Cuando Oswald Spengler publicó su obra magna entre los años
1918 y 1923, sobre la evolución de las culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, estableció como conclusión
que el final de la cultura occidental, tal como se la conocía, estaba próximo.
La Primera Guerra Mundial había concluido y en Rusia se había cambiado de
régimen un año antes, tras la Revolución de Octubre Posteriormente aconteció la
Segunda Guerra Mundial y como
consecuencia la política de bloques, el bloque occidental y el bloque soviético
dividieron Europa. En 1989, con la caída del Muro de Berlín, también sucumbió
el Telón de Acero y algunos países de la Europa del Este, que habían
pertenecido al imperio ruso, cambiaron de bando, uniéndose a la Unión Europea.
Los países que formaban Yugoeslavia están en proceso de integración y Ucrania
está en guerra desde hace unos meses por querer su integración en la zona
occidental del país, aunque no así en la oriental. También ha pedido su
integración Turquía.
Si desde los aspectos, político, territorial, tecnológico se
puede decir que Occidente se encuentra en franca expansión, hay que decir
también que desde los aspectos económicos, sociales y culturales está en franca
recesión y decadencia.
Cómo se muestra en el mapa de Datos Macro que se ofrece al
inicio del artículo y que muestra el elevado endeudamiento de las naciones del
llamado primer mundo, pues más del 90 % de la deuda pública mundial se origina
en los países occidentales –incluyendo Japón-, mientras que los países acreedores
posiblemente sean Rusia, China y algunos países musulmanes, que son los que menos
deuda pública acumulan, junto con algunas grandes corporaciones internacionales
más difíciles de identificar.
Hace algunos años se denunció que la globalización no era un buen negocio para Occidente, abrir el mercado mundial a 3.000 millones de
personas que producen mucho más de lo que consumen, para que otros consuman
mucho más de lo que producen, nos lleva con el paso del tiempo al
endeudamiento, que ahora se trata de sofocar la austeridad y las restricciones
crediticias. Pero también nos ha llevado a la deslocalización de la mayoría de
grandes multinacionales occidentales que hoy producen en lejanos países a
precios competitivos, pero habiendo creado en muchos países occidentales
elevadas bolsas de paro, déficit, deuda, una parsimoniosa decadencia y a una reducción de consumo que se está
observando con la deflación rampante que eleva su sombra sobre las economías
occidentales. En algunos países del sur de Europa está ocasionando un auténtico
estrago social y económico.
La salida liberal de la crisis
España, sirva de ejemplo, ha devaluado las condiciones
vitales de sus ciudadanos de forma extravagante, no sólo con una de las tasas
de paro más elevada del mundo, sino con un estrangulamiento paulatino de
aquellos que tienen la fortuna de conservar su trabajo, que hoy trabajan mucho
más para cobrar menos de lo que cobraban hace siete años en relación a lo que
cobran en otros países. Grecia, Portugal, Italia e Irlanda, junto con otros
países del extinto Telón de Acero, también están pagando los platos rotos de la
globalización.
Los recientes acuerdos económicos establecidos entre China y Rusia, con la adhesión de Kazajistan o Bielorusia van camino de crear una comunidad económica,
que competirá sin duda con los países occidentales. La respuesta de Rusia ante
las sanciones de la UE por su apoyo a las milicias del Este ucraniano no se ha
hecho esperar. Sin ser una cifra importante, 600 millones de euros, es una
advertencia de que los intercambios comerciales entre Rusia y la UE pueden reducirse. El choque de civilizaciones anunciado por Samuel Huntington, se ha convertido en realidad en un choque de intereses.
Los países occidentales están obligados a dar un salto cualitativo
y evolutivo en sus estructuras sociales, económicas y políticas, pero también
en sus condiciones tecnológicas y culturales. Si Occidente dispone todavía de
una ventaja comparativa con respecto al resto del mundo, es sin duda el capital
humano, las ventajas materiales se han ido reduciendo y los diferenciales en rentas
también, pero las estructuras políticas, habitualmente conservadoras, están
impidiendo el desarrollo occidental.
La mentalidad de los europeos se ha ido transformando durante
los últimos años, desde la iniciativa y liderazgo en la creación de riqueza,
hasta el mantenimiento del estatus alcanzado, lo que posiblemente traiga en los
próximos años una regresión y una pérdida de bienestar, gracias a que los
Estados que conforman los países occidentales han ido adquiriendo más deuda de
la que pueden asimilar. El ejemplo de Japón que presenta la segunda deuda más
elevada del mundo y lleva 25 años de recesión y deflación debería hacernos
reflexionar. Occidente sólo tiene una oportunidad para salir de la decadencia a
la que está abocada y no es otra más que la de poner en acción el capital
humano con el que cuenta en un ámbito económico atractivo y políticamente poco
intervenido, con una reducción de los gastos públicos considerable.
El problema de Occidente actualmente ya no es de índole
económica, pues los créditos están asequibles, sino de crisis de creatividad
para hacer lo que siempre hizo, superar los estados anteriores. El mayor
problema al que se enfrentan los países que viven en el ámbito occidental es
precisamente el capitalismo por su condición deudora con las grandes economías
no occidentales, y los problemas del capitalismo se resuelven con más capitalismo,
no reduciendo las oportunidades y creando dificultades para que los ciudadanos
de los países occidentales hagan lo que siempre han hecho y les ha ido
suficientemente bien a lo largo de la historia, para tener la mayor población
del planeta que disfruta de las mejores condiciones vitales, cualquier veleidad
providencial acometida por las naciones occidentales terminará siendo un pesado
lastre que no se podrá asumir.
Occidente sólo tiene una salida para superar su crisis, que
no es otra que recurrir a las iniciativas liberales que relancen la economía,
la creatividad y la competencia. El camino de servidumbre de Hayek sólo nos
puede conducir al infierno, y los adversarios de la primacía occidental están
dispuestos a ayudarnos a que lo consigamos cuanto antes.
Enrique Suárez