinaria totalitaria que nos quiere imponer el bien, aunque deba matarnos por ello.


Dante Pombo de Alvear

Catalanes de Pura Raza

Estimados amigos de Ciudadanos en la Red, os mando estas líneas por si no habéis visto esta carta de una lectora publicada ayer en el Periódico de Catalunya:

Apartar el castellano

Nuria Belza
Cornellà de Llobregat

Tengo dos hijos de 10 y 8 años. Estudian en una escuela pública, por tanto siguen el modelo de inmersión lingüística. Les tengo que dar la razón a quienes dicen que no es el mejor sistema. Y es que yo no haría nada en castellano durante toda la primaria. Lo contamina todo. En casa, la lengua vehicular es el catalán, y estoy harta de batallar con los niños porque no me hablan en mi lengua. La mayoría de alumnos son castellanohablantes, y eso provoca que el catalán solo sea la lengua que se utiliza con el profesor. Ya ni siquiera hablan catalán entre ellos. Ni siquiera en casa es posible quitarse el castellano de encima. Vaya futuro le espera al catalán si su supervivencia depende de los niños de hoy, abocados a la castellanización desde cualquier canal de comunicación.

Esta señora tiene razón. Creo que va siendo el momento de que los catalanes que se sienten como ella lo sean por completo y de pura raza, y que den las clases en catalán para ellos solitos, sin mezclas, y sin la intermediación de nuestros contaminantes hijos.

Que no tengan miedo de crear la pura raza catalana, y que nosotros, apartaditos de esta señora y de los que son como ella, podamos elegir.

Por cierto, después señora, cuando sus hijos, libres de toda influencia, sean catalanes, catalanes, pero que muy catalanes, y nos odien tanto tanto tanto como nos odia usted, podrán mirar a su madre con el orgullo de quien ha contribuido a crear una nación pura.
O. Hernández

El peaje político que paga el ciudadano

Hace un par de años coincidí con un alto funcionario del gobierno que se ocupaba en esos momentos de la gestión de determinados servicios públicos. Tras tomarnos un par de vinos, entrando en materia, me confesó que el trabajo que estaba desarrollando le suponía una “pérdida de ingresos” de 30.000 euros, (su sueldo por entonces rondaba los 80.000 euros anuales sin contar dietas) en relación a realizar tareas similares en una empresa privada.

Me llamó la atención la denominación que utilizó para definir su menosprecio, lo llamó “peaje político”. Sin embargó también me dijo que lo que hacía le gustaba, y estaba adquiriendo una experiencia que posteriormente podría “vender” en el mercado.


Cuando se habla de las percepciones económicas que reciben los cargos políticos y asimilados, tan distantes de las recibidas por la población general, hay que percatarse de que el Estado ha desarrollado un mercado dual, que distingue entre sus funcionarios en dos categorías: los afines al gobierno, entre los que se encuentran los sueldos más elevados de la Administración Pública, y los demás.

Pero el tema del que quería ocuparme en este artículo es otro: la carestía de la vida.

Es cierto que el crecimiento del PIB se ha mantenido hasta ahora llegando hasta el 4 %, pero como se comenta en los círculos económicos, la época de las vacas gordas se ha acabado y a partir de ahora el crecimiento de nuestra economía comenzará a disminuir, y consecuentemente a la imprevisión del gobierno de Rodríguez Zapatero, coincide con un encarecimiento de los precios

El dato sobre la inflación del pasado mes de octubre en España es muy preocupante, el IPC ha ascendido hasta el 3,6 %, lo que no ocurría desde hace mucho tiempo. Además, el origen de la elevación de precios se asienta sobre los productos de consumo básico como los alimentos o los derivados del petróleo.

Sobre el petróleo estamos pagando las consecuencias de no haber participado internacionalmente en los ámbitos adecuados, pues no solo la no resolución de la crisis irakí influye en la cuestión, también la confianza en personajes como Chávez se está pagando económicamente en nuestro país.

Pero lo que llama más la atención es que los alimentos se hayan encarecido excepcionalmente, hasta el punto de que el Estudio Deloitte sobre hábitos de consumo navideños ha advertido que lo consumido por los españoles en alimentación durante las pasadas navidades, este año les costará un 71,5 % más.

Otro dato desesperanzador sobre la economía española es que se ha incrementado el diferencial de inflación con respecto al resto de países de la eurozona; en España, como hemos dicho, los precios han subido un 3,6 % en octubre, mientras que la eurozona se han elevado un 2,6 %, y en el conjunto de los 27 países que forma la UE, un 2,7 %. Esto quiere decir que nos empobrecemos aceleradamente, un tercio más deprisa que nuestros vecinos.

Por otra parte, el déficit de la balanza comercial exterior se ha incrementado un 18,9 % según el Banco de España.

Otro dato alarmante es que los alimentos básicos suben en España a un ritmo dos veces superior a los países de la eurozona. Durante el último año, la leche ha subido su precio un 24,2% (además se ha reducido considerablemente la producción propia), el pan un 13,4 %, los huevos un 9 %, y el pollo un 14,3 %.

Creo que los ciudadanos españoles deberían de comenzar a pensar como los altos funcionarios del gobierno y preguntarse cual es el “peaje político” que estamos pagando para que el gobierno de iluminados que comanda Rodríguez Zapatero siga deshaciendo el país.

Supongo que habrá gente muy solidaria dentro de los votantes del PSOE, dispuestos a empobrecerse con tal de ver a su líder en el gobierno, pero a los que no estamos tan entrañablemente convencidos de su bondad nos estáis haciendo la pascua, y nunca mejor dicho, un 71,5 % más cara.

Ya os vale.


Biante de Priena

Carta al sr. Montilla

Tiene Vd razón honorable Sr. Montilla, me siento “desapegao” de España.

Hace más o menos 30 años, los partidos que en aquella época manejaban el “cotarro” político, entre ellos y muy principalmente el suyo, nos dijeron que nacionalismo era sinónimo de democracia y que ejerciéndola había que rehabilitar el catalán largamente perseguido. Me engañaron, con este pretexto birlaron, cual trileros, mi lengua de escuelas, calles, medios informativos y hasta de la factura de la luz. El país del cual yo era nacional, según mi DNI pasó a denominarse “El Estado”. La banderita, “tu eres roja tu eres gualda”, la tuvimos que guardar en el altillo con alcanfor. El AVE no pudo traspasar los altos de Fraga hasta que se trasformó en “tren de alta velocidad”, descargando en los Monegros la E de, perdón Sr. Montilla, puedo escribirlo sin ser tachado de “facha”, español. Muchos ayuntamientos de Cataluña delinquen impunemente obviando colgar el trapo que la Constitución votada democrática y mayoritariamente, incluso aquí, adopto como enseña. El tinglado clientelar que Vd. preside, “Generalitat”, se gasta nuestros dineros en mantener un cuerpo de policía que sólo se preocupa de que el detenido hable el catalán. En la Justicia y la Sanidad sólo han traducido sus papeles, pero sigue igual de lenta y mala que antes de su traspaso competencial. En fin, qué más le voy a explicar, sin duda Cataluña ha querido desapegarse de España, no al contrario. Creo que para curarme del desapego que me embarga, me voy a darme una vuelta por Soria, donde, por cierto, la gasolina es más barata que en esta parte del país, por que no tienen que pagar policías con barretina, consulados del mar ni subvencionar a equipos de Rugby de la Cataluña Nord.

Con gran desapego reciba un cordial saludo.
Fernando Blazquez

Enlaces Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...