En la novela “La Rebelión de Atlas” de Ayn Rand, escritora rusa de origen y americana de destino, alguien pregunta: ¿quién es John Galt?, un personaje que un día se planta y decide convocar una huelga de intelectuales y empresarios, tras la intervención institucional de emergencia que desvía definitivamente privilegios políticos, económicos y sociales hacia los que viven de la propaganda: líderes sindicales, gurús religiosos, ineptos políticos, y folclóricos "frikis" agrupados en una especie de SGAE, que pretenden repartirse la riqueza existente en la nación norteamericana, apartando a los que realmente la producen con sus cerebros y voluntades.
El pueblo, ah sí, la ciudadanía en general se desvanece en una masa amorfa en las novelas de Rand, son los desposeídos: sin poder, sin libertad, sin recursos, sometidos siempre a las decisiones no cuentan para nada en el juego del poder.
No es que Rand sea clasista, no, que va, lo que no es estúpida y considera que todos aquellos que no son capaces de emerger por sí mismos, de diferenciarse de la masa como entidades propias, como individuos genuinos, no merecen la más mínima atención. En un mundo libre, todos han tenido su oportunidad y no la han aprovechado.
Esa colección de ciudadanos que dejan pasar sus días quejándose de su mala suerte, del Gobierno, del jefe, de las circunstancias, de la historia, de la naturaleza, de su pareja, de sus hijos, de sus amigos, de sus padres, y del tráfico no merece atención alguna, pues son incapaces de quejarse de su auténtico problema: ellos mismos, que han renunciado a la libertad para vivir a la sombra de un mal trabajo y no han tenido siquiera la ambición de cambiar sus vidas, sabiendo que estas eran penosas, y esperan con la mano extendida la bondad del Estado, no cuentan, por qué forman la fuerza que permite que los aprovechados, inútiles, y vividores, detenten lo mejor, sin corresponderles en justicia.
Así pasan sus vidas, sin pena, sin gloria, sin diferenciarse del resto del rebaño que pastorean los vendedores del milagros que tantas veces les han prometido que un día las cosas cambiarán y todos estarán mejor, en este mundo o en otro. ¿Qué sería de los ocupantes del poder sin un rebaño-masa de gente sin criterio, sometida, y sin fuerza para levantarse contra los que les oprimen?. Pues que posiblemente dejarían de existir, tanto los siervos, como los amos.
John Galt se toma la justicia por su mano, y como un Don Quijote de los negocios en pos de su admirada Dulcinea (Dagny Taggart), emprende la búsqueda de la isla de utopía, que no espera encontrar, sino construirla con sus manos y con la ayuda de otros. En ese lugar no hay diferencias, porque todos darán lo mejor de sí mismos, y no habrá nadie que se beneficie de los demás. Es un mundo sin verdugos, pero también sin víctimas, porque la ética que impera es la de la responsabilidad de cada uno, cada uno hace lo que debe hacer y no espera que se lo hagan los demás.
Lamentablemente, en España nos han hurtado a Ayn Rand las editoriales socialdemócratas y franquistas, curiosamente la única edición asequible de “La Rebelión de Atlas”, novela-ensayo-propuesta de esta autora, está hecha en Argentina y cuesta 40 euros, aunque su volumen, más de 1100 páginas merece la pena el esfuerzo económico y temporal, aún en época de crisis.
Las teorías políticas, económicas y sociales de Ayn Rand tienen futuro, se conoce como “objetivismo” su propuesta ideológica, su objetivismo que muchos han definido como una opción libertaria (“libertarian”) que propone una minarquía, un gobierno sin pretensiones de representación más allá de las imprescindibles, con un Estado limitado y una libertad ilimitada, siempre que no sobrepase los límites de la justicia convencional. Ciertamente hace del darwinismo social un método, y seguro que a algunos espíritus sensibles les apesta, mientras miran con simpatía la evolución del régimen cubano. Pero así están las cosas, estamos en manos de los que aplauden a un tirano simpático y bonachón como Hugo Chávez.
Quizás las propuestas de Ayn Rand, sean un guión adecuado para tiempos de crisis. La autora que huyó de Rusia para vivir en libertad en los Estados Unidos, predijo en los años sesenta la caída del régimen soviético – fundamentalmente por el exceso de burocratización y corrupción - y no se equivocó.
Estoy seguro de que Ayn Rand no aprobaría las medidas tomadas por Occidente para salvar el sistema financiero, porque si algo como los bancos o las cajas de ahorros, no funcionan con todos los recursos que manejan, es que no sirven al propósito para el que se ofrecen.
Claro, comparándolo con la política realmente existente, no se puede decir nada, por qué en vez de proteger a los ciudadanos de la debacle con una intervención oportuna y preventiva, lo que están haciendo es inyectar más recursos de todos, a la trituradora de la que se benefician los advenedizos bien colocados, entre los que por supuesto se cuentan muchos de los políticos que dirigen y limitan el curso de nuestras vidas, y ni siquiera se han leído: ¿Que es el capitalismo?, ellos lo practican de natural.
