Es improbable, aunque no imposible, que algún día la sociología se llegue a liberar de los planteamientos políticos que la tutelan. Habrá que tener paciencia. Sin embargo, lo que es más complicado aún es que la sociedad llegue a liberarse de la política. ¿Alguien se puede imaginar una sociedad sin política?.
En esa utópica sociedad, los objetivos serían conseguir el mayor bienestar posible para la mayoría de los ciudadanos, y esto sólo se puede realizar desde la justicia.
Nunca he llegado a comprender muy bien qué es eso de la “justicia social”, quizás porque resulta extraño entender una justicia que sea buena para los individuos y mala para la sociedad, aunque a la vista de los ejemplos históricos, la operación inversa, la de construir una justicia social, a pesar de perjudicar a los individuos en el proceso, sí se ha hecho y se hace, con profesión y profusión, tanto en los regímenes absolutistas como en los democráticos.
Los que nos dicen que la justicia social es realizar una redistribución de la riqueza, porque el origen de los humanos no es el mismo, y unos nacen con privilegios y otros desposeídos, no nos dicen toda la verdad. La justicia debe encargarse de que un Estado pueda ofrecer a sus ciudadanos las mismas posibilidades para acceder a la mejor formación posible que puedan recibir y aprovechar, y posteriormente para acceder en igualdad de condiciones a la vida laboral y a los servicios públicos. Esto es el núcleo de un Estado del Bienestar.
Ahora bien, no entiendo como justicia social, que algunos aprovechados, desde las circunstancias que han elegido libremente, requieran en nombre de “la santa igualdad”, acceder a los privilegios que disfrutan otros que han dejado buena parte de sus vidas en lograr mejorar cada día un poco más. Esto más bien es una injusticia social, que cuestiona toda la estructura del Estado del Bienestar.
Pero si además, desde el parasitismo más vehemente, estos ejemplares de sanguijuela se dedican a promover conflictos, presentar dificultades, desestabilizar a los demás, desviar el progreso, boicotear los objetivos comunes, por simple egoísmo, para señalar la “injusticia social” que con ellos se está cometiendo, incluso convirtiéndose en “legítimos herederos” de la inequidad histórica, entonces podemos decir sin temor a equivocarnos que nos están tomando el pelo.
Los partidos de izquierda en este país se han dedicado a lo largo de toda la transición democrática a defender fundamentalmente a su clientela electoral, al paso que sus representantes políticos defendían sus intereses personales. Las organizaciones sindicales de clase han hecho lo mismo, en numerosas ocasiones han intentado bloquear el proceso político racional, para demostrar su poder.
Los partidos de la derecha, han derivado hacia el presente como han podido, desde su noqueo histórico, porque no han sabido desanclarse del franquismo, la propiedad y la religión. No han logrado establecer un discurso homogéneo y consecuente, más allá de consignas nostálgicas y trasnochadas. No han sabido hacer frente a la izquierda y detener el conflicto, que ha sido el motor del socialismo en España, y así nos va.
Mientras los políticos de derechas no acaben de comprender que la izquierda rentabiliza el conflicto político y social, y necesita mantenerlo vivo permanentemente para obtener su propia supervivencia; en este país seguirán ocurriendo las cosas que ocurren, que son una síntesis dialéctica entre el caos y la nada.
Hay mucha maldad en la propuesta de Zapatero, de tender una mano a Rajoy para ir juntos hacia la cooperación, desde la conciencia de que el conflicto permanente, de todos contra todos, es el caldo de cultivo que más le favorece para triunfar en las próximas elecciones.
En España, el conflicto se organiza, administra y dosifica desde el gobierno, sea con la cuestión del terrorismo islámico o de ETA, con la vivienda, con la violencia de género, con las leyes represivas del consumo, con la memoria histórica, con la presencia internacional, con el uso y abuso del poder, con el proteccionismo y el nepotismo, con la insensibilidad a la corrupción, o con la captación de inmigrantes sin implementar nuevos servicios, con las concesiones nacionalistas. Todo está organizado en un programa de diseño, algo que emula a una conspiración desde el poder.
Alguien tendrá que decirlo de una vez, el único conflicto que tiene España es un presidente llamado José Luis Rodríguez Zapatero, atrincherado en la posesión de evidentes verdades que esgrime como lanzas contra las “mentiras” de los demás. Al tiempo que va soltando gas hipnótico para convencer a la ciudadanía de su bondad, mientras horada lo existente con explosiones controladas, con el único objetivo de mantenerse en el poder a cualquier precio.
Espabile señor Rajoy, ciudadanos despierten, si hasta su nombre lo indica. Según el diccionario de la RAE, trabajo de Zapa es: el que se hace oculta y solapadamente para conseguir algún fin y tero: es la denominación en el Nuevo Mundo de los chorlos, chorlitejos, chorlitos y avefrías, ese astuto grupo de aves que construyen el nido en un lugar y gritan en otro.
