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viernes, 13 de noviembre de 2009

Ha llegado la hora, compatriotas


Sí, tal como suena, así de rimbombante y heroico, no queda otra. Los españoles debemos salir del armario en el que nos han encerrado los políticos tras haber sacado de él la corte de los milagros que lo habitaba a pastar por el erario público, que es de todos. Nunca tantos vivieron tan bien de tan pocos y eso no puede seguir así, no hay país que lo soporte, ni cuerpo de trabajador serrano que lo aguante. No hay democracia que resista lo que está ocurriendo.

Así que ordenadamente, los ciudadanos de este país debemos ir saliendo del encierro involuntario y ocupar los escenarios públicos que nos han arrebatado. Estamos retrocediendo al franquismo, aquel régimen que gobernaba para el pueblo pero sin el pueblo, sólo le han cambiado el nombre y el logo.

En realidad la transformación social que se avecina es mucho más profunda, porque el laicismo en España también ha llegado a la política, no se puede seguir teniendo motivos para creer en lo increíble, que los políticos tienen una vocación de servicio público, cuando en realidad tienen una imperiosa necesidad de opresión y privilegio para su casta. Y a su lado, los poderes económico, jurídico y mediático, en ese totalitarismo discreto que acontece, siguen viviendo cómodamente.

España ha madurado lo suficiente para pasar del Mythos al Logos, de la creencia a la razón, de las verdades reveladas a las verdades constatadas. No queda tiempo para seguir creyendo, porque los enemigos de la libertad de los ciudadanos, los opresores disfrazados que nos venden paraísos mientras construyen infiernos y que se han asentado en el privilegio feudal, convirtiéndonos en súbditos y revocando sutilmente nuestra soberanía, se han pasado y mucho.

La política no puede estar fundamentada en la creencia, ni en la confianza, ni en la fe. Los hechos políticos existen, los errores políticos también, pero los políticos actuales como los señores feudales están dispensados de su sometimiento a la ley, como el resto de los mortales, actuando en plena impunidad en su latrocinio y depravación, sin control civil, de forma ilegítima, vulnerando los límites constitucionales y del mínimo sentido común para ejercer sus tropelías. No es suficiente con ver cuatro corruptos en la cárcel, cuando el país es la caverna de Alí Baba y los cuarenta mil ladrones. Un régimen de corrupción no se puede salvar en el siglo XXI en un país occidental con la guillotina de cuatro chivos expiatorios.

El desconcierto en los ciudadanos alcanza cotas de alarma social en estos momentos, con un déficit público del 10 %, cuatro millones de parados, y una estructura arcaica de convivencia y organización gracias a los políticos incompetentes e ineptos que algunos han elegido en las urnas. Sólo el férreo cumplimiento de los preceptos constitucionales puede salvarnos del horror para las próximas décadas.

No es un problema de alternancia política, no lo harían mejor los del PP que los del PSOE, es un problema de civilización, mucho más ancestral culturalmente lo que nos asedia. No se trata de quitar a Juan para poner a Pepe y compensar los desequilibrios, la cuestión es quitar a Juan y a Pepe, y dejar de jugar en esta partida de los fracasos redundantes.

La sociedad civil no puede permanecer callada, a pesar de que viva en el engaño permanente de que su voz es escuchada. Es como si los ciudadanos cantáramos en el vacío, no hay transmisión del sonido, sólo nos vemos abrir la boca en el armario, pero sin ninguna posibilidad de influir en el poder, porque los políticos y los ciudadanos no pertenecen a la misma realidad, son dos formas de abordar la realidad diferentes, los políticos con todas las ventajas y los ciudadanos con todos los inconvenientes.

Los políticos han convertido la política en espectáculo, como el fútbol, y los ciudadanos sólo podemos asistir a los partidos como espectadores desde la grada, mientras los políticos se pasan la pelota y recogen los pingues beneficios de sus hazañas. Lo único que los ciudadanos podemos hacer con la política es lo mismo que con el fútbol, aplaudir las buenas jugadas y denostar las malas acciones, y luego comentar con los amigos como va la liga, si gana el Barça o el Madrid.

Aunque también cada día se parece más la política a la religión, los tiempos que vivimos son propios para el sectarismo y la jerarquía teocrática. Los líderes políticos parecen la cabeza de sus iglesias respectivas y los dogmas de obligado cumplimiento crecen por doquier. Y quien no crea en esta pantomima será declarado hereje o apóstata y condenado por la Santa Inquisición del pensamiento políticamente correcto al infierno del ostracismo y la desatención colectiva.

Queridos compatriotas, la solución está en nosotros mismos, en una revolución interna que nos haga liberarnos del yugo que nos han impuesto los políticos a los ciudadanos, y que tengamos suficiente fuerza para salir del armario (cárcel mental) en que nos han encerrado.

Los políticos no son dioses, son mortales como nosotros, y como nosotros deben rendir cuentas ante los demás públicamente. Es hora, ya es hora de levantarse, españoles. ¡No pasarán sobre los cadáveres de nuestra integridad social!, cuando ya han aniquilado todos nuestros sueños y esperanzas en su utilidad social.

Enrique Suárez Retuerta

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