La asociación del pacifismo con las ideologías políticas de izquierda, herederas del marxismo, es sin duda la falacia más fecunda y mejor contada de la historia humana. La difusión de este equívoco por los aparatos de propaganda socialista, ha venido disfrazando al lobo político con piel de cordero social desde la conclusión de la segunda guerra mundial.
La historia refuta que el socialismo pretende la paz, más bien nos muestra lo contrario: el socialismo, en sus formas iniciales, ha provocado más violencia en nuestro planeta que ninguna otra ideología pasada o presente, por que al contrario que las demás, el socialismo no utiliza la violencia exclusivamente en tiempos de guerra, sino que se organiza en su abuso, también en tiempos de paz. No en vano, el marxismo es una ideología que bendice el uso de la violencia, tanto para acceder al poder, como para mantenerse en él y no abandonarlo más que a la fuerza, de los votos o de las armas. Los ejemplos de China o Cuba están presentes.
Sólo las ideologías totalitarias consideran la exterminación de los contrarios como un triunfo, y el socialismo es una de ellas, junto con el nazismo, y el islamismo. La socialdemocracia, al menos en nuestro país, solo es un socialismo más refinado, que enmascara la violencia en la búsqueda del bienestar común, por medio de sutiles mecanismos que sustituyen la fuerza por la opresión.
Por qué la violencia es inherente al socialismo en todas sus formas, tanto en las más sangrientas, de la escuela de Stalin o Mao Tse Tung, como en las más sutiles de la academia castrista de perpetuación en el poder, de la que Hugo Chávez y Rodríguez Zapatero son aprendices.
La violencia es consecuente con el socialismo, por medio del materialismo, sacrificando lo mejor de los seres humanos para extraer exclusivamente lo que le resulta útil, asfixia lo esencial para extraer lo sustancial. Destruye la integridad del ser humano, para convertirlo en herramienta al servicio de una idea. Como todo sectarismo, desprecia la individualidad y la libertad, lo único y diferente, y sólo le interesa lo común.
El socialismo despoja al ser humano de su identidad o identidades, de su condición de ciudadano libre, de sus principios, valores y creencias para convertirlo en un esclavo mental de su propaganda. Bajo la tiranía encubierta del socialismo, los ciudadanos pierden su libertad, dejan de ser sujetos diferenciados, para convertirse en una masa informe y amorfa de gente, que se reclasifica y reidentifica con el criterio correspondiente a la necesidad del Estado, y no a las necesidades del ciudadano. El socialismo no trata con seres humanos si no los uniforma previamente en contribuyentes, consumidores, usuarios, clientes, o votantes. El socialismo disuelve a los seres humanos tras exprimirlos para hacer un zumo social.
El socialismo se opone a la autodeterminación en libertad del ser humano, por eso nunca habla de libertades y siempre lo hace de derechos. El derecho a decidir, por ejemplo, en el que llevan los nacionalistas atrapados toda su vida escuchando las sirenas de la igualdad, por qué tener un derecho no implica disponer de la libertad de ejercerlo. El derecho a un trabajo o una vivienda, no implica que se pueda acceder a trabajar o a tener una casa propia. El derecho a la educación o la salud, tampoco exige que se vaya a recibir la necesaria, sino que “debería” recibirse.
El concepto de justicia que maneja el socialismo es singular, porque para el socialismo no existe otra justicia que no sea social, por eso el ser humano deja de ser sujeto de derechos para convertirse en referente de políticas. No importa perjudicar a uno, aunque sea haciendo una injusticia, si así se consigue beneficiar a dos. ¿Puede haber mayor injusticia que la de la parcialidad interesada?.
La administración de la justicia es un arma política en manos del socialismo, por eso tratan por todos los medios de ocupar los órganos del poder jurídico, desde el CGPJ hasta el Tribunal Constitucional. Los socialistas no desconocen que su concepto de justicia, exclusivamente social, contraviene y se contrapone al sistema legislativo existente, y a un criterio de imparcialidad y equidad, pero no les importa, por eso han llegado a implantar en nuestra cultura y nuestros códigos legislativos, principios tan infames como la paridad o la discriminación de género, leyes sectarias inadmisibles en una democracia, que promueven un determinado modelo de sociedad, y que no se acomodan a la realidad existente. El uso que se está haciendo de la ley de violencia de género, por ejemplo, es una bomba contra las relaciones de pareja y la formación de familias, contra la cultura en la que se asienta nuestra sociedad. La violencia de género, ha instalado en nuestra sociedad, la violencia entre hombres y mujeres como criterio de relación, destacándolo sobre cualquier otro.
El socialismo, y en este caso el español es ejemplar, comete un grave error en la estrategia de su camuflaje al ocuparse antes de cómo alcanzar la muerte que de cómo mantener la vida, ¿puede haber mayor violencia?. Cierto es que el socialismo, en su versión más ecologista, ha convertido a los primates en seres humanos, pero en realidad su pretensión es la contraria, la de convertir a los seres humanos en póngidos.