Y vuelvo a preguntar, ¿dónde está John Galt?, ¿alguien lo sabe?, ¿por qué no sale en la tele?.
Biante de Priena
El pueblo, ah sí, la ciudadanía en general se desvanece en una masa amorfa en las novelas de Rand, son los desposeídos: sin poder, sin libertad, sin recursos, sometidos siempre a las decisiones no cuentan para nada en el juego del poder.
No es que Rand sea clasista, no, que va, lo que no es estúpida y considera que todos aquellos que no son capaces de emerger por sí mismos, de diferenciarse de la masa como entidades propias, como individuos genuinos, no merecen la más mínima atención. En un mundo libre, todos han tenido su oportunidad y no la han aprovechado.
Esa colección de ciudadanos que dejan pasar sus días quejándose de su mala suerte, del Gobierno, del jefe, de las circunstancias, de la historia, de la naturaleza, de su pareja, de sus hijos, de sus amigos, de sus padres, y del tráfico no merece atención alguna, pues son incapaces de quejarse de su auténtico problema: ellos mismos, que han renunciado a la libertad para vivir a la sombra de un mal trabajo y no han tenido siquiera la ambición de cambiar sus vidas, sabiendo que estas eran penosas, y esperan con la mano extendida la bondad del Estado, no cuentan, por qué forman la fuerza que permite que los aprovechados, inútiles, y vividores, detenten lo mejor, sin corresponderles en justicia.
Así pasan sus vidas, sin pena, sin gloria, sin diferenciarse del resto del rebaño que pastorean los vendedores del milagros que tantas veces les han prometido que un día las cosas cambiarán y todos estarán mejor, en este mundo o en otro. ¿Qué sería de los ocupantes del poder sin un rebaño-masa de gente sin criterio, sometida, y sin fuerza para levantarse contra los que les oprimen?. Pues que posiblemente dejarían de existir, tanto los siervos, como los amos.
John Galt se toma la justicia por su mano, y como un Don Quijote de los negocios en pos de su admirada Dulcinea (Dagny Taggart), emprende la búsqueda de la isla de utopía, que no espera encontrar, sino construirla con sus manos y con la ayuda de otros. En ese lugar no hay diferencias, porque todos darán lo mejor de sí mismos, y no habrá nadie que se beneficie de los demás. Es un mundo sin verdugos, pero también sin víctimas, porque la ética que impera es la de la responsabilidad de cada uno, cada uno hace lo que debe hacer y no espera que se lo hagan los demás.
Lamentablemente, en España nos han hurtado a Ayn Rand las editoriales socialdemócratas y franquistas, curiosamente la única edición asequible de “La Rebelión de Atlas”, novela-ensayo-propuesta de esta autora, está hecha en Argentina y cuesta 40 euros, aunque su volumen, más de 1100 páginas merece la pena el esfuerzo económico y temporal, aún en época de crisis.
Las teorías políticas, económicas y sociales de Ayn Rand tienen futuro, se conoce como “objetivismo” su propuesta ideológica, su objetivismo que muchos han definido como una opción libertaria (“libertarian”) que propone una minarquía, un gobierno sin pretensiones de representación más allá de las imprescindibles, con un Estado limitado y una libertad ilimitada, siempre que no sobrepase los límites de la justicia convencional. Ciertamente hace del darwinismo social un método, y seguro que a algunos espíritus sensibles les apesta, mientras miran con simpatía la evolución del régimen cubano. Pero así están las cosas, estamos en manos de los que aplauden a un tirano simpático y bonachón como Hugo Chávez.
Quizás las propuestas de Ayn Rand, sean un guión adecuado para tiempos de crisis. La autora que huyó de Rusia para vivir en libertad en los Estados Unidos, predijo en los años sesenta la caída del régimen soviético – fundamentalmente por el exceso de burocratización y corrupción - y no se equivocó.
Estoy seguro de que Ayn Rand no aprobaría las medidas tomadas por Occidente para salvar el sistema financiero, porque si algo como los bancos o las cajas de ahorros, no funcionan con todos los recursos que manejan, es que no sirven al propósito para el que se ofrecen.
Claro, comparándolo con la política realmente existente, no se puede decir nada, por qué en vez de proteger a los ciudadanos de la debacle con una intervención oportuna y preventiva, lo que están haciendo es inyectar más recursos de todos, a la trituradora de la que se benefician los advenedizos bien colocados, entre los que por supuesto se cuentan muchos de los políticos que dirigen y limitan el curso de nuestras vidas, y ni siquiera se han leído: ¿Que es el capitalismo?, ellos lo practican de natural.
Y vuelvo a preguntar, ¿dónde está John Galt?, ¿alguien lo sabe?, ¿por qué no sale en la tele?.
Biante de Priena