No hay que desestimar lo que estamos aprendiendo con la actual crisis holista que estamos viviendo. En primer lugar hemos confirmado que el sistema económico capitalista hace agua, pero esto no quiere decir que el socialismo sea mejor, si el primero utiliza el sistema de mercado en contra la inmensa mayoría de los ciudadanos, el segundo utiliza el Estado con el mismo propósito.
También hemos aprendido que la mayoría de gurús económicos se equivocan, y en la actualidad no hay ninguno que se haya atrevido a establecer un modelo controlado de la evolución económica que viviremos. Está claro que el sistema económico occidental atraviesa un periodo de crisis, que ha reducido el valor de las cosas porque estas no se corresponden con el precio que habían alcanzado. También vivimos una crisis social, con una perdida de puestos de trabajo extraordinariamente acelerada. Y aunque todavía no se han visto los efectos de lo que ocurrirá, si se puede estimar que hoy se está apagando el incendio de la conflictividad laboral con fondos públicos, hasta que resistan las arcas del Estado.
Estamos también viviendo una crisis política, y contemplando como la inmensa mayoría de los políticos utilizan las instituciones en función de sus intereses y beneficio, sea este económico, político o personal. No es que no lo supiéramos, pero ahora está confirmado.
Por último, estamos viviendo una crisis cultural, desde mi perspectiva la más importante, con un modelo de organización de la convivencia agotado, en el que los ciudadanos se han convertido en chivos expiatorios de las veleidades de los poderosos.
Pero toda crisis tiene su crasis, y en esta ocasión provendrá con certeza de un cambio de paradigma social, porque los ciudadanos que vivían en una acomodación excesiva al devenir de las circunstancias, ahora han visto con claridad que no pueden desentenderse de la vigilancia y control de la cosa pública. La crisis fundamental es de confianza, porque los ciudadanos están conociendo las auténticas fronteras de su libertad, absolutamente condicionada y determinada por los que controlan los hilos del poder.
Tras crisis y crasis, debe acontecer una catarsis singular, en la que la realidad sea interpretada desde las nuevas adquisiciones, posiblemente sea el preludio de un cambio profundo en el deambular colectivo por los escenarios previstos, pero sería interesante que en el proceso de depuración de responsabilidades, también se ampliara el escenario del gran teatro del mundo. Hasta hace pocos meses la mayor preocupación que teníamos los ciudadanos occidentales era si la globalización y sus consecuencias serían beneficiosas o perjudiciales a largo plazo, y lo que hemos comprobado es que la globalización es hoy prácticamente imposible, porque los intereses comunes entre las principales naciones se han ido al traste y hoy cada país trata de sacarse las castañas del fuego en el más tradicional estilo autóctono.
Así podemos contemplar que mientras en Estados Unidos se preparan casi 800.000 millones de dólares para invertirlos en el reflotamiento del sistema económico, en España se está empleando en tapar los parches de liquidez de los bancos, asegurar la seguridad social y crear empleo público provisional con unas fuerte inversiones en los ayuntamientos para procurar trabajo social, y subsistencia a 200.000 ciudadanos en el océano de 4 millones de parados, por lo que 1 de cada 20 parados (5 %) tendrán la oportunidad de regresar del paro a empleos con fecha de término improrrogable. En Reino Unido han decidido bajar impuestos, en Francia e Italia están tratando de establecer un sistema mixto entre estimulación de la economía y el soporte social de los que han perdido su trabajo. Quizás el modelo alemán, acostumbrado a su recesión de los últimos años debido a la incorporación de extinta República Democrática Alemana, sea el más ecuánime y fructífero, porque precisamente responde a las necesidades que vayan surgiendo sin establecer una planificación estricta.
De los modelos mencionados, el español es el que tiene un menor coste social a corto plazo pero posiblemente el más inútil de todos, porque en vez de atajar la crisis se ocupa de resolver sus consecuencias negativas, lo que es lo mismo que tratar los síntomas del problema pero no sus causas, lo que en realidad, de poco sirve porque es una auténtica apariencia de solución, pero no aporta ninguna vía de salida definitiva del problema, más bien lo tapa, con el interés de que no se vea demasiado, como cuando alguien barre la suciedad para ocultarla bajo la alfombra.
La consecuencia inevitable es que lo que hoy no se depure, por ejemplo la estructura laboral obsoleta, mañana tendrá que hacerse. En este hundimiento de nuestro país, el capitán ha decidido que los parados y los pensionistas primero, con tal de que le sigan votando en las próximas convocatorias electorales, y eso es una coral de marcha fúnebre.
El Estado, en manos de este Gobierno, ha tomado un crédito que no podrá pagar, por muy buenas noticias que lleguen allende el Atlántico, porque para que el efecto ola se produjera hay que estar preparado con la tabla de surf dispuesta y orientada, y no con los grilletes de un modelo fundamentado en el Estado Providencia que impedirá cualquier movimiento dinámico y audaz.
De la crisis financiera en España no saldremos hasta posiblemente el año 2012, y durante el tiempo que nos queda hasta entonces, asistiremos a auténticos dislates organizados desde la política. Pero de la crisis general, holista, que otros países aprovecharán para adaptarse, será difícil que salgamos en 30 o 40 años. Si al menos la crisis sirviera para erradicar para siempre a los inútiles, mafiosos, corruptos e incapaces de este país, no sería tan negativa, pero precisamente desde el Gobierno se está interviniendo en la dirección contraria.
Dentro de unos meses se escuchará por los altavoces del poder el “sálvese quien pueda”, y desde el Gobierno se dirá que se ha hecho todo lo humanamente posible –pero sin reconocer que se han equivocado- y la crisis y sus fantasmas, se habrán instalado en nuestro país para no abandonarlo en décadas. Entonces le echarán la culpa al cambio climático de lo sucedido y de paso alguno aprovechará para considerarlo como una prueba de la inexistencia de Dios.
Biante de Priena