La violencia socialista es enorme, pero se hace discreta y sinuosa en el discurso, al tiempo que trata de amortajar al ser humano en la bandera blanca de todas sus rendiciones, mientras promueve su redención. El reciente discurso de Rodríguez Zapatero en la ONU solicitando una moratoria mundial para la pena de muerte, es un acto de propaganda que ha pasado desapercibido, y sin embargo, el socialismo español promueve la ampliación de la legislación en los temas del aborto, la eutanasia, y el suicidio asistido, al tiempo que bajo su gobierno nuestro país se ha convertido en el octavo exportador de armas mundial, especialmente a los países menos democráticos y más pobres, en un alarde notorio de hipocresía.
Las contradicciones del socialismo resultan habitualmente insoportables por alguien que no sea analfabeto, por ejemplo su promoción de creencias alternativas al cristianismo, exclusivamente para reducir la influencia de la iglesia en la sociedad. El socialismo arrasa con las tradiciones culturales españolas, y además las criminaliza, como hace con la tauromaquia, con tal de imponer su doctrina en la sociedad.
El socialismo construye la sociedad a su manera, por eso no es democrático, implanta su modelo por decreto, no por necesidad, se autoperpetúa en su recreación. La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, avalada exclusivamente por ilustres socialistas, es un claro ejemplo de sus pretensiones, que promueven una nueva escala de valores, los suyos, contra los realmente existentes. En vez de ocuparse de que todos los españoles puedan aprender el idioma de su nación, se ocupan de concederle a su versión particular de la memoria histórica, el rango de verdad absoluta, un auténtico dogma.
El socialismo es nocivo para la sociedad, para cualquier sociedad, sea subdesarrollada o avanzada, entraña excesiva violencia, como la que se opuso a la guerra de Irak, la de los sindicatos de clase cuando estaban otros gobiernos, la comprensión de los verdugos de ETA y la condena de sus víctimas. El socialismo busca la tensión permanente en las relaciones humanas y en la convivencia, crispa demasiado y acusa de crispación a quienes crispa, nos vende el humo de la paz, mientras alimenta la hoguera de la violencia genérica y general. En la lucha de todos contra todos, y no en la cooperación, obtiene sus mejores resultados. De los engaños políticos, es el más pernicioso, algo que se identifica con un puño cerrado poco tiene que ver con la paz. Alguien debía contárselo a nuestros hijos.
Publicado simultáneamente en Argenlibre
Enrique Suárez Retuerta
La historia refuta que el socialismo pretende la paz, más bien nos muestra lo contrario: el socialismo, en sus formas iniciales, ha provocado más violencia en nuestro planeta que ninguna otra ideología pasada o presente, por que al contrario que las demás, el socialismo no utiliza la violencia exclusivamente en tiempos de guerra, sino que se organiza en su abuso, también en tiempos de paz. No en vano, el marxismo es una ideología que bendice el uso de la violencia, tanto para acceder al poder, como para mantenerse en él y no abandonarlo más que a la fuerza, de los votos o de las armas. Los ejemplos de China o Cuba están presentes.
Sólo las ideologías totalitarias consideran la exterminación de los contrarios como un triunfo, y el socialismo es una de ellas, junto con el nazismo, y el islamismo. La socialdemocracia, al menos en nuestro país, solo es un socialismo más refinado, que enmascara la violencia en la búsqueda del bienestar común, por medio de sutiles mecanismos que sustituyen la fuerza por la opresión.
Por qué la violencia es inherente al socialismo en todas sus formas, tanto en las más sangrientas, de la escuela de Stalin o Mao Tse Tung, como en las más sutiles de la academia castrista de perpetuación en el poder, de la que Hugo Chávez y Rodríguez Zapatero son aprendices.
La violencia es consecuente con el socialismo, por medio del materialismo, sacrificando lo mejor de los seres humanos para extraer exclusivamente lo que le resulta útil, asfixia lo esencial para extraer lo sustancial. Destruye la integridad del ser humano, para convertirlo en herramienta al servicio de una idea. Como todo sectarismo, desprecia la individualidad y la libertad, lo único y diferente, y sólo le interesa lo común.
El socialismo despoja al ser humano de su identidad o identidades, de su condición de ciudadano libre, de sus principios, valores y creencias para convertirlo en un esclavo mental de su propaganda. Bajo la tiranía encubierta del socialismo, los ciudadanos pierden su libertad, dejan de ser sujetos diferenciados, para convertirse en una masa informe y amorfa de gente, que se reclasifica y reidentifica con el criterio correspondiente a la necesidad del Estado, y no a las necesidades del ciudadano. El socialismo no trata con seres humanos si no los uniforma previamente en contribuyentes, consumidores, usuarios, clientes, o votantes. El socialismo disuelve a los seres humanos tras exprimirlos para hacer un zumo social.
