"Quizá la obra educativa que más urge en el mundo sea la de convencer a los pueblos de que sus mayores enemigos son los hombres que les prometen imposibles". Ramiro de Maeztu
Aunque parezca inverosimil hay otra España, a la que no le importa quién gobierna, si lo hace el PSOE, el PP o los nacionalistas, sino cómo se gobierna y que sus representantes públicos no la estafen y se aprovechen desde la política del poder que les ha sido conferido y no les pertenece. Hay una España apartidaria, que no se niega a sí misma y celebra los triunfos de quienes la representan bien, que no es sectaria ni facciosa, que vive en democracia, que trabaja si la dejan, que paga impuestos para financiar experimentos políticos, que no comparte delirios con los poderosos, que ama la libertad, aspira a la igualdad, defiende la pluralidad, respeta la justicia y considera la Constitución Española de 1978 como marco limitado de su vida pública y el Estado de Derecho como fortaleza de su vida privada.
Hay una España soberana que no se deja atrapar ni por unos, ni por otros, que considera que los partidos políticos españoles son prácticamente iguales, que piensa que cada partido promociona sus obsesiones particulares, a veces de forma imperativa y ninguno hace nada por promover las comunes, que el único objetivo de las formaciones políticas es colocar a sus partidarios en las instituciones que pagamos todos, porque piensan que el poder es un comodín que les permite hacer lo que les dé la gana. Posiblemente, esta sea la España mayoritaria y silenciosa, la que observa, espera y decide quien ocupa el poder y quien lo desocupa, a lo largo del tiempo, la España que comparte la desesperanza en sus representantes públicos.
Es la España que no está lastrada por las secuelas de la Guerra Civil, la que ha superado en concordia su historia pasada, reconociendo los muchos errores cometidos por sus antepasados, pero que no renuncia a ser lo que es realmente, que permanece viva y no se deja amortajar por los intereses de los políticos. Es la España que forman los españoles sin estigma del pasado, ni deudas con las promesas vacías que les ofrecen los políticos para el futuro. Es la España que cree en sí misma y no acepta lo que le cuentan los que viven del cuento.
Es la España que protestaba contra la dictadura franquista, al igual que hoy lo hace contra la oclocracia social-nacionalista. Es la España de los españoles en su conjunto, no de los 17 feudos corruptos en que se han convertido las autonomías, no de los alcaldes que especulan con los intereses de los ciudadanos para sacar tajada para sí mismos o para sus partidos. Es la España que abomina la corrupción, la mentira, la propaganda, la manipulación, la opresión, la insidia, la soberbia, la inepcia y que se averguenza cada día, cuando contempla la obra que se representa en el escenario público a cargo de la troupe política que dice velar por la democracia, cuando lo que hace es aprovecharse del poder conferido en las urnas para un cometido muy diferente al que prometían en sus mentiras.
Hay una España que no tiene nada que ver con la política, que celebra los triunfos de Nadal, Lorenzo o la Selección Española de futbol o baloncesto, que trabaja cada día más para recibir cada día menos, que no sabe de macroeconomía pero sabe que en España hay cinco millones de parados, un déficit del 12 %, una deuda total de 4 billones de dólares y que el crédito país está al borde del colapso.
Es la España que considera que el Estado de Derecho está por encima de todas las mayorías sociales, porque la tiranía se distingue de la democracia , porque en esta última las minorías deben ser igualmente respetadas que las mayorías. La democracia no es una cuestión de cantidad exclusivamente, sino de calidad. Las masas no son el Pueblo, salvo en la interpretación sectaria de la dictadura del proletariado, en la oclocracia, en la tiranía. La condición democrática deviene de la justicia igual para todos, del respeto a la libertad, de la aceptación de la pluralidad. La democracia es tolerancia y no estridencia, el poder no da la razón, porque habitualmente siempre la acaba quitando, y ser más no es ser mejores. Las tiranías siempre se caracterízan por su dogmatismo y totalitarismo, tratando de imponer su fe sobre todas las demás ideas, da igual que provenga del franquismo que del socialismo, del nacionalismo, o del conservadurismo.