Reúnanse ambos términos y obtendremos el nombre de nuestro primer mandatario electo: Zapatero, el inocente pajarillo que llena de guano nuestras vidas.
Erasmo de Salinas
En esa utópica sociedad, los objetivos serían conseguir el mayor bienestar posible para la mayoría de los ciudadanos, y esto sólo se puede realizar desde la justicia.
Nunca he llegado a comprender muy bien qué es eso de la “justicia social”, quizás porque resulta extraño entender una justicia que sea buena para los individuos y mala para la sociedad, aunque a la vista de los ejemplos históricos, la operación inversa, la de construir una justicia social, a pesar de perjudicar a los individuos en el proceso, sí se ha hecho y se hace, con profesión y profusión, tanto en los regímenes absolutistas como en los democráticos.
Los que nos dicen que la justicia social es realizar una redistribución de la riqueza, porque el origen de los humanos no es el mismo, y unos nacen con privilegios y otros desposeídos, no nos dicen toda la verdad. La justicia debe encargarse de que un Estado pueda ofrecer a sus ciudadanos las mismas posibilidades para acceder a la mejor formación posible que puedan recibir y aprovechar, y posteriormente para acceder en igualdad de condiciones a la vida laboral y a los servicios públicos. Esto es el núcleo de un Estado del Bienestar.
Ahora bien, no entiendo como justicia social, que algunos aprovechados, desde las circunstancias que han elegido libremente, requieran en nombre de “la santa igualdad”, acceder a los privilegios que disfrutan otros que han dejado buena parte de sus vidas en lograr mejorar cada día un poco más. Esto más bien es una injusticia social, que cuestiona toda la estructura del Estado del Bienestar.
Pero si además, desde el parasitismo más vehemente, estos ejemplares de sanguijuela se dedican a promover conflictos, presentar dificultades, desestabilizar a los demás, desviar el progreso, boicotear los objetivos comunes, por simple egoísmo, para señalar la “injusticia social” que con ellos se está cometiendo, incluso convirtiéndose en “legítimos herederos” de la inequidad histórica, entonces podemos decir sin temor a equivocarnos que nos están tomando el pelo.
Los partidos de izquierda en este país se han dedicado a lo largo de toda la transición democrática a defender fundamentalmente a su clientela electoral, al paso que sus representantes políticos defendían sus intereses personales. Las organizaciones sindicales de clase han hecho lo mismo, en numerosas ocasiones han intentado bloquear el proceso político racional, para demostrar su poder.
Los partidos de la derecha, han derivado hacia el presente como han podido, desde su noqueo histórico, porque no han sabido desanclarse del franquismo, la propiedad y la religión. No han logrado establecer un discurso homogéneo y consecuente, más allá de consignas nostálgicas y trasnochadas. No han sabido hacer frente a la izquierda y detener el conflicto, que ha sido el motor del socialismo en España, y así nos va.
Mientras los políticos de derechas no acaben de comprender que la izquierda rentabiliza el conflicto político y social, y necesita mantenerlo vivo permanentemente para obtener su propia supervivencia; en este país seguirán ocurriendo las cosas que ocurren, que son una síntesis dialéctica entre el caos y la nada.
Hay mucha maldad en la propuesta de Zapatero, de tender una mano a Rajoy para ir juntos hacia la cooperación, desde la conciencia de que el conflicto permanente, de todos contra todos, es el caldo de cultivo que más le favorece para triunfar en las próximas elecciones.
En España, el conflicto se organiza, administra y dosifica desde el gobierno, sea con la cuestión del terrorismo islámico o de ETA, con la vivienda, con la violencia de género, con las leyes represivas del consumo, con la memoria histórica, con la presencia internacional, con el uso y abuso del poder, con el proteccionismo y el nepotismo, con la insensibilidad a la corrupción, o con la captación de inmigrantes sin implementar nuevos servicios, con las concesiones nacionalistas. Todo está organizado en un programa de diseño, algo que emula a una conspiración desde el poder.
Alguien tendrá que decirlo de una vez, el único conflicto que tiene España es un presidente llamado José Luis Rodríguez Zapatero, atrincherado en la posesión de evidentes verdades que esgrime como lanzas contra las “mentiras” de los demás. Al tiempo que va soltando gas hipnótico para convencer a la ciudadanía de su bondad, mientras horada lo existente con explosiones controladas, con el único objetivo de mantenerse en el poder a cualquier precio.
Espabile señor Rajoy, ciudadanos despierten, si hasta su nombre lo indica. Según el diccionario de la RAE, trabajo de Zapa es: el que se hace oculta y solapadamente para conseguir algún fin y tero: es la denominación en el Nuevo Mundo de los chorlos, chorlitejos, chorlitos y avefrías, ese astuto grupo de aves que construyen el nido en un lugar y gritan en otro.
Reúnanse ambos términos y obtendremos el nombre de nuestro primer mandatario electo: Zapatero, el inocente pajarillo que llena de guano nuestras vidas.
Erasmo de Salinas