El socialismo se opone a la autodeterminación en libertad del ser humano, por eso nunca habla de libertades y siempre lo hace de derechos. El derecho a decidir, por ejemplo, en el que llevan los nacionalistas atrapados toda su vida escuchando las sirenas de la igualdad, por qué tener un derecho no implica disponer de la libertad de ejercerlo. El derecho a un trabajo o una vivienda, no implica que se pueda acceder a trabajar o a tener una casa propia. El derecho a la educación o la salud, tampoco exige que se vaya a recibir la necesaria, sino que “debería” recibirse.
El concepto de justicia que maneja el socialismo es singular, porque para el socialismo no existe otra justicia que no sea social, por eso el ser humano deja de ser sujeto de derechos para convertirse en referente de políticas. No importa perjudicar a uno, aunque sea haciendo una injusticia, si así se consigue beneficiar a dos. ¿Puede haber mayor injusticia que la de la parcialidad interesada?.
La administración de la justicia es un arma política en manos del socialismo, por eso tratan por todos los medios de ocupar los órganos del poder jurídico, desde el CGPJ hasta el Tribunal Constitucional. Los socialistas no desconocen que su concepto de justicia, exclusivamente social, contraviene y se contrapone al sistema legislativo existente, y a un criterio de imparcialidad y equidad, pero no les importa, por eso han llegado a implantar en nuestra cultura y nuestros códigos legislativos, principios tan infames como la paridad o la discriminación de género, leyes sectarias inadmisibles en una democracia, que promueven un determinado modelo de sociedad, y que no se acomodan a la realidad existente. El uso que se está haciendo de la ley de violencia de género, por ejemplo, es una bomba contra las relaciones de pareja y la formación de familias, contra la cultura en la que se asienta nuestra sociedad. La violencia de género, ha instalado en nuestra sociedad, la violencia entre hombres y mujeres como criterio de relación, destacándolo sobre cualquier otro.
El socialismo, y en este caso el español es ejemplar, comete un grave error en la estrategia de su camuflaje al ocuparse antes de cómo alcanzar la muerte que de cómo mantener la vida, ¿puede haber mayor violencia?. Cierto es que el socialismo, en su versión más ecologista, ha convertido a los primates en seres humanos, pero en realidad su pretensión es la contraria, la de convertir a los seres humanos en póngidos.
La violencia socialista es enorme, pero se hace discreta y sinuosa en el discurso, al tiempo que trata de amortajar al ser humano en la bandera blanca de todas sus rendiciones, mientras promueve su redención. El reciente discurso de Rodríguez Zapatero en la ONU solicitando una moratoria mundial para la pena de muerte, es un acto de propaganda que ha pasado desapercibido, y sin embargo, el socialismo español promueve la ampliación de la legislación en los temas del aborto, la eutanasia, y el suicidio asistido, al tiempo que bajo su gobierno nuestro país se ha convertido en el octavo exportador de armas mundial, especialmente a los países menos democráticos y más pobres, en un alarde notorio de hipocresía.
Las contradicciones del socialismo resultan habitualmente insoportables por alguien que no sea analfabeto, por ejemplo su promoción de creencias alternativas al cristianismo, exclusivamente para reducir la influencia de la iglesia en la sociedad. El socialismo arrasa con las tradiciones culturales españolas, y además las criminaliza, como hace con la tauromaquia, con tal de imponer su doctrina en la sociedad.
El socialismo construye la sociedad a su manera, por eso no es democrático, implanta su modelo por decreto, no por necesidad, se autoperpetúa en su recreación. La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, avalada exclusivamente por ilustres socialistas, es un claro ejemplo de sus pretensiones, que promueven una nueva escala de valores, los suyos, contra los realmente existentes. En vez de ocuparse de que todos los españoles puedan aprender el idioma de su nación, se ocupan de concederle a su versión particular de la memoria histórica, el rango de verdad absoluta, un auténtico dogma.
El socialismo es nocivo para la sociedad, para cualquier sociedad, sea subdesarrollada o avanzada, entraña excesiva violencia, como la que se opuso a la guerra de Irak, la de los sindicatos de clase cuando estaban otros gobiernos, la comprensión de los verdugos de ETA y la condena de sus víctimas. El socialismo busca la tensión permanente en las relaciones humanas y en la convivencia, crispa demasiado y acusa de crispación a quienes crispa, nos vende el humo de la paz, mientras alimenta la hoguera de la violencia genérica y general. En la lucha de todos contra todos, y no en la cooperación, obtiene sus mejores resultados. De los engaños políticos, es el más pernicioso, algo que se identifica con un puño cerrado poco tiene que ver con la paz. Alguien debía contárselo a nuestros hijos.
Publicado simultáneamente en Argenlibre
Enrique Suárez Retuerta