Vivimos en tiempo de relativismo, sobre verdades construidas que tratan de deconstruirse para implantar nuevas verdades, siempre con la finalidad de convertir a los fieles a la creencia del poder de turno. Puro sincretismo religioso disfrazado de política. Nadie puede ser tan soberbio e imbécil como para querer convertirse en represante absoluto del Pueblo y portador de la única verdad sobre la Tierra. Para negar la realidad que cada día destroza más a los ciudadanos que representa, para seguir mintiendo sin descanso a los españoles, esperando que su impaciencia sea sofocada por el adoctrinamiento sin fin.
Actualmente en España estamos asistiendo al comienzo de la destrucción por voladura incontrolada de la Nación Española y del Estado de Derecho. Montilla ha abierto la veda de la ilegitimidad declarando su resistencia a la sentencia del Tribunal Constitucional para ocultar sus miserias de corrupción en los casos Pretoria y Palau, le ha seguido Valcárcel, el Presidente de Murcia, ha dicho que en su Comunidad no se acatará la Ley del Aborto hasta que el Tribunal Constitucional dirima sobre su constitucionalidad, y el alcalde de CIU de El Port de la Selva, provincia de Gerona, ha declarado que en su municipio no se acatará la Constitución Española, que en su día fue votada de forma afirmativa por el 91,5 % de los gerundenses, incluidos los de El Port de la Selva (magnífica alegoría).
Tras los acontecimientos de la huelga salvaje del Metro de Madrid impulsada por UGT y CCOO contra dos millones y medio de madrileños, estamos asistiendo al comienzo del final de una época. Tras la agresión a los fundamentos legítimos de nuestra convivencia como españoles, asistimos a una interpretación de la democracia propia de una república bananera como la Venezuela de Hugo Chávez, en la que las masas subvencionadas por el poder se encargan de sostenerlo para que a su vez las siga alimentando, mientras todos los que no compartan la fe del tirano, serán apartados por cordón sanitario o estrella de David, para ser eliminados, o convertidos en esclavos que trabajen sin descanso para sostener la oclocracia imperante.
Alguien debería sugerir la próxima semana en el Parlamento, aprovechando el debate del Estado de la Nación, que se someta al Presidente del Gobierno de España a una peritación psiquiátrica colegiada, antes de que nos acabe volviendo locos a todos, a los que le votaron, a los que no le votaron y a los que ni siquiera acudieron a las urnas porque no confían en ningún político.
Motivos hay suficientes, la negociación con terroristas, la falta de esclarecimiento sobre lo acontecido el 11-M, el apoyo de un Estatut de Cataluña inconstitucional, la imposición de leyes de desigualdad que socavan los fundamentos de la Constitución Española, la ocupación institucional por un millón de acólitos acantonados en su sueldo contra cinco millones de parados y un país que ha sido llevado a la ruina por el despilfarro, la inepcia y la vesania del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que el día menos pensado nos sorprenderá con una proclama en la que declare: “El Pueblo soy yo” o “el Estado social es exclusivamente socialista”, o “sólo hay una democracia, la democracia social”.
En una democracia, cuando la Ley no impera para todos, no impera para nadie, y eso es lo que han conseguido los socialistas del PSOE con su política de agitación y propaganda para ampliación y afianzamiento de sus pesebres, algo que ha terminado yéndoseles de las manos y conduciendo a los españoles al caos político, económico, jurídico, cultural y social. Nos ofrecieron igualdad, para conseguir que la diferencia entre políticos y ciudadanos nunca haya sido tan enorme, tan abismal, tan extravagantemente depravada, tan escasamente democrática. Nos ofrecieron progreso para regresar al feudalismo. Nos ofrecieron justicia para imponer su arbitrariedad. Nos invitaron a la libertad para conducirnos a la opresión mental, económica, política y cultural.
