Charles Chaplin en El Gran Dictador
"El deber de un patriota es proteger a su país de los ataques del gobierno.” Thomas Paine
Hace un año se publicó en este blog un artículo titulado
“En busca de los orígenes de la democracia” en el que se relataba la historia
del inicio del sistema más avanzado de distribución del poder político que se
ha alcanzado hasta fechas actuales, un sistema que ha resistido 2.500 años
parece, sin duda, que ofrece un avalado éxito.
Sin embargo, durante estos 25 siglos de existencia, el
poder ha tratado de socavar en todas sus formas la bondad del proceso
democrático, creando arteras estrategias y artificios que impidan que el pueblo
pueda decidir realmente quienes van a gobernarle. Con la llegada de las nuevas
tecnologías de la sociedad de la información y la comunicación, la brecha entre
gobernantes y gobernados se ha seguido acrecentando hasta alcanzar una
situación de desconfianza de los gobernados en los gobernantes.
George Santayana nos advirtió sobre una extraordinaria
paradoja en la conocida frase: la democracia es el gobierno del pueblo por el
pueblo y para el pueblo, pues si bien ese era el pensamiento que invitaba a los
votantes a elegir sus representantes políticos en las urnas, en el caso de los
elegidos lo de “por el pueblo y para el pueblo”, siempre se les acababa
olvidando, convirtiendo la democracia en un singular despotismo, cambiando
entonces la frase a: “la democracia es el gobierno del pueblo (sin el pueblo y
a veces, contra el pueblo).
Gustavo Bueno nos ha hablado, por su parte, del
fundamentalismo democrático, por el que aquel partido o facción que alcanza una
mayoría absoluta decide lo que bien le parece, convirtiendo asímismo la
democracia en otra forma de despotismo, que alcanza condición de totalitarismo.
No sólo se controla el poder político (legislativo, ejecutivo), sino el
económico, mediático, judicial, social, pues todos los recursos de los que
dispone la formación política gobernante se utilizan en su propio interés y
beneficio, también han acabado desde el poder con todos los contrapoderes que
podrían regular sus acciones ilegítimas. Este fenómeno ha ocurrido durante
décadas con el PRI mexicano, pero también con el PSOE o el PP en España.
La democracia, que en sus fundamentos y esencia sigue
siendo el menos malo de los métodos para formar gobiernos, requiere en pleno
siglo XXI una revisión porque se está comprobando, que debido a las injerencias
antidemocráticas de las formaciones políticas, cada día se va transformando más
en un mito que en una realidad, por la que los votantes creen que eligen a
quienes les gobiernan, cuando en realidad sancionan con su voto el engaño de
aquellos que van cerrando sus posibilidades de elección desde las cúpulas de
los partidos. De esta forma, los elegidos ya no son tributarios de sus
electores, algo que se ha quedado en un mero trámite formal, sino de aquellos
que les han designado para ocupar un puesto en las listas.
La democracia requiere una revisión en sus
planteamientos, precisamente hoy que la comunicación puede resultar abierta y
prácticamente gratuita. Un gobierno no puede tomarse el apoyo de los ciudadanos
como una delegación pasiva en la que los ciudadanos dejan de ser representados
para ser gobernados, de esta forma los gobiernos acaban representándose a sí
mismos y nada más. Este sistema parece más una aristocracia electiva, como la
behetría, antigua institución española que permitía a los siervos elegir amos.
Para resolver esta coyuntura se requiere de forma
inmediata un diálogo abierto entre gobernados y gobernantes, entre todos los
ciudadanos, pues todos los artefactos de la democracia, urdidos desde el poder,
se terminan convirtiendo en fuente de fraude y corrupción, de agresión y
violencia moral contra los ciudadanos, condenados desde que acuden a las urnas
a dar por bueno un sistema que les impone su voluntad, sin dar explicación
alguna de las imposiciones. Por mucho que se empeñen desde el poder los partidos doctrinarios, la democracia no puede ser la doctrina que les permita acaudalar riqueza y poder, sino la que precisamente se lo impida.
Cada día que pasa va siendo más necesario darle un vuelco a la farsa representativa, porque la democracia no consiste en politizar a los ciudadanos, sino en civilizar a los políticos para que no se propasen con un poder que ha sido conferido por los ciudadanos, y para ello es necesario establecer alguna forma de limitación legal a su poder, una vez que han sobrepasado todos los dinteles de inmoralidad.
Soy de los que siguen pensando que la democracia sólo
puede existir en un clima de libertad e igualdad, entre electores y elegibles,
en una ética de la responsabilidad, y en un ambiente de transparencia y reflexión.
Por mi parte pienso que sólo hay un régimen político que permite la democracia
y no es otro que el régimen liberal con una independencia absoluta del poder judicial, en el que todas las opciones pueden
representarse siempre que cumplan las reglas y no dejen de cumplirlas, por supuesto en un sistema económico capitalista abierto y no intervenido por
el Estado en elguna forma de burocratización colectivista, porque el Estado es poder y el poder, en todas sus formas, siempre
ha sido el principal enemigo de la democracia, a la que considera un estorbo. Como dijo Karl Marx, no es el Estado el que debe educar al pueblo, sino el pueblo al Estado, no puede existir democracia si ocurre lo contrario, como es el caso de España.
Enrique Suárez