Nos ofrecieron lo que deseábamos para arrebatarnos lo que necesitamos.
Biante de Priena
Aunque parezca inverosimil hay otra España, a la que no le importa quién gobierna, si lo hace el PSOE, el PP o los nacionalistas, sino cómo se gobierna y que sus representantes públicos no la estafen y se aprovechen desde la política del poder que les ha sido conferido y no les pertenece. Hay una España apartidaria, que no se niega a sí misma y celebra los triunfos de quienes la representan bien, que no es sectaria ni facciosa, que vive en democracia, que trabaja si la dejan, que paga impuestos para financiar experimentos políticos, que no comparte delirios con los poderosos, que ama la libertad, aspira a la igualdad, defiende la pluralidad, respeta la justicia y considera la Constitución Española de 1978 como marco limitado de su vida pública y el Estado de Derecho como fortaleza de su vida privada.
Hay una España soberana que no se deja atrapar ni por unos, ni por otros, que considera que los partidos políticos españoles son prácticamente iguales, que piensa que cada partido promociona sus obsesiones particulares, a veces de forma imperativa y ninguno hace nada por promover las comunes, que el único objetivo de las formaciones políticas es colocar a sus partidarios en las instituciones que pagamos todos, porque piensan que el poder es un comodín que les permite hacer lo que les dé la gana. Posiblemente, esta sea la España mayoritaria y silenciosa, la que observa, espera y decide quien ocupa el poder y quien lo desocupa, a lo largo del tiempo, la España que comparte la desesperanza en sus representantes públicos.
Es la España que no está lastrada por las secuelas de la Guerra Civil, la que ha superado en concordia su historia pasada, reconociendo los muchos errores cometidos por sus antepasados, pero que no renuncia a ser lo que es realmente, que permanece viva y no se deja amortajar por los intereses de los políticos. Es la España que forman los españoles sin estigma del pasado, ni deudas con las promesas vacías que les ofrecen los políticos para el futuro. Es la España que cree en sí misma y no acepta lo que le cuentan los que viven del cuento.
Es la España que protestaba contra la dictadura franquista, al igual que hoy lo hace contra la oclocracia social-nacionalista. Es la España de los españoles en su conjunto, no de los 17 feudos corruptos en que se han convertido las autonomías, no de los alcaldes que especulan con los intereses de los ciudadanos para sacar tajada para sí mismos o para sus partidos. Es la España que abomina la corrupción, la mentira, la propaganda, la manipulación, la opresión, la insidia, la soberbia, la inepcia y que se averguenza cada día, cuando contempla la obra que se representa en el escenario público a cargo de la troupe política que dice velar por la democracia, cuando lo que hace es aprovecharse del poder conferido en las urnas para un cometido muy diferente al que prometían en sus mentiras.
Hay una España que no tiene nada que ver con la política, que celebra los triunfos de Nadal, Lorenzo o la Selección Española de futbol o baloncesto, que trabaja cada día más para recibir cada día menos, que no sabe de macroeconomía pero sabe que en España hay cinco millones de parados, un déficit del 12 %, una deuda total de 4 billones de dólares y que el crédito país está al borde del colapso.
Es la España que considera que el Estado de Derecho está por encima de todas las mayorías sociales, porque la tiranía se distingue de la democracia , porque en esta última las minorías deben ser igualmente respetadas que las mayorías. La democracia no es una cuestión de cantidad exclusivamente, sino de calidad. Las masas no son el Pueblo, salvo en la interpretación sectaria de la dictadura del proletariado, en la oclocracia, en la tiranía. La condición democrática deviene de la justicia igual para todos, del respeto a la libertad, de la aceptación de la pluralidad. La democracia es tolerancia y no estridencia, el poder no da la razón, porque habitualmente siempre la acaba quitando, y ser más no es ser mejores. Las tiranías siempre se caracterízan por su dogmatismo y totalitarismo, tratando de imponer su fe sobre todas las demás ideas, da igual que provenga del franquismo que del socialismo, del nacionalismo, o del conservadurismo.
Vivimos en tiempo de relativismo, sobre verdades construidas que tratan de deconstruirse para implantar nuevas verdades, siempre con la finalidad de convertir a los fieles a la creencia del poder de turno. Puro sincretismo religioso disfrazado de política. Nadie puede ser tan soberbio e imbécil como para querer convertirse en represante absoluto del Pueblo y portador de la única verdad sobre la Tierra. Para negar la realidad que cada día destroza más a los ciudadanos que representa, para seguir mintiendo sin descanso a los españoles, esperando que su impaciencia sea sofocada por el adoctrinamiento sin fin.
Actualmente en España estamos asistiendo al comienzo de la destrucción por voladura incontrolada de la Nación Española y del Estado de Derecho. Montilla ha abierto la veda de la ilegitimidad declarando su resistencia a la sentencia del Tribunal Constitucional para ocultar sus miserias de corrupción en los casos Pretoria y Palau, le ha seguido Valcárcel, el Presidente de Murcia, ha dicho que en su Comunidad no se acatará la Ley del Aborto hasta que el Tribunal Constitucional dirima sobre su constitucionalidad, y el alcalde de CIU de El Port de la Selva, provincia de Gerona, ha declarado que en su municipio no se acatará la Constitución Española, que en su día fue votada de forma afirmativa por el 91,5 % de los gerundenses, incluidos los de El Port de la Selva (magnífica alegoría).
Tras los acontecimientos de la huelga salvaje del Metro de Madrid impulsada por UGT y CCOO contra dos millones y medio de madrileños, estamos asistiendo al comienzo del final de una época. Tras la agresión a los fundamentos legítimos de nuestra convivencia como españoles, asistimos a una interpretación de la democracia propia de una república bananera como la Venezuela de Hugo Chávez, en la que las masas subvencionadas por el poder se encargan de sostenerlo para que a su vez las siga alimentando, mientras todos los que no compartan la fe del tirano, serán apartados por cordón sanitario o estrella de David, para ser eliminados, o convertidos en esclavos que trabajen sin descanso para sostener la oclocracia imperante.
Alguien debería sugerir la próxima semana en el Parlamento, aprovechando el debate del Estado de la Nación, que se someta al Presidente del Gobierno de España a una peritación psiquiátrica colegiada, antes de que nos acabe volviendo locos a todos, a los que le votaron, a los que no le votaron y a los que ni siquiera acudieron a las urnas porque no confían en ningún político.
Motivos hay suficientes, la negociación con terroristas, la falta de esclarecimiento sobre lo acontecido el 11-M, el apoyo de un Estatut de Cataluña inconstitucional, la imposición de leyes de desigualdad que socavan los fundamentos de la Constitución Española, la ocupación institucional por un millón de acólitos acantonados en su sueldo contra cinco millones de parados y un país que ha sido llevado a la ruina por el despilfarro, la inepcia y la vesania del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que el día menos pensado nos sorprenderá con una proclama en la que declare: “El Pueblo soy yo” o “el Estado social es exclusivamente socialista”, o “sólo hay una democracia, la democracia social”.
En una democracia, cuando la Ley no impera para todos, no impera para nadie, y eso es lo que han conseguido los socialistas del PSOE con su política de agitación y propaganda para ampliación y afianzamiento de sus pesebres, algo que ha terminado yéndoseles de las manos y conduciendo a los españoles al caos político, económico, jurídico, cultural y social. Nos ofrecieron igualdad, para conseguir que la diferencia entre políticos y ciudadanos nunca haya sido tan enorme, tan abismal, tan extravagantemente depravada, tan escasamente democrática. Nos ofrecieron progreso para regresar al feudalismo. Nos ofrecieron justicia para imponer su arbitrariedad. Nos invitaron a la libertad para conducirnos a la opresión mental, económica, política y cultural.
Nos ofrecieron lo que deseábamos para arrebatarnos lo que necesitamos.
Biante de Priena